viernes, 31 de julio de 2009

Niñas todavía, semillenas de la gracia de la segunda sesquidécada, más allá de los quince, que no hay, dice la canción, mociquina de quince que no sea guapa y soltera, medio desnudas, o desnudadas por el golpe de calor húmedo del cambio o descambio o vaya usted a saber qué es lo que está pasando con las aglomeraciones ciudadanas, el robótico imperio invasivo de los cochecitos como rimeros de latas de humanos, antes sólo se fabricaban de conservas caducables, provistas de ruedas, entrechocándose como en la feria o en la verbena del santo patrono, el exceso de aglomeraciones a medida de que crecen las cuales aumentan las zonas desérticas y talan los árboles y queman, siempre manos anónimas, los paisajes. Niñas que alegran nuestros ojos de viejoverdes, los de sus contemporáneos apenas, porque ya las miran sin ver y para ellos el bikini ya es una antigualla, el paso previo del tanga y el regreso a la selvática desnudez, tan reveladora del triste destino de nuestra raza, atiborrada de chuches y excesos, desvencijada, abultada, varicosa y polícroma de restos de cicatrices, eccemas y hematomas múltiples. Niñas, escasas entre esta multitud de carnazas sudorosas y granujientas, flácidas y colgantes en torno al recuerdo de las cinturas de avispa y los apolíneos olvidos de aquella juventud, ay, ida, sin vuelta ni siquiera nostalgia. Niñas, jovencitas, ninfas, náyades, ondinas, xanas y sirenas, legión onírica que se desliza por el paisaje de verano, como un mensaje esperanzador de que ya veréis, muchos seguro que verán el final de los tiempos moribundos, los humantes paisajes, los claustros vacíos, las catedrales cerradas con siete llaves para evitar que los guiris, los turistas, esta multitud errática que somos, mueva el polvo, arrebate la pátina de las casullas, las reliquias y los relicarios y vete a ver si al quitársela se deshace el oro de los entretejidos, las tramas y la urdimbre enceguecedora de tanta hermana bordadora y todo se hace polvo entre el polvo, ceniza y nada, como en su extrema lucidez intuyó el cardenal Portocarrero y mandó escribir: hic jacet, en la piedra de su última y escueta homilía. Antes, la esperanza, se hacía metáfora en la lucecilla, apenas rumor de luz, al final de la noche, del túnel o de la oscuridad del eclipse, ahora, cuando estáis desembarcando y desembarazándoos de nuestros cadáveres para aligerar el paso de la caravana, ellas, estas mozuelas del telefonillo en ristre, el SMS y la escuta fuga de vocales de la cita porque t kro tanto y +, son tal vez la penúltima metáfora de la esperanza inequívoca, inexorable, cierta, de que la humanidad va a sobrevivir y se reorganizará para los milenios, las pandemias y los hermosos dolores y gozos del vivir que viene, esta renaciente maravilla del vivir conviviendo, mientras el amor no se extinga.
Lo llevaron, el cadáver del caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo, del romance, solo que en mi caso, hoy, lo que se llevan, se lleva el agua de cristal, transparente hasta el dolor, del río, el cadáver de una gaviota, que, nadie sabe por qué, cayó en el llerón del río y llevaba días arrastrándose hacia la orilla, sube que te sube, hasta caer de nuevo, mientras sus congéneres, indiferentes, nos sobrevolaban, con todas las velas desplegadas, entre insolentes graznidos. Se habrá muerto de hambre, de tristeza o de desolación, despeinadas las plumas, fracasada la elegancia de su imposible vuelo.

Se acaba julio, se echarán a la carretera, dice el periódico de hoy, no sé cuántos millones de coches, en busca del verano, oculto este año, embozado de nieblas, salpicado de humedades, agobiante de calores. Los coches a la carretera, a jugarse sus ocupantes la vida en el azar de esa cruel, inexorable estadística de los muertos de las “operaciones” salida y regreso de vacaciones, que la muerte no entiende de oportunidad y se mete por entre la gente ilusionada de alegrías probables, que pretendía huir de la rutina, en busca del país mágico de las vacaciones, y, allí, entresaca, diezma y se lleva su grey, unas veces mayor, otras escasa. Hay veranos como éste, de sombrero chambergo y embozo, que pasan de incógnito, riéndose sorda y sardónicamente de la decepción de unos veraneantes y el cabreo de otros.

