domingo, 27 de febrero de 2011

AQUELLA GENERACION

(Decidme, si alguien lo sabe, cuál es la fecha de una generación, si la de su nacimiento, la de su sentido común, la de su mayoría de edad, la de su plenitud o la de su muerte, pero en ese caso ¿cuándo muere una generación? ¿cuándo mueren sus mejores? ¿cuándo sus ilusiones han ardido hasta convertirse en cenizas? ¿cuándo envejecen y pueden contarlo sus supervivientes?

Eramos como fantasmas,
delgados, sucios, ágiles.

Los mayores no tenían tiempo de acordarse
de nosotros.

Nos cuidaban abuelos, tíos, muchachas de servir
recién bajadas
de las brañas. Nosotros
jugamos a la guerra con los moros del tabor
que habían venido a morir y murieron,
a la entrada de Oviedo. Nos daban balas,
nos pasaban piojos,
nos decían no sé qué, en su idioma sin esquinas.

Recorríamos las caleyas, nos colgábamos
de la ladera del monte y hacíamos
a pedrada limpia,
nuestra imitaciones de la guerra.

Tuvimos fusiles, ametralladoras y cañones
de madera, cascos
de cartón, soldaditos de plomo,
mucho antes
que libros, lecciones o consejos.

Aprendimos el mapa de la Patria,
escríbase Patria con mayúscula de respeto,
en aquél que tenía el abuelo
en la rebotica,
pinchado de banderas unidas con un cordón azul.
había dos pedazos de Patria,
como el yin y el yang, uno a cada lado
del cordoncillo azul que unía,
como un lindero,
como una línea de separación,
como una frontera,
y a la vez separaba
dos trozos de Patria. El cordoncillo azul
marcaba las bocas de las andanas
de cañones,
de ametralladoras,
de fusiles de verdad, de los que no hablan,
cuando hablan, rugen, crepitan,
más
que
palabras
de
muerte.

¿Qué pasa? –preguntábamos-

Nadie se paraba a contestarnos,
decirnos,
explicarnos.

Pero algo nos había dejado en primera línea del viento,
abandonados a nuestro capricho,
a la imaginación desbocada de los niños.

Mañana –nos decíamos unos a otros-
tendremos que ir a esa guerra.

Nuestro futuro, nuestro mundo, lo que quedaba del mundo
era
la guerra que nos esperaba, el lugar
marcado por el cordoncillo azul, que cada día
iba moviéndose un poco, estremeciéndose,
llamándonos, como una danzarina,
a la danza macabra de que pocas, pero alguna vez,
volvían, por un momento nuestro hermanos mayores,
nuestros padres,
barbudos y cansados, cargados de piojos,
hambrientos,
con los ojos muertos
y las manos, en cambio, temblorosas,
llenas de la ternura de cada caricia.

Un día, cuando ya habían muerto los mejores,
casi todos héroes,
los más valientes y entusiastas del conflicto, nos dijeron
que había llegado,
estallado, escribió mucho después Gironella,
la paz.

Había que estrenar pupitre,
ingresar en el Instituto, las escaseces y el silencio,
mientras los avisados
inventaban un modo de hacerse ricos
que llamaron
con el divertido nombre de estraperlo.

El abuelo puso una bandera tapando el mapa,
levanté una esquina y no había ni alfileres ni banderitas
ni cordoncillo azul. Abuelo …
-Mejor no preguntes, me dijo,
ahora todo son piedras y ceniza
y malos recuerdos,
si se pregunta o se mira atrás. Ahora
está amaneciendo, no hay más posibilidad
de vivir, que mirar al futuro, aprender
una palabra provisional, que es
sobrevivir.

Y sobrevivimos y estalló otra guerra,
y nos preguntamos de nuevo,
sobrecogidos,
adolescentes,
si tendríamos que ir, pero no.

Nuestra guerra fue otra, ir recomponiendo,
estudiando a trancas y barrancas los libros permitidos
y a hurtadillas los prohibidos.
Haciéndonos nuestra propia idea
del mundo, de la sociedad, de las cosas.

Me niego a contar
el final de la historia. Sólo os diré
que ahora, los niños aquellos,
somos, no sé si los más o los menos afortunados,
pienso que los más,
por haber sobrevivido a pesar de todo,
unos octogenarios
que echamos nuestras cuentas
desde el lindero de, una tras otra todas las peores
guerras –por ahora las peores-
de la historia del la humanidad sobre la tierra
y no nos salen,
no encontramos,
por más que rebuscamos una y otra vez,
con la tenacidad y la paciencia insistente de los necios.
dónde está el error,
dónde hubo un camino, una trocha, una vereda
que deberíamos
haber tomado para encontrar
la tierra prometida que busca
cada generación,
todas, me atrevo a suponer,
con la mejor voluntad,
desde hace tanto tiempo,
a costa de tanto esfuerzo,
cansancio,
sudor, y
quiero creer y creo
que amor.

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