Se sientan media docena escasa de personas, entre protagonistas ty espectadores cercanos a algunas de las más sonoras ocurrencias del país y a uno se le abren las carnes, in primis porque no hay país que lo aguante, in secundus, porque no hay gente que lo pueda intentar. Y aún cabe añadir lo de la vergüenza, en estos casos propia y ajena. Propia porque estábamos por allí, lo sospechábamos, pero hicimos, entonces, penitencia y nos consideramos, para tratar de salvar algo, paranoicos. Me admira la sencillez clara y concisa de mi viejo amigo, fotógrafo local profesional, que, acosado por una cliente convencida de ser mucho más por lo menos resultona de lo que su fotografía lograba hacerla parecer, repasó el corpus delicti y sólo le dijo: pos nun sei de que te quexas; tas como sos.
Tamos como somos o, si alguien prefiere decirlo de otro modo, somos como tamos. Y ni hay más cera que la que arde, ni se pueden fabricar cestos con mimbres diferentes de los que tenga a su alcance el artesano.
Hace mucho, cuando era niño, alguien dijo al alcance de mi oído que no había entonces español medianamente instruido que no tuviera manuscrita en algún cajón de algún mueble de su casa una obra teatral escrita por él. Ahora parecemos haber dado en la tarea político, económico, religiosa, que nos parecen cosa fácil y al alcance de cada cual, ya sabes, eso mismo que se piensa al echar una ojeada a las cuatro líneas, dos manchas y tres juegos cromáticos de una exposición de pintura y llegar a la convicción de que “eso lo hago yo, con las manos atadas a la espalda”. Siempre hay algún amigo que facilita espacio donde exhibir el frecuente resultado. No hay nada más difícil que la expresión sencilla y clara de un sentimiento. En ello consiste, nada más y nada menos, la obra de arte, que impresiona tanto a los necios entre que no dudo en contarme, que nos pasamos la vida, algunos entre que tampoco dudo en contarme, enfrascados en el vano e infructuoso intento de imitarla.
Hay quien se cree hasta en serio que es fácil entender de religión, de economía o de política, que alguien sabe ya lo que es y en que consisten la justicia o la libertad y cómo cabe implantárselas a la multitud y que disfrute o por lo menos se consuele. Y algunos de esa pléyade, incluso se atreven a tomar los mandos que circunstancialmente llegan estar en su poder para imponer al resto de una atónita humanidad sorprendentes convicciones respecto de lo que sería tan importante que empezasen a pensar las más sesudas, informadas, generosas, humildes e imaginativas personas del mundo, hombres y mujeres, mujeres u hombres solos, según, sin necesidad de esa otra pirueta absurda de escribir leyes para convocar a cada tarea un mismo número de varones y de hembras- ¿Por qué no de dolicocéfalos y braquicéfalos, rubios y morenos, altos y bajos, gordos y flacos? Sugiero para colmo que se haga la convocatoria en términos porcentuales, ya que si no, ¿cómo harán en esos pueblos que a veces aparecen en la prensa o la radio pidiendo remesas de hombres o de mujeres, para remediar pintorescas escaseces acerca de que hasta se han escrito libros y filmado películas más o menos divertidos?
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