viernes, 11 de febrero de 2011

Un rimero de libros. Nórdicos policíacos, policíacos que no son nórdicos, clásicos olvidados, semiclásicos sin aliento, humanismo, un atlas, filosofía.

La filosofía exige rigor cronológico. Si no te atienes a él, estarás, al poco, dando tumbos entre superaciones de ideas y sus renovaciones. Los semiclásicos digo que resuellan porque no les da, el que les queda, más que para tratar cada poco de inhalar, hondo, oxígeno. Y entre eso y que no es posible declarar clásico a nadie hasta que pasen cien años de su obra, momento hasta que nos habrá sido imposible sobrevivirle, ahí están, de momento, meros aspirantes. Algunos se les ve que no llegarán, pero no hay que decirlo, por si acaso. Ni somos, yo por lo menos, infalibles, ni es imposible que un día los asista el genio, ya sea el de la lámpara, ya el de su subconsciente, y escriban su obra maestra. La cosa es que se me ha formado un rimero de libros y apenas asomo por encima mi susto. ¿Cuándo voy a leer yo todo esto?

He vivido al lado de la literatura, como un novio sin esperanza. Nunca fue mi hora de hacer más que leer y escribir, lo de escribir en secreto y en silencio, mientras cobraba heridas de otras dedicaciones. Como los viejos estudiantes bávaros, coleccionaba cicatrices, unas por vocación profesional, otras por afición o aficiones a tomar parte en asuntos del común. Y mucho más allá de lo que llamó Dante la mitad del camino de la vida, publiqué unos libros de que dejo ejemplares en el desván con la esperanza de que mucho después de haber sido olvidado, algún descendiente curioso descubra que tuvo un ancestro aficionado a la literatura, pero que sólo vivió a su lado, sin confesarle amores, ni mucho menos bañándose en sus aguas.

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