lunes, 31 de mayo de 2010

Me paro a pensarlo y es tremendo que todo funcione alrededor como siempre desde que los humanos recordamos y que justo seamos nosotros los que estamos desconcertados, después de tanto estudiar y dar tantas vueltas a las ideas que desde hace relativamente poco parece como si estuviesen a punto de disolvérsenos entre las manos. No somos capaces de ajustar las máquinas de pensar a las circunstancias derivadas de los avances tecnológicos. Ayer le decía yo a mi nieta, que todavía no lo entiende, pero me mira con ojos de asombro, que hemos inventado unos juguetes con los que no sabemos jugar.

Y sin embargo, tenaz en lo suyo, se desarrolla, crece, hace ejercicios de calentamiento la primavera y la habitual cascada de rosas expresa con su aspecto de ruidosa carcajada, la alegría del minijardín del patio que cuida mi mujer. El mes que viene, Dios mediante, se encenderá el candelabro de los lirios que miden la efimeridad del verano, pero ya lo iré, también Dios mediante, contando.

Dicen los periódicos, en esas páginas color salmón que ahora avisan de su condición de económico financieras, que el euro está en peligro. Una pena. Nos habíamos sentido confiados por un momento histórico los europeos de la más varia condición en que íbamos a serlo por fin en común, olvidados de las tentaciones habituales de guerra que periódicamente asaltan a nuestros gobernantes y representantes y hasta inventamos, en un momento de trágica y paradójica lucidez, el euro. En seguida, la caterva que manda y dice que representa, se dio cuenta del riesgo que corría de ser sustituida por un organismo sólo, de paz, justicia y libertad compartidas y se ha puesto a inventar caminos nuevos y nuevas dificultades para el laberinto. Como consecuencia, estamos rotos en grupos de países ricos, pobres y ni fu ni fa, los que deberíamos ser comarcas de un solo país fuerte, capaz y diverso. Y el euro se nos cae de las manos, trasmutado a moneda de cristal.

domingo, 30 de mayo de 2010

Prisionero, cuando miras a través de la ventana y afuera está el jardín, por mínimo que sea, si llamas jardín a un lugar poblado de flores cultivadas. Prisionero cuando estás fuera, del otro lado de la ventana, asomado hacia tu lugar preferido, donde sueles perderte entre las páginas de un libro o escuchar la música que te gusta.

Un día conté que escuchaba y me gustaban las variaciones Goldberg y poco menos que me llamaron pedante. Bueno, repuse, pues no estaría escuchando eso, sino otra cosa.

Cuando don Alejandro me confió que estaba escribiendo un tratado – seguro que dijo tratado- y comenté que ya, que sí, que un libro sobre enología, él, escandalizado: ¡pero qué dices!. Nada de aquello. Lo que estaba escribiendo don Alejandro era un libro “sobre los vinos que me gustan”. Era una loa, que cantaba las excelsitudes de diversas clases y pelajes de vino, que había degustado con el mayor deleite. En materia de vinos, don Alejandro era poco entendido. De vino, como de otras muchas cosas, no cabe hablar para tratar de convencer, entre otras muchas razones de más peso, porque la cuestión, el cumquibus no está solo en el vino, sino que brota, ya sea mansa, ya torrencialmente, además de en el vino y el ambiente en que se bebe, en la predisposición para tomarlo de ese día concreto.

Recorro de noche media provincia, que ahora se llama autonomía. Sujeto, el conductor, por la obligación de indicar el camino al de otro coche. La lentitud convierte los caminos en otros imaginarios, que, de noche, podrían ser mágicos. Los faros, ahora tan potentes, exploran los grises de la oscuridad, sus recovecos, las arrugas del tiempo. El tiempo, me digo, está hecho de arrugas del universo que se doblan y ajan como los retales invendibles de las viejas sastrerías donde ya no compra casi nadie porque la artesanía cuesta ahora un dineral y ya no es cosa de emigrante pobre, americano del pote, comprar chaquetas “de apéame una”, como se despreciaba el ahorro de la ropa confeccionada cuando yo era niño. La lentitud se ha convertido en un inesperado estupor de los sentidos, que recobran, si bajas la ventanilla, olores viejos, de tomillo y laurel, de helecho húmedo y tierra recién mojada. No es por falta de ganas, por lo que no digo que paren, me apeo y me siento en el borde de la cuneta, donde ahora, si te sientas, no tardará en venir un representante de la omnipresente autoridad, la pesada mano administrativa, a posarse en tu hombro y una voz temblorosa de energía reprimida te recordaría que casi nada puede hacerse, en este mundo de locos febriles, y mucho menos en la zona de influencia de una carretera, por donde pasan como proyectiles las latas de conserva con ruedas de los humanos, ese su más disparatado y útil invento, objeto de deseo, obsesión, vehículo de la locura elogiable que sin duda reescribiría Erasmo, sardónico. Vais tan aprisa, nos diría, que corréis el riesgo de llegar mucho antes a donde no habríais querido ir.

sábado, 29 de mayo de 2010

Sigo con Juaristi, que me pone hoy, apenas iniciado el día, entre la duda y el respeto. Lo he comentado alguna vez; me ponen en un aprieto, los escritores a que por una u otra razón admiro, cuando se meten a autobiografiarse y cuentan de su niñez y su juventud, que, como yo mismo hago con mi pasado cuando trato de recorrerlo a caballo de la memoria, esa cómplice astuta, me invento parrafadas enteras. Parece admirable o imposible, esa es la alternativa, que haya quien, además de ser prodigiosa y prematuramente inteligente, disponga a su lado de amigos o de parientes que también lo sean y así resulte posible un diálogo sotto voce como los que se suceden en la página cincuenta y nueve, cuando su tía, en un funeral, se acerca y le pregunta si habrá algo después, qué cree él, y él, adolescente cuando más, le responda a bote pronto “lo más sinceramente que pudo”, que no lo sabe. Pero lo es todavía más que al replicarle su tía que ella piensa que no hay más, que todo se acaba en un soplo, el, “con sorna”, sea caz de advertirle que “hace unos cuantos años te habrían quemado viva por decir esto” y para colmo, de ser capaz de añadir que debe tener prudencia porque “nuestra gente es muy capaz de volver a aquellas sanas costumbres”.

Deslumbrante.

Pero ¿imaginativo? El adolescente casi nunca es capaz, salvo pintado por la memoria propia, de tener -¿disfrutar? ¿padecer?- esa mezcla de ironía, sorna, escepticismo, temor.

Luego, como consecuencia, me imagino –la imaginación es hija de la memoria, repito, y sin embargo nueva, distinta y hay ocasiones en que puramente utópica, solo que nunca sabemos si esa utopía, de pronto, en circunstancias sorprendentemente coincidentes en el tiempo y en el espacio, puede reconvertirse en habitualidad, como algunos de los imposibles de Julio Verne, que todavía lo eran en la niñez de mi generación-, me imagino, repito, un memento mortis. Imaginar el momento de la muerte en la sana salud presunta de cada día es convocar otra mendacidad, pero al fin y al cabo tampoco parece que podamos crear, en cuanto a lo que lo esencial concierne, “condiciones de laboratorio. En ese preciso momento, la duda, sin dudar de la certeza de la fe, tiene que ser abrumadora, como la soledad del ascensor para el claustrófobo o la inmensidad de la plaza abierta para el agoráfobo.

Pongo esa música enloquecida de Nueva Orleans. Sale el resto de sol, que permanecía acampado más allá del horizonte, esperando noticias de la luz amatista, pionera, tal vez exploradora, del alba.

Repito, admirado, el verso de ayer: “Gracias, Señor; la casa está encendida”.

viernes, 28 de mayo de 2010

He paseado esta semana que se agota por las capitales de la Nación, de la Autonomía y de mi paisaje interior.

Se aprende, durante este trabajoso camino de la vejez, a hacerlo, es decir, a pasear, con mucha mayor lentitud. Da tiempo, si está uno en un paisaje rural, a escuchar y oler cosas que antes, con las prisas juveniles y las preocupaciones y ocupaciones propias de la juventud y de la madurez, apenas nos llamaban un mínimo de atención.

Excusado es decir que cuando el paisaje es urbano, los sonidos y los olores se concentran en unos pocos, pero nos cercan más, hay momentos que hasta el agobio-

En una ciudad, en tiempos como éste, resulta curioso fijarse en la expresión, incluido el lenguaje gestual, de los que se cruzan con nosotros o pasan a nuestro lado mientras descansamos del esfuerzo que ahora supone ir de un lado a otro, por cerca que estén, sobre todo cuando hace demasiado frío o empieza a sobrar el calor.

Hay demasiada gente –insisto, “hermosa gente”, en el lenguaje y la adjetivación por tanto, de Saroyan, en “La comedia humana”-, sobre todo en los espacios peatonales, que en seguida se advierte que sufren de una evidente sensación que podría ser de rencor, o, cuando menos, de desasosiego. Demasiada gente al acecho, para pedir, los más bondadosos o menos atrevidos, para exigir, los que conservan mayor dignidad, para tratar de apoderarse de lo ajeno, los más desesperados. Insisto en que la expresión “hermosa gente”, los abarque a todos. Sólo es circunstancial, fruto sin duda del azar, esfuerzos aparte, que es probable que hayamos hecho todos, que unos seamos más pudientes que otros. Da que pensar la responsabilidad que nos atañe respecto de todos los otros. Porque nos apartamos de esa multitud que viene a pedirnos, exigirnos, insultarnos a veces. Cierto que no podríamos en ningún caso probablemente atenderlos a todos, pero sí pensar algo que alivie estar pesada carga social, esta enfermedad social, que es la necesidad compartida por tantos.

Hacia dentro, persona abajo, me sirve de lección de humildad leer en la espalda de otro libro, en este caso las memorias que titula Jon Juaristi “Cambio de destino”, que alguien haya escrito que “la memoria es uno de los nombres posibles de la imaginación”. Yo creía que esta era una originalidad que se me había ocurrido a mí, pero descubro que ya se ha pensado e incluso escrito por otros. Me ocurre cada vez con mayor frecuencia, que encuentro en libros, algunos viejos, donde se habla de cosas que yo pensaba que se me habían ocurrido a mí como novedades. Toda una cura de humildad. Somos singulares y diferentes, pero nada más que hasta cierto punto. Más gente, por uno u otro camino, algunos incluso con mayor facilidad, superaron hace tiempo nuestra capacidad de ir deduciendo pasos en el arduo y estrecho camino de la sabiduría, tan complicados, complejos y llenos de sugerencias sucesivas, que algunos, como mi buen y antiguo amigo Raimundo Paniker hasta encuentran el tiempo indispensable para ir a contrastar nuestra herencia griega con su milenario origen oriental y vuelven desbordados por el descubrimiento de que cada paso hacia el saber revela mayor sencillez y claridad, pero alarga la sombra de la consciencia de mayor ignorancia que nos acucia y que jamás tendremos tiempo de desentrañar. La vida podría ser un camino iniciático hacia la insaciabilidad de la curiosidad. Lo dice el poeta, o lo insinúa, “vivo sin vivir en mí”.

En “El Cultural” de hoy, se admira justamente un verso del final de un poema de Luis Rosales, cuyo centenario al parecer se está cumpliendo, que siempre me ha deslumbrado. El poeta, durante ese final de poema, regresa cansado a caso un anochecer, un panorama urbano, mira hacia arriba y ve la luz en las ventanas. Y exhala, más que escribe, ese último verso deslumbrante: “Gracias, Señor, la casa está encendida”.

martes, 25 de mayo de 2010

Por las mañanas, en el kiosco de periódicos,
intercambian opiniones sobre el tiempo que hace
los jubilados de la bolsa del pan,
el supermercado,
la carne, -parece –dice el primero-
que hará sol;
-prefiero un día gris –comenta el más bajito-;
-pues a mí –opina el más gordo y grande-,
me da igual, porque pienso refugiarme en mi butaca,
mi rincón,
mis libros.

Por las mañanas, en el kiosco de periódicos,
se suele formar un curioso casinillo, una tertulia,
sin discusiones, de lo más heterogéneo,
capitaneada por ese señor malaspulgas
a que siempre le parece mal todo. Hay que ver cómo opina,
pontifica,
asegura que el mundo está perdido
desde que le falta su concurso Nadie le hace caso,
más que la divertida periodiquera,
que le sigue la corriente,
lo anima,
-usted sí que sabe –lo azuza-

Por las mañanas, en el kiosco de periódicos,
hay también un revuelo de palomas
y un curioso hombrecito que habla solo
y opina respecto del estado de los arriates del parque
sin que nadie lo escuche, entre otras razones
porque no se le entiende lo que masculla. -


Por las mañanas, en el kiosco de periódicos,
está concentrada
toda la vida del planeta,
esperando la nueva, la desconcertante noticia
que nadie sabe todavía. -

lunes, 24 de mayo de 2010

Resulta aterrador asomarse a los informes de los organismos internacionales que desde diferentes puntos de vista y con muy variados propósitos vigilan el funcionamiento de los engranajes y mecanismos de la sociedad humana a través de sus organizaciones nacionales y sus relaciones, pendientes, en momentos de crisis como el presente, de un hilo sutil, que muchos confiamos en que sea extraordinariamente resistente.

Me asalta la duda de si será tan resistente como va a ser imprescindible si insistimos, como sin duda haremos en tensarlo y probar su flexible elasticidad.

Estamos llegando a la sociedad global y carecemos de estructuras para sostenerla, de organización que estabilice el balanceo de sus desigualdades, de un ordenamiento jurídico capaz de curar sus patologías o, en su caso, operar la en casos de fracturas, irregularidades y demás tumores malignos.

Ensimismados en nuestra habitualidad, en la rutina acomodaticia de nuestro fracaso social lleno de remiendos, y pienso que asombrados por la magnitud del fenómeno en que consiste esta crisis de crecimiento por cambio de época, rota y dispersa en síntomas que afectan a todo cuanto teníamos previsto para acomodarnos en un último estadio de la perfecta sociedad de unos últimos, pero sin duda largos y prósperos tiempos –quizá para siempre, si resultáramos sorprendentemente capaces de derrotar a la muerte y lograrnos inmortales-, nos asusta la dimensión de nuestra pequeñez, en un ámbito insondable en que vivíamos sin saberlo.

Una vez más, el hombre, al despertar de las turbulencias de cada situación de emergencia humana, se pregunta, nos preguntamos quiénes somos, en qué lugar estamos y a dónde iremos a parar. Y tenemos miedo. El miedo a la libertad de que ya habló el pensador y que, descrito con todo lujo de detalles, nos sigue abrumando con su desconocimiento. Nada hay más aterrador que lo inexplicable.

sábado, 22 de mayo de 2010

Aprende cosas y las va disolviendo, unas veces en garrulería, otras en silencios vacíos. Aprender no parece que le sirva para ir mudando, cambiándose a sí mismo por otro. Refugiado en su imagen, se va quedando en la futileza endurecida del árbol seco, que mira pasar el viento, se roza con el viento y sin embargo ni le añade sonido ni temblor porque es un palo seco, que un día, cuando llegue el leñador, ni dará olor ni se advertirá que haya dejado de proporcionar su ya escueta sombra.

¿De qué vale saber, si el escaso conocimiento que un hombre es capaz de adquirir en el abrir y cerrar de ojos de su existencia, no te sirve para intentar volar, subirte a la nube o al sueño y pegarte el batacazo de averiguar que no somos más que gente de a pie, la mayoría, incapaces de atravesar a nado la mar o ir volando más allá del collado que cierra el valle?

¿O tal vez lo abre al mundo?

El emperador de la China que hay en el fondo de todos los cuentos, las leyendas y tal vez los recuerdos milenarios de la posiblemente más vieja cultura del planeta, cuentan que decía que para qué se iba a ir a ninguna parte, si él ya estaba en su ciudad prohibida en el centro del mundo.

Y todos, el inmóvil, el movedizo y el emperador es posible que tengan a la vez razón, porque la vida es múltiple, diferente. Nada es solamente como es, sino, además, como es al mismo tiempo para cada uno de nosotros y para el conjunto.

La historia de la humanidad es nuestra propia vida, engarzada en las demás vidas de todos. Tal vez por eso nos odiemos y nos queramos tanto unos a otros, desde cada acto de amor hasta cada acto de guerra, realizados ambos con el mismo entusiasmo.

viernes, 21 de mayo de 2010

No estoy de acuerdo. Creo por el contrario que la inteligencia es solo una, la asimilo a un mineral de muchas caras o a un inmenso territorio. Según se considere desde uno u otro punto de vista el cristal, la piedra preciosa o como quieras llamarle, o se considere una u otra de sus facetas, se estará hablando de una manifestación de esa inteligencia, y del territorio, según se elija para cultivo una u otra porción de su tierra, feraz toda ella, se obtendrá una u otra óptima cosecha. La inteligencia brilla con su luminosidad máxima cuando quien la disfruta utiliza todos o cuantos más mejor de sus recursos.

Me sugieren un atractivo libro, pero por desgracia he de ser ya muy selectivo porque ya no tendré tiempo para leer todos los libros que me apetecería, nuevos o antiguos. De los antiguos, conservo demasiados, de los nuevos, se publica un excesivo número.

Una pena no poder absorber, como se bebe un vaso de agua aunque sea a la fuerza, el contenido íntegro y detallado de cada libro que nos llama la atención, que, incluso, a veces, nos atrae con una poderosa fuerza.

Estoy a punto de publicar otro libro de poesía. Cuando estoy a punto de recibir de la editorial un primer ejemplar es cuando el libro me parece que vale menos, que no merecería la pena publicarlo. Otro amigo, presentará en su día, el mismo, un libro suyo y aprovecharemos para presentarnos recíprocamente. ¿Por qué son tan evidentemente mejores que los nuestros los libros que escriben los demás?

Digresión súbita: salvados Sjówall y Wahlöö, y últimamente Stieg Larsson, ¿por qué nos llaman la atención los demás? Ignoro si es la traducción o está en el original habitualmente ese tono de narrador infantil, que incluso se advierte en Mankell, con que –y aquí resida tal vez nuestra boquiabierta atención-, se nos describe una cultura diferente, cuya posibilidad es probable que derive al menos en parte de que los nórdicos, hasta donde quepa generalizar, además de ser muy pocos, estén habituados a rozarse escasamente unos con otros, decirse pocas cosas, gastar pocas palabras y eso tal vez sea el motivo de que por dentro se les compliquen los sentimientos y permanezcan más atentos a la intuición, que es una manifestación intelectual más frecuente en los solitarios. Y hay otra cosa, se advierte en “los buenos” de cada novela, un cansado escepticismo derivado del descubrimiento de que incluso en circunstancias de máxima educación cívica compartida, del cerebro rectilíneo, esa primera capa sobre que se han ido depositando las sucesivas mutaciones de los humanos hacia mayor utilización y comprensión de sus recursos intelectuales, parten destellos de barbarie instintiva incontrolada.

Es probable que la educación, con ser tan necesaria para la convivencia, no baste, y sean necesarios unos principios, vuelvo a Küng con entusiasmo, derivados de una ética de universal aceptación.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Hoy –me digo- haré esto y lo otro- Lo de más allá, veremos. Pasa el día y hago otras cosas que no había planificado. Leo, a ratos me conformo, escucho la radio, que insiste en que el mundo anda como loco. Creo que no. Lo que pasa es que las noticias corren demasiado. Nos llega, adulterado, lo que decíamos ayer y nos golpea en el cogote, nos da una buena colleja, como si fuera una novedad. Nuestras palabras, montadas en el viento, al galope, han dado la vuelta al mundo. Es pequeñín, “piquinín” –decimos en esta tierra-, el mundo. Entre aviones y telecomunicación se ha hecho casi del tamaño de una naranja.

A los que conocimos los teléfonos de manivela y la radio de galena, y considerábamos pura fantasía los artilugios imaginados no sabíamos muy bien si por Julio Verne o por Leonardo da Vinci, tiene cierta lógica que nos sorprenda un poco contemplar a la gente que pasa, aparentemente hablando solos, en realidad al teléfono, pasándose recado o declarándose amores eternos.

Me invitan a una rememoración, un exposición, de juegos de los de antes. Ya no se juega más que en las pantallas de las play station tres, en los CP o incluso en las agendas de bolsillo, y, supongo que en seguida, en esas famosas tabletas que están a punto de llegar a las tiendas. Fue famosa una tienda de mi pueblo, cuyos dueños, letrados a medias, de latinajo improvisado, tras el encargo de varias resmas de no sé qué mercancía, escribieron en el papel que asimismo querían “idem, idem bacinillas” y, de allí a poco, en su día, recaló –dicen-, en el puerto, un barco lleno de ellas. Ahora, es cosa aseguran- de marketing, técnicas –traducen- de mercado, vender “idem, idem” de greeemlins y de gadgets, para la gente “in” de la electrónica, la cibernética y demás laberinto de artilugios digitales, compactos, cargados de chips casi invisibles –en seguida lo serán- que ya han sustituido a los misteriosos e intrincados regatos secos de estaño y a los transistores de la prehistoria de lo portátil, más allá de lo cual, aún recordamos los más ancianos a los hombres orquesta, que tocaban la armónica sujeta entre los dientes, con las manos un par de instrumentos, otro con los pies, y, sacudiéndose como un can al salir del agua, los de percusión.

lunes, 17 de mayo de 2010

Domingo de mayo, la Ascensión, trasladada de unos de los antes tres jueves que había en el año que relucían más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión. Cuando, de acuerdo con el refrán: cerezas en Oviedo y trigo en León. Hoy, domingo de mayo, es decir, ya ayer, primera comunión de los niños. Vienen con sus madres y con las invitadas. La primavera ha despojado a las mozas de sus trapos invernales y ahora traen la escasez conmovedora del percal, que es tiempo de crisis y hay poco dinero, adornando sus cuerpos rotundos, o los indecisos, pero ya hermosos cuerpos recién salidos de la crisálida de la adolescencia, o la belleza recobrada de las madres jóvenes, presumiendo de sus mínimos cogollos de vida nueva, para cada una su milagro, pero muchas recién recobradas de la decepción de ese primer envite que había transformado el empuje entusiasta del amor en los primeros rigores de la convivencia.

De repente, se descubre una veta de ternura, en el pensamiento indeciso del espectador, que mira el mundo fluir, desde la esquina de una espera como ayer la mía, al lado de la Iglesia, viendo moverse a la pequeña multitud congregada por los niños de primera comunión, ingenuamente presumidos con sus atuendos de marineros y de infantas. Esto, te dices, me digo, tiene que haberlo, estar ahí, conteniendo tan singular prodigio estético, envuelto en la precariedad de lo humano, por algo y para algo que se nos escapa y ocurre al mismo tiempo que en cualquier otro lugar, la oscura crueldad de una decepción, de una pérdida, es tal vez la sombra de esta luminosidad de un domingo de mayo, un día radiante.

Cada día me parece más difícil incluso tratar de entender.

El sempiterno misterio de que las cosas imaginables, incluso que las cosas que pasan, o que parece que pasan, resulten imposibles de entender.

domingo, 16 de mayo de 2010

Priestley escribió que la vida es como un hilo sutil, que empieza, que sepamos, al nacer y nadie sabe si se prolonga o cómo lo hace, cuando atravesamos el espejo de la muerte, de la mano de la Dama del Alba de Casona. Lo que sí le constaba al escritor, que tenía algo de filósofo, sobre todo cuando hablaba del tiempo, como dejó evidenciado en una estupenda pieza teatral que se llamaba “El tiempo y los Conway”, curioso ensayo distribuido en los tres actos clásicos, pero con el orden deliberadamente alterado, es que desde el nacimiento hasta la muert de un ser humano, es dicho ser el mismo, consistiendo su personalidad en ese hilo de sucesivas conductas. En el primer acto se presentaba a los personajes, en el segundo, que debería en un orden lógico, haber sido el tercero, se descubría su último destino en este mundo, y en el tercero, que debería haber sido por su orden cronológico segundo, se nos contaban sus sueños. Aprovechaba en un momento dado el autor para decir lo del hilo sutil de la vida. Deducía también, o tal vez lo haya hecho yo a partir de la lectura y de haber visto después la representación de la obra a que me refiero, que cuanto hemos hecho forma parte de nuestra descripción última. Y ahí, tras de mucho cavilar sobre el sacramento de la penitencia, me choca que el Papa haya dicho, según el periódico, el otro día, durante su visita a Portugal, que el perdón limpia, pero queda pendiente la cuenta con la justicia. Tal vez Séneca, al aceptar su condena y cumplirla voluntariamente, manifestando a sus consternados discípulos que tenía pendiente una cuenta con la justicia y aquélla era la única manera de saldarla y restablecer su equilibrio, estaba hablando de lo mismo, pero entiendo que desde otra perspectiva histórico filosófica. Lo que pasa es que nunca sabremos bastante ni seremos capaces de pertenecer a un tiempo concreto o de que un tiempo concreto nos pertenezca a nosotros. Estoy empezando a sospechar que el famoso hilo sutil, cuya trama me había fascinado desde que leí a Priestley, o está integrado por una trama de conductas de la comunidad formada por todos los hombres, desde Adán hasta el último que exhale en su día el último suspiro de alguien de nuestra especie, o se integra con los demás en la telaraña de la historia, pero carece el hombre, efímero y atrapado en ella, de la perspectiva imprescindible para entenderlo, sólo y sólo tal vez alcanzable del otro ladeo del espejo a que antes me refería, tras de subir al otero de dejar de ser o de empezar. Me haría falta otra vida, y, tal vez cien mil libros más allá, habría aprendido a dudar mejor. ¿Será el olvido de todos nuestros fracasos necesario, imprescindible quizá, para alcanzar una pizca de conocimiento?

sábado, 15 de mayo de 2010

Por san Isidro, dicen en Castilla, el Santo, es decir, san Isidro Labrador, quita el frío y pone el sol. Lo está haciendo este año, han tirado cohetes y están graznando como locas, asustadas, las gaviotas, gira la bandada de paloma alrededor del parque y Laila, que yo sepa son los primeros voladores que oye, mira perpleja, olfatea el aire, y, en seguida, rompe a ladrar desaforada y recorre la casa en busca del feroz agresor desconocido. Luego, al ver que yo no me muevo, viene, movería el rabo, si no se lo hubiesen cortado tan al ras, apoya la cabeza en mis zapatos, me mira y se tranquiliza hasta el punto de empezar a mordisquearme los bajos donde antes el dobladillo de los pantalones.

Por san Isidro Labrador, cerezas en Oviedo, decía mi abuela, y trigo en León. Ahora las cerezas, grandes e insípidas, vienen de América en avión y plantan en León, además de trigo, colza y girasoles, el trigo, un mar de trigo, hay que bajar a buscarlo por los alrededores de la Mota del Marqués, que es un pueblo que debería, si no la tiene tener alguna leyenda, que yo imagino al pasar y ver su iglesiona cerrada, en obras, hace más de tres y de cuatro lustros, la ermita de más arriba y el lo alto del cerro que mi buen amigo Manolo Benito, que fue notario del Burgo de Osma y me ganó al frontón, porque yo le había ganado al mus en Aldeaseca de Armuña, junto a Salamanca, donde los viejos saberes, hace muchísimos, demasiados años, llamaría un teso, la torre del telégrafo que con luces o banderolas llevaba noticias del litoral a la Corte, cuando los peregrinos iban todos a pie, la gente en carro de acémilas y los bandidos por la serranía a caballo, trabuco colgado del hombro.

Por san Isidro Labrador, que eran tan buenas personas él y su mujer, santa María de la Cabeza, que bajaban los ángeles, por la noche, a trabajarles las tierras de pan llevar. Ahora, aquí, en las Asturias pequeñas, que ni siquiera llegan a Astorga, por donde Lucus Asturicum, los que bajan de noche a levantar el maíz y hurgar en los silos son los jabalíes, que luego va mi buen amigo Juansito, con su cuadrilla, los cose a balazos, con los debidos permisos y respetos y les come los jamones, con singular deleite, reunidos cazadores y amigos, como los galos de la aldea en torno a Asterix y Obelix. Dicen que una hembra de jabalí, con su media docena de rayones, levantan hectárea y media de maíz en una noche, mientras el macho se rasca el lomo en el pinar de más cerca y se afila como cuchillas los colmillos.

San Isidro Labrador es el patrono de las cooperativas de crédito, aquellas que se inventaron para que “el dinero del campo para el campo”. Ahora, el dinero, lo que se dice dinero, nadie sabe dónde se esconde y los sustituyen tarjetas de plástico, a su vez sustituidas por títulos valores, papeles y más papeles, cada vez más sutiles, etéreos algunos, sofisticados, que nadie está muy seguro de si valen lo que dicen, o más, en función del cuento de la lechera, o nada porque hay verdaderos artistas y orfebres capaces de multiplicar una rupia por su décima potencia y dejarla sin más, chascando los dedos, en una voluta de humo. Ese –te dicen señalando a un señor que atraviesa la calle rodeado de fornidos guardaespaldas- tiene milenta millones de euros. ¿Pero dónde los tiene? –preguntas, pregunto, ingenuos ambos-. Nadie lo sabe. Islas, paraísos, dinero negro, blanco, blanqueando, blanqueado, futuros, valores, sueños. Sigue siendo, a pesar de todo, verdad lo del pícaro: no me pongas, amigo, dinero en la mano, a mí, ponme donde lo haiga, que del resto encárgome yo.

martes, 11 de mayo de 2010

Formo un ramo
de recuerdos,
ahora, en la soledad de la estancia cerrada,
luz artificial,
ordenador,
preguntas y respuestas del nuevo catecismo
que ahora
se llama
internet.

Llueve afuera, hace sol, quien sabe
por donde va hoy,
versátil,
la primavera.

Aquí, en la semipenumbra, en el cono de luz
que ahuyenta, hasta cierto punto,
los miedos ululantes.

Dime, tú lo sabes, ¿es el miedo
lo que mata?

La jauría inventada por Lowecraft, o, no sé,
sin inventar aún, como hizo García Lorca,
que vió
“un horizonte de perros”
ladrar
“más allá del río”. Estos, de Tíndalos,
aúllan,
todavía lejos,
todavía más allá del horizonte, por donde vienen,
gemelas,
la nostalgia morena y la esperanza rubia,
la luz amatista y la primera luz
que enciende la flor del agua,
sujetándolos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Cada día
queda un poco menos para que sea mañana,
¿has pensado
alguna vez
que habrá un día sin mañana?

El tejido vital, eso que pasa, el tiempo
parece siempre el mismo, intacto,
hasta es posible
que sea eterno.

Y sin embargo, para cada uno,
para ti, para mí, para el amor incluso,
se rompe, interrumpe. Ibamos
cantando,
felices
a lo largo del camino de la tarde,
y el espacio de mañana, es, sin que lo sepamos,
un agujero negro,
insondable,
en que la materia se funde y convierte
en otra vida nueva, diferente
de que tú y yo no formamos parte
porque estaremos absortos, tal vez deslumbrados
por la verdad de las cosas.

Iremos,
territorio desconocido arriba
-pero no habrá arriba ni abajo-,
iremos,
durante … ¡no habrá tiempo
alrededor! Estaremos ….
¿dónde?,
justo mañana,
de no sé qué hoy,
donde se acaban
el tiempo y el espacio
y encenderá el amor, por fin
la hoguera inacabable, que arde donde no hay nada
pero estará ya todo,
en el definitivo equilibrio de las contradicciones.
Un torrente de niños que empuja el balón parque arriba y abajo- ¡Muérete, abuelo –le dicen, crueles, porque se ha quejado del balonazo súbito-, de una vez y déjanos en paz! ¿No ves que es la final?. Y, arrebolados, excitados, siguen la carrera, chutan, ¡¡¡goool!!! –se abrazan y echan una última, rencorosa mirada, al anciano, que ahora sonríe, comprensivo, pero ni con esas los ablanda- Ya podías-le recomiendan- ir por otro lado, Matusalén. ¿Dónde vamos a jugar nosotros?

