viernes, 8 de abril de 2011

Los jueves, ayer lo fue, suelen abrir temas de reflexión. La ciudad, de pronto, quedó bajo una extraordinaria ola de calor, el día más caluroso en cuarenta años –decía no recuerdo qué medio-, primeros de abril, día 7 de abril y más de treinta grados de calor. Y eso de media, porque en lugares al sol, la temperatura era sin duda mayor. Coincide, y nadie sabe a ciencia cierta, o saben muy pocos, para mí desconocidos, con una expansión del inquietante agujero de ozono sobre el polo que vi denunciada en otro medio digital.

Todo habrá cambiado siempre, supongo, pero es posible que el ritmo se acelere a la vez que los humanos mudamos conductas cada menos tiempo, aprendemos más y más rápido, descubriendo así cada vez mayores abismos de ignorancia.

Al fin y al cabo, lo nuestro es un conjunto vivo e interdependiente, como muy bien percibieron ya civilizaciones antiguas, y todo cuanto ocurre produce imprevisibles consecuencias de características asimismo imprevisibles. Misterioso, inquietante, así es vivir, este nadie sabe si premio o castigo, pero sin duda privilegio especial de que disfruta cuanto ha sido creado y evoluciona sin cesar.

La gente piensa, dice, actúa, se intercomunica y todo produce algo nuevo o destruye lo que había en un proceso incesante y que cada vez se refiere a un mayor número de especies y seres, a un espacio que crece. Se me ocurre de pronto preguntarme cómo afecta el crecimiento del universo al sistema solar y su equilibrio. ¿Ocurre –como parece- que la rapidez progresiva de un movimiento produce sensación, y tal vez realidad, de quietud?

Una y otra vez, abren y cierran numerosos obreros heridas en el suelo futuro de la calle por que he de pasar todos los días. Se forman regatos, huele, a veces, tenuemente, a gas, atrapa el barro o cubre el polvo blanco, gris, Siena, ocre. Pase por aquí, ayuda solícito un obrero; cuidado allá. Las tablas se mueven inseguras, se desmoronan los montones de piedra suelta. Poco a poco, se van formando senderos, apareciendo placas de hormigón. Que yo sepa, ni el la confitería ni en la farmacia venden pastillas ni caramelos de paciencia.

No hay comentarios: