miércoles, 21 de abril de 2010

Va, dice la canción popular, su cada cual con su cada cuala. Se entiende que ellos también, quiero decir que el cual y la cuala se entienden a su manera, según usos y costumbres de la época. Ambos, siempre, se miran y se remiran. Uno es probable que enamorado del otro o la otra, y ese otro u otra sencillamente encaprichado con su desde pronto antagonista, que la gente se suele dejar domina mal y de ahí las dificultades de la convivencia. Por eso, si los dos, macho y hembra o sus modernos sucedáneos de otra condición más epicena o ambigua, son simples encaprichados recíprocos, la batalla de intereses comenzará antes y la más feroz repulsión sustituirá al deseo ferviente de hacer suyo al o a la partenaire, que la cosa no pasa de ser si acaso colegas en el sucesivo afecto y desafecto, que los más optimistas llaman desamor.

Viene todo esto a cuento de la nueva desgarradora historia del hombre que tiroteó y mató, según la prensa de hoy, a su mujer de toda la vida “porque –dijo- se gastaba todas las perras”.

Malos tiempos para muchos, por desgracia, mucho paro, crisis y escasa imaginación de quienes deberían estar derrochándola, en vez de urdir y tramar para sobrevivirla a cualquier costa … de otro o de otros, si acaso. Y compartir la necesidad suele desembocar en desesperación conjunta y perversas tentaciones de suponer que la culpa la tiene otro, tal vez el de más cerca, a que “amábamos”, pero el verbo se ha convertido en triste pretérito de sí mismo y disfraza el entorno en un aborrecible paisaje en que la tentación de sentirse víctima atrapada resulta excesiva para muchos y pasa lo que por desgracia pasa, que al final lágrimas y dolor e invocaciones a la imprescindible misericordia.

¿Qué no llegó a tiempo –me dices- para la muerta? ¿Y tú qué sabes? En casos como éste, recuerdo una sobrecogedora cita que hace Ian Rankin, al principio de unos de sus libros, donde más o menos repite que según no recuerdo quién, el clima de Edimburgo es tan difícil de soportar que la mitad de sus habitantes mueren jóvenes, y la otra mitad los envidia. –

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