domingo, 31 de agosto de 2008

Me pongo a leer y es como si hubiera trepado por la ladera y descubierto un secreto manantial de más que escribir, ahora yo, discutiéndole a Claudio Magris que no se puede ni siquiera con apoyo en Goethe si la naturaleza se ha desentendido o no de la conservación y la evolución de esta bola de vida en que consiste la Tierra como planeta vivo y ahora lo que priva es la ciencia aplicada a que tientan los adelantos de la investigación por el ámbito prohibido de la curiosidad a que la razón inexorablemente lleva. Tampoco habría, digo yo, que lamentarse, y si ahora los humedales del Danubio se transforman en estructuras de embalses artificiales que extinguen modos de vida, seguro que hay algo mediante que se compensa la vida que desaparece. Y me atrevo a suponer que si alguien hiciera explotar una bomba de no sé qué clase, enorme, desproporcionada, teóricamente bastante para acabar con lo que consideramos vida del conjunto en que nos hallamos y estamos especulando en este huidizo momento, algo o sobreviviría o se generaría como vida nueva, tras de la prodigiosa catástrofe imaginable y para alguien o algo, previsto desde el principio de los tiempos, resultaría de nuevo esperanzador.

sábado, 30 de agosto de 2008

La mar se abre sin límite aparente hasta mucho más allá de lo que la vista alcanza, y nadie me impide surcarla en busca del misterio que hay donde ya no se ve y puedo imaginar todo un bestiario o a Nausicaa, con su grupo buscando una playa con cuya arena fabricar lo que niños llamábamos un “aguantadero”, “aguantadoiro” –decíamos en aquella mezcla de modos de hablar que sin embargo entendíamos-, para enfrentarse, como nosotros entonces, como Ulises, a las olas supuestamente encrespadas. Cuando las olas se encrespan de verdad no hay nada que hacer. Ganan siempre ellas porque el territorio del mar es suyo y nosotros, allí, aunque no sea más que imaginando, somos los invasores, los exploradores, en cualquier caso, los intrusos, al parecer al lugar de donde procedemos según los que aseguran que la vida empezó en el mar, útero así de la burbuja que habitamos.

La mar, hoy, fustiga agresiva las peñas ancladas ahí delante. No sabemos si son las peñas las que desgarran los flancos de las olas, que sangran espuma, o son las olas las que con sus garras de agua arañan la piel de las rocas y besan su carne viva.

En cualquier caso, el verano se despide, dudoso, alternativo, con truenos y sol, o por lo menos avisa de la efimeridad que le queda, y los osos andan buscan los cortines, para darse el último banquete de miel antes de retirarse a la osera, a soñar primaveras, mientras un lobo lejano hace dúo al cuco, al ensayan su primer aullido invernal y mezclarlo con este olor a agua salada y algas podridas que dejó la vaga de mar.

viernes, 29 de agosto de 2008

No temas a la muerte –aconsejaba Séneca- porque no se queda con nosotros, o no llega o pasa.

Hay un doble consuelo en la lectura sucesiva, alternando, de las cartas de Séneca y la lectura que hace del credo Hans Küng, allá en los linderos más conflictivos de la fe. Sostengo que los más creyentes en algo están siempre en la frontera, que exige mucha más convicción que la que asiste a quienes se instalan en medio de la caravana, en el centro del país, donde la duda y el peligro son más remotos y se llega a pensar que no podrán llegar con sus dentelladas.

Por eso ahora los peligros están donde más frágil es la moral social, el sentido común de la necesidad de convivir con lo diferente sin perder la propia identidad. Y las crisis, las dudas y los bárbaros, donde con mayor facilidad se producen, nacen y se desarrollan es en el regazo social donde la molicie nos ha hecho más débiles y vulnerables.

Veo la propaganda de un libro que habla de los héroes de la literatura universal. Por el número de páginas ya adivino su más que probable insuficiencia.

jueves, 28 de agosto de 2008

No somos más que un solo gesto
del buen padre Dios,
que vamos contemplando
desde diferente perspectivas
de la mentira del tiempo.
A veces
lloran las estrellas.
Cada lágrima,
escondida,
atesorada por la mar,
es una perla.
Recordarlo todo
como de veras ocurrió
sería regresar a aquel desierto,
y nadie puede asegurarnos
que sobreviviríamos de nuevo.
Más chiflados, unos a favor, otros en contra, que arremeten contra las verdades siempre provisionales de su entorno. Radicales que arremeten o que se atrincheran, desdeñando la certeza probable de que en los semitonos y el encuentro pacífico, en la tolerancia, está el espacio de la posibilidad de sobrevivir al descubrimiento de que nada es del todo verdad ni del todo mentira y tenemos que conformarnos con la idea de que es probable que nuestra generación, y muchas más, tenga que fallecer y acabarse sin haber obtenido respuestas ciertas para ninguna de las preguntas que, todo aquel que se pregunta, se hace.

