martes, 31 de marzo de 2009

De por si, tiende España a la taifa. Debe ser residuo de la organización tribal de gran parte del territorio en gran parte del medievo. Al parecer, nos encanta multiplicar el organigrama del estado central en una serie de innecesarios estados de segundo orden, con vocación, por lo menos algunos, de serlo de primero. Se pretende tener en cada comarca un flexible, extensivo remedo del Estado. Y una multitud de gente política, asesores, administradores y guardaespaldas de lo físico y de lo cultural, han sembrado los rincones de poderosos administradores de la tranquilidad del común, y, a veces, de su dignidad. Y como debería haber sido de esperar, por entre las turbulencias resultantes de tantos roces de supuestos poderes, se han deslizado los pescadores de río revuelto, lábiles, ágiles, astutos, capaces, con mucha menos moral que imaginación, o, por lo menos, con una normativa seudomoral, acomodaticia, justificativa cuando previamente se desechan principios que en seguida acreditan, por su defecto, las consecuencias de carecer de ellos. La perversión se ha vestido de marcas y aparece, jovial, atractiva, tentadora, en los despachos de los más o menos jóvenes llenos de ideas, pero escasos de medios y privados de principios, dispuestos en muchas ocasiones a arriesgar, máxime cuando será en secreto, para lograr lo que es posible que de la mejor fe pretendan. Las paredes oyen, sin embargo, en esta época de maravillosas técnicas de otra cosa a que somos tan aficionados como hurgar para sabichear en el comportamiento ajeno con avidez de correveidile y espíritu de corredores de bulos, noticias y semiverdades, susceptibles de acreditarnos como “conocedores”, que “están en el ajo y la pomada”, todo en lotes que salpican y algo queda y poco a poco se va manchando una multitud, hasta que lleguemos, que todo puede llegar, a la misma desconfianza que ha mejorado tan notablemente los ingresos de los vendedores de seguridad, aislamiento, defensa y protección. Me acuerdo de aquella otra edad, no tan lejana, en que la invención del bombón atómico, la superbomba, ahora tantas veces superada por otros “ingenios” mucho más eficaces, hizo ricos a muchos proyectistas y constructores de búnkeres que supuestamente iban a permitir a los “privilegiados” que pudieran pagarlos una supervivencia que yo me pregunto para qué querrían, últimos vestigios de la humanidad en un mundo sin agua ni aire, fe, esperanza ni caridad posibles, estéril, humeante, abandonado ya incluso por los caballos apocalípticos.

lunes, 30 de marzo de 2009

Lo peor que puede ocurrir no es que un negociante sea avispado y trate de quedarse con todo o parte de los bienes ajenos. Lo mucho peor es que por añadidura sea un chapucero e intente hacerlo sin habilidad, gracia ni la prudencia que adornan al timador nato, que siempre deja al timado lo suficiente para sobrevivir y que alguien más pueda timarle, tal vez el mismo timador, en el futuro. Y lo peor de todo los que intentan talar siempre el monte a matarrasa y cazar cuanto animal se mueva en el área de la selva visitan. Las crisis económicas y del mundo se deben siempre a los más egoístas, sin perjuicio de tener que añadir en seguida que pocas veces son víctimas de sus manejos y encuentran en cada ocasión chivo que sacrificar como expiatorio de culpas ajenas, que son las suyas, las de estos navegantes de agua turbulenta, beneficiarios de todas las oscuridades, las nieblas, inundaciones y huracanes de la socioeconomía.

-¿Se refiere …?
-No me refiero a nadie. Digo que en cuanto alguien idea fórmulas de multiplicación de panes y peces, viene otro que intenta quedarse con el lote completo para beneficiarse en exclusiva. Y si se inventara la manera de aprovechar la energía del agua, en seguida habría quien procurase acotar cuanta puso Dios gratis en el mundo para tratar de cobrar por su uso y disfrute.

Hubo una vez un hermoso paisaje y conocí a un personaje que compró la especie de mirador desde que mejor podía disfrutarse, y ¿para qué quieres –le pregunté- ese páramo y esa palomera? Me contestó que para cerrarlo, tenerlo en exclusiva y vender si acaso entradas para pasar a ver las puestas de sol.

sábado, 28 de marzo de 2009

Era otro tiempo, éramos
tan jóvenes
que no insistimos en hablar de las cosas de verdad importantes,
enfrascados,
como íbamos,
en vivir una vida que se nos gastaba
como la arena,
el agua
del viejo reloj de arena de la abuela,
que decía siempre que guardaba por ser un recuerdo
de su primer amor.
Hay siempre un amor
primero,
indeciso,
sin mezclas ni malos pensamientos.
Por eso nos mirábamos,
sorprendidos,
sin saber qué hacer con aquella bola de luz
deslumbrante,
que todavía algunas tardes,
a ciertas horas
respira sus destellos, estertores brillantes
en un rincón oscuro del laberinto
de la memoria,
donde casi no llega ya nuestro cansancio
ahora tan escéptico.

viernes, 27 de marzo de 2009

Hay un revuelo del gentío de la calle,
que se arremolina en torno a la nota sincopada de una alarma,
adivino
la curiosidad taraceada de miedos antiguos,
en la sonrisa joven
con que te acercas, cautelosa,
quieres saber,
pero que no me alcance, Señor
-dices con ese esbozo de gesto
apenas
suspiro de lo que serás, cuando mujer,
te reencuentres, de pronto,
con la esperanza fallida de este día absurdo,
viernes de cualquier semana,
que se ha puesto a sonar una alarma
y vete tú a saber lo que puede estar ocurriendo
mientras toda la tarde se ha hecho crepúsculo y brilla,
olvidado,
el hermoso lucero de la tarde
en silencio
de lejanía intacta.
Oigo con la misma frecuencia dos afirmaciones: de la crisis se sale …, y: esa no es la salida de la crisis. Ambas son mentira porque de la crisis no se sale por un solo medio y todas las salidas, conjugadas, nos sacarán de la crisis. Lo que ocurre es que en nuestra mayor parte, la gente solemos decir que no vale lo que nos perjudica personalmente y que es bueno lo que individualmente nos favorece. Cuando la útil es cuanto puede contribuir, y cualquier comportamiento puede cuando se realiza de buena fe y de verdad en provecho del común. Esta crisis que padecemos, o de que disfrutamos, según se mire, porque siempre hay pescadores en los ríos revueltos, es algo que nos atañe a todos y merece la atención colectiva, en cuanto está a la puerta, pienso, de un profundo cambio de modos de la sociedad, que la ajusta y adapte al tiempo de la humanidad de nuestros días. Por eso empieza por que tomemos conciencia de que la democracia, literalmente, significa y supone la soberanía del pueblo, que, como consecuencia inmediata, tras de tomar conciencia de ello, debe actuar como soberano, seleccionar a sus mejores, apartar a los arribistas, aprovechados y demás incapaces, de la política social y de la económica y sustituirlo por gente apta para idear fórmulas sociales nuevas, sobre el cimiento de las antiguas y que en lo económico reduzcan el espacio de actuación al rigor de lo posible. No son remiendos de lo antiguo, consistentes en actuaciones aisladas, lo que reclama el futuro, sino una proyección cultural, un comportamiento colectivo conjugado y apoyado en unos principios, del pasado sobre el futuro, para responder a las necesidades de una humanidad nueva. Por eso ninguna medida basta, pero todas son útiles, aplicadas en la medida que corresponda a cada supuesto. -

