sábado, 30 de abril de 2011

El que no inventa no vive y el que inventa es probable que se muera de hambre, a no ser que lo que invente parezca útil a otro que se lo trueque o se lo compre. Así, el inventor podrá comprar pan. No sé por qué, pero cuando hablamos de dar de comer, lo hacemos siempre a través del pan. El pan es la comida por excelencia, pienso que lo relacionamos consciente o inconscientemente con la eucaristía, donde lo importante es el pan, como lo es el vino. ¿Por qué el vino y no el agua? El agua es el líquido por excelencia para el hombre. O lo era hasta la dignificación suprema del vino en la eucaristía.

La historia, casi toda, es un misterio, con sus recovecos y la multitud de fines y propósitos buenos y malos que se entrecruzan en su relato. Cada vez más historiadores dedican su vida a entresacar del casi siempre parcial, subjetivo y en gran parte matizado relato de la historia, un hilo más o menos objetivo de realidades equilibradas entre la memoria de los vencedores de cada confrontación histórica con el olvido de la versión de los fracasados, vencidos, apartados al rincón de un recuerdo piadoso de su desgraciado esfuerzo. Vas atesorando libros llenos del buen propósito de llegar a la verdad y redescubres que la verdad es inalcanzable en esta vida mortal, donde las cosas duran lo que duran y se convierten es recuerdos deformados de lo ocurrido.

Empellón a empellón, se va recorriendo ahora mismo el disparatado trayecto de los cuatro partidos de fútbol en que casi media España se enfrenta a la otra media entre tarascadas, esfuerzos y palabrería más o menos desdichada. El saldo anual, a pesar del campeonato ganado por el Madrid en Valencia, parece favorable al Barcelona, sobre todo en la Liga, donde a expensas de lo que todavía ocurra en los cuatro últimos partidos, le ganó la partida individual a su rival con un cinco a cero en campo propio y empare a cero en el ajeno. La Copa del Rey, en cambio, resultó favorable al Madrid, por un gol a cero en campo neutral. Queda un partido de la eliminatoria del campeonato de capeones de Europa. Visto lo visto, creo que debería limitarse el gasto de los equipos hasta una cierta cifra anual, cosa que restablecería el equilibrio de los campeonatos nacionales, y que debería prohibirse a un mismo equipo jugar a la vez varias competiciones, para evitar disparates como esos cuatro partidos entre dos mismos equipos, a lo largo de quince días, con los nervios alterados y la tensión excedida. Que al fin y al cabo esto no es más que un juego, confrontación de habilidades y suerte, y no una batalla, por ahora incruenta, pero cada vez menos controlada y con más gente diciendo lo que a mí me parece que no debería.

Traigo de la capital grande una reflexión pequeña: ¿por qué se hacen torres en Madrid? Me parece a mí que la construcción en altura debería ser solución para la falta de espacio. En Madrid no falta espacio. El territorio de alrededor es llano por tres de sus cuatro costados. ¿Por qué las torres? ¿Por el desafía de construir cada vez con mejor técnica y mayor dificultad? Creo que esas aglomeraciones humanas y las características de un edificio desarrollado en altura, abren la posibilidad de multitud de riesgos y peligros innecesarios, a cambio de poder contemplar el suelo más lejos, abajo y el cielo más cerca, arriba. Un día, una de esas torres se nos va a salir por el agujero del ozono. ¡Si por lo menos ese cielo que se acerca fuese el Cielo, para tratar de echar una ojeada!

martes, 26 de abril de 2011

Razonar, vencer, luego, más la pereza que el miedo, y, por fin, ejecutar el definitivo acta de voluntad que consiste en ir al dentista. Me tocaba el lunes, Deo volente, pero me lo han declarado festivo por traslado. Por de pronto, hoy, mañana y pasado, me toca el viaje habitual por las dos capitales. Los problemas pendientes con la dentadura, de que tan poco casó solí yo hacer siempre, acaban en estos barros, duelos y quebrantos en que unos se rompen, otros se caen y otros te los sacan y se descansa, pero hay que hacer el lento tránsito por toda la dolorida boca.

Curioso cuerpo, el humano, que se lleva a cuestas sin sentir hasta que pasa algo o algo va demasiado bien o demasiado mal y entonces se concentra la atención en aquel preciso punto de goce o de dolor.

A cada día, su afán. Ahora mismo, cambiar el cartucho de tinta de la impresora.

Vivimos llenos de pequeñas y grandes servidumbres, que nos sacan los cuartos por toda partes: el periódico, la energía eléctrica, los recambios y pilas de toda clase de juguetes y aparatos, el agua, los variados impuestos directos, indirectos y circunstanciales, el combustible para cocina y calefacción, la ropa, los zapatos, la sanidad de la familia, la casa. Una carrera entre ingresos y gastos, la cuenta de la vieja, la de resultados. Menos mal cuando se cierra equilibrada, o, por lo menos, moderadamente deficitaria.

Nos hemos acostumbrado a vivir tan deprisa que todo ha de comprarse ya, aunque sea con dinero que viene, o lo que es peor, que podría venir en camino. El invento de los préstamos con interés, seguido del de las garantías famosas y las garantías a medida derivó hasta la dorada jaula en que estábamos hasta que vendieron la jaula para sustituirla por otra de titanio, más sólida, más manejable y más barata, que todo cuenta.

Donde antes trigo, proliferan los tableros que captan energía solar, donde abedules y pinar, gigantescos molinos de plástico a cuyas aspas no llegaría la lanza del hidalgo. ¿No plantarán trigo? Un alto mando del supermercado dice hoy en el periódico que se compran y consumen líquidos blancos de diverso contenido y aspecto, como sucedáneos de la leche entera y verdadera de aquellas vacas que alimentaron nuestra niñez. Ahora, la leche, semidescremada, desmantequillada, desnatada, envejecida, rejuvenecida, enriquecida, empobrecida, es un líqudo blanco de procedencia y contenido inciertos, si acaso descrito en letra atómica en un lateral de la caja de cartón que la contiene.

¡Cómo no se me iban a escoñar los dientes!

lunes, 25 de abril de 2011

Las ciudades necesitan espacios para la soledad, para correr como desesperados, pero sin ir a ninguna parte, para soñar, para ser redomadamente cursi, contemplar los pájaros a través de unos carísimos prismáticos, hacer fotografías a los disparatados monumentos que son capaces de mandar poner los prebostes, mercadear, soñar y comer, en su caso, como gochos o como delicadísimos gourmets.

Una ciudad, como los humanos, ha de ser variopinta y estar viva, tener tiendas y escaparates brillantes, deslumbrantes, y chiscones canallas y cobijos para ir de picos pardos o a tirarle de la oreja a Jorge-

O, sencillamente, lugares por donde salir a pasear. El paseo, no hace tanto, lo practicaban las familias los sábados por la tarde y los domingos, que eran el tiempo de ocio familiar hasta que se inventó e implantó el fútbol como válvula de escape de un necio afán de ganar que suele obnubilar a la gente. Se paseaba, mirando escaparates, haciendo hora para ir a merendar chocolate con tejeringos o te. El te, los más elegantes, siempre lo han tomado con hache intercalada y sin leche, hasta que inventaron los chamanes el poleo, para adjuntarle sabor a menta. Se paseaba camino de la misa mayor, con tres curas, incienso y órgano, y, a su salida, en busca de un bar donde el aperitivo del que llamaba aquel inefable amigo de mi pueblo el murmú con linchoas.

Es decir, que la ciudad necesita, para sentirse viva y corpórea, musculada y sana, salir a tomar la calle, como ahora sólo se hace en fiestas y durante las fiestas. Nada más triste, solitario y amedrentador que el ocaso en una calle vacía, de una ciudad tomada por la niebla, como las que se fingen en el cine cada vez que cuentan lo de Jack el Destripador.

Ciudades grandes y pequeñas siempre han tenido un Espolón, como Burgos, una calle Sierpes, como Sevillla, La Gran Vía, como Madrid, Los Alamos, como Oviedo o la Farola, como Luarca y Gijón con su Muro, por donde salir a dar paseos de ida y venida, como la lenteja del péndulo, a estirar las piernas –cosa muy diferente como todos saben de estirar la pata- y cruzarse con amigos y amadas en cada vuelta, con sonrisa, entonces, de él y caída de ojos de ella.

domingo, 24 de abril de 2011

Haber disfrutado de un día radiante es ya de por sí un premio además de inmerecido, inesperado –puede haber sido también esperado durante más o menos largo tiempo y luego en su inminencia, sus vísperas-. Se acaba, como todo. En este caso entre la llovizna nocturna de la Pascua de Resurrección. Todo el sábado, Sábado de Gloria, fue un indeciso si lluevo o no, adornado de calabobos, nuestro orbayu, en definitiva lluvia pulverizada, que no impide ni las celebraciones ni que sean radiantes, cuando en efecto, lo son.

