miércoles, 2 de febrero de 2011

Dice el periódico de hoy que el señor presidente de un país ha llamado por teléfono al señor presidente de otro país y le ha conminado a que en el país del segundo se vaya pensando en cambiar el sistema de gobierno. Y me quedo atónito, estupefacto, asombrado y media docena de sinónimos más de eso que ahora llaman “flipar”.

Opino, al parecer en contra de lo que opina el señor presidente del primero de los países citados más arriba, que a cada país puede convenirle un sistema de gobierno distinto de los de otros países. Opino, al parecer en contra también del señor presidente primero, que no hay un sistema de gobierno que pueda considerar mejor para todos los países del mundo, sin excepción.

El mundo, a Dios gracias, no es uniforme ni uniformizable, sino, gracias a Dios, múltiple y variopinto.

Mala la habremos, cuando un señor presidente pueda ordenar y mandar a otro señor presidente, cuya primordial y más importante función es mantener, como es la del primero, el sistema de gobierno mejor y más adecuado para su país, que modifique el sistema de gobierno segundo, para que se parezca al sistema de gobierno primero, así, sin más ni más.

Me atrevo a preguntarle al señor presidente primero, ése que manda hasta mucho más allá de sus fronteras, si de ha dado cuenta de que cuando se impide, por la razón que sea, a cualquier país, mantener un sistema de gobierno adecuado a sus posibilidades, necesidades y características, lo que hace ese país es desnaturalizar el sistema inadecuado, introducirle modificaciones –unas más burdas, otras más sutiles- y recomponer sobre las piezas del sistema que se le impone las características del que se le abroga.

Malos tiempos corremos. Casi todo lo viejo ha caducado en el botiquín de la historia, sin que nadie se ocupara, entretenidos como estábamos en sucesivas cazas de brujas de diferente jaez, de renovar los materiales y hacer evolucionar los modos y las maneras, y ahora nos ha sorprendido el tiempo nuevo, como un diluvio, en campo abierto y sin gabardina ni paraguas.

Precisamente cuando hace falta extraordinaria sutileza para de entre lo no caducado, que lo hay, del tiempo viejo, acertemos a seleccionar lo que se ha de conservar como cimiento de lo que viene indiscriminado, exigiendo no menor sutileza para elegir y probar y edificar nuestros siempre hermosos sueños humanos.

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