Coches y niños. Son ambos el futuro. Los coches cada vez más sofisticados, más invasores, más rápidos, más peligrosos, más molestos. Los niños cada vez peor educados.

El mundo es suyo, por más que yo, tan viejo o más que él, me solidarice con el ancianito del otro día del parque y el señor alcalde mayor se haya decidido a anunciar que va a limitar el paso de coches por un paseo que proyecta. A los coches no se les puede limitar nada. Instintivamente, el abominable hombre del volante, trasmutado por la posesión de su coche y esa sensación de poder absoluto que le confiere, se le exacerban el instinto dominador del humano alfa y la necesidad de ocupar más territorio y sojuzgar mayor número de libertades beta, gamma, delta, etc. La única manera de que un coche no entre donde no debería es colocarle obstáculos insalvables.

Pues no, mire, no me considero un anciano gruñón. Me basta con el reducido espacio del cono de lámpara en que refugio mi sillón de mimbre para leer y ponerme los cascos para escuchar en solitario el sonido de Nueva Orleans, por ejemplo, o un quinteto de Beethoven, las cuatro estaciones de Vivaldi o las variaciones Goldberg. Y “allá muevan feroz guerra” peatones, niños y conductores.

Sin embargo, los miro y me da pena imaginar, con la falta que haría modelar el futuro social con delicadeza de orfebre, para lograr eso tan importante, diría que fundamental de que todos aprendamos que nuestra libertad sólo es plena cuando respeta la de los demás que deben limitarla, me da mucha pena advertir que cada vez se educa menos, peor y con menor paciencia

domingo, 9 de mayo de 2010

Viene el sueño de puntillas, me alcanza y casi derriba mientras hago el crucigrama y la perrilla de aguas nueva en casa, humilde, pequeñísima, blanca, nerviosa, activa, va y viene con cualquier cosa que encuentra a su alcance, puede morderse y es capaz de arrastrar, condiciones que se dan en ropa interior, cintas, correas, calcetines, medias, muñecos, peluches, servilletas, papeles y cartones de todas clases. Viene, salta, me ladra, amaga un como ataque furibundo y acaba lamiéndome la mano. Se llama Laila. Lo primero, nada más llegar con tres meses escasos, recorrer la casa, olfatearlo todo, descubrir escondrijos, caminos y presas, dónde estaban la comida y el agua, lo que se dice tomar posesión. En un primer momento, las numerosas escaleras le hicieron torcer el morro, pero en seguida subió y baja como un cohete excitadísima cada vez que extendía a una habitación más sus depredaciones. Cuando gana el Barça, desde la puerta de un a cafetería local, tiran voladores. Laila los ha oído esta noche, se ha medio vuelto y los riñe. ¡Pero mujer –le digo- si es que ganó el Barcelona! Bueno, siendo así –me gruñe-, por una vez y sin que sirva de precedente … España, como siempre “partida por gala en dos”, se regocija y llora por el Barcelona y el Madrid, respectivamente, en su ciega carrera de este año, que es como una Maratón desmedida y desaforada.

sábado, 8 de mayo de 2010

Hace muchos, muchos años, lo que para él habrán sido tal vez alrededor de entre cincuenta y sesenta años, Bond disfrutó aquella tarde como un loco, como un niño, como un perro feliz, persiguiendo a los pájaros del parque y del jardín. Daba saltos, hurgaba por entre los matojos, pisaba los arriates, ladraba de tal modo que Caco se quedó en mitad de una pradera absorto mirándolo. Caco era ya para entonces fox terrier, adulto y serio como un viejo soldado inglés regresado de la India, de esos que las películas fingen con barba y mostacho blanco, whisky cerca y cejas hirsutas entre gruñidos de desaprobación.

Bond era cocker americano, cuando le crecía el pelo, le tapaba los ojos y le engordaba las patazas, que no hacían, entonces, ruido alguno cuando venía en busca de galletas, de regreso del paseo de la tarde.

Bond era cariñoso, tierno, con algo de peluche en sus modos. Y como buen segundón, si Caco ocupara la butaca preferida de ambos, él se resignaba debajo, como en el sótano, y cuando el otro se marchaba a sus cosas, de un salto, ocupaba la plaza con la cabeza apoyada en los brazos de la butaca.

Cuando Caco murió, lo echaba de menos, recorría la casa en su busca, y, poco a poco, fue como si se la abriesen las neuronas perrunas y su capacidad de entender. Además, para entonces, de tierno, feliz sosegado, se hizo sabio, un poco por encima del límite de lo que puede serlo un perro cualquiera.

Sabía cuándo era sábado y cuándo domingo, cuándo llegaba la época de los puñeteros cohetes, el calor y el frío, y, como es lógico, sabía distinguir las diferentes clases de galletas o de bizcochos que los humanos suelen alternar a la hora del desayuno y claramente prefería aquellas una miaja más duras y como torradas, que crujían, al morderlas. Y cuando más le gustaban, te miraba, es decir, nos miraba fijo, a mi mujer o a mí, y se relamía: estaba bueno, oye, ¿me das otra? Esta mañana, distraído, al poner las tazas en la mesa, puse también las galletas que más le gustaban. Quedaba como medio paquete, pero Bond ya no estaba. Corretea, seguro, por un jardín, del otro lado del espejo, que digo yo que los perros buenos tendrán también alguna posibilidad de sobrevivir en alguna parte, lo mismo que sobreviven en el recuerdo y te aflojan los lagrimales, siquiera sea un poco y aunque parezca ridículo, inapropiado, injusto cuando tanta gente sufre. Anda, no será cosa de la memoria del perrín, sino de la arterioesclerosis, que dicen que te hace llorar como un imbécil, incluso con los finales felices de las películas cursis.

viernes, 7 de mayo de 2010

Bond ha muerto. Fue anteayer, y no dije nada porque estaba demasiado reciente lo ocurrido. Tenía once años y ocho meses, casi ochenta y cuatro años humanos, y estaba cansado, viejo y enfermo, sordo y miope. Le diagnosticaron una hepatitis, como si fuese un humano cualquiera, pero no era más –ni por cierto menos-, que un perro y cabe todavía, para los perros, la eutanasia.