miércoles, 29 de julio de 2009

Hay un mundo, ahí fuera, hirviendo alrededor, con gente como nosotros, con una u otra faceta de la personalidad más acusada que la nuestra, de tal modo que, sobre todo cuando nos rozamos, permanece la idea de que es criticable ese otro que tanto o tan poco se nos parece, unas veces por inevitable emulación, otras por necesario contraste. La coincidencia en el vivir –eso de coincidir en el tiempo y el espacio ¿es la vida, simple y sencillamente, también un lugar conceptual?- nos constituye en parte de un proceso de confrontaciones, cuando debería ser de afecto recíproco. Tenemos la suerte inmensa de estar vivos y coincidir en tal sensación a la vez, y no es que prefiramos estar solos, sino que nos gustaría estar en la cúspide de la pirámide.

Por lo menos hasta que se alcanza la especie de calma en que consiste la senectud, cuando descubres por fin que formas parte de un todo armónico, como una melodía, en medio de que, si tenemos suerte, se pueden producir esos especiales acordes, los melismas admirables en que consiste enamorarse, acontecimiento que puede producirse a cualquier edad, por más que en la vejez el amor pueda volver a ser provenzal o consistir, simplemente, en disfrutar del amor de siempre, convertido ahora en el fruto maduro que se puede disfrutar sin aquellos excesos de la urgencia juvenil.

martes, 28 de julio de 2009

¿Será, esto que soñamos a veces, estas utopías, el vago recuerdo de otra vida anterior, un mundo diferente, de que estamos desterrados, o será la esperanza del futuro deslumbrante que nos espera?

¿Será inexorable que regresemos, o lo será en su caso, que lleguemos? ¿Cabe perderse para siempre en el camino?

Imagino a veces un laberinto que recorre mis terrores de niño, donde la imaginación iba creando, sin cesar, imágenes inalcanzables. Se puede llegar a pensar, sobre todo cuando eres todavía el proyecto de ti mismo, embarazado de sueños, que el bien y el mal son inalcanzables, que no existe sino una especie de limbo en que flotábamos borrachos de lecturas todavía entendidas a medias, como si aquello, es decir, esto de vivir, nos fuese algo ajeno y cupiera la posibilidad de pasar como viajeros, turistas, meros espectadores por todo lo que nos ha atrapado entre Scila y Caribdis, el miedo y la confianza, sin posibilidades de certeza.
Jugábamos con la idea de la muerte,
como si no existiera, jugábamos
a ser protagonistas,
inmortales,
de un bellísimo poema de amor,
eternizado en piedra berroqueña con nuestras manos juntas,
¿te acuerdas?
electrizadas por contacto,
embrujadas, hechizadas, locas
de lo que creímos, por un momento,
que era …, no sé, el amor, la eternidad, ambos, pienso a veces,
son lo mismo.

lunes, 27 de julio de 2009

Pongo la música, el sonido
de Nueva Orleans
-tengo que confesar que me hechiza
su algarabía que parece
el caótico entremezclarse sin sentido de la voz
de cada instrumento
y sin embargo forman bucles
de sonido y color,
al entremezclarse, adivino
paisajes de reciente amanecida,
puestas
de sol,
un amor eterno que nace, y a la vez
el presentimiento de su muerte
en el jardín lejano del olvido-,
me reclino en tu imposible presencia,
escuchamos
muy juntos, olvidados
del lugar y del tiempo, tal vez, por un momento
afuera ya,
más allá de la muerte o antes
de haber nacido,
durante una mañana de domingo de nuestra primera juventud
con la vida
convertida
en la esperanza todavía de un recuerdo ya.
La lluvia es, por las mañanas, aún temprano, desesperanzadora, y más cuando como esta mañana brotaba, más que caía, de una nube retrasada en abandonar el último vagón del tren de la noche. La lluvia, como una mala noticia, se cuelga y pesa de la espalda del alma. Al perro, que le molesta mojarse las lanas, sobre todo desde que se siente viejo sin saber qué le pasa, lo disuade de salir a la calle. Sale, alza la cabeza, olfatea, se refugia bajo el banco del zaguán y me mira confiado en que comprenderé que no es cosa de jugarse la cronicidad de un reuma por hacer el recorrido habitual, mojando, que ya lo haremos esta tarde o mañana, los habituales puntos de referencia, que por cierto ahora, en verano, es una lata, porque han venido muchos de los canes de ciudad y desconocedores como son de las costumbres locales, levantan la pata en cualquier sitio, sea o no esquina, árbol o poste del alumbrado público y no hay quien sea capaz de reservarse una gota para superponer a ese olor suyo, que se ve que es de acacia seca y alcorque de ciudad. Tengo que acercarme a la biblioteca y sacar un libro para releer algunos versos, con el riesgo de que se abra por alguna página tocada de pena o de desamor, tan frecuentes en algunos poetas cuyos pensamientos forman como un soto de sauces llorones, que hay en mi tierra zonas donde les llaman desmayos y con razón, pero en días como hoy son capaces de desmantelarte el ánimo y reducirte a la condición de sombra de la propia sombra. Luego, todo hay que decirlo, en días como hoy, de pleno verano, de los que forman ese tramo que la abuelina llamaba “de Virgen a Virgen”, es decir, desde la advocación de junio a la Virgen del Carmen, el 16, hasta la del 15 de agosto, cuando los marineros de mi pueblo honran a su patrona, la Virgen del Rosario y fingen ir a salir con ella mar afuera, pero sólo un poco, cargados como van, de romeros, en vez de ir como cada día, ellos con sus chubasqueros y sus cansancios madrugadores. El refrán dice que “al que madruga, Dios le ayuda”, pero a cambio ha de pagar ese tributo del cansancio somnoliento de la mañana, cuando has dejado caer la cándida calidez de la cama aún revuelta y te envuelve la sensación de flotar entre los real y lo onírico, sin saber muy bien de qué parte están uno y otro mundo.