En seguida, todos se dispersan, cada mochuelo a su olivo, pero queda por los rincones de casa su aliento y en cada esquina el jirón brillante de una risa por cualquier nadería.

Paso por esa revista una ojeada y lo lamento. Hay una peregrina idea latiendo en la información que acabo de casi leer. Consiste, en términos generales, en la a mi juicio infundada aseveración de que la gente, el lector, dicen ellos, tiene un supuesto derecho, que les confiere a ellos, de saber todo cuanto está ocurriendo. Y al parecer eso incluye una serie de banalidades reveladoras de la superficialidad de quienes no dejan de hablar de sus vicisitudes menores, sus amoríos y desamores, sus cantos y desencantos. Y, lo que es más grave, cualquier desliz de cualquiera, que, por mucho que te esfuerces en vivir de acuerdo con tus principios, tu naturaleza humana, lastrada de tantas debilidades y acosada por tantas presiones circunstanciales, hace que pueda ocurrir a cualquiera, y que se empeñan en airear, a poder ser cuanto antes, sin el menor respeto ni asomo de consideración.

Me enfado, quito la revista y la tiro a la basura, porque ese personaje a que alude, tiene un brillante historial que no merece el maltrato del posible desvío publicado. Tiene en cambio una gracia macabra que la policía americana, al hacer las fotografías identificativos de un delincuente aparentemente menor, para ficharlo, advirtió que tenía el torso cubierto de tatuajes, y, al examinarlos, que esos tatuajes relataban, como viñetas de un tebeo, un asesinato pendiente de solución. Lo dice el periódico de ayer.

sábado, 23 de abril de 2011

Se forma una aglomeración cualquiera de más de diez mil personas, cincuenta mil, cien mil, quinientas mil, y yo voy dándome progresiva cuenta de mi falta de importancia, aquí, ahora perdido en la inmensidad de esta marea humana que me ha absorbido y me mueve a su capricho colectivo. Si despertase, me digo, podría recuperar mi sentido de la realidad, mi dimensión habitual, pero no despierto y mira por dónde, hoy tampoco acierto a volar. Tal vez si supiera, alzásemos el vuelo toda la multitud juntos y sería aún peor, que desde el suelo conservo el aire libre hacia arriba, hacia las nubes que se afanan en bruñir el azul del cielo. Podría también dormirme dentro del sueño –porque esto tiene que ser un sueño- y así escapar del agobio. Pero tal vez no sea un sueño, sino sólo una aglomeración de gente que grita, pide, exige no sé qué cosas. Ni siquiera puedo, al no saber qué es, saber si por lo menos me interesa alcanzarlo yo también, cuando quienquiera que sea a quien se lo están pidiendo, no pueda negarse a concederlo a semejante multitud, no sé si he dicho, pero insisto en que amenazadora. Ladra, súbito, un perro que pasa por entre las piernas de los manifestantes, me coge la mano con sus afilados dientes y es Laila, que acaba de despertarme y me mira por entre su flequillo de lana de perro de agua, me lame de nuevo la mano, la mordisquea, según la había dejado colgar, dormido en la butaca, ante la televisión. Luego, da un salto, se me sube, se sienta en mi regado, altiva, satisfecha, me la un lametón en la cara, se va y me deja liberado de la pesadilla. Afuera hace sol. Todavía no es hora de que se arranquen las campanillas en el vuelo del Sábado, la fiesta mayor de la esperanza de sobrevivir más allá, aunque nade sepa con exactitud dónde ni cómo. Día del libro. En un rincón secreto, casi el tesoro de una isla, me encuentro siete libros descatalogados que hacía tiempo perseguía por las librerías de usado. Dos, sobre todo, perseguidos por mí, infructuosamente, desde hace mucho tiempo. Es mi modo de festejarlo. Por lo siete veces alto. Recorto una fotografía del mercado saturado al aire libre de una saturada ciudad. Una vieja costumbre –me repito, pero es que necesariamente, todo cuanto repito es en mí viejo-, de recortar fotografías impresionantes o pintorescas o graciosas e irlas pegando en las libretas que me sirvieron de “moleskines” antes de conocerlos. Allí cuelgo una ocurrencia volandera, un retrato, la cita de un autor en su libro último que conozco, una impresión, un sonido, algo que debo recordar. Ahora mismo, antes que la foto, pongo una nota para acordarme de comprar otro libro nuevo, de que acabo de tener noticia y dice que está escrito por un profesor sabio: “Nueva historia de la democracia”. Me pregunto si es porque se esperó tanto de ella por lo que la han amasado unos, golpeador otros, desgarrado aquéllos y hecho jirones los de más allá, pero ahora, al parecer, este profesor trata de rebobinar y pasar la película de otra peculiar historia, supongo que subjetiva y expresiva de su particular desencanto por lo que esperaba y no llegó. Nunca llegan, ni la verdad definitiva ni la felicidad edénica, ¡cómo será de hermosa la vida, que a pesar de todo, nos parece hermoso haberla vivido hasta aquí! A ratos, “más muertos que vivos” aventuramos a decir con nuestra habitual insensatez. Podría ser otra mentira de los mendaces agitadores del mercado editorial, algunos capaces de resumir el argumento de un libro mucho mejor de cómo lo desarrolló su autor, para moverte a comprarlo, descubrir la falacia, tirarlo al rincón oscuro del desván, pero así aliviar un mercado tan alicaído, que hoy, Día del Libro, un pobre librero ofrece, como insuficiente a todas luces reclamo el descuento en compras de un cinco por ciento.
Condenaban a galeras. En las galeras, los más criminales de los condenados a galeras, remaban como condenados y el cómitre les atizaba latigazos con muchísimo cuidado de no acabar con ellos, los condenados a galeras, después de todo, delicadísimas piezas del motor de la galera.

Condenaban a galeras .lo dice la Novísima Recopilación, a los asturianos que iban con palos a las romerías de la ribera del Manzanares y allí dirimían a garrotazos las diferencias entre sus concejos de origen.

No se había inventado el fútbol, como generador de tensiones, acumulador y dispersador de adrenalina. Debería haberse inventado para evitar por ejemplo la discriminación vaqueira. O la expulsión de los moriscos. O la de los judíos. Siempre ha habido alguien dispuesto a expulsar a otro u otros, dado que en su día también lo hicieron con los jesuitas. Y ¡mira que está despoblada España!, que viajas kilómetros y kilómetros por llanuras semivacías, pueblos apagados, ciudades dormidas. Y de pronto, Madrid, o Barcelona, o Sevilla, o Valencia, o Bilbao, atestadas y anilladas de humanidad doliente. Y luego más y más kilómetros de otra inmensa soledad.

Publica ayer el periódico que compré hoy porque me equivoqué de día sin prensa y leí así las noticias con un día de atraso, más posadas, libres todavía de políticos, felizmente para nosotros dispersados a descansar sin verse, oírse, tocarse ni tener la posibilidad de ponerse recíprocamente como no digan dueñas, publica, decía, el periódico añadido al habitual de cada día por ser casi fin de semana, un reportaje donde dice que lo que falta no es espacio, que el problema radica en el progresivo éxodo a la ciudad, en las monstruosas ciudades que crecen sin cesar y en la progresiva imposibilidad de mantener en ellas un mínimo de limpieza, orden, concierto y coexistencia con los vehículos de motor, cada vez más, cada vez mayores, cada vez más potentes, cada vez más osados en la invasión de espacios, el desprecio de prohibiciones, la inexorable aproximación del feliz día en que se queden enganchados todos unos a otros, sin posibilidad de ir ni de volver, de aparcar ni de permanecer, que, a este paso, llegará un día u otro, que no hay que mirar más que la entrada y la salida de las grandes ciudades, al amanecer y al ocaso, cuando se va y se viene al y del trabajo, convulsos, sudorosos, tensos todos los conductores, cualquiera que sea su religión, su sexo, su edad, impregnados de olor a gasolina y goma quemada, ensordecidos por el constante rumor, nerviosos por la reconcentrada atención respecto de lo que viene y va a través del parabrisas y tres espejos retrovisores, con el GPS avisando de que te has pasado de salida y el telefonino en pie de guerra, tocando, maldita sea por nonagésima centésima vez tu canción favorita, que cómo mil pares de puñetas se te habrá ocurrido seleccionarla como tono de llamada del pequeño monstruo recién llegado –relativamente- del útero del progreso.

viernes, 22 de abril de 2011

Toda la humanidad ha vertido ejemplares a lo largo de la Semanasanta de Asturias. Las ciudades son medianamente grandes, con sus cerca, las mayores de trescientos mi habitantes –diez veces los que tienen Soria o Segovia y disimulan más lo que se les ha venido encima, pero en los pueblos, alguno de no más de cinco mil habitantes, la llegada de mimos y las pipirijainas, la corte de los milagros y los autobuses del inserso lo satura todo, sobre todo calles, plazas y terrazas de toda clase de establecimientos donde se pide lo que en mi juventud madrileña era un chiquito de vino para echar un pitillo y una meada

-El “servicio”, por favor?
-Al fondo, a la izquierda, bajando.

