martes, 30 de septiembre de 2008

La melancolía cabe toda en la palabra
misma:
melancolía.
La digo y se me va haciendo ceniza suave
en la boca,
justo donde estuvieron tus besos
y mis palabras de amor.
Melancolía.
Es
como un rayo de sol, olvidado en el ocaso,
como una palabra callada a destiempo,
como un beso
que no supiste si intercambiar o no y lo borró el viento.
Melancolía.
Es como un suspiro, apenas audible,
que enterrase
un íntimo
inefable dolor, una nostalgia súbita
una mirada
perdida entre la niebla
donde la niebla se está haciendo nácar.
Hay una mancha
borrosa
en la fotografía de la cámara nueva,
reluciente,
digital,
-¿qué puede ser? –pregunto-
-El tiempo –me contestas muy seria-
No lo había visto nunca,
es amenazador,
grisoscuro –no como el miedo, que es polícromo-,
no tiene forma ni perfil,
tal vez, pero sólo tal vez, no puedo asegurarlo
esté devorando algo o a alguien,
sin inmutarse,
como la noche o el agujero negro del jardín
más lejano
del Universo.
Yo –dicen- no me pongo jamás corbata. Y así la han convertido en símbolo de algo por nadie sabe qué razón o sinrazón, despreciable para ese segmento social de los sincorbatados. A mí me abriga y me parece un modo de expresar cierta improvisación frívola y agradable, que alegra o que templa el ambiente cuando una razón protocolaria la aconseja. Es un residuo, suspiro, grito de color o de contracolor que me parece capaz de expresar desde la alegría hasta el escepticismo durante cualquier acto social. Además sirve para mancharse, casi indefectiblemente, durante las comidas. Y para limpiar las gafas. Me parece peligroso, cada intelectual con frecuencia miope que presume de no haberse puesto la corbata desde no recuerda cuándo. No porque suela ser agresivo, sino por la desencantada desilusión que simboliza la omisión de que alardea. Si no usas corbata, al comer, te mancharás la camisa. En cuanto envejezcas un poco, dejará al descubierto el pescuezo desmedrado, tu nuez y la papada que la sustituye como un colgante moco de pavo.

Personalmente, prefiero tener muchas corbatas de diferentes dibujos y colores, para según la ocasión. Es el único adorno, en un mundo de azules marinos y grises marengo, que nos permite disentir de la uniformidad masculina e incluso, cuando es negra, un profundo desasosiego o un súbito dolor, y, en ocasiones, el respeto que nos merece el acto en que hemos de intervenir. Por añadidura, damos ocasión a nuestro entorno familiar o amical más próximos, para que acrediten lo poco que nos conocen cada vez que nos regalan una corbata que suele parecer un remiendo de nuestra personalidad. Mi abuelo usaba siempre corbatas de pajarita. A lo mejor, un día, yo también me atrevo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Mover lo que antes fue la pluma o el bolígrafo, y todavía primero el plectro o cualquier cosa con que un hombre, ante una superficie plana hace signos a los demás hombres, llama su atención para compartir con ellos el dolor de estarse muriendo o pletórico de gozo y fuerza, con la ilusión desbordándosele en actos heroicos de amor, de odio o de solidaridad extremas, escribir, dibujar, comunicarse o tratar por lo menos de hacerlo para que resulte más llevadero este tránsito implacable por la variopinta realidad, tal vez un sueño, de vivir.

Solo que hay días y horas en que estás cansado, o aparentemente mudo, intransitivo, y lo que te gustaría es quedarte con los ojos cerrados, disfrutando de ese duermevela que ni es ni deja de ser sueño y casi todo va pasando de acuerdo con los íntimos deseos del subconsciente, que en vez de que tú lo hagas, yo lo haga, con el teclado del ordenador, él lo hace con la delicadísima punta de flecha del pensamiento, y entonces es cuando me gustaría saber decir lo que no me está pasando, sino que sueño que podría ocurrir o haber pasado en cualquier otro mundo a otro yo, pero no puede ser, porque no sé escribir, ni recordar, ni reproducir la música en que en realidad consiste el pensamiento, que está hecho de notas entrelazadas y así logra la melodía imposible que únicamente los privilegiados pueden intentar reproducir.

¿De qué sirve escuchar una música que no puedes compartir? ¿De qué el sueño de un solitario? ¿De qué habría valido un ser humano solo, el primero o el último, sobre la tierra? Es indispensable el escalón de un semejante para que en la vida entendamos de rebote, por medio de un eco o del reflejo de su reflejo lo que es el amor, ese otro misterio que nos hace a cada uno indispensable y a ninguno insustituíble.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Incluso los topos,
ciegos, como sabéis, tenemos derechos,
tópicos y utópicos –los derechos humanos de los topos-,
a opinar,
como la oca que gobierna el río, el abejaruco,
la oropéndola,
el gorrión callejero de la capital, que habla latín,
y las multitudes
de las carnívoras gaviotas veleras
y los estorninos.

Todos tenemos derecho a decir lo que pensamos,
lo mismo que los demás lo tienen
a escucharnos o no.

Incluso cuando el anciano volcán loco de la isla,
dice, airado, cuanto se le viene al cráter,
podemos ignorarlos
e irnos a la isla de al lado o al continente,
siempre con nuestra sombra pegada a los talones,
con el zurrón de los recuerdos colgado del hombro.
Leo que “la izquierda es una religión para desesperados”, y podría ser otra aproximación a una de esas verdades provisionales y subjetivas que ribetean la historia de la humanidad en marcha. La izquierda, desde esa perspectiva, podría mejor definirse como un acceso de urgencia para recuperar la esperanza que se pierde al final de las guerras, cuando recuperan el poder los buenos administrativos de cada país, agotada la función de los héroes, supervivientes o no a lo más duro de la confrontación, donde se encuentran las peñas y la mar, incompatibles y sin embargo imprescindibles para que las cosas y el paisaje sean como son y puedan generar la bellísima efimeridad de la espuma.