domingo, 26 de julio de 2009

Caemos en la banalidad y arrancamos de los niños la quintaesencia de su niñez. Los convertimos, con singular crueldad, antes de tiempo, en adultos despreciativos de lo lúdico y lo fantástico, y en seguida, ahora mismo, a la vista de las consecuencias de nuestra insensatez, en vez de corregirnos a nosotros mismo, lo que pretendemos, es decir, pretenden algunos sesudos responsables o aspirantes a responsables del organigrama social, lo que pretenden es el dislate de completar nuestro desafuero rebajando la edad penal

De nuevo, el género humano, a medida que parece que progresa en su civilización, lo hace en la barbarie y acredita que era cierto lo que nos contaban de que es imposible regresar al Edén, tal vez precisamente por ser como somos, nosotros y nuestra inseparable sombra, capaces de la luz y la oscuridad simultáneas, de la esperanza taraceada de escepticismo.

Tenemos que recuperar a los niños. Es urgente sacar de la guardería y de la escuela a los falsos profetas. Un exceso de prisa en el ritmo del conocimiento, un atajo hacia la sabiduría, por otra parte ambos indispensables para el ser humano, destruyen en flor la necesaria generación de lo lúdico, del sentido del humo y de la fantasía cuando es mucho más importante sentar las bases del juego limpio en todos los órdenes de la vida que el aprendizaje práctico de cómo se opera la continuidad de la especie.

Echo de menos a los niños en la calle, en el parque y en las caleyas y demás caminos rurales, jugando a lo que jugábamos los niños, los echo de menos leyendo relatos de aventuras imposibles, plagados de mapas del tesoro y del país de las hadas. Tal vez, sin que nos enterásemos, con esto de tantas prisas, haya muerto Peter Pan y estén prisioneros, sus amigos, en la sentina maloliente del velero del capitán Garfio.

sábado, 25 de julio de 2009

Rebusca entre el calor, hociqueando, un soplo de aire. Este año, algunas mozas, de las más garridas y de las que por desgracia les valdría más tapar espacios de los que no sé si enseñan o se les ven por entre los pliegues del frescor que también buscan entre la humedad insólita, cansada, agobiante, del aire del mediodía sin sombras. Terso, refleja el río las ventanas que atraviesan, fantasmagóricas, las truchas. Infinidad de automóviles, incorporan al paisaje ese olor dulzón, de regusto acre, de la gasolina quemada. Automóviles que lo pisotean todo y todo lo desprecian, salvo cuando alguien levanta, aquí y allá, obstáculos para sus conductores insuperables. ¿Serán los automóviles los caballos del Apocalipsis? ¿Serán ellos los encargados, como lo estuvo el de Atila cuando las invasiones de los bárbaros, de secar el verdor de la tierra? Objetos de deseo universales, en cuanto te traes uno a casa, el automóvil absorbe la atención de todos, empuja a la gente para hacerse un habitáculo confortable, domina a su alrededor, condiciona. Creo que se parece singularmente al monstruo construido por el doctor Frankenstein, y, como aquél, hace cuanto puede para irnos destruyendo, pisoteados en cualquier carretera en que algún congénere lo convoca a darse el atroz beso de cada choque.