No merece la pena citarlos. Son libros airados, terribles, que fustigan unos a los tirios, otros a los troyanos, con la desesperación de quien se ha sentido engañado por su ansia de seguridad frustrada. No habrá seguridades para nosotros y sin embargo hemos de seguir vivos y en camino puesto que de algún modo sabemos que no nos es lícito detenernos más que a descansar de cada jornada, coincidente o no con los días de ese capricho imaginativo que es el calendario.

Se advierte el cansancio del verano, este año sin embargo, más húmedo, con el verde –los muchos tonos, las tonalidades, los ramalazo, los tapices, los remiendos verdes- aferrado, arraigado y el viento del norte peinándolo o dejándose resbalar por el musgo. Va muriéndosenos agosto, con pereza de río al salir del último valle, con la mar presentida y la maligna banda de las gaviotas desgarrando a graznidos el esplendor de la tarde del color de las grandes vasijas de cobre en que la abuela dejaba cocer su proyecto de mermelada de ciruelas.

lunes, 25 de agosto de 2008

Somos, soy, a veces, muchas, tan torpes, que no nos entienden y de pronto leemos consternados que alguien nos critica por haber dicho lo que nunca se nos habría ocurrido decir, pero, según su interpretación, hemos dicho. Y es que en cuanto algo se dice y escapa del control de quien lo dijo, puede ser interpretado, de buena o de mala fe, de muchas maneras. Por eso hay que cuidar tanto, mimar, sopesar las palabras, y aún así …

Se acabaron, además, las fiestas del lugar, y con ellas el verano. Al día siguiente de la fiesta, los atracaderos de coches están llenos de padres de familia sudorosos e incapaces de cerrar los departamentos de las maletas y bultos, ahora amontonados con la tristeza del que ve agotado su cupo de días radiantes. Alrededor de cada vehículo, niños, perros, maletines y suegras. Dentro, la niña que ya sabe ahora que un amor sólo es eterno mientras dura y el suyo se ha transformado en teselas de la memoria reciente, que, mañana, rtal vez, adornando en unos casos y disimulando en otros, le contará a su amiga del alma, que veraneó en el otro extremo del mundo conocido por ambas, todavía media docena de pueblos, cuatro ciudades y un montón de sueños.

Están los políticos, ¡Dios nos valga!, sacudiéndose el polvo y la arena de sus alpargatas y mocasines y poniéndose la voz de proponer resoluciones, órdenes, ocurrencias y leyes. Con lo bien que va el mundo cuando ellos callan y habla entre sí la gente y se redescubre en general hermosa. Vendrán ávidos de demostrar al mundo de lo que son capaces, se desperdigarán por los escaños de sus hemiciclos y nadie podrá estar seguro de que su próxima propuesta o la resolución que propongan e incluso aprueben no va a redundar en que se nos acentúe la chepa de aguantar ocurrencias.

¿Por qué no dedicarán por lo menos una mínima parte de su ingenio en tratar de inventar las ventanillas útiles? Un ejemplo de ventanilla útil sería aquella a que se acercase un ciudadano deseoso de montar una pequeña industria o de construirse una vivienda unifamiliar lejos del mundanal ruido y dijera: mire usted señor ventanillero, quiero hacer una casa o montar una pequeña industria de alfarero o de construcción de agujeros para tornillos; éste es mi proyecto, avalado por la firma de un maestro, doctor arquitecto, o por media docena de ingenieros y dieciséis peritos; dice lo que quiero hacer y dónde, lo que costaría y en qué consistiría su actividad y qué produciría. Y el ventanillero cogería el ingente montón de papeles y diría: venga usted dentro de quince días y tendrá su autorización o una denegación razonada de su proyecto.

martes, 19 de agosto de 2008

La impresionante pintura clásica de ese territorio del tiempo en que todavía permanece la antigüedad, pero ha nacido sin duda y está separado del claustro materno el renacimiento, cuando los pintores se atreven incluso con la realidad cotidiana y los audaces colores de las viejas paletas inundan los lienzos de inesperados temas hasta hace poco ignorados por cada pincel, cada espátula, cada fuga imaginativa de los artistas. Mi museo son los libros. Hay reproducciones que son casi trasunto de la obra de arte –acercarse a ella es otro asunto, que sin duda tiene algo de privilegio, cuando por un momento puedes estar a la distancia del cuadro a que estuvo su autor, hasta el punto de que, si aciertas con esa distancia exacta, de pronto, entras en el diálogo visual-, pero es posible conformarse con el museo del libro, ahora que se logran tan hermosas reproducciones, y, por lo menos, es posible tener el atisbo de la emoción estética de la mayoría de los juegos de policromía o de los semitonos que componen el mensaje del autor, en ocasiones nada más que un soliloquio como los del músico que teclea absorto o el poeta que, ensimismado, juega a repetir palabras, o ensaya a ensartarlas en la luz de su estancia o su paisaje.