“La izquierda –dice el mismo autor- va nutriendo, hasta desaparecer, las plazas de la burguesía que abandonan los arribistas y oportunistas de cada época, sus nouveaux riches”, y cuando el proceso concluye, hay siempre un inventor para el programa de la nueva izquierda, siempre juvenil “y no como ésta de ahora, que tiende a hacerse conservadora cada vez que gana el poder”, destrozona y soñadora, que, allá por el mes de mayo, impregna el aire de Paris y “como es lógico, pide lo imposible”, que es aquello que necesita el hombre de cada tiempo y cada espacio.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Me fascinan
las piedras antiquísimas, de Stonehenge,
cualquier dólmen,
las reliquias de trincheras
de una guerra. Se afanaron, sufrieron,
soportaron,
amaron y esperaban
sobrevivir, los hombres, como yo, implicados
en aquella complicada peripecia de vivir.
Por eso acarrearon, adoraron, tal vez utilizaron estas piedras
sobre que,
perezosos,
se mueven esta tarde un rayo errático
de sol
y una familia de lagartijas atentas.
Toco esas piedras, sin duda vivas, todo está vivo, sin duda,
en el planeta,
con una mezcla de respeto y de miedo
a poner justo mi mano, esta frágil trabazón de carne y sangre,
de propósitos, actos y recuerdos
sobre el lugar mismo en que apoyó la suya
hace miles de años, otro hombre,
otro eslabón de esta cadena humana,
que vamos entre todos arrastrando.
Miro estas piedras,
son
como palabras olvidadas de otro idioma
en que se habló también de esperanza,
de odio
y de amor.
Transcurre una semana de actividad y al volver al rincón, experimento esa plácida tranquilidad que como una burbuja lo rodea. Y con ella, se me enciende la minúscula bombilla que en los comics pintan sus dibujantes sobre la cabeza de los personajes cuando se les ocurre una idea: ¿para qué volver a sumergirte, en este caso sumergirme en el inextricable lío de las discusiones de un tiempo que ya no es el mío, sino el de todos estos más jóvenes, que ya han cogido la antorcha y se afanan en buscar soluciones de un futuro que ya no me atañe?

Mi futuro está en lo desconocido, de donde nadie ha vuelto sino la hija de Jairo, Lázaro y Jesús, sin que conste que nadie haya preguntado, por ejemplo a Lázaro, lo que hay más allá del espejo. Creo que es en India donde hablan de reencarnaciones que supondrían una especie de purgatorio de desmemoriados (si la memoria susbsistiera y más allá del “deja vu” que a veces nos desazona, los transmigrados, con cierta habitualidad, recordarían, y no ocurre, que se sepa).

Me anuncian un juicio, y ni siquiera, como en otros casos y ocasiones, me cabe preparar una defensa que en este caso sería además la mía porque hay una etapa, aseguro, de la vida del hombre que soy en que te miras en ese espejo que un día ya próximo has de atravesar y te ves casi –la verdad no es alcanzable, seguro que por sobrecogedora también en este orden de cosas- como en realidad eres.

Como si hubiera pasado uno de esos huracanes, tifones o llamadles como queráis y fuésemos lo que queda –“estos Fabio, ay dolor ,,,”-

De ahí la tentación de quedarse contemplando la reiterada estética del ocaso, cuando sobre el horizonte se pintan imposibles paisajes de inesperados colores: una naranja ensangrentado, que sin embargo tiene el matiz de verdepálido y hay una especie de presagio del alba, como si el buen padre Dios repitiese el mensaje de esperanza de que más allá del miedo que viene, a lo oscuro, preñado de miedo, hay en lo inimaginable algo distinto, prodigioso.

En parte, esto que me exacerba la sensibilidad, podría ser cansancio.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Estoy lejos, pero no en el espacio, sino en el tiempo, de tal modo que cierro los ojos y te adivino pendiente de mis gestos, como, desconcertada, aquel día, cuando somos demasiado jóvenes para todo.

El sol hurga en las copas de las acacias, como ahora mismo, tan lejos y tan cerca, si tú estuvieras. Tengo que ir a reunirme con unos señores todavía desconocidos, con que hablaré de cosas y conceptos de cuya existencia hoy, tú y yo, ni imaginamos que existan. Hablaremos de intereses, de crisis, de mandar o no, guardar o no rencor, echar cuentas de las culpas de los demás, justificar siempre las propias.

Ahora mismo, iremos en busca de la tarde, que duerme junto a la vieja plaza mayor, nos sentaremos a su lado, dejaremos que las palabras fluyan sin darles demasiada importancia, puesto lo que digamos se ha dicho ya millones de veces a lo largo de las tierras y los día de la historia del mundo.

Acabo de pasar y por un momento creí que alguien se había atrevido a quitar piedras de nuestro recuerdo, pero no. Allí estaban, desde luego, abandonadas. Me ganó una alegría triste como un olor de otoño.

