Supongo que habrá días para todo, pero ahora mismo, por ejemplo, me abrumaría escuchar una sinfonía y en cambio comprendo esta música más doméstica que hace un quinteto, cuerda y piano, mientras afuera se mueve inquieto el frío inaugural de la primavera, pasado ya ese breve tránsito conmovedor del crepúsculo, con el primer velo de la noche recién estrenado. Tienen un leve roce, la noche que llega y el crepúsculo, tan efímero, apenas el tiempo de un suspiro de las cosas y los paisajes antes de dormirse en la duda de si habrá mañana, con el consuelo de un beso no por fugaz menos enamorado, que deja encendido en el cielo el lucero de todos los anocheceres, tal vez como recuerdo o como un vaticinio esperanzador del alba.
Lo mejor para esta hora, podría ser una policíaca con lord Peter Wimsey desdeñoso y vestido para cenar con los sospechosos. La alternativa sería una autobiografía, que siempre consuela, con las conmovedoras argucias a que acude el protagonista para tratar de justificar las humanas debilidades que, triunfador o no, también están ahí, atormentándolo a la hora de recontar vida. O un libro de historia. Es curioso como se reescribe una y otra vez la historia y cada una te la cuentan de modo a veces radicalmente distinto. Este –pienso- no es el personaje que atormentó los exámenes de historia de mi bachillerato, sino un triste remedo de su fingida gloria o de un supuesto fracaso que ahora advierto que no fue tal. O me engaña este nuevo autor, por sabe Dios qué simpatías, investigaciones o errores que sufre y contagia.
Mis preferidos para esta hora son los caprichosos crucigramas de La Vanguardia, verdaderos acertijos sin demasiada dificultad, que permiten suponerse más ingenioso de lo que uno es, cosa que siempre resulta halagadora mientras insiste Brahams en conjugar su música por los rincones, el piano sosteniendo la nube para que jueguen el violín y la viola, se aparta el piano un momento y los violines se han convertido en pájaros.
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