martes, 24 de marzo de 2009

Se ha llenado el jardín, apenas patio, de vida y colores, y esta mañana, como colofón, a pesar de la insistencia malévola del nordeste, llegaron los primeros trinos de los pájaros, convocándose a preparar los nidos Y los vi, después, cargados de pajilla y pelusas, yendo y viniendo afanados en lo suyo. Y creo que el nordeste hasta ha aflojado el brío para darles un mínimo de facilidades, por lo menos este primer día o por lo menos el primero que me he dado cuenta de que ya están ahí, despreciándome, como cada año, las casetillas de madera que me vendió la florista con seguridades de que se pelearían por ocuparlas. Ni las miran, eso que pongo alpiste y briznas de paja en la puerta. Se comen el alpiste, los muy astutos, cuando no los veo, llenan el patio de cáscaras y se entremeten en las artadas de la ladera, por donde las madreselvas pondrán, a mediados de verano, su colofón desvaído de muchachitas lánguidas, delgaduchas y un poco lívidas.

lunes, 23 de marzo de 2009

Hay una especie de hombres a que mata su certeza de hallarse en posesión de unas verdades absolutas, que sin cesar proclaman he observado que con voz alta, metálica, de robot, sin concesiones al silencio, tiempo para pensar lo que dicen ni la misericordiosa consideración de alguna pausa, que permitiría al abrumado interlocutor asentir o disentir del monótono soliloquio.

Suelen romper el silencio de los demás, invadir sus pacíficos diálogos y coloquios, hollar sin la más mínima consideración sus dudas. Ellos, como una torrentera desbordada, lo cubren, arrancan y se llevan todo y dejan, por dondequiera que estuvieron, el desolado asombro intelectual, primero, y, en seguida, la sonrisa sardónica de sus víctimas.

Otra clase de estos sabios, es, en cambio, silenciosa. Conoce la verdad, se baña y se deleita en ella en soledad. No intenta compartirla, Sólo se asoma al corro o la tertulia con inconmensurable desprecio y la puntea con sus sarcasmos de suficiencia. Consuelan el fracaso de una misoginia solitaria con la satisfacción de que nadie puede disfrutar del baño de conocimientos y el gel de sentimientos en que se sumergen como quien lo hace en la mentira de un falso recuerdo.
Dondequiera que estemos será nada menos
que el fin del mundo. El mundo empieza y acaba aquí.
No hay más,
además.
que esa gente apresurada, que pasa,
aterrorizada
porque nunca llega
a ninguna parte.
Dondequiera que estemos no habrá más
para tocarnos, sentirnos, sujetarnos
que nuestras palabras. Por eso
te las clavo, una por una, te digo, y las anudo
alrededor de tu cintura,
me agarro
con ellas, como si te abrazase, a tu cuello
frágil.
Luego,
una palabra, un beso,
una palabra, un beso,
te recorro,
hasta que te conviertes
en luz de luna,
espuma,
huella de estrellamarina.

domingo, 22 de marzo de 2009

-¿Qué le pongo?
-Algo, con mucho alcohol, que me adormezca
la sensación de estar aquí, me lleve
al lugar de los sueños
a más allá
de la mar donde se ahogan los recuerdos
y el alma, en carne viva,
se atreve
a soñar.

Ella me dio un vaso de agua clara
y me miró con pena.
Le sonreí, me sonrió.
Hay un sueño –le dije-,
un jardín y un paisaje,
tal vez,
para nosotros
dos.

sábado, 21 de marzo de 2009

Dicen que cada año humano equivale a siete para un pobre perro, que bastante tiene él con ir siempre amarrado, apenas olisqueando las deliciosas huellas de sus semejantes y lo que es peor, tiene que estar pendiente, para desahogar necesidades fisiológicas. muchas veces perentorias, de que nuestro humor coincida con sus ganas. Por otro lado está que, después de cada disgusto por la muerte de cada perro que hayamos tenido, se puede tener otro, que siempre aconsejo que sea de otra raza, por el aquel de las añoranzas.

Ahí delante, en la estantería, tengo sus fotografías y epitafios, que acreditan, creo, las diferencias de caprichos y carácter. Este de ahora se está haciendo viejo. Le cuesta subirse a la butaca y subir escaleras. Las mira, si los amos suben y bajan demasiadas veces, con pereza. Tuerce el cabezón y claramente expresa que podríamos estarnos quietos en un sitio y dar menos lata a un honrado perro guardián, cuya ilusión mayor es andarse siempre en compañía, consciente, al dormir, de que los demás miembros de la manada, es decir, los humanos, andamos cerca. ¿Sabíais que los perros sueñan? Ladra bajito, se mueve, gruñe. Y ronca como un humano cualquiera.

Ayer u hoy, ha llegado o llega la primavera. Flota en el aire el polen como un plancton con vocación de niebla. La primavera es tal vez la estación más cercana a la gente. Está loca, escalofriada, duda de todo: si ser o no ser, si hacer frío o calor, si parecerse al invierno recién pasado o al verano que viene.

viernes, 20 de marzo de 2009

Supongo que habrá días para todo, pero ahora mismo, por ejemplo, me abrumaría escuchar una sinfonía y en cambio comprendo esta música más doméstica que hace un quinteto, cuerda y piano, mientras afuera se mueve inquieto el frío inaugural de la primavera, pasado ya ese breve tránsito conmovedor del crepúsculo, con el primer velo de la noche recién estrenado. Tienen un leve roce, la noche que llega y el crepúsculo, tan efímero, apenas el tiempo de un suspiro de las cosas y los paisajes antes de dormirse en la duda de si habrá mañana, con el consuelo de un beso no por fugaz menos enamorado, que deja encendido en el cielo el lucero de todos los anocheceres, tal vez como recuerdo o como un vaticinio esperanzador del alba.

Lo mejor para esta hora, podría ser una policíaca con lord Peter Wimsey desdeñoso y vestido para cenar con los sospechosos. La alternativa sería una autobiografía, que siempre consuela, con las conmovedoras argucias a que acude el protagonista para tratar de justificar las humanas debilidades que, triunfador o no, también están ahí, atormentándolo a la hora de recontar vida. O un libro de historia. Es curioso como se reescribe una y otra vez la historia y cada una te la cuentan de modo a veces radicalmente distinto. Este –pienso- no es el personaje que atormentó los exámenes de historia de mi bachillerato, sino un triste remedo de su fingida gloria o de un supuesto fracaso que ahora advierto que no fue tal. O me engaña este nuevo autor, por sabe Dios qué simpatías, investigaciones o errores que sufre y contagia.

