lunes, 14 de febrero de 2011

Miras alrededor y se desviven, pero descubres al poco, que se están esforzando por demostrarte el cariño diluido por el tiempo y las circunstancias. No te da pena. Te vacía. Ya estás en la balda, como un adorno en que nadie se fija, un libro que nadie leerá hasta sabe Dios cuándo. Eres una pieza, y gracias, del paisaje. Lo hiciste antes, y es probable que debamos pagar una parte de nuestras deudas, ya que son tantas y tan evidentes. Revives, ahora del lado malo, una historia tan vieja como el mundo. Y agradece a la casualidad que tienes muchas aficiones, que es probable que no ejerzas, pero sirven de consuelo porque piensas que ahora mismo podrías refugiarte en aquel rincón semisecreto y releer un libro, escuchar una melodía que recuerdas, volver a ver alguna de las películas almacenadas en cintas que quizá se pudrirán o secarán o no sé qué les pasa a las cintas viejas, de técnicas abandonadas. Se abandona la basura cada vez más nueva. Mudan los gustos y las ofertas se multiplican.

Uno de los libros de historia de mi lejano bachillerato recuerdo que decía que San Isidoro de Sevilla era “un compendio del saber de su tiempo”. Tremendo tiempo aquél en que una sola persona podía saber tanto que otros podían figurarse que lo sabía todo.

Hoy, cada día, una multitud rebusca, encuentra, prueba, idea sin cesar.

Y los viejos, en cada rincón, padecemos el temor de irnos disolviendo en la indiferencia. Lo que sabíamos ya no sirve a casi nadie. Se ha renovado. Hasta nuestras batallitas suenan a broma cuando contamos que nos escondíamos de la horrible amenaza de aquellas bombas que apenas derribaban un tabique o que los soldados de aquellos ejércitos llevaban fusiles que repetían cuando más cinco tiros y se encasquillaban con aquella frecuencia.

Para colmo, escuchamos con asombro que cuentan nuestra historia como no fue, y, si nos atrevemos a meter baza, nos desprecian: “¿qué sabes tú?” No sé quién dice que un relato no son más que palabras bien hilvanadas. Y hay quien asegura que con la memoria y el sueño, elabora no sólo leyendas, sino también la historia, el subconsciente.

Fuiste nieto, hijo, hermano, padre, abuelo. Fuiste, además, novio, marido, compartiste, para llegar a vagabundo y tienes, gracias, Señor, aún, tiempo de hacer recuento y triste balance, por compensación, de tus cuentas, que no salen, con tanta ocasión de amar como tuviste.

-¿Por qué, todo, vagabundo?
-No sé, voy
Por entre las notas de esa guitarra que el ordenador echa
Como flores desconocidas, en el aire
Frío
De lindero último del invierno,
Y se fingen polvo de oro,
Particulas
De polvo y luz, bellísimas mentiras,
Pasos de una conversación jamás tenida,
Palabras
Olvidadas
Antes
De que las diga nadie, de que nadie las cante,
Y, poco a poco,
Me voy
Quedando dormido al borde de la alfombra
Que ha desenrollado
La noche
Sobre el rumor incansable del río
Con el que el buen padre Dios insiste
En decir lo que dice
Y tampoco hoy entiendo.

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