Tu mano señalando esa esquina donde todo está igual, lo haya o no vencido el tiempo, el abandono, la suciedad de los pintarrajeos. Tu mano, que al señalar, deroga el tiempo y es entonces y es ahora y todo ha sido diferente, pero también hermoso, y ha ido enterrando el recuerdo que las viejas piedras intactas, por más que heridas, de la fachada, han conservado como oro en paño, tal vez conmovido su duro corazón de piedra porque tú y yo seamos tan jóvenes y tengamos enredada entre los dedos la policromía de la madeja de la ilusión, que es muda, y, como algunos poetas, no sabe de tiempos ni de espacios, de ayer, hoy o el futuro que es ahora y oe eso, cada palabra que dijimos, la estamos diciendo.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Domingo y otoño, 21 de setiembre. San Mateo en Oviedo. Habrá habido ayer verbena y fuegos artificiales. Quedarán media docena de fiesta más, dispersas por las Asturias, hasta que con setiembre se de por oficialmente cerrado el verano y se ponga la gente a trabajar para cerrar el año de esta crisis de que todos los políticos y economistas del mundo sacan las manos, echan la culpa al vecino y se autoproclaman inocentes. Las crisis que mi experiencia recuerda se han debido siempre a la prisa por atajar y hacerse ricos de unos pocos con poder, conocimientos supuestamente privilegiados y mucha prisa, que la vida es corta y las aparentes necesidades crecen, junto con la ambición de poder, en progresión geométrica, a medida que crecen en progresión aritmética el poder y la ambición de cada sujeto individual o colectivo de los que son capaces de influir en la médula social, el sistema nervioso del grupo.

Hace un calor residual, lo que le quedaba al verano en la despensa, que ahora se ve obligado a gastarlo antes de irse y lo dispersa por entre la neblina otoñal, aprovechándose de que todavía el viento que ha de arrancar a los castaños su fruto no es más que un vagido de otoño en la cuna. Hace un calor espeso, húmedo, que huele, en lo más profundo de la parte intrincada del valle, por donde el regato en que el verano ha dejado el río baja entre madreselvas y escalas que cantan los mirlos, espinos y zarzamoras del tamaño de cerezas grandes, huele –decía-, a helechos podridos y aliento de dragones. En el fondo de cada lago de niebla otoñal, yace, dormido con el alba, un dragón que se ha pasado la noche velando el sueño de la hija del rey de los elfos, que va para hada elfina, cuando sea mayor y aprenda a volar como las libélulas contratadas por su padre para que le enseñen las artimañas del mundo feérico.

Me pregunto por qué la gente, así, considerada en general, sigue, como decía el filósofo, viendo lo mejor, comprendiendo que lo es, y, sin embargo, con Sancho Panza, justificándose con decir que lo mejor es enemigo de lo bueno, se inclina por la mediocridad, cuando más, y en multitud de ocasiones, por lo que ni a eso llega.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Se eriza, no sé por qué, la piel del agua, ahora opaca, bajo un soplo apenas perceptible de viento. ¿Tendrá que ver con eso que dicen de que los americanos que mandan van a repartir el dinero de los americanos que pagan para compensar a los bancos las pérdidas originadas por los americanos que no pagan? En el fondo tiene gracia ver cómo la más compleja y gran economía del mundo se muerde la cola y come sus ahorros, diezmos y primicias de sus contribuyentes más poderosos. Y esperar a ver qué pasa. Aquí, los nuestros que mandan ya no tienen ahorros. Ni los que obedecen. Podríamos, si no fuese por los más poderosos, ir todos ligeros de equipaje. Decía uno de mis compañeros de juventud que sólo se puede llegar a genio mientras se va ligero de equipaje. Luego te pesan los años –experiencia- y la tripa –hartazgo de banalidad- y podrías llegar a no saber más que hacer juegos de palabras vacías. El agua del río vuelve a estar lisa y transparente. Hay truchas, ahí abajo, empecinadas en estarse quietas mirando el futuro del agua que viene hacia ellas, y por el fondo, moíles. Los moíles, o múgiles, si prefieres, suben agua arriba con la marea, pero lo hacen erráticos, olfateando el limo del fondo y las curvas de los cantos rodados del fondo. Suben, bajan, se entretienen. En la ventanilla de la tele, el presidente de los americanos, con su aire de cowboy dispuesto a echar mano a unas pistolas virtuales, escoltado por dos calvos custodios del oro federal, los escoltas circunspectos, el presidente con ese aire, la expresión de tristeza que le ha burilado el poder, como una cicatriz, han salido a decir que pagarán, mientras en la ventanilla de al lado, sus tenistas y los nuestros sudan, atrapados en una plaza de toros disfrazada, bajo el indolente sol del verano agonizante.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Mi querido amigo:

Hace tiempo que no sé de ti. Desde que me dijeron –tiene que ser mentira y yo no lo ví, seguro que aprovechan y me engañan- que habías muerto.

¡Pues claro que adivino que se trata de una de tus bromas! ¡Cómo te ibas a morir! Andarás, lo sé, en tus soledades, puede que enfrascado en filosofías o estudios en cualquier remoto lugar desconocido para el resto del mundo. Se me ocurre ahora mismo que podría ser uno de esos monasterios griegos que no he visto más que en los noticiarios a que hay que subir en un cesto tirado por una cuerda enrollada allá arriba, donde tú ya estás, en una polea.

Habrás dado la lata, para subir, y pedido toda clase de seguridades. Bueno eres tú para meterte así sin más ni más en lío como ése.