Mis preferidos para esta hora son los caprichosos crucigramas de La Vanguardia, verdaderos acertijos sin demasiada dificultad, que permiten suponerse más ingenioso de lo que uno es, cosa que siempre resulta halagadora mientras insiste Brahams en conjugar su música por los rincones, el piano sosteniendo la nube para que jueguen el violín y la viola, se aparta el piano un momento y los violines se han convertido en pájaros.
No podemos comprender lo ocurrido entonces, cada vez que conmemoramos algo de hace más de cincuenta y ya no digo si hace más de cien años. Era otra gente, casi otra especie. Tenían multitud de razones y motivos que se nos escapan y somos incapaces de entender ahora. Nos parece, cuando leemos sus biografías, los ensayos y cartas que escribieron, poemas y novelas de su tiempo, que podríamos llegar a sentir como ellos, pero no es cierto. Y lo peor del caso es que nos ocurre como cuando estudiamos un idioma del mismo tronco y parecido al nuestro, que parece que ya estamos en condiciones de que nos entiendan, pero los significados reales de las palabras, sus giros, nos engañan y castellanizamos una jerga al final que nadie entiende y desde luego no nos comunica con los habitantes de aquella tierra. Nos parecemos a la gente de hace mucho, pero no demasiado, Un parecido que nos engaña e impide saber más de ellos y de por qué se agredían y mataban con aquel entusiasmo de propósito exterminador. Digo esto al leer que se propone la celebración del bicentenario de Larra. No podremos comprender ni sus artículos ni el suicidio, esa curiosa, tentadora puerta de escape que nadie sabe si en definitiva lleva a donde quiere llegar el suicida o es otra trampa de las muchas que ser o no ser proponen a la especie humana, que, además de tener eso tan privilegiadamente hermoso que es la vida, puede razonar, imaginar, recordar, percibir tonalidades y matices. Si bien se mira, es prodigioso que no nos volvamos más locos de lo que solemos. Al considerar las consecuencias de nuestra complejidad.
Todo el mundo habla de crisis, de modo que me enfrasco en dos, tres libros: una aventura atribuida a un viejo Sherlock Holmes de 93 años y con ausencias, cuentos de la vieja Europa, narrados por un exiliado que me ayuda a imaginar cómo podrán ser algunos de los poetas del siglo XXII, con su cansado escepticismo y la apoyatura en el horror tiránico para, con sorprendente sentido del humor, provocar incluso un esbozo de sonrisa y la narración de un viaje medieval imposible. Capítulo de aquí, cuento de allá y algunas páginas del viaje me ayudan a olvidarme, hasta la hora de comer, de las crisis. A la hora de comer, el hostelero cuenta y no acaba de que primero le fallaron las cenas y ahora empiezan a faltarle cierto número de comidas. Echo una ojeada y compruebo que el local está casi lleno. Entre crímenes y crisis, el periódico pone los pelos de punta, y para rematar hay en cada página noticia de alguien que podría haber participado más o menos oscura y sospechosamente de la borrachera urbanística en que anduvo parece que más gente de la que parecía –y parecía mucha- durante los últimos años anteriores a la catastrófica constatación de que, como muchos sospechábamos, se estaba comerciando con mucho menos dinero del que la velocidad de las operaciones fingía. Cuesta trabajo, ahora, poner en marcha la maquinaria financiera, dar seguridades a los vendedores de que cobrarán y a los compradores de que les llegará la camisa al cuerpo. Durante cierto tiempo, habrá que comprar, vender y pagar al contado rabioso, con billetes y monedas que cada receptor comprobará minuciosamente. Hay dos clases de víctimas, en esta batalla, que es previsible que sufran más y durante más tiempo: los que se queden, ya mayores, sin trabajo y los que ya no tengan capacidad de trabajar, ni nada que vender. Por hoy, vuelvo, mohíno, a mis libros. Cansado, además, de ir y venir, carretera adelante, con obras a ritmo frenético, que supongo que alguien quiere inaugurar antes de que llegue la avalancha circulatoria del verano. La primavera está a flor de piel.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Si me permitís, voy a estar conforme con lo dicho por Benedicto XVI de que el preservativo no es el remedio contra el sida, por lo menos, ni es el remedio definitivo ni el total ni el único. El único definitivo principal –que tampoco creo que definitivo, en vista de las formas de contagio imaginables y de sus eventuales mutaciones- sería la abstención de promiscuidad. El preservativo es un remedio de segundo orden, que, utilizado con el fin de protegerse de un contagio o de contraer una enfermedad, no creo que esté condenado en las palabras del Papa, que lo que preferiría sería lo otro, pero lo otro, es decir, la abstención pura y dura, la debida, es ardua, difícil, hay incluso quien la considera inimaginable o imposible. Para ése resulta aconsejable el preservativo, si no por él, en cuanto usándolo, defiende a los demás, contribuye a cerrar las barreras contra ese flagelo inexorable. Como lo es en cualquier caso para quienes no son católicos, para quienes no están civilizados o para quienes no son libres. En mi concepto sólo son libres los que están en posesión de una parte suficiente para su dignidad del acervo de bienes morales y del de bienes materiales del grupo social en que se hallen integrados que les permita no depender de otro o de otros para decidir en cada encrucijada. Por eso lo verdaderamente importante es tratar de extender la libertad.
No iré esta tarde tampoco a Inglaterra,
no subiré, río arriba, fingiendo ver París, hasta Notre Dame
ni podré, ay, volver a Venecia
es probable que nunca,
pero es posible que, cerrando los ojos con fuerza
podamos reunirnos en un Madrid soleado
de mediados del siglo del horror,
cuando no habían nacido los Beatles,
ni
probablemente tú.

Claro
que también es posible que tú no vayas a nacer nunca
y yo sea
nada más
tu peregrino,
el único
que sabe cómo habrías sido,
en aquellas tardes soleadas de aquella primavera
de efímera paz
cuando las niñas cantaban jugando al corro,
manoseaba yo los libros de la vieja librería
llena de telarañas
y al saber que no iba a conocerte,
sin saber cómo, ni por qué,
como solía ocurrirme, al filo todavía
de aquella terrible adolescencia
sin semitonos
ni filosofía en que apoyar la imaginación ,
me eché a llorar.
Dicen que tienen derecho a abortar, pero, en mi opinión, no es cierto. Hay un derecho humano, universalmente proclamado desde el laicismo, a la vida y en cuanto hay vida, sea o no persona eso que late en el vientre de esa mujer, suprimirla, vetarla, extinguirla, va en contra del derecho a la vida. Cuanto se concibe, en cuanto energía vital prendida en un proyecto de carne y hueso, tiene derecho a seguir viviendo. Y esa mujer, si quiere, puede, una vez nacido, renunciar al ser, la ya persona separada del claustro materno y transcurrido el tiempo que la ley diga, para que la sociedad se ocupe de su supervivencia, pero lo que no tiene es derecho a cerrar el paso a una vida que ya está ahí, con el abuso de confianza tremendo que supone matar a quien depende de ella y en ella confía por imperio de la naturaleza, ya que no queréis hablar del buen padre Dios, que a pesar de todo estoy convencido de que os llevará también con El, en su día y hora.