Vuelven a su pitillo o su “clara”, que tampoco se puede beber mucho, que hay un guardiacivil con un alcoholímetro, cada más o menos media docena de curvas y por las noches a la salida de la bodas de “carpa”, que son las más movidas y animadas como los antiguos vagones “de tercera”. ¿Qué no ha viajado usted en un vagón de tercera? Pues no sabe lo que es la vida misma, compartida, convivida, celebrada con las lascas de jamones y quesos y pan bregado, todo “de casa” y cortado con una “de Albacete”, “de muelles”, que suena, al abrirla, como una pequeña ametralladora y cortaban como navajas de afeitar de las de cuando apenas llegaba la electricidad a las casas, con sus bombillas colgadas sin más del mismo “hilo” de la luz, como pequeñas cabezas de ahorcados, todas “de veinticinco”, agónicas. Y para colmo hubo siempre en los “de tercera”,”artículos de viaje”, que se lo llamábamos al mágico trío de la tortilla de patata, el filete empanado y la empanada, a elegir, de pollo, de sardina o de carne. Salía la “bota”, o mejor dicho, entraba, porque solía viajar fuera de la ventanilla, colgada de un cordel, por lo de la fresca, y todos éramos a darle un tiento.

-Niño –decían las mamás dando ejemplo- tienes que aprender a tentar la bota. Ha de hacerse con calma, dejando caer el chorro sobre la lengua y dejándole que espalme. Anda, prueba otra vez. Tú no te pongas nervioso, ni la aprietes, ni la alces demasiado. Ponla casi enfrente, un poco alta, tiéntala, que es como, al acariciarla, hacerle un mohín.
Ni siquiera un Stradivarius es capaz de tocar sin dos manos y un cerebro que las lleve al punto exacto donde la nota suena, si el instrumento está afinado, y pone el arco exactamente en el lugar y con la presión en la cuerda que produce la sensación debida para que la melodía se engarce y maraville al auditorio. Hay que ponerlos a cantar, todos los años unas horas, para que no muera la madera, se sienta acariciada y viva. Supongo que si los coge una mano inexperta, los Stradivarius se estremecerán. ¿O no? ¿Les dará igual? Es probable que cualquier instrumento ignore su función y disfrute por el mero hecho de servir para sonar. Me imagino a los humanos del Edén. Seguro que toda la Tierra lo fue. Disfrutando del hecho de vivir y el descubrimiento de ser capaces de darse cuenta de que estaban nada menos que vivos.
El Viernesanto descansan los políticos, y, con ellos, la civilización occidental, de su desencantada decadencia. Que al fin y al cabo, desde aquel libro premonitorio que se hizo famoso a mediados del siglo pasado: “La decadencia de Occidente”, ha dado tiempo a colocarse para caer, o para decaer. Es de suma importancia –lo sabemos los viejos- colocarse para caer. La diferencia se traduce en eventuales rupturas de huesos, que, pasada cierta edad que ya no recuerdo, pueden resultar hasta concluyentes y definitivas.

Descansan los puñeteros políticos y un soplo de aire fresco recorre los entresijos del laberinto europeo, cuyas teselas está visto que no encajan. Uno llega a sospechar si desde los tiempos de Locke no se habrán agitado y movido, arrastrado y erosionado tanto las placas tectónicas que ya vaya a ser imposible, salvo período anárquico intermedio, resolver el viejo rompecabezas de los estados, que en cuanto, además, sienten la tentación de ensamblarse, despiertan una erupción de comarcas que o lo fueron o lo soñaron y un no sé si hervor o escalofrío recorre el espinazo de la civilización.
Busco en las profundidades
del misterio que soy
razones para la ilusión y el miedo
que me agobian
cada día
con sugerencias de
cuanto podría ser
y,
al caer,
cada pregunta mía, allá en el fondo
resuena como un blando chapoteo
en mi blandura
sin consistencia. ¿Por qué
somos la gente a veces
como yo soy, de un modo tan precario,
tan inerme,
en guerra tan cruel como es la de vivir?
¿Cómo podremos competir
con otros tan resueltos y tan sabios,
tan capaces
de enfrentarse
con los miedos?
He de ir soñando,
dolorido y solo,
para vivir de veras esta vida incomprensible,
hecha de esperanza ilusión,
fuerza aparente
y, de pronto, fracaso. ¿Por qué?
¿qué explicación tiene el dolor
que tan pronto me aflige
como se transforma en olvido, parece
no haber existido nunca,
lo envuelve el tiempo, que no existe y sin embargo
es
la medida de todo cuanto ocurre:
redactor del futuro,
memoria y desmemoria, hueco
por donde la vida misma, este energía,
se escapa en mi reloj de arena, mi centro
llevándoseme todo cuanto amo?

miércoles, 20 de abril de 2011

Viene el sacamantecas y todos los pusilánimes se aferran como pueden a los respectivos clavos ardiendo del sálvese el que pueda que sustituye ya a aquello de que las mujeres y los niños primero. Primero el que más corra, sin preferencias por raza, sexo, religión ni edad, que se pone sin falta en las modernas constituciones democráticas. La democracia ha madurado mucho y muy sustancialmente, desde su invento griego corrigiendo la sabiduría oriental de donde procede su perspicacia.

La sabiduría oriental había profundizado con prodigiosa hondura en la esencia del hombre. Los griegos salieron afuera, miraron a su alrededor y trataron de compaginar las honduras de la cueva humana con los restos del Edén. Y así vino a olvidárseles el peregrino afán de igualdad sin esfuerzo que matiza los humanos. Reacios a que alguien tenga más o mejor de algo, sin parar mientes en que esa diferencia costó a su detentador, administrador que al fin y al cabo lo va a dejar todo de este lado del espejo, para dar probable lugar a una buena trifulca familiar posterior, casi siempre grandes esfuerzos, batacazos y contrariedades.

Salvo quien hereda y suele gastárselo en seguida, quien tiene por algo es, además de que haya siempre posibilidad de que haya depredado gran parte en el lindero mismo de la ley o tal vez hasta pisando en la finca del vecino. Por eso insisto en que si desmontásemos indignados la estructura social que nos aflige, otros diferentes de los que ahora la manejan organizarían otra parecida. Hay ejemplos en el mundo, incluso a escala de estados soberanos cuyas estructuras organizativas se desmoronaron con gran júbilo del personal de a pie y a poco, ese mismo personal tuvo otro pie pisándole el pescuezo.

Fútbol, esta noche –ahora el fútbol suele jugarse con nocturnidad-, y Madrid y Barcelona, Barcelona y Madrid, se juegan parte del prestigio anual del ejercicio corriente. Ya sabe todo el mundo lo que yo preferiría, pero las cosas son como son y allá veremos, cuando ya casi sea mañana, si hoy es día de cohetería o de buscarse un rincón donde lamerse a posteriori las heridas. En mi opinión personal, hoy debería considerarse la confrontación menos importante, que lo importante son la eliminatoria de la liga de campeones y la liga nacional, pero entre estos dos no hay pecata minuta, cuartel ni creo que amistoso posible.