No he podido resistirme a escribirte, aunque no sea mas que para guardar luego la carta en un cajón, aquí, de la mesa del despacho, porque es que no conozco la dirección a que te la podría mandar, pero cuando un día, por Navidad o por san Timoteo vengas, te la enseñaré y te diré que ya ves que no me creí lo de la muerte. Sé yo que estás ahí, riéndote como un loco, que tú bien sabes lo hipocondríaco que yo era. Ahora ya no. La vieyera alivia mucho los miedos nocturnos y la hipocondría. Uno sabe que es poco probable que de la imaginación se baje una horrible bestia a morderle y que la enfermedad vendrá, sin posible cura, cualquier día, inexorable, y la calma, cuando llega esta época del vivir, es más fácil aceptarlo que cuando teníamos aquella juventud que era como una moza recién núbil, que a mí siempre se me parecen a las nubes esas blancas, algodonosas, recién hechas, ávidas del negror del agua que luego las va a henchir para que llueva y para entonces se vuelven locas de tronitonancias, y relámpagos.

Pasó como con padre, madre y el abuelo. Nos dijeron que habían muerto. La gente no puede soportar que sepamos que están vivos. Siempre que salgo de viaje procuro mirar con disimulo por si nos cruzamos, no romperles el anonimato que se han impuesto para seguir ahí, donde siempre estuvieron incluso cuando estábamos más lejos y más distraídos, a nuestro rollo, estudiando o perdiendo el tiempo, enamorándonos y desenamorándonos, que para eso está una juventud que se precie. Yo, cuando me preguntan me hago el distraído y sólo si me aprietan, confieso que sé que han ido temporalmente a pasar una temporada a Canadá, que es un sitio que me ha tentado siempre, como me pasa con Irlanda, Escocia y Venecia o el parador de Bayona, en la provincia de Pontevedra, al lado de Vigo, cerca de Portugal, que son mis lugares preferidos del mundo.
Se mece el tiempo esta mañana en el río, saltan
las truchas a la caza
de suculentos mosquitos, caen
como pedradas en el agua. El tiempo,
desnudo
se deja vestir
con la piel del agua, refleja el primer rayo de sol,
de otoño anticipado.
Hay un mirlo desgranando estrofas
y mi ángel se extasía
¿qué pasa –se me ocurre- con los ángeles?
¿los libera la muerte? ¿van
a rendir cuentas con nosotros?
Me contesta un rumor
de hojas y de alas, que no entiendo.
Pasa a mi lado, errático,
un copo
de viento.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Los sauces no lloran,
sufren,
mueven apenas,
las palabras que les sugiere el viento a los árboles,
las repiten
como si musitaran un suspiro. Un día
me pasó, cuando, muy joven,
creo que fui sauce,
a la orilla
de tu río brioso de agua viva,
justo donde tú
te quebrabas,
ibas
por el camino más corto, en busca de la mar.
Los sauces no lloran, lo sé
porque fui sauce,
en otra vida,
otro mundo,
otro tiempo,
cuando tú, mi amor, estrella
peregrina,
fuiste río,
y te llevaste
mi reflejo enamorado
y me dejaste solo para siempre,
árbol
inconsolable.
-¿Para qué sirve el sueño, cuando parece disolverse en la pesadilla de
los incapaces de soñar que están a tu alrededor?

-Es probable que Ulises, el divinal Odisea –dice este traductor cada vez que lo cita- haya desoído a sus luego compañeros, cobrado anclas y desplegado velas a pesar de todo en busca incansable de Itaca. Y Moisés debió de vagar mucho tiempo por el desierto, antes de hallar, es posible que por casualidad, la tierra de Canaan. Don Cristóbal, el almirante, por casualidad y en busca de otro sueño, topó nada menos que con las américas todas, de un golpe.

-¿Y cuántos se estrellaron contra la pura, dura y cruda realidad de las cosas?

-No lo sé. No pasan a la historia más que los que cruzan las fronteras, pasan el Rubicón, saltan sobre la frágil acequia trazada por Pizarro con la punta de su espada.

Voy a la Capital, por entre los caídos velos del cansado calor del verano, que yace junto a la autovía, jadeante, y me traigo esos vagos, erráticos, pensamientos. He visto, por cierto, dos acacias, que, por tamaño, tienen que ser de mi época de estudiante. Casi llegan ahora, en busca de sol, a los tejados de las casas donde sobrevivíamos a nuestra juventud disparatada. Me acerqué a tocar, acariciar, su corteza áspera. Me habría gustado acercarle el oído y tratar de escuchar el posible susurro de la savia, preguntarles no sé qué, ahora que supongo que no me habrán reconocido. ¿O sí? ¿Tienen los árboles memoria? Caso de tenerla, a su ritmo de tiempo, muy distinto y evidentemente más lento que el de los hombres, debe ser una memoria inmensa, llena de detalles.

Ha cambiado, la calle, son otros los comercios y casi todas las tascas y los viejos cafés, sustituidos por variopintos comercios de toda clase de giros. Ya no estamos nosotros –salvo las acacias, que por entonces serían jóvenes- y tendrán nietos las mozas con que compartimos retazos de futuro que jamás llegaron, tal vez por el aquel de las leyes del caos, que hacen el discurrir de la vida caprichoso, errático y tartamudeante.

