martes, 12 de abril de 2011

En el rosal, ha brotado esta noche la primera rosa. Y tengo que decirlo, por más que me cueste que alguien me diga que es de un cursi impresentable hablar de flores, y aún más de rosas. La rosa ha maravillado a tanto escribidor que su concepto parece haberse deshecho en la boca, como un caramelo blando, una palabra vacía. Pero no. La rosa es la rosa. Y no te digo nada, cuando es la primera del abundoso rosal que trepa, en el patio, por mi pared cansada de polvos de obra y lodos de lluvia. El patio se hace jardín. No tiene, un jardín, por qué ser enorme. ¡Qué envidia, aquéllos ingleses de cuando su imperio! Tampoco ha de ser murado, el recoleto jardín de nuestras soledades. Puedo ir, saliendo de mi valle, en busca del sol y el viento y será como mío, puesto que lo miro, remiro y admiro, todo el paisaje que me abarcan los ojos, incluida la mar, a que hoy el nordeste pone un ribete blanco, seguro que de adorno, en la cresta de cada ola.

El rosal y las olas, los coletazos de la nutria, que, asustadiza, huye si bajas a la ribera del río, donde cortaron el aliento al viejo humeiro y ahora pugna por respirar unas tímidas ramillas, por donde los serruchazos, como las que trajeron las primeras palomas después del diluvio a las ventanas del arca.

Cuenta un señor, como si hubiera descubierto el Mediterráneo, que tardaremos más en salir del túnel porque no tenemos economía que poner en orden. Tal parecemos un galeón desaparejado. ¡Pero hombre!, si ahora los buques son de acero o de plástico, según, y los mueven potentes motores incluso atómicos. Un día de estos, otro señor “descubrirá” también que la única energía posible para un futuro previsible es la atómica, por muchos que sean los peligros que entrañe y muchas las incógnitas que plantee y muchas consecuencias que acarree.

Habrá que seguir inventando, pero en el intervalo, dejadme repetir, con el gozo del caso, que ha nacido la primera rosa del rosal que conduce con mimo mi mujer para que vaya por aquí y por allá y dentro de pocos días parezca una lluvia de rosas y que yo lo diga y que algún amigo de esos que te bastan para no tener enemigos asegure muy serio que mira que soy más cursi que un guante de cabritilla como complemento de la deshabillé al uso.

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