Y, envolviéndolo todo, llamando al orden y concierto, recordando que lo importante es otra cosa, la Semana Santa. Con sus dos vertientes, la de aquello que conmemora, su versión del misterio y el milagro más importantes, y la diversa manifestación, la respuesta de los tan diferentes gentíos de España, que cada uno la cuenta a su manera y participa a su modo y hay hasta quien trata de huir, aterrados, de la responsabilidad de creer.

martes, 19 de abril de 2011

Hablan de quitar más enjundia a la religión, dejarla así, toda en minúsculas, pero no saben qué dar a cambio, y se olvidan, cosa que han de pagar sin duda, o que pagaremos como siempre entre todos por el empecinado y evidente error de unos pocos, de que es preciso arbitrar contestaciones a las preguntas trascendentales, y si eso no se hace por vía de una religión digna de crédito, ni habrá orden ni concierto ni nada que valga la pena y la civilización misma dará un salto atrás de miles, he dicho y reitero que miles de años. Cuando el bumerang les llegue y dé en el occipucio, repetirán aquello de que no fue su culpa, su voluntad era buena, no era ésto lo que ellos querían.

Tendrán que volverse, las nuevas generaciones, a la salida de las cavernas y el descubrimiento de las analogías que siempre hay entre persona y persona, cualesquiera que luego sean las características de cada cual. Que al César lo del César y a Dios lo suyo, pero tiene que haber César y haber Dios.

Ahora, de religión, nada. Si acaso, volveremos a celebrar equinoccios y solsticios, danzaremos desnudos por el bosque procurando hacerlo en verano, que ya no estamos para estas cosas, los humanos de poltrona, copa y puro a escondidas, y a los mejor no se dan cuenta, pero estarán inventando religiones alternativas, tras de haber remado tanto. Al fin y al cabo, la historia de la humanidad no es más que la de muchos que caen sucesivamente y sucesivamente se levantan. Como el péndulo de Foucault, nos limitamos a ir y venir, tras percatarnos que otra vez volvimos a errar y así hasta que se consumen todos los pronósticos, puesto que es rigurosamente inexorable que habrá un momento en que el sol se canse y tal vez los descendientes de nuestros descendientes estén inventando en otro planeta, más o menos lejano, otro episodio para que la vida continúe, por más que nosotros ya no estemos viviéndola.

Es conmovedor ver cómo la gente, a pesar de todo, o tal vez por todo lo que están haciendo éstos, se aglomera, arremolina y aferra a la Semana Santa. Es posible que haya menos gente en las iglesias, puede que los que estamos en la iglesia de cada lugar no seamos más que una pandilla de viejos sin porvenir, atosigados de recuerdos, pero cabe también y personalmente observo que así es, que Dios haya salido en busca de los suyos y encontrado modos nuevos de entenderse con quienes todavía hacen oración con su conducta sobre todo, cada cual en su empeño, convencido de que la respuesta no se mueve y espera, quieta, eterna, siendo a la vez ayer, hoy y mañana. Cada vez es más frecuente, en esta época de insolidaridades, que cuando en realidad lo necesitas, encuentres una comprensión, una mano, una palabra o una sonrisa

lunes, 18 de abril de 2011

O hablas de política o de economía, lo demás son cosas serias, con que no se puede andar jugando. La política y la economía, en cambio, son un par de bagatelas que confiamos a divertidos aficionados que es probable que en otra dedicación no tuvieran porvenir. Se hacen profesionales. La experiencia que van ganando a fuerza de hacer campañas electorales, los convierte en expertos del ramo. Y conocer las cifras del paro y ser conscientes de que a medida que van siendo mayores les iba a costar encontrar dónde ganarse el pan, los garbanzos y la cebolla del “contigo pan y cebolla” de cada día, cosa que justifica ese agarrarse como a un clavo ardiendo a los brazos de cada poltrona de mayor o menor fuste.

En política, lo importante es saber prometer, saber sonreír y ser campechano durante la precampaña y la campaña. Después, basta con procurar ser discreto y tener a quien echar la culpa del resultados de ocurrencias y dislates.

En economía, la cosa ya es peor. Ahí, cada año, suele haber un período de rendición de cuentas del anterior en que te encuentras con la inexorable de resultados.

En ambos casos, conviene tener unos cuantos colaboradores de palabra fácil e imaginativos. Que sepan estar al acecho de los comportamientos del adversario y sean expresivos y locuaces para ponerlos de relieve ante el auditorio, ávido siempre de que le cuenten debilidades de otro para así de algún modo justificar además las propias del que escucha.

En economía, donde es más arduo explicarse, se puede en cambio justificar la carestía de la vida con los de los precios del petróleo –a esas alturas le llaman “crudo”- y las crisis, de que siempre tienen la culpa unos misteriosos, sagaces, furtivos y huidizos “ellos”.

La zanahoria de los cuentos tiene también su función, sabiendo enseñarla a tiempo, como al burro, en concepto, como se hace con el burro, de alternativa al palo.

Cuando la zanahoria no se produce o no llega, la culpa es de “ellos”.

También puedes hablar de fútbol, que es algo de que “todos” entendemos. El fútbol, estos días, lo acaparan el Barcelona y el Madrid, sus técnicos, sus asesores, sus entrenadores, sus secretarios técnicos y administrativos, sus recogepelotas y sus segadores, jardineros y regantes. Todos echan su cuarto a espadas y tratan de empujar el balón, con buenas o con malas artes, como sea, dentro de la portería del adversario. Sutil en especial, el entrenador de los de la Capital, que dice y no calla lo que le parece que puede colaborar desde fuera del campo a condicionar lo que ocurra dentro. Cada vez que dice, alguien, jugador, árbitro o entrenador adversario, sienten una inevitable inquietud. Eso se llama provocación y desequilibrio deliberados. Me recuerda a aquel conocido que tengo, que siempre dice que lo esencial es ganar, aunque sea –dice él- de penalti injusto y pitado fuera de plazo. Ignoro si tiene razón, pero podría ser que desde un punto de vista puramente utilitario, sea que sí.

domingo, 17 de abril de 2011

Mirar a la cara del otro. Hay quien no sabe, no quiere o no puede. Mala cosa, desconfía de ése y ahora está de moda añadir que también de ésa, y, por si acaso, de eso.

Los en um, sin excepción, del género neutro son, decía un aforismo, por lo demás tan incierto como casi todos los aforismos, de cuando dábamos los primeros pasos por las declinaciones latinas.

Una verdadera lástima que nos dejasen a medias en lo de traducir a los griegos y los latinos.

Los griegos aprendieron y enseñaban a pensar, por eso lo de los diálogos, la academia e ir paseando durante la clase. Casi toda la Filosofía y desde luego la Metafísica, está cimentada en griego.

Traído a cualquier romance o llevado al de cualquier otro tronco, pierde la musicalidad, el sentido, las sutilezas, que ahora se dicen y por ello se piensan de otra manera.

Tal vez por eso, no traemos de la antigüedad clásica más que lo burdo, una especie de balbuceo sin semitonos. En el camino del tiempo se perdió el modo de hablar de la calle.

A lo nuestro, que te duermes, Román, en cuanto dejas vagar la curiosidad por ese tema paralelo que germina en los bordes de las palabras, interlineado en las frases. Lo nuestro, hoy, al hilo de la diatriba que acabas de escuchar, resumida, en la televisión, es avisar de esos ejemplares histéricos, que sin embargo aparentan calma y hasta sonríen nerviosamente cuando motejan al adversario para tratar de quitárselo del camino, apartarlo. Les diría de buena gana que no se ocupen de “los otros”. Que nos expliquen sus hechos y nos hagan, fundamenten y prometan facilitarnos las cosas elementales que pretendemos la gente de a pie:

Crecer, aprender, incluirnos con dignidad en un orden social pacífico, libre y justo, crear una familia e integrarla en la comunidad para volver una y otra vez, generación tras generación, a reproducir el ciclo, construirnos una justificación y una esperanza, disponer de una vejez inquieta, pero sosegada y morir en paz.
-¿A quién vas votar?

Aquí, Occidente, Far West de las Asturias, se aprendió mucho, con el roce, de la vecina Galicia.

-¿E por qué m’o preguntas?
-Bueno …

Le dices que el voto es secreto, que luego en seguida de decirlo, te arrepientes de haberlo dicho, porque ¿qué le importa a nadie si yo me equivoco, como suelo.

-¿Entós?
-Entós ¿qué?
-No m’o vas decir.
-Direi

Cuando entramos en mayor hondura, se nos diptonga esa e final de diré, revelando así el doble tirón del gallego y de la fala vaqueira.

