martes, 27 de abril de 2010

Guardad silencio
para que sea posible escuchar lo que vale la pena,
el ruido del agua,
el paso
del viento
sobre la hoja que, azorada, tiembla
bajo su caricia,
la primera escala del mirlo
esta mañana de abril. Los gritos
confunden.

Nada más el silencio puede
traer
de nuevo
la paz.

Escuchad todos el eco de esa voz
que ordena el Universo, evita
el choque de un planeta con otro,
que se caiga esta noche la Luna
entre sus reflejos
temblorosos
del pozo.

Ay, madre, que estoy volviéndome
loco, estoy
no sé si enamorado o enfermo de vida nueva,
que es como una muerte repentina,
me proyecta
hacia la luz. ¿Es ésta, ay, madre, la luz
que esperábamos?

Callad, para que escuche
el goteo de luz de luna
sobre el nido,
aún vacío
de abril. Repiquetean
los martillazos de los gnomos ciegos
que ya están fabricando,
aplicados
como viejos orfebres que son,
esmeraldas verdes,
pepitas de oro y pétalos
de rosa.

Hay una pequeñísima araña
colgada de la nada del aire,
el corro de las niñas,
arcaicas
del colegio de monjas de la esquina
por donde se pone el sol,
canta un viejo romance
de amores y de muerte.

Ay, madre, ¿sabes tú
si amanecerá mañana?

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