miércoles, 13 de abril de 2011

Déjame mi rincón,
pero no vengas aquí, a mitad de mi bosque,
no me digas que existes,
permite que esté lejos, sin noticias tuyas,
como si no existieras.

Sé feliz,
pero no me cuentes,
ni lo que tienes ni lo que sabes,
déjame
que no me entere de tus privilegios.

Comprende, que si no,
tendré
inevitablemente, envidia, te odiaré,
y
no quiero.

Olvídame en mi esquina del mundo,
por favor,
no trates de hacerme partícipe,
de esa idea tuya
de la felicidad.

Permite que sea libre a mí modo,
como los niños,
los tontos,
los poetas,
que son dueños de cuanto abarca su asombro.

Si tú prefieres morir bajo el peso
de lo que tienes ahora mismo, y mañana más,
no me cuentes nada, sé
feliz
tú solo, con los tuyos más íntimos.

No me hables de tu hermoso jardín,
murado, del lago que es tuyo para que se aburra
la belleza
de los cisnes
y para mantener prisioneras las flores más exóticas.

Olvida que yo me entretengo contando las estrellas,
y las nubes que pasan,
que releo las mil y una noches,
y las novelas de Agatha Christie y Dorothy L. Sayers,
no me digas siquiera que habéis inventado la televisión.

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