-La “fala”, dizse “fala”, y no llingua. La llingua ya esto que tenemos ‘n’a boca pa falar.

-Justo falábamos …
-Voy votar a Paquín de Cascos.
-Nun gana.

¿Importa que gane o no? Pues claro que importa. Es, en mi modesta opinión, lo mejor que tenemos. Podría imponer orden y concierto y planificar las Asturias del futuro. Incluso cimentar las Asturias del futuro. Si no gana, o yo me equivoco mucho o acabaremos en el desastre que tenemos pergeñado.

sábado, 16 de abril de 2011

Calle, lo que se dice una calle. Se ha recuperado, han recuperado la calle que pasaba por delante de mi casa y ahora nueva, reluciente, recién asfaltada, se ha reconvertido en sí misma y en ser útil para que pase la gente o se detenga en ella y de a la parpayuela. Tanto, en nuestra jerga, como hablar en balde, que es cuando se habla por hacerlo, sin tener en realidad nada que decir. Me bajo a la acera y le doy las gracias a un sorprendido operario que me mira con aire desconcertado.

-¿Usted no sabe lo que es salir de casa y tener que hacerlo como quien se arroja al foso de un castillo? ¿Cómo no le voy a dar las gracias?

De repente y de nuevo, entrar y salir de casa no es más que un hecho banal, sin visos, como hace dos o tres días, de acontecimiento. Uno entraba y salía en casa con la fría determinación, el desconcertado pavor y la desorientación de quien se mete en la selva o en un bosque, no sabe dónde puede y dónde no debe apoyar los pies a cada paso y teme encontrarse en cualquier momento con cualquier salvaje antropófago.

Para colmo, como si quisiera participar en el festejo, hace sol y un frío que lava los huesos y les quita las residuales impurezas del invierno aún reciente, el acné de la primavera y los malos pensamientos de las neuronas oscuras. Me pongo a cantar, viene mi mujer y me susurra al oído, aprovechando una pausa, que si no tengo ganas de cantar, ¿por qué lo hago?

¿Crueldad femenina? ¿Falta de sentido estético por su parte? ¿Mi proverbial oído de cerradura de hórreo? Cosa de callarse y dejar que la alegría de vivir, como una efervescencia, haga cosquillas en la nariz.

viernes, 15 de abril de 2011

Soy partidario, aficionado y afín, desde hace muchos años, buenos y malos y hasta regulares, del Fútbol Club Barcelona. Estoy de acuerdo con quienes dicen, según leo en una nota de prensa, que cuatro partidos, cuatro, cuatro enfrentamientos, todos trascendentales –uno algo menos-, entre el equipo que prefiero y su mejor, mayor y más enconado adversario, que es el Madrid Club de Fútbol, constituyen lo nunca visto. Y, en lo deportivo, lo paso mal, puede que porque yo sea un mal deportista y quiero que siempre ganen los míos, los que yo prefiero, y me pone muy nervioso, dentro de los límites de lo deportivo, insisto, la posibilidad evidente de que, como puede ocurrir siempre en cualquier juego, le gane uno o varios o todos los partidos su mayor, mejor y más enconado adversario, con que se va a enfrentar nada menos que en cuatro ocasiones seguidas. Una para debatir la penúltima posibilidad de decantar el resultado de la liga nacional, dos para dilucidar quien se queda y quien no en la liga de campeones de Europa y la cuarta y última, para disputarse la copa del Rey.

En la liga, cualquiera que sea el resultado de este partido, tiene mi Barcelona las mejores bazas para acabar campeón; en el campeonato europeo, la cosa estará que arde, al cincuenta por ciento, un mucho dependiendo del juego que desarrollen los protagonistas y otra mitad dependiendo de ese azar que juega todos los partidos y los juega siempre a su aire, sin miramientos, golpeando a buenos o malos con la misma indiferencia y en ocasiones determinando por encima de méritos o deméritos lo que mejor le parece, y el campeonato de la copa del Rey será otro cara o cruz, pero con menos morbo y con la posibilidad sin embargo de ser el remate y remache de una humillación completa de cualquiera de los contendientes que haya podido perder en las tres confrontaciones anteriores.

Toda una peregrinación, en busca del efímero laurel de campeón, por una parte, con el añadido en este caso de resultar mejor entre dos incompatibles; dos de esos mozos para quien es imposible convivir sin confrontarse e inconcebible tenerse por inferior, menor o más débil.

Cada uno lleva, como suele ocurrir en este país nuestro, nuestra España, tan poco dada a matices y sutilezas, lleva detrás a la mitad de la parroquia posible, que es casi todo el censo electoral.

Porque, siendo las cosas como son, ha llegado un momento en que cada ciudadano “salta”, como decíamos de niños, por uno de los equipos de su comarca, su terruño, au autonomía o su ciudad, pero y por añadidura, o es del Madrid o es del Barça, especimenes aparte, equipos casi, casi, internacionales –hay muchos equipos nacionales que ya querrían tener uno de los dos elencos enfrentados, diferentes e inalcanzables, salvo por alguno de esos milagros que se operan en los campos de fútbol, donde fluye el azar, paralelo a los méritos y dando glorias inesperadas, disculpas increíbles y al final consuelo a los perdigones, cuyas muletas de recuperación son la “suerte” y el “árbitro”, que ese no juega, pero se la juega al tener que decidir entre dos apasionadas y contradictorias versiones subjetivas de unos hechos que apenas tiene tiempo de ver ni tiempo para reaccionar, decidor y sentenciar.

-Que Dios reparta suerte.
-Pero hombre, con las que están cayendo … ¿va a tener tiempo y humor Dios … ?
-Pues si, yo creo que el buen padre Dios, que está en todas partes, irá también al fútbol, donde tantos miles de personas se reúnen y apasionan, y sufren y hasta lo invocamos y convocamos en nuestro auxilio. Lo que pasa es que del otro lado hay otra gente que también pide auxilio. Deduzco que será neutral, pedirá suerte y al final, deparará a quien respectivamente corresponda, toneladas de alegría y de consuelo.
Manchas de luz, hojasecas, helechos, algún pétalo arrancado de primadotas de las rosas, primeras rosa, núbiles. ¿Son nubléis las rosas? Todo tiene su equivalencia. Hasta las vocales, si escucho con la debida atención, tienen cada una su color. El color es luz contaminada, separada, partida. La luz llama. ¿Hacia dónde iremos? Procuremos ir hacia la luz, que la sombra no sabe nadie lo que contiene y si podrá escaparse un puñado de sombra y disolvernos. ¿Disuelve la sombra o simplemente oculta? Hay quien supone que toda sombra es maldad, pero no es cierto. Cualquier belleza puede ocultar horripilantes realidades y deslumbrarnos la luz mientras la maldad nos destruye una parte de la inocencia que tuvimos. ¿Hace inocentes, olvidar? Los pájaros, si tocas los huevos en el nido, los abandonan o los destruyen. Dedos humanos, manos que huelen a ser humano y contaminan, por muy lavadas, esterilizadas, que estén. Mi perra no se cansa nunca de oler mis manos, pero los pájaros, que a veces anidan entre los geranios de la ventana del cuarto de baño, si abro y toco los minúsculos huevos, todavía calientes, ahora que huyó la madre que los empollaba, o no vuelve al nido, o, si lo hace, picoteará sus propios huevos, su futuro. Aunque puede que no tengan futuro, los pájaros. Un animal no tiene más que ahora. Ni antes ni después. El pájaro hembra que destruye sus huevos, no aborta ni renuncia a algo a que no podría, como decía mi catedrático de derecho civil, que insistió siempre en que para renunciar válidamente a un derecho, ha de tenerlo a su disposición el renunciante, ¿y una renuncia previa? –le preguntábamos los de la primera fila, los muy pelotas- Nemo dat quod non habet. Ha de nacer previamente el derecho. Cuénteselo usted al pajarillo, inerme en el huevo. Que ya no volará nunca y no tendrá nadie ocasión de escucharle al atardecer, mandando desde la intrincada selva del haya mensajes de amor, llamadas, poesía provenzal. La tarde, irremediablemente, será más triste, con el horizonte color naranja, que hará viento mañana, deduce el viejo labrador jubilado, y se queda dormido, sentado en el poyo, en equilibrio inestable, junto a la puerta de casa, caliente aún de haber sido solana.

miércoles, 13 de abril de 2011

Déjame mi rincón,
pero no vengas aquí, a mitad de mi bosque,
no me digas que existes,
permite que esté lejos, sin noticias tuyas,
como si no existieras.