Hay olores nuevos, es día de mercado, y el perro estira el hocico, tratando, supongo, si no de clasificarlos, por lo menos de irlos clasificando por si al final me descuido y puede acercarse a investigar más a fondo si hay algo suculento que comer a su alcance. A través de la ventanilla semiabierta, sale volando, como un pájaro, la voz de Amy Winehouse, que hace volutas en el aire, antes de disolverse en la siguiente frase de su canción. Pasan unos rapazucos cargados con sus inútiles tablas de surf. Aquí, en nuestra playa, no ha habido nunca, salvo vaga de mar, olas apropiadas, ni siquiera suficientes, para hacer surf. Las tablas deben estar, sin embargo, de moda y las llevarán, digo yo, para tumbarse sobre ellas a soñar. Se puede, sin duda, hacer surf sobre un hermoso sueño, correr, deslizarse, sobre los enredijos de sus caprichosos atajos, mucho más intrincados que el agujero insondable de la gran ola.

viernes, 24 de julio de 2009

Se desmaya mi alma
mientras te espero,
bajo este duro sol de realidades,
ya
sin esperanza.

Por el cielo azul, vagan,
sucias,
las nubes
de lavar el sol de la madrugada.

Adivino que no vendrás
y me ahogan las ganas de llorarte
como si hubieras muerto entre mis brazos, ahora
inertes,
sin el anhelo de la piel de tus caderas, la cintura
que debería haber ceñido,
el débil
quiebro de los huesos de tus clavículas. Aquel
beso que se oxidó en mis labios, sequedales
desérticos, sin el oasis de tu cuello.

Ahora
que sé que no estarás, me sobran
todos
los sentidos, enfrascados
en irte recorriendo, minuciosos,
descubriendo,
gozosos.

miércoles, 22 de julio de 2009

Broté de mi madre
-la madre es como la tierra-,
como un río
y estaba todo en el cauce o la ribera.
Fui
recogiendo reflejos, lastimando
el alma de agua viva
con cada piedra del camino, moldeándome,
donde hace curvas la corriente,
pozos,
umbrías y remansos, la cascada
que vienen a ver y retratar los turistas.
Después me hice hombre,
desemboco
ahora en la mar
-la mar es como una madre, que espera
con los brazos abiertos-. -
Guardo, como un avaro,
esta obsesión
de estar a tu lado
como un insecto
embriagado de luz.
Ayer, Madrid, sobre las once de la mañana, calle de Alcalá, tramo de sol, veo el termómetro y 40’5 grados centígrados. La calle de Alcala, desde el cruce con la Gran Vía, dirección Puerta del Sol, hace ligera cuesta, con los años más y más perceptible. Cae el sol como un chorro de aire caliente que se respira con cierta dificultad. Más tarde, camino del hotel, me dirá un taxista que en días como el de hoy, las gallinas de la comunidad de Madrid, seguro que tan ladinas como nuestras pitas de caleya, ponen los huevos ya fritos. Hoy, en el Principado, llueve. Verano de los de disuadir a los turistas y demás veraneantes y guiris de venir en número excesivo. Verano de oriundos y de casados o casadas con oriundos, siempre los más fieles.

Vas, voy al kiosco de siempre a comprar los periódicos de siempre y me encuentro con las noticias de siempre. Las noticias se enquistan, por las esquinas de los periódicos y se convierten en el cuento de la buena Pipa y el de nunca acabar. Estos días, sin embargo, la atrocidad de que varios menores hayan violado a otra en plenas fiestas del lugar de su residencia, ignoro si habitual o provisional de vacaciones, para horrorizar un poco más al ya atribulado personal de a pie. Y la noticia de que los “homo” se manifiestan porque un “hetero” se ha pronunciado contrario a tener por normal lo que no parece serlo, por muy respetable que al existir y por ese mero hecho, sea.