Dando por supuesto que cualquier mujer pudiera disponer libremente de su cuerpo, lo que no puede es disponer del otro, que ya está dentro de ella, amparado en la que se supone debería ser una maternal solicitud, mutada al odio necesariamente implícito en la decisión de matar e inexorablemente desembocado en la mar del arrepentimiento que ha de seguir a lo que se realiza contra natura. Como es el caso. Que podrán lavar con agua y jabón la sangre de las manos, pero la sangre derramada sobre lo más tierno, frágil y vulnerable de su alma, esa no podrán, y por ello tienen que confesar que es muy duro su trauma espiritual, por helada que haya tratado de ser la decisión –aterrorizada por la imagen del hijo frustrado en que debería haberse realizado su vocación esencial de puerta de la vida-, de liberarse entrando de un modo tan paradójico, en la esclavitud del recuerdo de lo que pudo haber sido. Y se queda, por ello, en la vacuidad de su espacio, reñido con la naturaleza misma de las cosas.
Le llaman a esto “entretiempo”, que, sales con indumentaria de lana gruesa, residuo de la invernada reciente y te agobias, pero te despojas del sayo antes del cuarenta de mayo, como desaconseja el refrán y te escalofrías en cuanto te besa ese vientecillo que viene del nordeste yt limpia vigorosamente la tersura azul reciente del cielo. Está el río lleno de gaviotas y juega una nutria mayor con dos pequeñas ya al filo de que nazca la flor del agua de hoy, dieciocho de marzo, víspera de una de san José que ya casi no es fiesta más que en el reino de Valencia, donde hablan de suprimir las fallas porque loe europeos –Spain is different- opinan que no se debe reventar tanta pólvora ni quemar tanto corcho, plástico y barnices como es costumbre ancestral mediterránea. Europa quiere mediocratizar el violento suelo de la tierra del Véspero y nos intenta reducir al mínimo común múltiplo del encefalograma plano. “¡Que inventen ellos!” –nos tienta de resucitar consignas del noventa y ocho-, cuando se hundieron los últimos barcos de los residuos del imperio y llegamos a pensar en hacer un gran reloj de arena, para medir la agonía, con la de alguno de los sequedales de la meseta. Van Gogh pintaba girasoles porque se le antojaban –creo que con singular acierto- símbolos de la amistad, sus logotipos. Ahora me dicen que los plantan para cobrar la subvención que viene de Europa. Curiosa, esta Europa, diferente de la tierra mía, de aquí, de la esquina donde se cruzaron y a duras penas sobrevivieron mutadas en superstición, ignorancia, agudeza, repentización, improvisación, chapuza e ingenio, picardía, multitud de convicciones que vinieron de las treinta y dos puntas de la rosa de los vientos y aquí hay quien dice que se confrontaron, quien que convivieron y los que opinan que todavía están dando en último hervor de su conmixtión.

martes, 17 de marzo de 2009

Cuando llegas,
muchos años después de todo,
a eso que muchos se resisten
a llamar vejez,
descubres que las cosas, las personas,
las ciudades,
todo está mucho más lejos
de lo que solía.

Me sorprendo, cuando voy en tu busca,
contándome los pasos,
quieto,
para recobrar el aliento respirando hondo.

Y sin embargo,
en seguida, al pasar, imagino
que he echado a correr
tras la pelota de esos otros niños,
que,
como yo,
juegan esta mañana, en el parque.

Es el mismo paisaje,
tan conocido,
que soy capaz, si cierro
los ojos,
de seguir viéndolo mientras corremos,
los de siempre,
aquellos
que fuimos niños,
supimos de las guerras interminables
y las paces efímeras,
aquellos que lo somos aún,
pero he de cerrar los ojos,
estarme quieto, concentrarme
en esto tan complicado de estar vivo aún.
Me encuentro la calle cubierta de cristales rotos, pregunto y me dicen que las palomas. ¿Las palomas? –horrorizado por el recuerdo de la película-. Parece ser que han okupado, según el ejemplo humano, una casa vacía, y, perseguidas por algún enemigo infiltrado –tal vez el azor, puede que un simple gato o hasta es posible que una banda de gatos venida de sabe Dios qué remoto país donde los gatos se organicen en bandas y banderías como esas que han tomado para sí las noches otrora pacíficas de las ciudades- se precipitaron enloquecidas esta noche pasada contra los cristales de ventanas y balcones de su palacio y mira las aceras, ahora mismo, alrededor, nevadas de pedazos de cristal de variado tamaño. La policía ha puesto una cinta que marca la frontera de seguridad. Del otro lado, los pájaros, que ahora mismo han formado su bandada y giran sobre el parque, ensayando pasos de baile.

Me pregunto si ahora mismo, las palomas habrán contratado algún experto en mañas contrajurídicas para tratar de inscribir en el registro de la propiedad la de esta casa que conviene a sus intereses. Una casa que, si pasas atento como yo esta mañana, ya de vuelta a la mía, escuchas el dulce arrullo de pichones perseguidores y palomas tal vez núbiles, ansiosas y consentidoras, que tal vez nazcan camadas enteras de nuevas palomas enloquecidas, capaces de enfrentarse al azor y al humano que trate de acercarse. Me las figura revoloteando por todas las viejas estancias, subiendo y bajando por las escaleras rotas, jugando juegos voladores y de volatineros, entrenándose para atacar en formación, erizadas de picos.

Creo que con los pájaros, antes seminaristas de ángeles o puede que ángeles castigados por la perdición de su custodiado humano, ahora feroces bestezuelas conquistadoras de palacios y de castillos roqueros, puede que ángeles degradados, caídos, airados, no vale la pena que nos preocupe tanto la crisis económica esa de que hablan los periódicos nuestros de cada día. Sin dinero, está probado que cabe sobrevivir, pero ¿se puede sobrevivir a una guerra abierta contra los pájaros?

domingo, 15 de marzo de 2009

No quiero que me quieras,
si me quisieras,
esto de yo quererte apenas valdría
la pena.

Prefiero que desprecies
lo que te quiero,
para saber que es todo
amor,
esto que por ti siento,
y me duele en el alma
cuando te veo.

Y si algún día llegas
a tenerme presente en alguno
de tus recuerdos,
si te enteras de que existo,
que sin mirarte
paso a tu lado en silencio,
tú te das cuenta, me miras,
y, sin querer, me recuerdas,
no me lo digas,
que podría matarme el sentimiento
de saber que había ido
contigo
en el íntimo cobijo,
de un pensamiento.