Sé feliz,
pero no me cuentes,
ni lo que tienes ni lo que sabes,
déjame
que no me entere de tus privilegios.

Comprende, que si no,
tendré
inevitablemente, envidia, te odiaré,
y
no quiero.

Olvídame en mi esquina del mundo,
por favor,
no trates de hacerme partícipe,
de esa idea tuya
de la felicidad.

Permite que sea libre a mí modo,
como los niños,
los tontos,
los poetas,
que son dueños de cuanto abarca su asombro.

Si tú prefieres morir bajo el peso
de lo que tienes ahora mismo, y mañana más,
no me cuentes nada, sé
feliz
tú solo, con los tuyos más íntimos.

No me hables de tu hermoso jardín,
murado, del lago que es tuyo para que se aburra
la belleza
de los cisnes
y para mantener prisioneras las flores más exóticas.

Olvida que yo me entretengo contando las estrellas,
y las nubes que pasan,
que releo las mil y una noches,
y las novelas de Agatha Christie y Dorothy L. Sayers,
no me digas siquiera que habéis inventado la televisión.
Saber, lo que se dice saber, nadie sabe nada que valga la pena. Lo que vale la pena, salvo destellos, momentos fugaces, provisionales convicciones, no lo sabe nadie que sobreviva. Un tipo cualquiera puede ser sabio, pero ese acervo suyo no vale la pena, si se considera la cosa con cierto detalle, dado que cuanto se ha sabido en este mundo ha resultado siempre empíricamente inexacto, por lo menos en detalle. Cuanto se ha sabido, a poco, o, unas generaciones más tarde, se comprobó que era por lo menos parcialmente incompleto o radicalmente equivocado, y, entre lo uno y lo otro, toda una gama de errores, sutiles o de bulto.

Dicen que hay que pasar al otro lado para ver, conocer y saber. Y yo lo creo, pero cierto no estoy, no hay nadie que pueda. Nadie ha vuelto, salvo tres que dice el Evangelio, pero o no llegaron a ver todavía o nadie les preguntó o no dice la historia lo que respondieron.

Si nos da el dentista el miedo que nos da, ¿qué no será ir al otro lado? Sólo, que yo sepa, o los místicos o los que sufren mucho han expresado su deseo de ir cuanto antes, los unos, los místicos, por impulso de amor, los otros por escapar del agobio del dolor. Amor y dolor, ambos nublan los sentidos, desorientan los instintos, de algún modo nos inhumanizan, en cuanto provocan reacciones sobrehumanas o infrahumanas. Como un río que se desborda por una u otra ribera y deja de ser río. ¿Os habíais dado cuenta de que la piel del río, cuando baja por su estrecho cauce habitual de los pequeños ríos, vista desde lo alto del puente, tiene algo de reptil, que se desliza veloz, transparente esta mañana, dejando ver las escamas del cauce?

El que ama o sufre más allá de la policromía del arco iris y así se sale del ámbito de la luz y la escala de lo humano, pierde el instinto de vivir. Pero ¿es posible perder del todo un instinto? Creo que no. Una cosa es decir lo y otra aferrarse o no a pesar de todo y en última instancia al maravilloso privilegio de la vida.

Lo dicho, si nadie, ni los sabios, saben ¿cómo pretendo yo saber?
Vuelve la literatura de aparente ficción sobre la idea desarrollada por Burroughs en sus fantasías marcianas y se acerca a la supuesta posibilidad de simultanear la existencia de rycores y kaldanes para que resulte en definitiva posible remendar y hasta renovar el cuerpo humano cuando el tiempo lo desvencija o lo deteriora alguna patología. No sé si valdría la pena, como no se hiciese en grupos familiares o de amigos. Sobrevivir a unos y otros, amigos y familiares, sería someter a penalidades inimaginables al pobre superviviente, así enfrentado cada vez a personas y personajes más diferentes.

Está por otra parte el afán de saber y conocer más, y enfrentarse a los apasionantes problemas que plantea en el futuro lo desconocido. Si en una vida tan efímera como la nuestra se avanza tanto como estos últimos años, qué no sería posible en dos o tres vidas empalmadas, Y sin embargo ¿a cambio de qué?. Para muchos, el siglo XX recién pasado fue, casi todo él, una horrible pesadilla, alternada con los felices treinta y los felices sesenta, que en algunos países y dentro de ciertos límites fueron como ojos de huracán, atisbos de placentera posibilidad de un mundo tranquilo.

Bajo a la ribera del río. Están ahí, enfrentadas a la corriente, a media altura del caudal, las truchas de todos los tamaños. ¿En qué consiste “estar vivo” para una trucha? Sube a veces el cormorán y se come unas cuantas. Pasa el figurín de pescador, cada vez hay más, uniformado con el impecable atuendo de pescador novato y de ciudad, echa el cebo y hasta pesca alguna, que salta, se supone que progresivamente angustiada, en el llerón. Hace unos meses, me divirtió ver que un avispado gato le robaba hasta tres a uno de estos petimetres del río. Que tampoco es el que era cuando estuvo plagado de anguilas, subían las angulas a flor de agua, pasaba el manso rosario de los muíles olisqueando las piedras del fondo, lamiendo, royéndoles el musgo. Parecían, entonces, piratas o raqueros, los pescadores, deslizándose atentos por el caz y las riberas, mientras los niños echábamos a flotar nuestras precarias embarcaciones de lata, madera y papel y uno u otro día, todos acabábamos cayendo al agua y volviendo a casa como gallinas mojadas, a recibir la consabida bronca y quien sabe si un merecido sopapo de los que ahora prohíbe estrictamente la ley, hay quien dice que para bien y quien dice que para mal. Pienso que lo malo del sopapo es cando se da con crueldad, con mala leche, y que un sopapo de padre o de madre casi desesperados, pero aún conscientes, puede hasta convenir para que algunos deterioros no se conviertan en lo que llegan a ser a fuerza de tratar de poner puertas al campo.

martes, 12 de abril de 2011

Sé qué estuviste haciendo,
siendo
nada, niño, adulto, anciano,
desesperanza incrédula,
crueldad,
vago deambular por la antojana, donde
las madreselvas y los mirlos.

Sé que me habías olvidado,
a mí,
es decir, a ti mismo.

Girando, como un derviche loco, entre la gente,
habías
olvidado
la soledad primera, la sorpresa
de haber nacido.

Y a esta hora ciega,
de no saber si éste es el último paso. No ver
si aún es vida, lo que vives,
sueño
o el primer paso en el país desconocido
de
los
muertos,

que ya no están llamados,
no van a ninguna parte,
no son
más que lo que son,
sin espacio,
tiempo
ni arrepentimiento posible,
no te atreves a abrir los ojos,
a mirar,
a ver si es todavía
o ya por fin.
En el rosal, ha brotado esta noche la primera rosa. Y tengo que decirlo, por más que me cueste que alguien me diga que es de un cursi impresentable hablar de flores, y aún más de rosas. La rosa ha maravillado a tanto escribidor que su concepto parece haberse deshecho en la boca, como un caramelo blando, una palabra vacía. Pero no. La rosa es la rosa. Y no te digo nada, cuando es la primera del abundoso rosal que trepa, en el patio, por mi pared cansada de polvos de obra y lodos de lluvia. El patio se hace jardín. No tiene, un jardín, por qué ser enorme. ¡Qué envidia, aquéllos ingleses de cuando su imperio! Tampoco ha de ser murado, el recoleto jardín de nuestras soledades. Puedo ir, saliendo de mi valle, en busca del sol y el viento y será como mío, puesto que lo miro, remiro y admiro, todo el paisaje que me abarcan los ojos, incluida la mar, a que hoy el nordeste pone un ribete blanco, seguro que de adorno, en la cresta de cada ola.

El rosal y las olas, los coletazos de la nutria, que, asustadiza, huye si bajas a la ribera del río, donde cortaron el aliento al viejo humeiro y ahora pugna por respirar unas tímidas ramillas, por donde los serruchazos, como las que trajeron las primeras palomas después del diluvio a las ventanas del arca.