Ahora, la carretera pasa alejada de las páginas de la historia y veo muy lejos Arévalo, Medina del Campo, Tordesillas, unidas por las telarañas de los caminos de santa Teresa y de doña Isabel la Católica, que ¿soñaron o vivieron sueños? De doña Isabel dicen que tuvo que dar bastantes codazos para ponerse en sus páginas, al pie de las cuales quedan, como notas dormidas de una canción posible que jamás cantó nadie, las ilusiones de la Beltraneja y la locura de doña Juana, pongo por sombras ilustres de la otra historia, que es la que no fue porque el futuro viene sólo a veces como lo imaginan los soñadores.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Camino, voy, del camino. Si te fijas, vamos siempre en busca del principio, la salida hacia el punto de partida del camino que nos corresponde hacer, y al final ocurre con frecuencia que lo recorremos sin darnos cuenta de que es éste, es decir, ya aquél, respecto de que no cabe rectificación, porque está hecho y me temo que proceda repetir lo de que nadie vuelve atrás.

Está volviendo el frío. Se agazapa, de mañana, a la vuelta de la esquina, salías de casa distraído, sin darme cuenta de que ya está el verano agonizando, y sale, disfrazado como un bufón, de vientecillo, que me hiela la espalda. Hay gotas inmaculadas, de rocío, sobre el hierro del portillo y las hojas de las plantas. Brillan como gritos histéricos de muchachas núbiles sorprendidas desnudas en el remanso, puede que Nausicaa y sus doncellas, que esperan a Odisea, como si esperasen a Becket, cuando se asoma, apartado la hojarasca con sus dedos de pianista el sol mañanero y las toca apenas.

¿Le da pena al sol disolver el rocío?

Hay un rapaz vestido de peregrino en la mesa de la cafetería que se asoma a la plazuela, está absorto en su ordenador portátil. Un funcionario municipal del cuerpo de barrenderos, especialista en chorros, riega la calle. Bajan, empujados por el agua, los restos de noticias y reliquias de ayer, entre burujos e inidentificables restos de día.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Ven –le digo-, tenemos la mañana,
recién nacida,
toda para nosotros.
El río, convertido
por su miedo a la noche, en un regato, canta,
ingenuo, su canción,
que acaba de inventar. Se abre el día,
floral,
oliendo a otoño.
Hay hiedra, madreselvas y cansancios
en el frío del aire, apenas hecho. Ven
-le digo-, iremos hasta la orilla misma de la mar,
donde mueren definitivamente las estrellamarinas,
la espuma de la olas
y el nácar
de las caracolas.
Ven, que este momento es toda nuestra vida,
nuestro universo mínimo.
Y salimos, el perro y yo, en busca
de un rayo de sol que se ha quedado
dormido
al pie de la ladera,
entre la hiedra, las moras maduras y un pájaro
de este año,
que está aprendiendo a volar.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El tiempo mantiene la inmovilidad de lo conceptual, a que sólo erosiona de modo paulatino el conocimiento, y a su alrededor, nos movemos nosotros, o tal vez lo que movamos sea la inquieta búsqueda de felicidad en que consiste gran parte de la energía que nos dinamiza. Inventamos tiempo, en la medida en que vivir nos permite hacer esfuerzos de aprendizaje y lograr perspectivas diferentes de lo que está aparentemente inmóvil –no hay palabras absolutas, y las que pretenden serlo, nos engañan, por ejemplo, siempre; por ejemplo, nunca; palabras cuyo respectivo concepto no cabe en nuestra imaginación, capaz, sin embargo, de ilusionarse con ellos. Una periodista, leo hoy, ha escrito un libro autobiográfico en cuyo título se pregunta qué ha sido de su tiempo. Miras atrás, al llegar a cierta edad, y casi todos nos lo preguntamos. ¿Dónde se queda y con qué trascendencia, lo que no hicimos cuando podíamos? ¿Dónde estuvimos cuando tendríamos que haber hecho no se sabe qué, que omitimos hacer?