Porque querer,
amor
mío,
no es que me quieras,
sino quererte.
Van, te nombran ministro de cualquier autonomía y te sientes un ejemplar importante del género humano, cuando lo que te han puesto en la mano es el cubo y la fregona, o el balde, las patatas y el cuchillo para que mondes. No entiendes eso que dicen de que autoridades y funcionarios son servidores públicos, pagados con cargo al común, y lo primero, por eso de que no lo entiendes, comprarte un coche, si puede ser blindado, que la gente importante no puede ponerse en peligro así como así. El coche ha venido a ser un objeto primordial de deseo. En una empresa, el recién contratado, lo primero que pregunta es si se puede pedir anticipo para coche. El coche se ha convertido en nuestro señor, el amo, quien nos crispa y desespera en la búsqueda de aparcamiento o porque ha venido otro, desaprensivo, que le marca un bollo o una rayadura en el caparazón de coleóptero. Y en cuanto llegas a viejo y no puedes ir por la apartada senda a donde no llegan, pueden, si no te preparas, te mentalizas, te aíslas, agobiarte esas latas de sardinas brillantes, con ruedas, que integran la prodigiosa, innúmera legión de los coches Es urgente inventar, ahora que es tiempo de inventos para tratar de salir de la crisis, la ciudad sin coches, el ámbito donde no sólo estén prohibidos, que tal parece que no saben leer, ni ellos ni sus conductores, e invaden cuantos lugares se les marcan como prohibidos, sino que multitud de obstáculos, escalones infranqueables y bolardos de acero y cemento armado, les cierren el paso. Ciudades, o por lo menos aldeas, de sosegado tránsito peatonal, donde se puedan escuchar los sonidos y las voces, respirar sin ese olor y mirar lejanías.

viernes, 13 de marzo de 2009

Me reencuentro, calle abajo, a un amigo marinero, que va con su pequeño bidón a buscar gasóleo al surtidor. Le digo que será poco, como cinco litros debe tener el bidón de plástico rojo que lleva. Y me dice que sí, pero que es una mínima ayuda por si se queda sin él, allá afuera. Le pregunto si sale él solo, a la mar. Me dice que sí. Habrá, le añado, mucha soledad. Bueno, me contesta, muchas veces hay otros cerca, también solos, y en último término hablo con las gaviotas.

¿De qué hablará, Juan, con las gaviotas? Las muy astutas se quedarán allá arriba, presumiendo de envergadura, albor y calma. De vez en cuando, le gañirán un saludo, o la advertencia: eh, tú, ganapán, marinero de agua dulce, ¿es que no viste ahí al lado el cardumen? A las ladinas arpías, carroñeras, les gusta que pesquemos, pero no porque eso les produzca especial agrado, ni por solidaridad con el gremio de pescadores, sino porque si alguien pesca, y más cuanto más pesque, algo se caerá por la borda y allá bajarán ellas, como saetas de pluma, peleándose entre carcajadas de placer anticipado, que suenan a gruñidos y gañidos. Luego, en el agua y en el aire, se acosarán discutiendo la presa, excitadas, feroces.

Mientras no haya presas posibles, serán capaces de estarse sobrevolando la embarcación sin más que reírse, sardónicas, del fracaso del pescador, que ansioso de compañía, les seguirá contando sus cuitas y sus desazones, y ellas, fingiendo contestarle, le harán señas a la compañera gaviota de que bueno, a última hora, si se descuida, mi amigo Juan podría caerse de la barca o chocar con cualquier peña y hundirse, y un náufrago es un náufrago, que lo más sabroso son las partes blandas, írselo comiendo como si no fuese un amigo, como si no hubiera estado charlando con ellas, las aviesas basureras del litoral, su adorno, su horror solapado y maligno, pleno de belleza, ágil como un pensamiento errátil.
Cuando haya muerto, entiérrame
¿qué más te da?, entiérrame con música
de Nueva Orleáns.
Manda que me lleven despacito, al hombro
camino
del altar
con la música loca, ¡tan alegre!
que tocan las bandas,
dislocada,
de Nueva Orleans.
Vaya donde vaya,
si como yo creo
hay
un más allá,
del otro lado del espejo,
¿por qué vais a llorar
cuando yo ya no pueda?
Manda,
amor mío, mi vida,
que pongan la música
de Nueva Orleáns.
Te dejaré en un rincón,
ordenados,
numerados,
los discos que yo pondría,
pero,
ya ves,
te dejo que tu escojas, con tal de que sea,
alegre,
disparatada, y venga
acompañando mi tristeza de haberos abandonado,
pintando
sobre mis huellas
la cadencia saltarina del jazz,
la tristeza
encubierta, mágica del blues
¡y dejad ya de llorar!
En plenos idus de marzo, con la primavera apuntando, bajo la piel y la mirada atenta para ir viendo lo que sale de debajo de la corrupta epidermis de la parcela democrática de los mordidos y mordientes, los primados y los propinados, toda, al parecer, una extensa e intensa multitud de afectados por la manía de imprimir los billetes en papel engomado, de modo que se te pegan incluso al dorso de la mano y a ver qué haces, con la tentación, también es este caso, en el piso de arriba, como en aquella película.

Están todos los brotes del minijardín de mi patio de vecindad henchidos, salvo las margaritas, abiertas, y la mimosa de la ladera, pocha ya de días de ejercer de heraldo de tiempos mejores. La primavera, sin embargo, tengamos, me atrevo a aconsejar, mucho cuidado, porque es tiempo adolescente, es el equivalente quinceañero del transcurso de cada año, y puede ponerse bravo, excitarse, entrar en erupción el acné, sin contar con el polen, que leo en alguna parte que los entendidos dicen que esta año va a haber más. Los entendidos son siempre más pesimistas que optimistas. Auguran males mayores, puesto que hasta aquí hemos sobrevivido incluso a una parte mayor o menor, según la edad de cada cual, del espantoso y cruel sigo XX, que ya se que no es suya la culpa, sino la de quienes allí estábamos, en aquel tiempo y aquel espacio de terrores y guerras, amenazas, persecuciones y migraciones masivas en busca de la supervivencia.

Una esperanzada multitud, cada vez mayor, mira a los bancos y a las universidades. Tiene la intuición colectiva de que unos y otras contienen remedios para lo que nos está pasando, y hasta cierto punto saben que esos remedios tienen, algunos, medida limitada y, muchos, fecha de caducidad. La multitud pide consignas: “¿qué tenemos que hacer para colaborar con el esfuerzo para salir de la crisis?”

Es una de las características de la primavera: ser tiempo de adolescencia, y por ello, de juventud, de ánimo, de ilusionado entusiasmo de vivir, que la hace tiempo de romanticismos, postromanticismos y olor a tiempo de morir heroicamente por un ideal.