Bond era tierno, cariñoso, dulce, comilón y le crecía el pelo en seguida, hasta taparle los ojos. Me escuchaba atento, cuando yo le hablaba, y me sacaba a pasear una vez por la mañana y otra por la tarde. Si me retrasaba, venía cejijunto a buscarme, moviendo nervioso el muñón de rabo. Ibamos, pasito a paso de ambos viejos. Hablando de mis cosas, que él, las suyas, se las guardaba prudente. Hacía tiempo que no íbamos hasta la playa, demasiado lejos para ambos, ni al campo de la romería, donde solía disfrutar corriendo y saltando, cuando más joven, entre la hierba. De vez en cuando, se acercaba, comprobaba que no me había ido y me daba las gracias por estar allí, que hiciera sol y que le dejase correr en busca de sus fantasías.

Ultimamente nos dormíamos en sendas butacas, cuando el programa de la televisión, como suelen algunos, resultaba especialmente aburrido, banal o impúdico. A uno y otro nos importaban muy poco las vicisitudes vitales de esa pandilla que suele repetirse en periódicos amores y desamores, follaje a mansalva y captura de numerario. De vez en cuando, saltaba por encima de los reposabrazos y me ponía la zarpa en el hombro. No te preocupes, me decía en silencio, sigo aquí aunque te duermas. Y yo, si el temblaba o gruñía en sueños, le ponía la mano encima para que no se preocupase y comprendiera que aquello no era más que una pesadilla, la mentira de un sueño, o tal vez su verdad. ¿Se enterarán los perros también, del otro lado del espejo, de la razón última e las cosas?

Salí esta mañana. Hice nuestro recorrido. No es igual, claro, pero fue una especie de homenaje, una disculpa por no haberme despedido, haberle dejado ir sin que se me ocurriera esa ultima palabra que nunca cabe con un amigo a que siempre hay algo más que decir, por más que todavía no se sepa qué es.

martes, 4 de mayo de 2010

Dentro de unos meses, tal vez semanas, quizá no sean más que días, tendremos que enfrentarnos a la realidad de que como grupo social somos pobres.

Lo cual quiere decir que en el orden mundial, ahora bastante más apretado que hace los dos siglos que tienen de vejez las ideas político sociales con que tratamos de reorganizar nuestra sociedad española, la nuestra, como cualquiera de las demás, tiene asignada una cuota de riqueza que está desequilibrada. Lo mismo que ocurre en el mundo, aquí unos pocos tienen mucho y muchos apenas disponen o de lo estrictamente necesario o de lo insuficiente.

Y unos cuantos, diría que entre la cuarta y la quinta parte de la población, es la que trabaja denodadamente y aporta la riqueza útil, es decir lo que posibilita que a trancas y barrancas funcionen los engranajes del conjunto.

Estamos en crisis. Ya lo sé. No es ninguna novedad, pero nuestra crisis lleva el acento, que la subraya, de que no hay quien se ocupe de tratar de ponerle remedio, porque quienes deberían, están convencidos de que todo se arreglará cuando los demás sean más ricos y nos convoquen a compartir su riqueza.

Craso y peligroso error.

El mundo en que vivimos ha entrado en un tiempo nuevo en que las gentes que lo habitan están dispuestas para exigir una adecuada participación en los dos acervos sociales humanos: el saber y la riqueza.

Centenares de millones de personas quieren saber y quieren participar del disfrute de la vida con la holgura mínima de la dignidad personal. Quieren ser todos libres a la vez y todos libres de este lado del espejo, es decir, durante su vida personal y familiar, junto, además, con esa familia, indispensable aún, mientras no se invente otra cosa, para la continuidad de la especie y el imprescindible aprendizaje para su adecuada convivencia social.

Tienen que comprender los que mandan que lo importante ha dejado de ser mandar y ha empezado a ser mandar responsablemente, y, como va resultando cada vez más evidente, con rendición de cuentas respecto de cómo y de que manera se mandó, cuando cada mandato acabe.

Es un anacronismo político social, una patología grave del sistema, partir de la convicción de que lo importante es conseguir el poder a cualquier precio, lograr a cualquier precio la mayoría absoluta y tratar a cualquier precio de provocar o de conservar votos a cualquier precio para mantenerla. Lo lícito es proponer programas de organización, participación y gobierno, proponerlos, que el pueblo, informado, tenga ocasión de contrastarlos con los demás posibles y efectivamente elija en cada ocasión con limpieza y transparencia.

Es urgente disponer de principios éticos del respeto de los cuales dependan la legitimidad de las leyes y las conductas de los gobernantes. Y, en primer lugar, debe tenerse conciencia plena de que la libertad es por definición algo limitado por el respeto de la libertad de los demás.

Es urgente divulgar que hay cosas y conceptos que no cabe someter a sufragio, puesto que en virtud de inalienables principios éticos, incluso están fuera del alcance de la caprichosa voluntad de cualquier iluminado, por más que deslumbre, convoque y convenza a cualquier número de personas.

Cualquier supuesta vía, medida, argucia, alternativa, etc., que se ocurra, se proponga o se adopte para salir de esta crisis en que estamos inmersos, estará equivocada y será inútil.

Yo puedo estar también equivocado.

lunes, 3 de mayo de 2010

Hay una hora mágica, cada mañana,
cuando allá arriba graznan las gaviotas veleras,
hostiles,
siempre amenazadoras
bajo esa horrible belleza carroñera
de su impoluto plumaje, condenadas
a llevar el pico el estigma rojo de la sangre,
pero, justo a esta hora,
ángeles custodios de la nostalgia del viento del norte,
recaderas del viento, vigías
del horizonte.
Hay una hora en que,
recién nacidos,
vagamos
los humanos, en busca de noticias, con la inquietud
latiéndonos en el pecho
de que no haya amanecido en el resto del mundo.
Abrimos el periódico,
olor a tinta fresca, letras ensangrentadas por el último
crimen
pasional: “¡o mía o de naide! “,
otro coche bomba, más suicidas.
Sin duda, hoy también, en el resto del mundo
la humanidad sigue,
enamorada,
naciendo,
desenfrenada, presa del desamor, escéptica,
debatiéndose,
justo en el umbral
donde la sombra y la luz se equilibran
y flota en el aire
olor a muerte
y a vida, a la vez.
Una hora mágica, de amanecer,
gaviotas
veleras
y una garza sola, en medio del río, señalando con el pico
nadie sabe qué.

domingo, 2 de mayo de 2010

Me niego a hablar de política. Dice un conocido que es la contracultura de la ambición de poder, el equivalente público de lo que representa en lo privado el falso amor –añade-, errado, del macho o de la hembra por su respectiva pareja, cuando uno de ellos a lo que aspira es a dominar al otro, poseerlo, en la más amplia acepción de la palabra.

