Toda la humanidad ha vertido ejemplares a lo largo de la Semanasanta de Asturias. Las ciudades son medianamente grandes, con sus cerca, las mayores de trescientos mi habitantes –diez veces los que tienen Soria o Segovia y disimulan más lo que se les ha venido encima, pero en los pueblos, alguno de no más de cinco mil habitantes, la llegada de mimos y las pipirijainas, la corte de los milagros y los autobuses del inserso lo satura todo, sobre todo calles, plazas y terrazas de toda clase de establecimientos donde se pide lo que en mi juventud madrileña era un chiquito de vino para echar un pitillo y una meada
-El “servicio”, por favor?
-Al fondo, a la izquierda, bajando.
Vuelven a su pitillo o su “clara”, que tampoco se puede beber mucho, que hay un guardiacivil con un alcoholímetro, cada más o menos media docena de curvas y por las noches a la salida de la bodas de “carpa”, que son las más movidas y animadas como los antiguos vagones “de tercera”. ¿Qué no ha viajado usted en un vagón de tercera? Pues no sabe lo que es la vida misma, compartida, convivida, celebrada con las lascas de jamones y quesos y pan bregado, todo “de casa” y cortado con una “de Albacete”, “de muelles”, que suena, al abrirla, como una pequeña ametralladora y cortaban como navajas de afeitar de las de cuando apenas llegaba la electricidad a las casas, con sus bombillas colgadas sin más del mismo “hilo” de la luz, como pequeñas cabezas de ahorcados, todas “de veinticinco”, agónicas. Y para colmo hubo siempre en los “de tercera”,”artículos de viaje”, que se lo llamábamos al mágico trío de la tortilla de patata, el filete empanado y la empanada, a elegir, de pollo, de sardina o de carne. Salía la “bota”, o mejor dicho, entraba, porque solía viajar fuera de la ventanilla, colgada de un cordel, por lo de la fresca, y todos éramos a darle un tiento.
-Niño –decían las mamás dando ejemplo- tienes que aprender a tentar la bota. Ha de hacerse con calma, dejando caer el chorro sobre la lengua y dejándole que espalme. Anda, prueba otra vez. Tú no te pongas nervioso, ni la aprietes, ni la alces demasiado. Ponla casi enfrente, un poco alta, tiéntala, que es como, al acariciarla, hacerle un mohín.
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