Las respuestas que recibe son en gran parte esas relaciones estadísticas, embadurnadas de tristeza, donde se añaden novedades respecto del fracaso social de no haber aprovechado el tiempo para organizarnos adecuadamente cuando era tan fácil de ver que nos habíamos enfrascado en la manía urbanisticoedificatoria, de la mano de aquellos flautistas que daban una pasada tentando al consistorio y otra segunda cubriendo el paisaje de insuficientes madrigueras con tapín ajardinado, hura de coche y mínimas celdas agobiantes, comunicadas en algún caso mediante abruptas escaladas excluyentes de niños y ancianos.

Que esa es otra. Estamos sobrando los niños y los ancianos. En la flor de la edad, se afanan, ellos y ellas –como se dice ahora-, rivalizando en la aportación para tapar agujeros hipotecarios, cubrir los gastos de casa y coches –cada familia tres-, que supone un trabajo a cuatro manos que no deja tiempo más que para llevar los ancianos a la residencia y los niños a la guardería, los primeros en cuanto se mean por sí y los segundos en cuanto se dejan de hacerlo.

Dulce primavera, afortunadamente, como la vida, efímeras ambas, para no dar tiempo al desencanto a quienes teníamos la esperanzada vocación del amor implantada por el mero hecho de haber sido concebidos. -

lunes, 9 de marzo de 2009

Hay por ahí una guerra de buenos y malos, otra vez, ahora corruptos e incorruptos, midiendo con varas inexorables los más a los menos corrompidos y éstos mirando con envidia a los honestos, cada vez menos, dicen algunos, si bien es de esperar que el miedo haga huecos en sus filas, porque es de temer esto de que estén, mira y remira que mirando, como el niño del romance de la luna, lunera, que él la está mirando y la insta para que corra, huya, la luna pura, la blanda luna, que pinta lunares a las niñas buenas que encuentra dormidas con el traje de faralaes, cansadas de tanto bailar mientras repican solas las campanas de esta ciudad y de la otra, todas a una, mientras pasa la luna. A la hora de la luna, lo corruptos y los corrompidos están más pálidos, cerúleos, porque los corrompidos y los corruptos, por lo menos los más, según las películas de la serie negra son más aficionados a las mujeres, el juego, la bebida y la nocturnidad propicia a las mayores y más variadas alevosías del maltrato familiar, la guerra de los sexos, las violencia de los contra las y viceversa, que de todo hay en la viña y la corrupción también está hecha de fibra de violencia. Da miedo, este mundo de atroces desmanes y todos a lapidar al culpable, que es cualquiera, en cuanto haga ademán de salirse, subirse, distinguirse, y lo mejor hacha al pie, que era el grito de guerra de un campeón, o que así se intitulaba, defensor de la madera noble contra las especies traídas de las américas por algún indiano que otro, cautivado por el nombre y el olor del jacarandá, plantadores de kakis o de tuliperos de virginia, escaqueados entre los arces y los demás plátanos de paseo, cuyas grandes hojas, como manos diciendo adiós, en el otoño planeaban en el parque del tío abuelo cansado, de la leontina de oro, de cuando no había corruptos y las películas de buenos y malos eran inequívocas en sus clasificaciones y diferenciación y estaba claro que los malos no tenía porvenir y los buenos, que además eran guapos, se casaban siempre con la moza núbil más bella del lugar, que además era, como premio, la más rica.
Llega momento en que morir
ya no es lo peor que podría ocurrirnos,
un tiempo de recordar e ir borrando,
al manosearlos,
los recuerdos,
para volver a ser los niños que un día fuimos,
dejados de soñar
una sabiduría inalcanzable.
De volver
a buscar la luz
con los ojos cerrados
de aquella esperanza ilusionada.

domingo, 8 de marzo de 2009

Desgasta el viento de vivir
la montaña que somos, o el collado,
nos va haciendo,
a nuestro paso,
de acuerdo, además, con el plan
del buen
padre
Dios,
que, como Miguel Angel hizo,
con sus manos de barro, luz y genio,
nos va sacando
de la envoltura pétrea de la inercia
en que nos equilibra
la versatilidad de nuestra especie.
La vida es el taller del alfarero,
tristeza y alegría,
sombra y luz,
son las mitades de la rueda
del alfar.
Nosotros el cacharro
trabajado
con este esmero tantas veces fracasado
por nuestro desempeño.
Mueren, alrededor, los habituales de una vida que se acaba, y se queda el ánimo en suspenso, apenas convencido de que la muerte es algo que nos atañe cada vez más de cerca. Y sin embargo es consolador suponer que del otro lado, si es posible, estarán los que conociste y más aún los que querías. Pero se me ocurre incluso dudar si los habremos querido bastante o si hay siempre una mácula de egoísmo en el afecto, el cariño y el amor que vamos dispersando, como un hálito, alrededor, durante el perentorio viaje, siempre con prisas, en que consiste el vivir, que así desperdiciamos.

Porque será, digo yo, lo que somos capaces de aprender y sentir en este ir y venir laberíntico, lo que sin mérito se nos atribuirá en ese lugar sin lugar donde nada es nada y sin embargo deberá ser todo, aclarando el misterioso sino de habernos extraído de la nada para que seamos, entonces ya hayamos sido, cuando no éramos ni siquiera suposición.

Nuestro uso de razón intuye que lo que ha dejado de no ser, ha de ser para siempre, y suponemos que hay un aprendizaje a ser, en que consiste la vida mortal, que nos proyecta como seremos en lo inimaginable.

Viajamos en una burbuja en que hierven cada concepto y su antítesis, por ejemplo el miedo y la esperanza, inseparables como la sombra y la luz, cuya contradicción perfecciona el concepto contrario y permite entenderlo, pero ¿cómo se han de conjugar? ¿cómo lograr que sea el amor, con todas sus consecuencias, el que lo absorba todo, cuando es el miedo lo único que miserablemente nos defiende de nuestra parte oscura? ¿cómo embarcar en el amor nuestra, mi insuficiencia?

viernes, 6 de marzo de 2009

Leo, con avidez, el prólogo de Hans Küng al segundo tomo de sus memorias, al fin y al cabo es un hombre de mi generación, lo mismo que Benedicto XVI, con quien casi minuciosamente va comparando la trayectoria vital y de interpretaciones teológicas derivadas de puntos de vista, perspectivas diferentes. Me produce la lectura más de una ocasión de perplejidad –he de confesar que la acabo con un regusto de pérdida de una esquina de la admiración con que leo casi siempre a este autor- y me quedo, con el libro ahora cerrado, antes de entrar en su materia, en las manos, por lo menos pensativo. Hay dos mundos. El de aquellos privilegiados que vagan por los pasillos del laberinto que puede conducir hacia reflejos de la sabiduría y el de lo que quedamos aquí fuera, en la antojana, contentándonos con ocasionales reflejos que caen de los ventanales, con los que alimentamos, desde esta condición de caminantes exteriores, la curiosidad de nuestra condición humana, necesariamente humilde.