Somos una civilización, tal vez un manojo de culturas, desde luego un grupo social, que por la razón o las razones que cada uno prefiera invocar, hemos de acostumbrarnos al respeto de la convivencia. Convivir no significa estar conforme con todo lo que piensan, prefieren o desean los demás del grupo, sino aceptarle siempre con recíproco respeto, incluso con afecto, pero siempre con respeto de la idea, fundamental a mi modesto entender, de que la libertad de cada uno está delimitada por el respeto de la libertad de todos los demás, y, como consecuencia, que si yo respeto que seas como eres, debes procurar no ostentar tu modo de ser justo a mi lado, del mismo modo que yo procuro respetar las manifestaciones de tu condición y preferencias. En todos los órdenes de cosas. Por ejemplo, comprendo, aunque a veces me cueste, que haya quien opine que la música no es más que un ruido molesto o que la religión, pongo por algo radicalmente diferente, es algo prescindible. Lo comprendo, pero no puedo compartir unos criterios que deberíamos poder en su caso debatir con orden y concierto y marcharnos después tan amigos, cada cual con sus conclusiones al hombro o en el zurrón.

domingo, 19 de julio de 2009

Todo el mundo tiene fórmulas magistrales para salvar al resto del mundo. Y tal vez lo peor sea que no somos capaces de contrastar unas con otras para ir perfilando la que podría ser panacea de los males que supuestamente nos aquejan. Lo de trabajar, que nos es tan ajeno, en equipo. Si ése es capaz, mejor lo haría yo, y lo mío es difícil mejorarlo, solemos pensar, y así nos vamos enfrascando en la misógina soledad del mulo, como sabemos estéril y sólo capaz de llevar su carga lejos, donde se olvidará probablemente en el país donde mueren los vientos, se les caen del zurrón las palabras y se decantan, ya polvo, sobre unas rocas que miran nostálgicas al horizonte, como los viejos veleros del último vericueto arrinconado de los puertos más antiguos de las ciudades desiertas de los imperios caídos, que vas a mirar y ya no son sino maquetas armadas por marineros jubilados, porque los originales yacen escorados, semienterrados en el légamo del fondo del lugar de la última batalla perdida por los otrora triunfadores de todas las habidas en los siete mares.
Hay que añadir a cada ilusión cada día un sueño para así añadir a cada día de vida otro o tal vez muchos y construirse vida tras vida, como una de aquellas torres que si no salía el cero, nos dispensaban los barquilleros de los parques de mi niñez. No debe renunciarse nunca a la esperanza relegada al sótano o al desván porque jamás pareció haber tiempo ni ser ocasión. En realidad los hubo, pero estábamos enganchados a la carroza de las prisas, demasiado atentos a lo banal cotidiano y así fuimos perdiendo una tras otra las ocasiones de visitar los lugares donde desconocidos nos esperaban, hombres y mujeres, todos con algo nuevo, interesante, inédito, que decirnos y ahora atragantados o que es posible que hayan dicho a otros lo que nosotros deberíamos haber escuchado con la debida atención. Y cada uno, además, nos lo habría dicho en su idioma, y ahora mismo seríamos políglotas y capaces de entender las palabras de amor de más gente sin duda tan enamorada como nosotros mismos de la vida.

Que duele –me dices- vivir. Pues claro que duele. Si no doliera ¿cómo podríamos disfrutar de la efímera calma, del sosiego de estar flotando en un rayo de sol, como átomos de polvo, embriagados por el ritmo con que la luz se compone sin cesar sonando todos sus colores?

domingo, 12 de julio de 2009

“… vieja y soñadora idea del soltero –la idea de que la unidad del matrimonio, el ser una sola carne, tiene algo que ver con el ser plenamente felices, o ser perfectamente buenos, o aún con ser perfecta y continuamente afectuosos. La verdad es que un hombre ordinario y honesto es parte de su mujer aún cuando desee no serlo. La verdad es que una mujer ordinaria y buena es parte de su marido aún cuando desee verle en el fondo del mar. Ya estén ambos por el momento amigables o enfadados, felices o miserables, la ‘cosa’ sigue su marcha, esa ‘cosa grande’ a cuatro pies, el cuadrúpedo del hogar. Entrambos son una nación, una sociedad, una máquina. Son una sola carne aún cuando no son un solo espíritu.”

Me gustaría haberlo escrito, sin poner ni quitar nada, pero, deslumbrante, como siempre, fue G. K. Chesterton, uno de mis autores favoritos, desde que allá en la juventud, trabamos conocimiento a través de sus relatos protagonizados por el padre Brown, ese prodigioso detective del puro sentido común a flor de piel, como es lógico apoyado en la capacidad inusitada de las neuronas del autor que lo creó con la personalidad un poco más nítida en cada relato, hasta convertirlo en un amigo suyo y a la vez –tus amigos lo son míos- de cada lector.