Cuenta un señor, como si hubiera descubierto el Mediterráneo, que tardaremos más en salir del túnel porque no tenemos economía que poner en orden. Tal parecemos un galeón desaparejado. ¡Pero hombre!, si ahora los buques son de acero o de plástico, según, y los mueven potentes motores incluso atómicos. Un día de estos, otro señor “descubrirá” también que la única energía posible para un futuro previsible es la atómica, por muchos que sean los peligros que entrañe y muchas las incógnitas que plantee y muchas consecuencias que acarree.

Habrá que seguir inventando, pero en el intervalo, dejadme repetir, con el gozo del caso, que ha nacido la primera rosa del rosal que conduce con mimo mi mujer para que vaya por aquí y por allá y dentro de pocos días parezca una lluvia de rosas y que yo lo diga y que algún amigo de esos que te bastan para no tener enemigos asegure muy serio que mira que soy más cursi que un guante de cabritilla como complemento de la deshabillé al uso.
Se nos grita, con cierta prudencia, desde las esquinas oscuras, con la careta puesta, que procede rebelarse, que es lícita la revolución. Pues bien, yo contesto que nunca es lícita la revolución si no se hace más que para sustituir al gobernante. La única revolución lícita posible es la que se hace para cambiar el modo de gobernar.
Se hace poesía, dijo Berceo, “a sílabas contadas, que es gran maestría”. El ritmo y la rima fueron durante muchos años características esenciales de la poesía. Hasta que llegó el anárquico verso libre, cuya musicalidad es aún indispensable, por más que la rima sea sólo asonante si acaso y ocasional. Y es que cabe la posibilidad de que lo esencial de la poesía sea su condición de concentrado estético, esencia de la frase, o de la palabra, en que coinciden la expresividad y la belleza como por milagro.

lunes, 11 de abril de 2011

Ha dicho, según repite un periódico, cierto político, que la democracia es muy exigente. Pero ¿quién es la democracia? Yo había entendido que es un sistema de organización, representación y gobierno del grupo social. ¿Cómo puede un sistema ser o dejar de ser exigente? Un sistema se aplica o no. Se aplica en su integridad o mutilado. Se aplica bien o mal. Quien puede hacerlo, establece las reglas de aplicación, casi nunca coincidentes con la más pura versión del sistema, de cualquier sistema de organización, representación y gobierno de un grupo social estatal.

Y así, la exigencia de conductas coincide o no con el concepto de cada cual tenga del sistema de que se trate, o con los propósitos del aplicador.

Cualquier sistema, según su concepto puro y duro, es posible que sea imposible de aplicar. Y es en las correcciones, los ajustes, los detalles, donde está el peligro de que algún principio esencial se pierda arrollado por las circunstancias.

Lo malo es cuando las circunstancias no vienen dadas por el azar, sino que se provocan, consciente o inconscientemente por determinados grupos o personas y las víctimas de cada desvío se van convirtiendo en supuestos enemigos del sistema.

Unos sistemas ideados para garantizar los derechos de la gente y que la gente pueda ejercitarlos en paz, a la vez que debe cumplir las obligaciones que se corresponden a esos derechos.

Por desgracia, no somos los humanos perfectos. ¡Con lo fácil que sobre el papel parece organizar un mundo feliz!

Seis mil millones largos de mundos felices, en realidad, porque puede que no coincida ningún humano con otro en su concepto de la felicidad plena. Para siquiera un instante. Y sin embargo, a lo largo de cualquier tiempo de visa estadísticamente considerada como “media” para el ser humano teóricamente “normal”, se producen algunos, varios, muchos acontecimientos que provocan sensación de inconmensurable felicidad. ¿O no?

La estadística origina convicciones equivocadas que no se pueden tratar de arreglar más que introduciendo en los cálculos estadísticos medidas correctoras de que se derivan otros errores, otras desviaciones. Lo de siempre: la verdad es un arcano inalcanzable, por más que tantas veces parezca estar al alcance de la mano, que casi estemos tocándola con la punta de los dedos.

Mucha gente, demasiada, incontable, no conoce la felicidad. Es posible que la sueñe y sea tan fácil como un manantial más cerca, la comida segura para un cierto período de tiempo … Democracia, exigente … Lo que parece la democracia es un sonido roto, la visión de un fracaso. Es muy posible que haya que saltarse el párrafo donde dice que es el mejor de cualquiera de los únicos métodos, todos malos, existentes y de posible aplicación y decirse que en la duda hay que seguir pensando, cavilando, ensayando …

domingo, 10 de abril de 2011

La rebeldía no envejece. Está a flor de piel, más aún, está en carne viva mientras la razón sobrevive. Otra cosa es que lo que envejezca sea el alma, y no el cuerpo. La tragedia humana consiste, en el tercer acto de cada vida, es decir, de cada comedia humana, en la falta de compás con que cuerpo y alma inician su decadencia. El primero en envejecer, es cierto, arrastra al otro, pero hay un espacio de tiempo, durante cada desfase, en que esa tragedia, a veces tragicomedia, se evidencia.

La rebeldía es el resultado de haber ido acumulando experiencias de incongruencia social entre lo que se predica y concreta en principios culturales ideales y el comportamiento cultural de la sociedad de que formamos parte, casi siempre dirigido, encauzado e impulsado por quienes resultan elegidos para representarnos y gobernar.

Haría falta una seguridad social capaz de ir previniendo y curando los defectos del grupo de que formamos parte. Porque tan importante como erradicar las patologías psicosomáticas es acabar con las patologías sociales. Es decir, curar la rebeldía.

La última destilación de la rebeldía produce bárbaros. Insisto, cuando las patologías sociales no se remedian pueden traducirse en especímenes inhumanos, que luego nos sorprenden con las dimensiones de sus desvaríos y disparates.

Peter Pan es un eterno rebelde, Don Quijote, un rebelde al final reducido, en que se da la paradoja de que recupera la razón al perder la sinrazón de su conducta insistentemente aventurera. ¿Quién tiene razón, el ciego o el Lazarillo?
Polos positivos y polos negativos. Hay también magnetismo en las cosas y las personas, los grupos y las galaxias. Por eso, determinados personajes políticos, hagan lo que hagan, seguirán pareciendo a otras personas de polaridad diferente, todo lo malvados que son, y algunos equipos de fútbol u otras personas concretas, continuarán siendo intragables por los siglos de los siglos.

¿O se borrarán, del otro lado del espejo, los odios y rencores? Y, en ese caso ¿se borrarán asimismo los aprecios?

Me intrigó siempre el resto de la historia de Lázaro, el resucitado del Evangelio, donde, que yo sepa, lo conocemos cadáver, Jesús lo hace resucitar y desaparece de la narración y del recuerdo histórico.

Fue al otro lado del espejo, allí se olvidó o tal vez siguió recordando, retornó a este lado, recuperó, nada se nos dice, todos sus recuerdos, y, ¿trajo alguno del otro lado?

A los que estamos cerca, nos inquieta el misterio. Tal vez por eso, eludimos detenernos demasiado en su consideración. Puede que si lo hiciéramos no fuese soportable para la textura de las neuronas, que respecto de este asunto tienen a Dios gracias mucho de insensatas.

Paso por mi maltrecha calle en busca de víveres y periódicos. Están casi todos los obreros enfrascados en la búsqueda de unas fugas de agua que los obligan a volver a hurgar en las entrañas de la tierra y destapar tubos de varios colores, que hace muy poco habían enterrado. Paseo por las redes y me encuentro, como es frecuente, con desconocidos que me preguntan si los admito como amigos. El sistema, cuando, curioso, accedo, los va incluyendo en una cada vez más larga lista de que sólo unos pocos van después perfilando una personalidad más o menos definida. Es posible que las relaciones humanas hayan inventado con esta relación múltiple de las redes sociales, un nuevo tipo de conocimiento y relación, mucho más superficial que la amistad tradicional, pero algo más que el conocimiento.

Este año, la primavera nos ha sopapeado, nada más empezar, con una ola de lo que los técnicos del tiempo llamaron aire sahariano, que aquí, a dos o tres mil kilómetros al norte del Sahara, nos ha calentado el ambiente hasta los treinta y dos y treinta y tres grados, en época del año en que lo normal serían unos veinte con buen tiempo. Hasta podría tener algo de verdad lo del cambio climático. Que alguna vez ha de ocurrir, teniendo en cuenta el precario equilibrio indispensable para la vida humana que algún día, puesto que todo nace, se va modificando y muere, cambiará con inimaginables consecuencias. Quienes sobrevivan y lo experimenten comprenderán la banalidad de la historia.

viernes, 8 de abril de 2011

Los jueves, ayer lo fue, suelen abrir temas de reflexión. La ciudad, de pronto, quedó bajo una extraordinaria ola de calor, el día más caluroso en cuarenta años –decía no recuerdo qué medio-, primeros de abril, día 7 de abril y más de treinta grados de calor. Y eso de media, porque en lugares al sol, la temperatura era sin duda mayor. Coincide, y nadie sabe a ciencia cierta, o saben muy pocos, para mí desconocidos, con una expansión del inquietante agujero de ozono sobre el polo que vi denunciada en otro medio digital.