domingo, 17 de agosto de 2008

Molestan los comentarios de esa discreta escritora que se lamenta de no poder estado sola en sus visita turísticas. Se la estropearon las multitudes, como a mi pariente que siempre había sido rico, en su día, cuando se quejó en público de que ahora las carreteras están llenas de lo que él llamó gentuza, que te estorban y no le permiten disfrutar de la potencia exclusiva de su excelente coche nuevo de fabricación exclusiva. A esta chica en cuestión le estorba el número, la inquieta una concurrencia que la distrae de sus posibles éxtasis. Llega a protestar porque hay demasiada gente que hace un número excesivo de fotografías, que ojalá –añade- les salgan mal. La ausencia de adjetivos con que hablo de ella es deliberada. Me niego a ser su cómplice, por mucho que personalmente me moleste incluso la idea de poder coincidir con ella en una visita, o, lo que sería peor, un recorrido turístico. Dejadla, os recomiendo, que se cueza en su salsa de erudición sin sabiduría, de ni siquiera ingenio, enfrascada en el intento de volver a escribir y que interese lo que diga. Es su gran ocasión. Para escribir, puede uno ir siempre de soledad en soledad, estarse enfrascado y lejos, sin que la multitud, la chusma, la plebe, la hermosa gente, tenga nada que decirle ni la pueda molestar, ni siquiera ayudar. En mi modesta opinión, le falta aprender la difícil lección de que para ser, un ser humano, ha de ser humano en su grupo.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Leo a la vez a Sánchez Dragó, “El ojo de jade”, de Diane Wei Liang y “La elegancia del erizo”, cada cual a su hora, de acuerdo con mi estado de ánimo, y aún hago un hueco para viajar, huir, con Claudio Magris, por las riberas del Danubio, que es como recorrer una de las aortas –tal vez una vena- de la utopía de Europa.

Luego, en un resquicio cualquiera de este empacho de lectura, pongo música a ritmo de jazz y escribo yo mis dislates.

Esta mañana, temprano, el aire venía del oeste, apenas viento, empujando nubarrones y bajando la temperatura a 19 grados cargados de humedad. Me decidí por la prosa de seda de Diane Wei Liang y eché, de reojo, una mirada lectora a la increíble Ivy Compton-Burnett, que hasta hace poco me era absolutamnente desconocida, y, con dos de sus libros, únicos traducidos, creo, al castellano, me ha hechizado como antecedente o consecuente que debe ser, no he estudiado la cronología del caso, de algunas de las descripciones interminables de Allain Robbe Grillet, solo que en este caso convertidas en diálogos que con apariencia de insustancial superficialidad son de una profundidad insondable en que la autora te sumerge y cuando te vas a dar cuenta ya pareces agobiado por el ambiente social de una casa de campo inglesa que mantiene atrapada a una familia y tal vez grupos de servidores y amigos o vecinos a los que de pronto conoces a través de no haber dicho aparentemente nada trascendental, pero revelador a pesar de todo de su intimidad.

Estamos en mitad de agosto, a punto de salir del meollo del verano y para casi todo el mundo en mitad de vacaciones. Leo que paradójicamente hay playas en que se prohíbe bañarse los días de peligro, bajo pena de multa. Ni entiendo tal prohibición ni la prescripción de que nos tengamos que amarrar bajo pena de multa el cinturón de seguridad para viajar en automóvil. Pienso que, hechas las pertinentes advertencias del riesgo, cada cual es muy libre de correr el que le apetezca mientras no entrañe peligro para terceros. Practicar el alpinismo, el surf o el motociclismo son deportes de alto riesgo, como es actividad de alto riesgo viajar en automóvil. ¿Deberían prohibirse bajo pena de elevadas multas administrativas?