Tal vez el padre Brown no concediera al texto entrecomillado de más arriba ningún mérito especial, a mí me sigue pareciendo algo extraordinario, hacer en tan pocas palabras una descripción de la esperanza prematrimonial y las consecuencias del matrimonio, sus consecuencias, quiero decir naturalmente, cuando “un hombre ordinario y honesto” y “una mujer ordinaria y buena” lo celebran y contraen con recíproco aporte de sendas dosis de amor, esencialmente adobado de buena voluntad y con la justa pizca de sentido del humor suficientes para cimentar la comprensión.

martes, 7 de julio de 2009

Hace un sol distraído, que juguetea con los escasos nubarrones ennegrecidos es probable que por haber estado limpiando la parte azul del cielo en que antes se escribían las cartas de novia. Pero muy poco antes, porque hace todavía poco lo que las novias escribían aprisa y corriendo eran minúsculos billetes de amor que llevaban las dueñas y las carabinas a los donjuanes que Marañón dijo que había algo de feminoide en eso de que se enamorasen con tantísima frecuencia y convencieran con tanta facilidad a doña Inés para que saltase la tapia del convento.

Hace un sol indeciso. Total, si vais a seguir teniendo –nos dice- esa cara de frío, para qué os voy a echar yo una mirada a estas horas de la mañana. La mañana tiene el recuerdo aún de la madrugada licuada en rocío sobre los pétalos adolescentes de las flores del patio. Vamos hasta la playa y hay un señor caminando por la orilla a toda prisa, como si lo persiguiera el colesterol y se pudiera huir de su mordedura de perro airado. Para airado, en nuestro caso, el gato persa de la florista cuando el cocker, despistado, trató de olfatearlo por debajo del rabo. Y el cocker lo miró por encima del hombro y ni se inmutó por el bufido. Bah, me dijo, otro chiflado que le gusta la guerra. Al cocker he llegado a la conclusión de que lo que le gusta es la filosofía rumiada con los ojos cerrados, haciéndose el dormido. ¿O estará de veras dormido? El sueño es un vehículo caprichoso, que tan pronto viene cargado de sorpresas como de pesadillas. El sueño podría ser una breve estancia en otro mundo en que cualquier día, de súbito, podríamos quedarnos para no volver a éste, que, así, se convertiría en sueño.

lunes, 6 de julio de 2009

Viejos fantasmas indefinidos, vagan
por las sombras de la noche. No me pidas
que los describa, No sabría.
Son inconcretas formas. Tal vez
sólo el temor
ancestral
a lo desconocido, que me impulsa,
como al insecto que soy, hacia la luz, aún consciente
de que la luz, ese otro misterio
deslumbrante,
podría estar llenos de peligros
inimaginables.

domingo, 5 de julio de 2009

Tiempo de orbayo, aire licuado y gris, sudan las nubes y llora una torrentera la montaña de más cerca. Estamos en verano y no, a la vez, por los caprichos es posible que del cambio climático de que hablan y dicen unos que lo hay, otros que no y muchos se pasan de pensar de una manera o de otra según lo que acaban de leer o de estudiar seguramente con ahínco, pero sin más datos que los que constan en algún documento, siendo por contraste, como son, la naturaleza y la vida tan cambiantes e impredecibles. Conozco hombres que considero muy inteligentes, que dicen que hablar del cambio climático es una soberana tontería que usan para sus turbios fines quienes lo necesitan, y se de otros muchos hombres, a que asimismo considero sabios, que dicen que ignorarlo es una temeridad que podría concluir con la vida que conocemos sobre la tierra. Y podría ser, que la tierra, durante la vida del sol, haya mudado y aún vaya a mudar de habitantes muchas veces, cada vez que la especie dominante llegue a tal grado de peligrosa ciencia que se destruya junto con la demás vida, capaz sin embargo, más tarde, de regenerarse con unas características en cada ocasión diferentes.