viernes, 12 de septiembre de 2008

No puede un jefe, un presidente, ni siquiera un oficinista recién incorporado a la empresa, perder los estribos en público y gritar, como los bárbaros antes del combate, anacolutos, con esa estridente sintomatología de la histeria. El ser humanos se ha pasado siglos afinando las cuerdas de la civilización y sería una lástima que su barniz se perdiera, frágil como es, por alguien que sin duda trata de sustituir la razón por el volumen de voz y una gesticulación desmedida. Vale, si no más callar, decir lo preciso con la mesura de la razón, abrumando al contrario con las que la componen, desglosándoselas, explicándole el por qué de cualquier posible decisión pasada o que se piensa adoptar. Es triste fracaso el de permitir que el poder nos ciegue justo cuando por disponer de él es tan grande la responsabilidad propia. Lo apuntaban los griegos. Polibio, consciente de que la historia se repite, avisaba de que al final de cada período de renovación social está la oclocracia y la temía. Llamaba así a la eventual degeneración del ejercicio de la soberanía por el pueblo, por llegada al poder del populacho.
Cuenta este autor, como tomado de otro que descubrió viejos documentos, y si no e vero, seguiría siendo ben trovato, que don Carlos, el emperador, y su amada esposa Isabel de Portugal hubieron su luna de miel en Granada y que allí se importaron dos “hermosuras”, dice el autor, cuales son el endecasílabo –Boscán los escribió, a instancia de Navagero, copiando de la literatura italiana- y el clavel, que se trajo de Persia a instancia del Emperador mismo, para plantar en medio de las singulares bellezas de la Alhambra, donde se refugió, dice González Ferrín, tanto el saber como la delicadeza, es decir, lo mejor de la cultura antigua, griega y romana, para trasladarla al Renacimiento de Europa, de donde deduzco yo el error de Cees Notebom, cuando asegura sin inmutarse que España no fue en realidad nunca parte de Europa, cuando asistió más que eficazmente a su recuperación de lo antiguo y colocación de los cimientos de la ilustración, base de la industrialización y de esa doble macrotécnica que nos ha traido, entre guerras y trompicones, a este peculiar e inestable equilibrio entre el acelerador de partículas y el evidente encogimiento del mundo, ahora tan al alcance de la mano que sabemos cuanto ocurre en las antípodas mientras está pasando. Uno se queda a veces al pie de la colina sobre que construyeron los castellanos o los árabes, vete a ver quién puso la primera piedra, la Mota del Marqués, se mira arriba, donde la torre del telégrafo y medita sin querer en el adelanto que supuso para aquellas gentes, nuestros ancestros, disponer de banderas, hogueras, espejos y altozanos para ir tartamudeando desde la costa hasta la corte las noticias llegadas a puertos y playas desde ultramar.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Lo importante es descifrar las señales
de la niñez, la juventud primera,
la posible madurez
a que pueda llegar cada cual
en la medida de sus fuerzas,
y,
por fin,
la vejez,
que es como un majestuoso aterrizaje en la indiferencia
de los demás,
en la medida en que nos vamos acercando al umbral
de lo que en realidad importaba en cada momento,
de lo que nos importa,
nos preguntábamos,
y aún,
visto desde tan cerca
es todavía
inimaginable,
a pesar de haber estado atento a los mensajes,
con las preguntas siempre a flor de piel
y sólo las dos únicas
indescifrables respuestas
de la esperanza y el amor,
esos dos pájaros, demasiado lejos,
demasiado arriba,
inalcanzables,
que desde siempre
nos han ido
sobrevolando nuestra escasa sombra.
La vida es una sucesión de estados críticos en que crecemos o elegimos en cada encrucijada, y de estados que llamamos normales. El estado normal es la etapa, rutinaria o no, durante que tengo la sensación de ir penetrando en el bosque, hallando o improvisando caminos a su través. De pronto, se produce una crisis, que puede ser personal o afectar a un grupo social. Al fin y al cabo, un grupo social no es más que un cuerpo más grande, que abarca a más personas y ha de equilibrar el comportamiento conjunto para que sea posible convivir. Las crisis son estados más o menos patológicos, durante los cuales hay que hacer esfuerzos extraordinarios para reequilibrarse o reequilibrar el conjunto. Suelen producirse cuando cada desequilibrio diferencial se acentúa, en lo personal o en lo social. –

Ahora estamos en el turbulento seno de una crisis económica, que a la vez procede y es motivo de nuevos desequilibrios político sociales y político económicos. Requiere mano firme, decisiones acertadas, búsqueda de equilibrios. Necesitamos, la gente, tener claro el organigrama social en que como persona y como grupo de personas hemos de movernos en un futuro previsible, y luego, hacer lo que esté en nuestra mano para que se repartan el acervo material y el cultural de nuestra aldea global, que ya es el mundo, ahura tan pequeño.

La tentación de los insuficientes, por falta de capacidad o falta de capacidad, es poner remiendos. Los remiendos de hoy son desgarraduras de futuro más o menos próximo.
¿Y qué hago yo aquí? –me pregunto- Integrar una mayoría de criterios, o dejar testimonio de que la mayoría no es unanimidad. En ambos casos, si formas parte de ese provisional colectivo que es siempre un jurado –lo sea ante un tribunal de justicia o para conceder alguna distinción a que optan, voluntariamente o por representación de los proponentes de su candidatura- te coloca, me coloca, ante dilemas que supondrían, para hacerlo bien, un detallado, minucioso, examen de circunstancias. Todo, en este mundo, del lado de acá del espejo, esta sobrecargado, desdibujado, distorsionado por las circunstancias. No se puede ser más que subjetivamente –subráyese el adverbio- justo. Miro desde mi punto de vista, según mi perspectiva, de acuerdo con unos criterios que dictan mis convicciones y principios, y aún así cabe dudar, de hecho se duda. Oyes, o te dirigen, comentarios, apuntes, acotaciones, hasta hay quien se atreve a aconsejarte y provocar tu consiguiente perplejidad. Vuelvo atrás: la justicia, según lo que acabo de decir, es también circunstancial, subjetiva, aparte el hecho en mi opinión incontrovertible de que no hay más justicia que la equitativa, es decir, la que se procura hacer de buena fe, tomando en consideración el caso concreto de que se trate y ajustando a él la interpretación de las normas aplicables. Una justicia para cada época, para cada cultura, para cada caso concreto, según el criterio de una persona con esta preparación, convencida de estos principios, capaz de ponerse en el lugar de aquel o aquellos a quienes se ha de corregir o de premiar con arreglo a unas normas de vida o a unas reglas de juego. Tiene que haber una vocación de juez, Tiene que ser agotador serlo, aceptar esa tremenda resposabilidad de premiar o castigar, corregir o desviar el curso de algo tan desmesurado e imprevisible como ha de ser la vida para ser convivencia y vida.

lunes, 8 de septiembre de 2008

-Era un filósofo.
-Y el otro, un poeta.
-¡Qué va! Pasa mucho, en España, que los poetas se meten a hacer filosofía y viceversa, los filósofos se meten a poetas, así luego no hay manera de conmoverse con la filosofía imaginativa de los poetas ni de entender el candor poético de los filósofos.
Tal vez
del otro lado del espejo
están los que se fueron,
disfrazados
de nosotros.
Gobernar, y, si no se puede, manipular, ha sido la tentación de cada hombre, sumergido en la comunidad de los hombres, pero pugnando siempre por salir de ella y disponer de algún privilegio, desde la riqueza hasta la invisibilidad, una gran sabiduría o la más descomunal fuerza física o mental, el leit motiv se repite, de una u otra manera, lo importante es ser diferente entre parecidos, o, apurando, entre iguales, que desde luego no somos.

