viernes, 21 de septiembre de 2012


En diciembre del año 2006 Bosco abría la puerta a este blog con la advertencia siguiente:


 


“En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta”.

 

Yo os diré la respuesta:

Para él  escribir era algo tan natural como para otros vivir.

Por eso continuó escribiendo todo el tiempo que le permitió la vida.

 

El 16 de septiembre fallecía Bosco.

 

El 31 de agosto había publicado su última entrada. Lo hacía hecho con las fuerzas justas para llegar a la línea final, sabiendo ya que se moría. Sin embargo no incluyó en ella una despedida.

 

Acertó también en esto.

 

Porque la muerte de los que amamos es siempre un hasta pronto.

 

Primero viene el amor, luego el precio que por el amor hay que pagar, que es el dolor (por eso el dolor será más grande cuanto mayor el amor haya sido), y finalmente el amor otra vez, que nos cura el dolor.
La diferencia está en el modus operandi de uno y otro, que mientras el amor no es partidario de las prisas y hace su labor día a día, pasito a pasito, el dolor llega violento y de repente, brutal, te agarra y te zarandea. Pero no por eso es más fuerte. El dolor nunca puede con el amor. Es al revés siempre.


Ya estos días, a través de abrazos, manos tendidas, llamadas, y mensajes, está volviendo a nosotros el amor de nuestro padre, desde cada persona y cada lugar en el que estuvo y dejó ese rastro, lo traen los días a nuestro lado, nos va curando el dolor, y sabemos, ya, hoy mismo, que él y nosotros vamos a ganar otra vez,... otra vez juntos.

 

Junto a él también, por ello, hemos querido publicar esta nota, y por eso la cerraremos con uno de los poemas de su libro Palabras que Mueve el Viento.

Dedicaba allí Bosco estos versos a su hermano Juaco, recientemente fallecido entonces:

 

“Denso follaje, arraigado como un roble

precisamente aquí,

donde la tierra se reduce y aprieta

para mirar más hondo el horizonte.

Soñador de quimeras

Que no tuviste nunca nada tuyo

Más que el amor de los que te querían

Y el futuro y el tiempo y el espacio

De los que nada tienen más que la poesía

Y así convocan gente en torno suyo

Y sin saber por qué la hacen feliz

Al modo ingenuo del tropel de pájaros

Con cuyo canto nos renueva Dios

El milagro de cada amanecida”.

 

Gracias, Bosco.