Le digo que me parece alambicada su postura e insiste en que ejerce con honestidad en política, quien se dedica a ella y busca mejorar la sociedad humana y no su dominio, como está de verdad enamorado quien, hombre o mujer, busca la felicidad del otro, aún a costa de la propia.

Insisto, me niego a hablar de política. Prefiero estos temas candentes hoy, aquí, en la calle mayor, que en mi pueblo no se llama calle mayor, sino de esa cualquier otra manera de que en los pueblos se llaman las calles, en honor provisional y transitorio de un héroe, un sabio o un necio venido circunstancialmente a más, que de todo hay en la viña. Hoy, por el pueblo, lo que hay es el airecillo de primavera, todavía impregnado de un sol insuficiente, que, concentrado en un rincón, el remanso abrigado por una esquina, te agobia y entras sudoroso en la siguiente, donde te alcanza aquel mismo aire, ahora desasido del sol, puro recuerdo del invierno reciente o premonición de los cachos de hielo que arranca el cambio climático ese de los bloques del norte lejano, se te cuela y un te conviertes en el portador de un nuevo brote de catarro o de gripe propios de este tiempo. Como si te sellara la aduana del buen tiempo, bajo los trazados sardónicos de cada vuelo recto de las primeras golondrinas, que se entrecruzan desde hace unos días con los vencejos que ya estaban.

Una puñetería, el catarro de esta época, la gripe zeta, será, digo yo, al cazar al acecho desde escondrijos de fin de temporada de gripes, cuando es más difícil librarse de él y no sabes si vas a salir a la calle y le va a tocar la guardia al frío o al calor, mezclados a veces según la calle esté orientada o no al norte y vaya por sombrizo o solano. Se me acerca esta mañana, con el periódico recién comprado, todavía tierno, reciente en la mano y me pregunta la hora que tengo. Son casi las nueve, le digo, y me añado, sin decírselo, que lo desconcertaría, que no es hora que yo tenga, sino la que marcan los relojes supongo que por marcar algo, ya que ahora mismo, con eso de las horas de invierno, las de verano, la de Canarias y el efecto cambio de hora de los vuelos trasatlánticos, cada vez es más evidente que eso del tiempo no es más que, repito, una paradoja, o estoy dispuesto a admitir que una filfa inventada por los sabios –esos que merecen que pongan su nombre a un insecto o a una calle, para disfrazar lo poco que sabemos acerca también del tiempo-, ese misterioso ente conceptual, que pasa sin pasar y cuando te vas a dar cuenta, miras en el zurrón que suponías lleno de él y sólo hay unas migas. ¡Oye! –grito al primero que pasa- ¿sabes tú dónde puede comprar algo de tiempo? En la mirada con que me mira, adivino la suposición de que no estoy en mis cabales. Razón tendrá.

sábado, 1 de mayo de 2010

Se sientan media docena escasa de personas, entre protagonistas ty espectadores cercanos a algunas de las más sonoras ocurrencias del país y a uno se le abren las carnes, in primis porque no hay país que lo aguante, in secundus, porque no hay gente que lo pueda intentar. Y aún cabe añadir lo de la vergüenza, en estos casos propia y ajena. Propia porque estábamos por allí, lo sospechábamos, pero hicimos, entonces, penitencia y nos consideramos, para tratar de salvar algo, paranoicos. Me admira la sencillez clara y concisa de mi viejo amigo, fotógrafo local profesional, que, acosado por una cliente convencida de ser mucho más por lo menos resultona de lo que su fotografía lograba hacerla parecer, repasó el corpus delicti y sólo le dijo: pos nun sei de que te quexas; tas como sos.

Tamos como somos o, si alguien prefiere decirlo de otro modo, somos como tamos. Y ni hay más cera que la que arde, ni se pueden fabricar cestos con mimbres diferentes de los que tenga a su alcance el artesano.

Hace mucho, cuando era niño, alguien dijo al alcance de mi oído que no había entonces español medianamente instruido que no tuviera manuscrita en algún cajón de algún mueble de su casa una obra teatral escrita por él. Ahora parecemos haber dado en la tarea político, económico, religiosa, que nos parecen cosa fácil y al alcance de cada cual, ya sabes, eso mismo que se piensa al echar una ojeada a las cuatro líneas, dos manchas y tres juegos cromáticos de una exposición de pintura y llegar a la convicción de que “eso lo hago yo, con las manos atadas a la espalda”. Siempre hay algún amigo que facilita espacio donde exhibir el frecuente resultado. No hay nada más difícil que la expresión sencilla y clara de un sentimiento. En ello consiste, nada más y nada menos, la obra de arte, que impresiona tanto a los necios entre que no dudo en contarme, que nos pasamos la vida, algunos entre que tampoco dudo en contarme, enfrascados en el vano e infructuoso intento de imitarla.

Hay quien se cree hasta en serio que es fácil entender de religión, de economía o de política, que alguien sabe ya lo que es y en que consisten la justicia o la libertad y cómo cabe implantárselas a la multitud y que disfrute o por lo menos se consuele. Y algunos de esa pléyade, incluso se atreven a tomar los mandos que circunstancialmente llegan estar en su poder para imponer al resto de una atónita humanidad sorprendentes convicciones respecto de lo que sería tan importante que empezasen a pensar las más sesudas, informadas, generosas, humildes e imaginativas personas del mundo, hombres y mujeres, mujeres u hombres solos, según, sin necesidad de esa otra pirueta absurda de escribir leyes para convocar a cada tarea un mismo número de varones y de hembras- ¿Por qué no de dolicocéfalos y braquicéfalos, rubios y morenos, altos y bajos, gordos y flacos? Sugiero para colmo que se haga la convocatoria en términos porcentuales, ya que si no, ¿cómo harán en esos pueblos que a veces aparecen en la prensa o la radio pidiendo remesas de hombres o de mujeres, para remediar pintorescas escaseces acerca de que hasta se han escrito libros y filmado películas más o menos divertidos?