Leía hace poco la coincidencia de un autor, viejo amigo hace los muchos años que sin darse cuenta se nos acumulan desde que estuvimos con algunos amigos y conocidos, en que todos somos diferentes e indispensables, pero formamos parte de una comunidad que nos abarca y asimila, y por eso solemos diferenciarnos tan poco de los demás de la especie y carecemos de derecho a tratar de manipular a aquellos con quienes tenemos a colaborar recíprocamente para acercarnos a lo mejor para el conjunto.

No dudan, los iluminados, en prometernos lo que sea para que les obedezcamos camino del paraíso. Los más burdos lo hacen por el simple y sencillo fin elemental de tener más poder material; los más sutiles con la finalidad de que su nombre sea el que se escriba en la historia, sobre la pasta de papel hecha con las cenizas del olvido de los demás.

Cuando no puedes, es frecuente caer como yo mismo en este momento y escrito, en la tentación de considerar error y exceso de los demás lo que a ti mismo te gustaría hacer. Como si nadie pudiera, siendo lo que somos, salirse de la fila y mirar al paso de la caravana, como si fuese algo ajeno, y criticar, el comportamiento de éstos o de aquéllos, en realidad espejos más o menos deformados de nosotros mismos.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Dice el poeta que poesía
eres tú,
incluso cuando me apuntas con ese dedo acusador y dices: eres
esto y aquello, y se advierte
todo el desprecio -¿será odio,
que está lindando siempre
con el amor?-
con que me miras.
Tú, después de tantos años,
me has hecho así.
Muchas, una y otra vez, me he “apuntado” a casos y cosas, desde la política hasta un equipo de fútbol. He escrito en cuadernos para mí solo, en periódicos, en libros, ensayos, artículos, poesías, columnas. Jamás una obra de teatro ni una novela porque los personajes me intimidan, en cuanto los esbozo por ejemplo en un cuento, apenas una pincelada, dos o tres de sus facetas, nada más apuntadas. Me asustan esos personajes de ficción que nacen en la cabeza de uno, en la mía, en este caso, cobran vida propia y de repente te sorprenden pensando cosas distintas y hasta contradictorias con las que yo pienso, actuando como de un modo subconsciente yo podría actuar en contra de lo que me gusta suponer que debo hacer para guardar esa fidelidad a sí mismo en que consiste la conducta apropiada. Por eso no escribo nada que comprometa al personaje, le obligue a manifestarse, ser, de algún modo corporeizarse y enfrentárseme. Pero a lo que en este caso iba es a que una de esas ideas volanderas –que parecen, como el amor, eternas mientras duran- fue annlea, especie de vehículo de desarrapados y tal vez desahuciables de la literatura. Ya el nombre desenrollado y desarrollado lo dice: “aunque nadie nos lea”, o, lo que es lo mismo, desde otra perspectiva: “aunque nos lean”.

Curioso sitio.

Había aprendices, inseguros, moviéndose como esos niños que, recién aprendido andar, salen corriendo, agitan los brazos y se apoyan en cualquier mueble a su alcance o se caen sentados y lloran sintiéndose desgraciadísimos por el súbito batacazo; había gente madura que probaba los músculos y se precalentaba como los gimnastas o los atletas, y había otro grupo indefinible, de los que tras de muchos años dejaban unos retales de lo que había sido, pienso, mi vocación primera: escribir, contar, decir, aunque no me leyesen o aunque lo hicieran, todos esos mensajes que la vida, el aire, el viento, el fluir del agua, esta misma sensación de que estamos formando parte de un todo que incluye al grupo humano, a las bestias de cada bestiario, a los vegetales, que hay quien dice que escuchan y sienten y por eso se extreman en dar flor y fruto cuando con ellos se extrema el esmero y se prodiga el cuidado, a las mismas piedras cambiantes con el fuego abajo, impartiendo la energía que mueve y hace cambiar, moverse sin pausa ni tregua a todo el planeta vivo de que formamos como digo parte y cuando se escucha ese torrente de palabras, su melodía, el constante mudar de formas y colores, entiendo, he sentido siempre que hay que decirlo para que el sentir, la vida misma, no nos ahogue.

Hoy me dicen que se está renovando, de alguna manera, renaciendo. He de ir allá, aún a sabiendas de que nessuno torna indietro, nadie vuelve atrás. ¿O sí? ¿Quién sabe algo con seguridad? Dicen algunos que el Universo es elástico y se me ocurre la posibilidad de que hayamos sido una galaxia atrapada y absorbida por un agujero negro, a la salida del cual estarán confundidos el pasado y el futuro más remotos.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Es probable que no haya tiempo,
que no me pertenezca
ya éste, que transito
en silencio,
que toda las palabras que me ahogan
ya debieron ser dichas
para que las pudiesen escuchar
esas otras personas
que no son ya
más que apenas recuerdos.
-¿Está usted citado?
-Pues no. Pasaba por aquí y me dije: podría resolver el trámite, por eso entré.
-Pues si usted no está citado, lo siento, pero no puedo atenderle. Lo que puedo es citarlo, por ejemplo, para mañana.
-¿Y no puede atenderme ahora?
-No, porque no está usted citado.
-Pero si usted no está haciendo nada ahora mismo.
-Ya, lo que ocurre es que tengo un protocolo de conducta, según el cual, para atenderle, debe usted estar citado.
-Pero hombre …
-Nada de peros. El protocolo es ley y la ley debe respetarse en todo caso.
-Pero …
-¿Quiere usted o no quiere que le cite para mañana?