Todo habrá cambiado siempre, supongo, pero es posible que el ritmo se acelere a la vez que los humanos mudamos conductas cada menos tiempo, aprendemos más y más rápido, descubriendo así cada vez mayores abismos de ignorancia.

Al fin y al cabo, lo nuestro es un conjunto vivo e interdependiente, como muy bien percibieron ya civilizaciones antiguas, y todo cuanto ocurre produce imprevisibles consecuencias de características asimismo imprevisibles. Misterioso, inquietante, así es vivir, este nadie sabe si premio o castigo, pero sin duda privilegio especial de que disfruta cuanto ha sido creado y evoluciona sin cesar.

La gente piensa, dice, actúa, se intercomunica y todo produce algo nuevo o destruye lo que había en un proceso incesante y que cada vez se refiere a un mayor número de especies y seres, a un espacio que crece. Se me ocurre de pronto preguntarme cómo afecta el crecimiento del universo al sistema solar y su equilibrio. ¿Ocurre –como parece- que la rapidez progresiva de un movimiento produce sensación, y tal vez realidad, de quietud?

Una y otra vez, abren y cierran numerosos obreros heridas en el suelo futuro de la calle por que he de pasar todos los días. Se forman regatos, huele, a veces, tenuemente, a gas, atrapa el barro o cubre el polvo blanco, gris, Siena, ocre. Pase por aquí, ayuda solícito un obrero; cuidado allá. Las tablas se mueven inseguras, se desmoronan los montones de piedra suelta. Poco a poco, se van formando senderos, apareciendo placas de hormigón. Que yo sepa, ni el la confitería ni en la farmacia venden pastillas ni caramelos de paciencia.

miércoles, 6 de abril de 2011

Escribir una carta, un pregón, un prólogo, un artículo, la columna. Casi todos los escribidores habituales quisieran tener, quisiéramos disponer de una columna que leyese mucha gente. Lo conseguimos todos con esto de los blogs, ¿cuadernos de bitácora? Un blog, esta minicolumna de cada día, que a la vez nos desahoga y nos alimenta, es más que un cuaderno de bitácora, que, cuando está bien redactado por el capitán, lo único que hace es un relato de acontecimientos sin comentario. El blog, que puede relatar acontecimientos, es de modo esencial el sentimiento provocado por alguno de los acontecimientos de cada día. Para el rutinario bloguero habitual que la mayoría somos, cualquier evento que se salga de lo habitual, es acontecimiento. Por ejemplo, que una gaviota se cague con singular puntería en la calva de un señor muy circunspecto que por aquí pasaba, por la acera de mi calle y se vaya graznando muerta de risa es un acontecimiento de los más notables del día.

Pues si, es claro que las gaviotas echan sus cuentas, piensan aunque tal vez no sean razonamientos profundos-, apuntan para tratar de encajarte su mierda en el cogote, y, cuando lo consiguen, ese graznido agudo, se ve claro que es un graznido de risa loca.

Durante nuestros primeros escarceos de bachillerato, nos daba clase ora de latín, ora de religión un coadjutor de la parroquia, luego cura párroco de un pueblecito de al lado, que un día nos contó en clase que cuando venía de camino había visto a las gaviotas jugar al marro. No pudimos, yo por lo menos no pude constatar que fuese cierto, pero tampoco me pareció nunca aconsejable disentir en público de la opinión de un profesor facultado para calificar mis esfuerzos para hacerme un hombre de provecho.

Lo bueno de ser rural es que vives, a la vez que en sociedad con otros especímenes humanos, con multitud de bichos de diferentes tamaños, que, si los miras con atención, a veces te proporcionan información y pistas útiles para desenvolverte en determinados aspectos del vivir humano de cada día.

Es una pena que no hayan inventado, los irracionales, algo parecido al dinero, para ver cómo resolvían el problema de su escasez sin caer en la peligrosa tentación de mezclar el dinero virtual, el del Monopoly y el de verdad, ese que tiene cobertura o valor por sí mismo, o el dinero que ya existe con otro que podría ser que existiera en un futuro que cada vez se fiaba para más largo, como el niño que fuimos e iba a la tienda de bicicletas a tratar de que le vendiesen una domiciliando en ella la paga dominical de los dos reales de la época. ¿Os acordáis? Decían que la autoridad competente hacía las monedas de real con un agujerito en medio para que los niños en particular y la gente en general aprendiésemos a mirar por el dinero.

lunes, 4 de abril de 2011

Es difícil imaginar un domingo más deportivamente satisfactorio que el recién pasado, para un asturiano, que, como quien esto escribe, es además partidario del F.C. Barcelona.

Atraque en el puerto del primer domingo de abril, pasado por frío y agua, barro de las obras de la calle y algún que otro traspiés, más de vejez que de estado, también lamentable, del suelo removido, los pedruscos apilados y los materiales desparramados.

En determinado recodo del ruinoso entorno, alguien ha debido dejar cosa comestible, alrededor de que se arremolinan y pelean una excitadísimas gaviotas. Esos airados graznidos son, de seguro, en su idioma, gravísimos insultos, que se cruzan entre picotazos, a la vez atentas a la pelea y a devorar las hilachas que pueden arrancar de la pitanza que entre todas desgarran, tal vez, por su aspecto, un gran ratón o un pequeño gato ya irreconocibles o la cesta de la compra olvidada o perdida por alguna ama de casa, despistada, del barrio.

Desde una ventana vecina, un perro pequeño trata de poner orden con sus ladridos, casi colgado del alféizar.

viernes, 1 de abril de 2011

Cualquier viaje dura hasta llegar a Itaca, donde Penélope, paciente, desgrana la imaginación de sus vicisitudes. Feliz quien, por añadidura, no se ve obligado a reparar los daños ocasionados durante su ausencia, y, como Rosales, puede decir esos versos que a mí siempre me han hechizado y sencillamente agradecen al buen padre Dios, al doblar la esquina y comprobarlo, que las luces del hogar siguen encendidas.

Vuelvo, como casi siempre, en dos etapas, puesto que al día siguiente voy a la capital pequeña, y el segundo regreso es el que me permite relajarme, aunque las obras de la calle sigan, el despeñadero esté aún al pie del portillo de mi casa y la habitual carga de libros me desequilibre.

En la capital grande compruebo que mucha gente aparentemente desorientada sigue dando palos de ciego, enredada en lo viejo y con miedo a lo nuevo. No faltan líderes, pero no hay la menor confianza en ninguno de ellos. Hemos de pagar el precio debido por haber vaciado de sentido a la mayor parte de las palabras. Se ha dicho tanto en vacío que ahora nos resulta cada vez más difícil entendernos Y a fuerza de ambigüedades, se han semiconstruidos tantos y tan aparentes privilegios que ahora hay que importar currantes de a pie para hacer el trabajo duro.

Las capitales pequeñas son como satélites, lunas que reflejan la ausencia de luz de la capital grande, y algunas de embozan de niebla, tanto para protegerse como para hacer pensar que aquí dentro se ha ideado algo secreto y eficaz.

En todas partes más estética que ética. Plantar tulipanes. Remozar los viejos edificios o construir otros espectaculares para exhibir la capacidad que siempre se sigue de conjugar técnica con imaginación. Para hacer, que ahí viene la inevitable paradoja, no lugares útiles, sino centros de exhibición del pasado, del futuro o de ambos. Y, en otro caso, oficinas de la administración pública.

Ahora que la empresa privada se refugia, anónima, en edificios y oficinas desparramadas, mínimas y utilitarias, la administración pública ocupa deslumbrante los enormes palacios y los palacetes de indianos.

Casi cinco millones de parados, casi el doble enfrascados en la administración pública. La sociedad se estremece, escalofriada, como esos entre niños y adolescentes que sufren una súbito estado febril y la abuelina dice que es “el medrío”, es decir, una “crisis” de crecimiento.