sábado, 26 de febrero de 2011

Rebusco, esta tarde, entre mis recuerdos, una persona amiga. Me acuerdo de ti, cierro los ojos y estamos charlando amigablemente en la vieja solana de las maderas desgastadas que se asoma a un patio. Arriba, el cielo es azul. No sé si pasarán hilachas de nube. Hablamos de proyectos, de pintura, de literatura … Pero no trato de recordar. Me basta haberte encontrado, suponerte como será ahora, otra persona anciana, como yo. Porque no es de literatura, ni de pintura, ni de música, ni de Derecho, ni de sociología, de lo que hablaremos hoy, ahora, que tengo que llevar la conversación solo y convertirme en el que habla y el que escucha, pero escuchando tú y tal vez respondiendo aunque no sea más que como un eco, ya que tendré que improvisar una voz para que tu recuerdo me diga lo que n o dirás en realidad, sino yo supondré.

Se nota, esto de la vejez, ¿verdad? Hoy mismo, que cambió el tiempo, roló el viento del nordeste al noroeste y viene lluvia en el vientre henchido de las grandes nubes veleras y renegridas, que vienen de más allá de Finisterre, de donde, si es verdad que es el final de la tierra, no hay nada conocido, por más que digan las leyendas que muy lejos, el mar se vuelve prado. Lo cierto es que el mudar el viento, cambió el tiempo, viene la lluvia menuda y duele la espalda, falla una rodilla y, como además están arreglando la calle y hay que pasar cuesta arriba y abajo por entre el barro y los pedruscos, duelen también los pies, incluso cuando llegas a casa, descansas.

Viene el suplemento dominical de uno de los periódicos lleno de gente que dice que no se jubila porque trabajar le gusta, lo entretiene, le permite sentirse vivo. Todos, ellos y ellas, son más jóvenes que nosotros. Es divertido. ¿Tú trabajas aún? Tal vez ni sobrevivas, pero sí, hace poco supe que sobrevivías, y, por lo que pude suponer, en soledad, en tu ciudad. Siempre hay que dejar la ciudad, el lugar de los juegos de niño y de las turbulencias de la primera adolescencia, para estudiar o para trabajar. Y menos mal cuando se encuentra alguien como tú y es posible hablar de lo que no diré que entonces nos gustaba, que estábamos empezando a formar las personas, buenas o malas, que luego fuimos, sino de lo que llamaba nuestra atención. Cierro los ojos, somos como en el momento que recuerdo y sé que opinamos en algún momento que podría ser verdad lo que decía no sé qué autor acerca de que cuando dos personas se relacionan en este momento, esa relación, aunque hayamos cambiado después hasta esto que somos, dura toda la vida.

Lo que pasa es que si luego nos hubiésemos vuelto a ver habríamos destruido el recuerdo primero. En el recuerdo de quienes nos conocieron, iremos como fuimos, hasta que cualquier reencuentro cambia la imagen de la persona recordada.

Animo. Falta poco para que sea primavera.

Cambiará el tiempo, claro, una y otra vez. Antes … ¿qué más daba?, ¿qué más daba antes que el camino fuese cuesta arriba o abajo? Es el precio de la supervivencia. De haber podido asomarnos, como lo estamos, al futuro. Deslumbrante. ¿Es apasionante la palabra? ¡Quien nos iba a decir que las cosas eran como fueron y son! Pero no hay queja, ¿no es verdad?, mejor haber venido a ciegas, inventando, trabajando el camino. Yo no me jubilé. Sigo haciendo lo mismo. Ahora, ay, mucho más despacio. Me sigue gustando aprender. Nuestra conversación podría ser ahora más interesante. Y sin embargo, ya ves. Perdemos el tiempo hablando de los dolores de espalda, el cansancio, la vejez.

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