viernes, 3 de julio de 2009

Si te recitase hoy un poema cualquiera
sonaría gris, como el aire que respiro, esta niebla
cansada, que se ha parado a descansar
bajo el alero
de mis más disparatados sueños. Los sueños
que soñaba de niño, los que fui
desgranando de mayor sin hacer,
en las viejas aulas, entre latinajos poco menos que incomprensibles
y los primeros artículos de las primeras leyes
con que nos íbamos topando. Si te recitase
hoy
alguno de mis versos
se me trabaría la lengua entre amores y fracasos
de la persecución que ha de hacer cada hombre a través
de los más profundos bosques de conocimientos,
que para colmo son insuficientes,
en busca de la soledad prevista para él, un paradójico lugar
donde hay más seres humanos, todos boquiabiertos o jadeantes,
todos puro anhelo de llegar a ser diferentes
de lo que son, separarse de sus sombras,
sin darse cuenta de que cuando más,
el mejor de nosotros,
lo es cuando dice una hermosa palabra que otro entiende
para compartir un sueño, antes
de morir
Todos los niños deberían aprender en la escuela a tocar un instrumento musical. La música es el único modo conocido de comunicación universal que no necesita traducción a los diferentes idiomas o dialectos posibles. Todos los niños deberían aprender n la escuela u segundo idioma, además del suyo, de utilización universal. Todos los niños del mundo deberían poder comunicarse entre sí sin barreras idiomáticas. Un mundo tan pequeño como el nuestro, en que por añadidura ni siquiera los peligros de pandemias y epidemias como ésta de gripe que nos aflige son capaces de anteponerse a los intereses económicos, necesita para sobrevivir que sus habitantes, que han de convivir estrechamente relacionados, sean capaces de comunicarse con pleno conocimiento del significado profundo de las palabras y de sus distintos significados en cualquier contexto, con los correspondientes matices expresivos. Un mundo como éste. Cada vez más complicado y complicado de manera más sutil. Habían inventado la democracia para hacer las relaciones más fluidas, acercar más el ejercicio de la soberanía a los supuestos titulares, acercarse más a los más pequeños, los más débiles, los más insignificantes, que en ocasiones son los más sabios, a veces los más eficaces, a veces los pioneros de mutaciones sociales convenientes, pero ya le han añadido remiendos que deteriorar evidentemente el tejido fundamental y ahora está llegando a ser vehículo de imposiciones a través de mayorías fingidas, extrapoladas, extravasadas en la función, a la vez que los poderes que deberían ejercer un recíproco control del respeto de todos y de cada uno de los miembros del grupo, se convierten en vasos comunicantes de una sola decisión, de una sola tendencia.

Todos los niños deberían aprender en la escuela que su opinión es importante, debe comunicarse, no es lícito que se acomode a la de otro sin aportarle o su matiz o su deliberada adhesión o su contradicción. Y ninguna deliberada adhesión debe prestarse sin una valoración previa basada en la ciencia y el conocimiento de lo que supone y de por qué se hace.

Todos los niños deberían aprender en la escuela de que cada uno de nosotros, diferente, diferenciado, único e indispensable para el plan de la creación, forma parte de un todo humano, con el que coincide en las paradojas del tiempo y el espacio para que el plan se cumpla con arreglo a la aportación de todos.

Todo niños debería aprender en la escuela, además del latín, la numismática y la lista de los reyes godos, que su indeclinable vocación es la de llegar a ser hombre libre durante un instante, una época o una vida. -

miércoles, 1 de julio de 2009

En cada país debería existir un espacio para disconformes, territorio con organización o caos diferente, donde poder salir a respirar cuando agobiase la falta de sintonía con un o unos gobernantes con cuyas decisiones no se estuviera habitualmente de acuerdo. Lo malo es que en tal república de las nubes haría falta otro sistema organizativo y podría darse el caso de salir de uno malo para entrar en otro peor. Aún así debería poderse probar, con la garantía, claro de que en su caso no nos atraparía otra caterva de, en ambos casos en nuestra desde luego subjetiva opinión, todavía más insuficientes, caprichosos y peligrosos que los otros. Utópico, claro. Y difícil. Pero la dificultad no debe arredrar nunca al hombre. Si no, estaríamos en las cavernas aún, o, cuando más, residiendo en unas atractivas viviendas lacustres, Si la Venecia actual, somnolienta, brumosa, irreal, procede de un poblado lacustre, no podían ser tan malos.

Y al fin y al cabo, nada, por malo que parezca a alguno, es, en este mundo de equilibrios, tan repelente, cuando en realidad bueno y malo casi siempre se equilibran, y cada disgusto viene seguido de una alegría, y cada satisfacción de un quebranto. Parece que no se puede más y alguien escribió un libro hace mucho tiempo o ayer mismo, o lo está imprimiendo en este preciso momento, cuyas páginas sirve de cobijo y sosiego. Y se sale de la lectura, o de un paseo solitario en que escuchaste un nuevo tono de esa armonía universal que abarca desde el trueno hasta el susurro de las hojas que mueve el aleteo de un pájaro fugitivo, con la capacidad de comprender y de amar renovadas, briosas, llenas de fe y de esperanza.