Leo, al mismo tiempo, esta curiosa, interesante, estupendamente escrita novela policíaca de Ramiro Pinilla, cuyos clásicos, como ya me ocurrió con Humberto Eco hace poco en relación con los tebeos de nuestra época de niñez –es otro personaje de mi generación-, también coincidían, en este caso con los policíacos, autores y detectives, que relaciona y dice imitar, pero no, Su novela está, se ve, escrita del lado de acá de nuestras fronteras eso sí, con en un castellano fluido, expresivo, fácil de leer. Los personajes resultan atractivos, la trama es interesante.

Afuera ha vuelto la lluvia, apunta el frío. Letreros de aviso, en las carreteras, de que hay dificultades para subir a la meseta y hay puertos con cadenas, otras con tráfico pesado interrumpido. Caen los chaparrones como latigazos contra el parabrisas del coche en que voy y vengo a la capital de la provincia y de la autonomía –disparatado invento, sigo opinando, éste de la generalización de autonomías, en un estado que se había acostumbrado a tener una legislación general única y estaba solo pendiente de una cierta descentralización administrativa y ahora ha regresado poco menos que a tiempos de los reinos de taifas, propios de una cultura familiar y tribal, en mi opinión anterior en la evolución social-. Las bolsas y los intereses siguen bajando. Los comerciantes, sobre todo mayoristas, alcanzados por la escasez, se desesperan y tratan de ingeniar para salvarse, sin cuenta, muchos, de que en una situación como la que nos aflige, el esfuerzo ha de ser ordenado y común y todos hemos de perder algo para sacar adelante al conjunto

miércoles, 4 de marzo de 2009

Qué pena me da pensar
que cuando apenas
me quede tiempo
para decirte
cómo te quise,
cómo te querré y te quiero,
diré cualquier otra cosa
y habré sido
como la mar, cuyas olas van y vienen,
diciéndole, constantes, ternuras a la arena,
absorta,
distraída,
por el ruido de las caracolas
y los suspiros,
irisados,
de nácar,
con que las conchas mueren,
a la salida del sol,
a la hora
del supremo dolor
del nacimiento
de la luz del alba.
Casos y cosas que en mi modesta opinión podrían contribuir a salir antes de la crisis: -

1.- Dar respuesta definitiva a cómo va a ser España durante el próximo siglo. –

2.- Que quienes gobiernan y representan a las entidades empresariales, incluso financieras, comprendan que tienen que agruparse y luego constituir grupos empresariales de producción diversificada, que integren también entidades financieras. –

3.- Aconsejar que las familias procuren mantener un gasto y consumo adecuados a sus necesidades y posibilidades. –

4.- Reformar el estado de las autonomías, volviendo al sistema de diputaciones provinciales con descentralización de funciones a través de una fluida relación con gobiernos civiles. -

5.- Absorber el excedente urbanístico, a través de ayudas sociales, previo reajuste de precios al valor real de los inmuebles. –

6.- Disminución de impuestos y de cargas sociales a las empresas que absorban parados. –

7.- Hacer fluida la contratación laboral mediante facilitación del despido de una carga laboral que perjudica tanto a la empresa como al trabajador honesto y entregado. –

8.- Crear organismos revisores de la función de las comisiones de riesgos de las entidades financieras, pero cuya revisión, cuando aconseje conceder un crédito denegado, venga avalada por la concesión automática de un aval total o parcial de la operación.

9.- Mantener el empleo público y procurar realizar obras públicas hasta que se adviertan síntomas de consolidación de la tendencia recuperatoria de los flujos económicos. –

10.- Financiar regreso de inmigrantes a sus respectivos países de procedencia o de origen, con mayor urgencia y obligatorio cuando no dispongan de puesto de trabajo.

11.- Exigir de los gobiernos de las provincias o de las autonomías planes a corto, medio y largo plazo, que concreten una estructuración económica sobre bases existentes o previsibles y que como tales se apoyarán y fomentarán desde la administración.

12.- A partir de una determinada cuantía. Incremento impositivo de los salarios y las retribuciones de altos cargos, con expresa prohibición y fuerte sanción del pago por las empresas u organismos de impuestos que sean de cargo legal de empleados o de cargos de gobierno, representación o confianza. -
Cunde el desconcierto entre los políticos cuando como acaba de ocurrir, la plebe urbana, es decir, el pueblo soberano, les dice que esto de la política consiste en una especie de orfebrería con aspectos de tejer y destejer, como hizo en su día la prudente mujer de Ulises (también se llamaba Penélope, pero era otra), para dar tiempo a su marido, el sentido común político aplicado al nacimiento de un tiempo nuevo, a regresar y dar buena cuenta de sus pretendientes, los enemigos del viajero sabio.

Los políticos, creo y confío en que humanos al fin y al cabo, padecen, sobre casi todas, una vez satisfecha la ambición de llegar, la tentación del absolutismo como solución única. ¿Qué es mandar –les sugiere esta tentación- si no puedes hacer lo que te salga de las narices?

Cuesta, por lo que parece, entender que no se elige para mandar, sino para coordinar las voluntades dispersas de la multitud de soberanos que somos. Constantemente debe estar el equipo responsable –y mucho más el que a su vez lo coordine como jefe, caudillo o presidente- de lo que el pueblo soberano prefiere, para idear fórmulas y modos de lograrlo.

Es difícil abandonar el complejo de Peter Pan, dejar de ser niño ocioso, en el patio del cole, asociándose en la bandería suficiente para hacer mangas y capirotes sin cuenta ni razón de minoría alguna, ni, por supuesto, de ninguna individualidad.

En la minoría, a veces, está la mayor cantidad de luz, y en la individualidad suele estar escondido, como en la lámpara de Aladino, el genio. Por eso conviene estar tan atento y escuchar todos los ruidos que apenas es posible percibir cuando el griterío más banal se convierte en atronadora algarabía.