Incluso el mucho leer es peligroso. Pensad lo que le ocurrió a don Alonso Quijano, luego don Quijote de la Mancha, que vino en secársele el cerebro, según don Miguel, o en la frecuencia con que la literatura te descubre los millares de millones de mundos que rodean éste en que estamos y nos mueven a sacudir las estructuras del nuestro para que se parezca o deje de parecerse al de cada utopía, convirtiéndonos así en potenciales revolucionarios. La historia cuenta de algunos que prohibieron libros o los mandaron quemar. Y la historia, que tiene movimiento helicoidal, siempre puede repetirse a sí misma.

martes, 12 de agosto de 2008

Sueño las palabras
que quisiera decirte mientras sueñas, las caricias
que las yemas sólo de mis dedos
anhelan repetir con esa lentitud
de eternidades que complican un amor,
jamás eterno de este lado del espejo,
pero sí, a veces, insistente,
tenaz
como la hiedra que desfigura la pared y el árbol.
Sueño
contigo,
estás a mi lado, evidente, carnal
y sin embargo
no eres tú, sino el sueño de mi sueño,
que te persigue,
te escucha,
te recibe con los brazos abiertos,
hasta que te conviertes en ese olor a humo del otoño,
rumor del bosque,
que, donde más profundo, está vacío
de nosotros.

lunes, 11 de agosto de 2008

Cerca del camino de la playa, que sobre todo frecuentábamos en verano, mojando ya los pies en la mar, sobre todo cuando la marea estaba subiendo o más alta, había unas cuantas peñas, cada cual con su nombre, como la del cura, la de la gaviota, que entonces me daban pena porque siempre supuse que las peñas, ahí enclavadas, con sus collares de espuma, alguna vez, tanto como duran, que las he visto en antiguas fotografías de hace más de dos siglos, habrán tenido la luego frustrada vocación de ser veleros y echarse mar adentro en busca de otras tierras y otros paisajes. Nos pasa un poco, con el correr de la paradoja del tiempo, a los mayores, que paulatinamente nos vamos quedando en la orilla de la tarde, cuando llega el verano y todos se han ido en busca de las aventuras, las venturas y desventuras del día, y nos quedamos solos, como las peñas, en el banco de la solana, buscando la semisombra del limonero, enfrascados en la habitualidad de los laberintos de la memoria o echando cuentas del escaso futuro que aún nos queda. Tan misterioso sin embargo como siempre, porque el futuro es insondable, incalculable e inimaginable, como el mar para las peñas ensimismadas en la singladura que no harán nunca. ¿O tal vez sí? Puede que falten sacudidas planetarias, cuando se apague un día, crepitando, el sol, o se abaje la luna, cansada de su lendel. Y estas peñas, cuando el mundo se renueve, resucite, se rehaga, hayan surcado la mar y estén muy lejos, bajo hielos o asomadas a un tiempo diferente, de una especie inimaginable, que a borde de otro planeta estará a su vez flotando en otro lugar de la galaxia.

sábado, 9 de agosto de 2008

Es mi cumpleaños, y como me pusieron el nombre del santo del día, también es mi santo. Cuando niño, mi abuelo y mi madrina me daban sendas propinas equivalentes a su regalo de Reyes, que era otra propina igual de cada uno. Casi siempre las invertía en libros. Puede que sea por eso por lo que ahora me he hecho viejo rodeado de libros por todas partes. Libros y discos. No hay mejor refugio secreto, salvo que seas muy, muy rico y puedas permitirte disponer de una parque o de un jardín y en cualquiera de ellos de un refugio secreto. Más allá del país de las hadas. Cuando se es tan viejo como soy, sin embargo, ya se puede, lo he logrado, prescindir de la envidia de tener un parque o un jardín y prescindir de los libros y de los discos. Se dispone de un enorme desván lleno de memoria y hay laberínticos escondites muchos de ellos intercomunicados y algunos tan lejos del mundo y de la realidad que incluso permiten olvidarse de si llueve o hace sol en el paisaje de afuera, en el que, al volver en ti, en este caso en mí, se pega uno un batacazo como cuando te bajas de golpe desde lo alto de la escalera a que me había subido en busca de aquella lámina o de la fotografía en que bajo el cristal roto amarillea un juvenil día radiante.