Es cosa como de la sucesión del día y la noche, con sus dos crepúsculos, de miedo y de esperanza, que recíprocamente compensan y equilibran lo oscuro con la luz, sucesivo contraste que nos va desgastando y a eso le llamamos edad, vida, tiempo …
Las bardas están hechas de espinos, madreselvas y mirlos. Cuando llegue setiembre, además, se cubrirán de moras y la chavalería no irá, sin embargo, como antes, con un frasco de cristal y un palo, a buscarlas para hacer, por las bravas, zumo de zarzamora. Las bardas, ahora, invaden el camino por que no pasa naide, como por entre los tamujos de la vera del río a que la moza de Gabriel y Galán arrastraba a su admirador, ¿tal vez novio? Adolescente. Hay remolinos de brisa que regocijan a las hojas de la hilada de álamos blancos de junto al regato sin agua. Va por debajo, me dice, el paisano, y por eso están nietos los chopos. ¿Qué quiere decir nieto? Se interesa uno de verdad. Tú, le aclaro, dirías que guay. Voy por el camino, recordando sus esquinas y las paredes de piedra seca que ahora tapa la maleza. Antes, levantabas las piedras y había un rebullir de insectos variopintos y con frecuencia una víbora, que sacaba la lengua bífida y te amenazaba. En aquellos tiempos se decía aún que si la víbora te picaba no habría remedio en la botica. Por si las moscas, no les dejábamos picarnos, les sujetábamos la cabeza con una horquilla hecha con la rama de un árbol o la apartábamos con una vara. Las varas de avellano son las más flexibles, las de caña seca pesan menos, son más rígidas, hacen mejor bastón, Mi tío abuelo Teodoro cortaba cada año una caña del cañaveral de casa de mis primos y la dejaba secar para sustituir la varita de caña de su bastón cada año siguiente. Mi tío abuelo Teodoro, que siempre, en verano, llevaba una varita de caña, por el invierno jugaba conmigo a la escoba, en la mesa camilla, con el erraj del brasero recién excitado, que rascaba el montoncillo mediante una firma con la badila y me ganaba siempre, con gran regocijo por su parte.
La librería de viejo huele a polvo de libros. Los libros mueren (probablemente), hechos polvo de libros. Y no acierto a imaginar si son las letras o serán las palabras, las frases completas, los párrafos o las páginas, tal vez sólo el papel, lo que se va dispersando en átomos, electrones de letras y no serán más que las palabras verdaderamente brillantes las que floten ya hechas polvo en el rayo de sol que penetra por la claraboya adornada de telarañas.

Hurgo por entre los libros, entristecidos de vejez, esperanzados como cachorros, que se me agarran, lo siento, a las manos, con la pretensión más que evidente de que los saque de este cementerio de libros y los recomponga en el ejército de los míos, desordenados en el desván, pero cuidadosamente alineados en las estanterías, los plúteos, como prefería escribir Azorín.

Me acuerdo especialmente de Azorín cuando paso junto a uno de esos pueblos semiabandonados, que, como ese de Castilla que no quiero nombrar, tienen la iglesia cerrada a cal y canto, rodeada de cascotes y alambre de púas y con un viejo letrero que dice que se halla en “restauración”, por las trazas puede que desde el año de Maricastaña. Ya no son pueblecitos. Son, cuando más, recuerdo casi apagado en cabezas que se olvidaron ya de los años que han pasado desde que se fueron del entonces todavía pueblecito y, como la mujer de Lot, miraron por encima del hombro, antes de irse del todo, sin convertirse por cierto en estatuas de sal.

Por un euro, me llevo libros de esos que en teoría ya no existen, de cuando los libreros eran libreros y los editores, editores. Libros escritos en papel y con sobrecubiertas de cuando todas las escaseces.

Una verdadera multitud, que no estuvo allí, por cierto, habla y no acaba de aquellos según cada opinante horribles tiempos. ¿Sabes?, yo era joven, entonces, y los jóvenes nos parecíamos sobremanera a cualesquiera otros de cualquier otra época y ahora mismo, añoramos nuestra juventud como fue, porque te aseguro que aquellos duros tiempos tuvieron sus alegrías, dolores, encantos y desilusiones lo mismo que estos duros tiempos de ahora, cuando hemos ganado muchas cosas, pero perdido muchas otras, también entre alegrías, tristezas, encandilamientos y desilusionado escepticismo.