martes, 3 de marzo de 2009

Hagamos un disfraz
a la noche
para que parezca día. Hagamos
una desgarradura
para que llegue antes el primer rayo de sol
y nos libere
de esta miedo nocturno
de ser nosotros mismos
durante tanto tiempo como dura
lo más oscuro. Este
no saber casi nada, ir a tientas
¡tan ciegos como hay que creer lo que nos dice
el corazón!, al fin y al cabo
sólo un provisional,
débil
latido
que la sombra interminable de la duda
convierte en bisbiseo
de la imaginación,
repique mínimo
del deseo
de llegar, pero ¿a dónde?,
si no sabemos nada,
si en el miedo, o tal vez en la noche
está todo disuelto,
menos esta conciencia aterradora
de estar vivo.
-Oye, tú, Pedrito …
-Me llamo Píter, ¿sabes?
Píter Pan.
-Para mí, Pedrito.
-Como quieras; ¿qué?
-Cuéntame tu secreto,
en qué consiste
eso de no crecer, ser siempre niño
feliz.
-No soy feliz. No hay nadie que lo sea.
-Pero eres niño,
no creces,
has formado tu banda, incluso un hada
está
enamorada de ti. Y para entretenerte
están tus enemigos:
los indios,
los piratas,
y hasta supongo que el horrible cocodrilo que persigue
al capitán.
-Estoy vivo,
estar vivo es un problema siempre,
tienes
que derrochar la energía,
aprender
hacer,
aunque sea volando, aunque seas niño,
cada camino,
y tú, a quien yo envidio,
tendrás un remanso de vejez
y la vía de escape de la muerte
y al final
el misterio inimaginable,
sin duda hermoso,
placentero,
lleno de luz,
del otro lado del espejo
donde espera el buen padre Dios.
Nosotros,
los eternos personajes de los más bellos cuentos,
no tenemos la puerta de la muerte
para ir
en su busca.
La vida, esa inexorable escuela en que se domestica el ímpetu de cualquiera de las criaturas que nacen puro grito, frenesí de energía y para cuando considera el grupo que has llegado a integrarte, ya no eres aquel aventurero imaginado a lo largo de una niñez cada vez más corta y por ello menos feliz, lo que resulta es que te han domado, adiestrado, reconvertido en individuo útil. Ahora, en cuanto dominan los grifos de sus excedentes biológicos, en cuanto, por decirlo de una vez, cagan y mean ordenadamente, se traslada a los niños a un redil en que se les adiestra para un paradójico y casi siempre convulso contraste de competitividad y conformismo con lo rutinario, cuyas últimas consecuencias se alcanzan, también es paradoja, como casi todo en la vida, cada vez más tarde, entre los treinta y los cuarenta años.

Alrededor de esa edad, se ha recompuesto el esquema mental, incrustado la plantilla del comportamiento habitual de cada cultura y cabe esperar que hagamos cada día lo que solemos, con arreglo a los modos y maneras del subgrupo en que por otra parte se nos encasilla. Si luego mudas los criterios, te motejarán de incoherente, como si eso fuera criticable en una especie, la humana, que se pasa la vida buscando verdades, adquiriendo conocimientos, profundizando en los que ya tenía, averiguando lo falible del entendimiento y lo provisional de cada supuesta verdad de cada época y cada lugar, consecuencia previsible de lo cual es que cada humano puede cambiar de convicción y llegar a considerarse integrado en ideas contradictorias a las que otro día mantuvo.

Cuentan de algún filósofo que en sucesivas etapas de su vida recompuso su pensamiento filosófico hasta tal punto que para entenderlo es imprescindible poner primero sus trabajos por orden cronológico y considerarlos con el sentido crítico que debe ejercitar el estudioso, huyendo de la fácil convicción de que la letra impresa supone veracidad o tiene mayor credibilidad por estarlo.

lunes, 2 de marzo de 2009

La lluvia ha vuelto, ayer, sin ir más lejos, la tarde se vistió de gris tristeza y encendimos la luz. Esta luz caliente, amarillenta, de dentro de casa, tiene algo de ternura contenida, que impregna lo que se dice e invita a hablar de pasados inciertos, del color de los daguerrotipos de los álbumes que me habría gustado tener de la historia lejana, banal desde luego, de la familia. Porque es conmovedor mirar que sonreía la abuela de nuestra madre o que miraba así de escrutador el padre de nuestro abuelo. O vernos cuando éramos varios hermanos y recordar las manías de cada cual. Hay fotografías de cuando el mundo era mucho más grande, puesto que costaba ímprobos trabajos y esfuerzo ir al otro lado de la mar. Son gentes que no saben ni imaginar lo que puede hacerse con un microteléfono portátil de esos que usan ahora los novios para reñir y los padres para tratar de vigilar a sus hijos. ¿Te das cuenta ahora de que tu madre tenía la cabeza llena de ti cuando tú la tenías llena de sueños?. Viviendo, aunque sea sin estudiar nada, se aprende a comprender a los que fueron lo que vamos siendo al hilo de la paradoja del tiempo. Y esta mañana seguía lloviendo. El perro, casi tan viejo y tan gruñón como su amo, se ha asomado a la puerta, y, rezongando, me avisa de que ahí fuera está la intemperie y que ya saldremos otro día, o tal vea a otra hora. Los periódicos llegan a casa mojados e hirvientes de interpretaciones de las elecciones de ayer, que afectaban a gallegos y vascos, e, indirectamente, al resto. Es curioso cómo cada cual saca punta de interpretación a lo que cada elector resolvió doblando un papel pequeñito y empujándolo en la pecera que se va llenando de teselas de voluntad, todas de la misma forma, pero diferente color, de tal modo que quien resulta mayoritario, luego, las coloca con arreglo a su criterio. Hace muchos años, no recuerdo con qué motivo, cierto político sudamericano nos dio, a un grupo de entonces jóvenes, una especie de conferencia sobre lo que era la democracia: se trata –nos dijo- de prometer al pueblo lo que quiere, para que te vote, y de hacer tú después lo que tú quieras, que para eso te votaron.

domingo, 1 de marzo de 2009

Me quito, como una capa, la sensación de vacío con que apenas he despertado hoy del todo y me pregunto qué música puede hoy abrir las ventanas al aire que pasa y darme o la capacidad de ver o de escuchar con esa atención especial que incorpora a la vida. No se vive, a veces, se desperdicia un tiempo irrecuperable durante que ocurren las cosas que por coincidir con nuestra oportunidad, nos conciernen muy de cerca y nos perdemos, porque nadie vuelve atrás, como si no hubieran pasado.

He encendido un saxofón errático que enrosca su melodía en mi ausencia, y después, sin solución de continuidad, en una de esas locas bandas que interpretan música de Nueva Orleans, que tiene siempre en su fondo algo de día radiante y nos descubre, me descubre el secreto de que por debajo de la niebla y por encima de las nubes siguen respectivamente existiendo las cosas de este mundo y las del universo en que está inserto.

Es domingo, todavía invierno, hay autonomías en elecciones, se inicia la Cuaresma. Tiene su acento, ahora, más en la resurrección y el amor, que en el terror del día de la ira. Creo que es un modo mejor de mirar, una mejor manera de entender.

Casi nada es y nunca es definitivamente lo que parece o lo que dicen. La vida se caracteriza por un modo banal de vivir, rutinario, pero lleno de vida y acontecimientos que nos atañen. La vida es una extraordinaria riqueza que alguien nos ha proporcionado y nadie sabe explicar cómo ha de proyectarse hacia un indefinible, inimaginable futuro deslimitado.

Es un privilegio más, el de escuchar esta música que se va deslizando por el paisaje con la naturalidad de un río viejo, sin prisas, remansándose si acaso en cada umbría. con el regocijo posado en su piel, tatuado en ella, del reflejo de las hojas que se miran en el agua y allí escriben el duplicado de su sueño de convertirse, como ocurre en otoño, en alas para los elfos y para los ángeles.