viernes, 4 de febrero de 2011

Compro el libro, como había proyectado, y en seguida me sumerjo en la dificultad de su lectura, porque mi maestro no es fácil y de vez en cuando, como todos los maestros, da por supuesta la conformidad con todas sus conclusiones. Nadie creo yo que haya estado nunca de acuerdo total con lo pensado por otro. Una coincidencia básica, o una coincidencia porcentualmente trascendente, ya me parecen a mí importantes para poder decir que estos de acuerdo con éste o con otra maestro. Me apunto a gran parte de su teoría respecto de lo que somos y en lo que creemos. Confiemos, dice, porque la actual crisis económica, de tan incalculables dimensiones, también está motivada por la desconfianza. La desconfianza empieza cuando te percatas de que se han vaciado de conceptos, a fuerza de usarlas para mentir, la mayoría, no sólo de las palabras esotéricas, dudosas y ambiguas, que utilizan los eruditos para desorientarnos en sus laberintos, sino incluso las palabras de uso cotidiano, que todos utilizamos durante la rutina vital. En ese preciso momento, cuando ya nadie sabe de qué está hablando su vecino, se inicia la confusión babélica.

Me han destruido la calle, dicen que para arreglarla. Sacan de su vientre tubos, cables pedruscos y camiones enormes, acercan y apilan por todas partes tubos nuevos, estructuras de cemento, pedazos de metal.

Me regalan otros dos libros, uno que estudia la economía del siglo pasado y empieza a decir que el territorio del estado pertenece al rey; otro que según su autor enseña a envejecer sintiéndose feliz, y el tercero, que parece el más divertido es un “diccionario de literatura para snobs”, sus entradas se refieren a escritores malditos, inéditos u olvidados. Me tienta la idea de aprender los datos de unos cuantos y cuando me encuentre con alguno de esos seudoeruditos que todos conocéis, decirle: ah, pero ¿es que no has oído hablar del bueno de …, o de … o ni siquiera de …? Estás de capa caída, hijo, te heces viejo, te noto out.

A ver qué cara se le pone, al pequeño miserable, más o menos la que se me pondría a mí en su caso.

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