Hace un sol distraído, que juguetea con los escasos nubarrones ennegrecidos es probable que por haber estado limpiando la parte azul del cielo en que antes se escribían las cartas de novia. Pero muy poco antes, porque hace todavía poco lo que las novias escribían aprisa y corriendo eran minúsculos billetes de amor que llevaban las dueñas y las carabinas a los donjuanes que Marañón dijo que había algo de feminoide en eso de que se enamorasen con tantísima frecuencia y convencieran con tanta facilidad a doña Inés para que saltase la tapia del convento.
Hace un sol indeciso. Total, si vais a seguir teniendo –nos dice- esa cara de frío, para qué os voy a echar yo una mirada a estas horas de la mañana. La mañana tiene el recuerdo aún de la madrugada licuada en rocío sobre los pétalos adolescentes de las flores del patio. Vamos hasta la playa y hay un señor caminando por la orilla a toda prisa, como si lo persiguiera el colesterol y se pudiera huir de su mordedura de perro airado. Para airado, en nuestro caso, el gato persa de la florista cuando el cocker, despistado, trató de olfatearlo por debajo del rabo. Y el cocker lo miró por encima del hombro y ni se inmutó por el bufido. Bah, me dijo, otro chiflado que le gusta la guerra. Al cocker he llegado a la conclusión de que lo que le gusta es la filosofía rumiada con los ojos cerrados, haciéndose el dormido. ¿O estará de veras dormido? El sueño es un vehículo caprichoso, que tan pronto viene cargado de sorpresas como de pesadillas. El sueño podría ser una breve estancia en otro mundo en que cualquier día, de súbito, podríamos quedarnos para no volver a éste, que, así, se convertiría en sueño.
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