miércoles, 6 de agosto de 2008

No dejéis que pase el niño. Que no se acerque el niño. Ocultadle al niño que alguien ha muerto. Decidle al niño que ése que ha entrevisto, estaba dormido. Como si pudiéramos ocultarle al niño que existen la luna, las hadas y la muerte, el principio, el fin, la eternidad y los barquillos de canela y de limón que pregona el barquillero de mentira de la zarzuela. Mentiras, verdades, conceptos y sueños, el futuro es del niño, que todavía no tiene historia ni sabe si su nombre se escribirá en la parte alta de una página o de varias de los libros de historia o se quedará como el tuyo y el mío en ser pasta de papel con que fabricará un grupo de adustos operarios el papel de las páginas de los libros de historia. O, ahora que lo pienso, cuando el niño -¡apartadlo, he dicho! Que no vea las consecuencias de que haya pasado por ahí la muerte y ahora es un exuvio, ese hombre, y nada más, en apariencia, pero vete a saber si sabemos algo o no sabemos nada de nada-, cuando el niño llegue a ser como tú y como yo ahora, tal vez no se use pasta de papel, ni papel, ni ordenadores, ni microteléfonos, ni nada más que la telepatía selectiva, mediante que manejaríamos, si hubiésemos sobrevivido, el equivalente de Internet con el pensamiento fugaz, de modo que en teoría lo sabríamos potencialmente todo, con la salvedad de todo cuanto ignorase el programador telépata de la red. Me haré un lío, ya verás, pero no dejes que el niño pase por debajo de la cinta delimitadora del arzobispado, el principado, la jurisdicción provisional que ha reclamado la muerte respecto de ese vagabundo que iba de paso y encontró aquí la puerta, el valladar, el umbral de cuanto vale la pena saber.

martes, 5 de agosto de 2008

Que dice el señor ministro del ramo que la suya es la asignatura más importante y que hay que cumplir hasta la última letra de sus órdenes ministeriales escritas en letra pequeña, que las demás asignaturas, que bueno, que son como si dijéramos de relleno.

El señor ministro, tal vez señora ministra, engolado, pero a la vez englobado por la crisis, que ahora ha dicho otro señor ministro que era y es verdad, que la había, y que es grande y gorda, como dice mi nieta, como una gallena, que tiene, digo yo que tiene que tener, en el bestiario verbal de mi nieta, algo de galleta y otro poco de ballena.

El señor ministro, la señora ministra y el resto del personal de mando, se habrán ido estos días de canícula de vacaciones y hacen bien. Nos dan un descanso a los pobrecitos soñadores, a la hormigas y a los hormigos y los hormigones de la hilera nutricia del hormiguero, que leemos atónitos las cifras de fichajes, rentas, gabelas y traspasos de los ases del balompié. Que a pesar de todo, o tal vez por ello, a veces se ponen melancólicamente tristes y han de ir de un equipo a otro con sus malabarismos a cuestas y la larga cuenta de sus ingresos múltiples, variados, en dinero y en especie. Tanto, que hasta el mundo se calienta de ira. ¿No tendrá algo que ver lo del calentamiento global con la ira? Hubo unas “uvas de la ira”, podría, cualquier día, escribirse “los balones de la ira”. ¿Crisis?
Candelillas del alba,
señor san Juan,
ha venido agosto y el cielo está lleno de huellas
de golondrinas,
vencejos,
cigüeñas puntiagudas y gaviotas veleras. Hace mucho calor,
quema al tacto, sin fuego
la arena de la playa, donde quedaron
los besos, esta noche,
de la marea.
Anda, madre, dime
por qué
es todo como es. No me dio tiempo a preguntártelo
cuando debía
y ahora, con este crepitar de agosto
con que arde el sol en el cielo
no distingo
las palabras
que me sigues diciendo.

lunes, 4 de agosto de 2008

La niña le canta al fuego
recién inventado
por la ilusión con que mira,
todavía inocente, sin amor,
fuego y flor
en la fragua y en el pecho de la niña,
que no sabe
lo que son,
pero le están ahogando
aquel amor primero que tenía,
en un primer dolor
del olvido reciente,
que le ha desalquilado esta mañana el corazón.
Al doblarse su tallo,
la rosa,
e inclinar, derrotada, su hermosura,
sólo en apariencia, porque volverá a nacer en cada rosa,
hoy,
acaba de reinventar
la tristeza.

domingo, 3 de agosto de 2008

Esta tarde me doy cuenta de que ya lo he hecho una porción de veces, esto de derramar un chorro de palabras para que otro le ponga fotografías, dibujos, cuadros o música. Y me maravillo en cada ocasión al descubrir la belleza del dibujo, del cuadro, de la música que me arropan las palabras y tal parece que al decir lo que dije, lo dije mucho mejor que como lo dije. El compañero, que firma conmigo cada conjunto de una de estas cosas que vamos haciendo, ha exprimido las palabras que yo escribí hasta la última gota del extracto de su respectivo concepto. Sigue habiendo, también, sin embargo, incomprensibles, tal vez impenetrables gentes a que por mucho que hables no consigues que te escuchen, empecinados como van en la solidez inconmovible de sus verdades. Nunca aprenderán, si no se corrigen a tiempo, a cantar a coro. -