(No es ciencia ficción; no es imaginación; es un relato de hechos, transcrito casi al pie de la letra, sin que en lo posible e involuntariamente omitido haya nada que altere o modifique la realidad)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Alguien pregunta cerca –no puedo evitar oírlo- si será cierto que estamos es crisis y en qué consiste, si hace poco –razona ingenua la mujer- todos decían que la economía española era de las mejores de Europa.

Se me escapa una sonrisa, que en seguida, como es lógico, contengo. Le diría, pero no le digo: señora ¿a que llama usted economía española?

Se pasean, entre tanto, por el Caribe y aledaños, toda una sucesión de tormentas y huracanes con nombres de personas y números del uno al cinco, que al parecer eran hasta ahora los límites de fuerza brutal de estos fenómenos, uno de los cuales ha vuelto, leo, a Nueva Orleáns. Hermosa música la del jazz de Nueva Orleáns. Ahora –sufro- se entristecerá incluso la música a que rindo el homenaje de poner un disco de cuando era disparatada y alegre. Es ésta una ciudad de las que sin haber estado nunca se siente nostalgia. Canta, entre la afinada aparente discordancia de hilos de oro, plata y cristal que a ratos se han espuma de colores, una voz ronca, profunda, a pesar de todo, esperanzadora.

Llueve apenas, para que me acuerde, mientras me como unos higos, ya, de san Miguel, de que este mes se hará otoño.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

-Por qué –me preguntan- El Bosco? ¿por qué digresiones? ¿por qué boscodigresiones?

-¿Habéis visto “El jardín de las delicias”? Se han escrito libros enteros a su alrededor o intentando penetrar en su significado y tratando de explicarlo. El Bosco es el gran espectador que mira el mundo y habla de cuanto abarca su mirada. En su obra hay tal vez parte de casi todo lo imaginable, descrito mediante casi cuantos estilos pictóricos cabrá desarrollar durante la historia de la gente de “esta generación”, suponga esto lo que se prefiera según el esfuerzo o la capacidad imaginativa de cada cual. Este tríptico del Jardín de las delicias no tiene interpretación posible. Es como esas ecuaciones de posible solución múltiple.

Por eso admiro a El Bosco y disfruto con la posibilidad de corretear por sus digresiones de luces, formas y colores, en realidad tan interminables como los caminos que cabe imaginar sobre la superficie de una esfera.
-Por qué –me preguntan- El Bosco? ¿por qué digresiones? ¿por qué boscodigresiones?

-¿Habéis visto “El jardín de las delicias”? Se han escrito libros enteros a su alrededor o intentando penetrar en su significado y tratando de explicarlo. El Bosco es el gran espectador que mira el mundo y habla de cuanto abarca su mirada. En su obra hay tal vez parte de casi todo lo imaginable, descrito mediante casi cuantos estilos pictóricos cabrá desarrollar durante la historia de la gente de “esta generación”, suponga esto lo que se prefiera según el esfuerzo o la capacidad imaginativa de cada cual. Este tríptico del Jardín de las delicias no tiene interpretación posible. Es como esas ecuaciones de posible solución múltiple.

Por eso admiro a El Bosco y disfruto con la posibilidad de corretear por sus digresiones de luces, formas y colores, en realidad tan interminables como los caminos que cabe imaginar sobre la superficie de una esfera.
El amor
eterno,
que te he jurado tantas veces,
acabo de descubrir esta mañana que no puede ser eterno
porque no es nunca el mismo, hay días
que es como un niño, como un juglar
provenzal,
como una voluta, casi inexistente de puro tenue,
de humo de otoño,
pero otros
es como un huracán de nombre femenino,
lo arrolla todo
con su vigor juvenil,
arrogante,
esta mañana no era más que un viejo casi exánime,
sin futuro
ni recuerdos, apenas
un estertor
de la hermosa, inextinguible luz, el manantial
de la esperanza.
Levanta, olisqueando, la cabeza
como si buscara, él también,
palabras
en el aire, ¿o tal vez
en el futuro? ¿adivinan
los perros -como tantas otras cosas:
la muerte,
una tormenta,
que esa mañana irán, sus dueños, de viaje-
las palabras y las formas
del futuro inmediato?
Amanece lloviscando fotografías del otoño, tal vez sus programas de mano. ¿Os dais cuenta de que quien proyecta y luego construye una torre pone, supongo que sin querer, en el suelo, alargada, la sombra de esa torre? Una sombra viva, que crece y mengua, alternativa, a medida que gira y se retuerce el planeta en torno a la luz, como un mosquito enceguecido. Los puestos del mercadillo se entristecen y abrigan, instintivos y se agarra cada quien a su paraguas, empapado de un agua fina, que flota en el aire, se respira. A un magistrado de la Audiencia Nacional se le ha ocurrido la peregrina y en mi opinión desafortunada idea de hurgar en los misteriosos entresijos de crueldad de la Gran Guerra Española del siglo pasado. No se acierta muy bien lo que pretende esclarecer cuando todo, desde uno y otro lado de la raya del frente de batalla que separó dos conceptos generales, que, entre otros muchos particulares y hasta personales se enfrentaron, ya está examinado, valorado, criticado y sufrido hasta límites de insoportable minuciosidad. ¿Hacer justicia? Son dos valores: verdad y justicia, inalcanzables. Los muertos, incluso los inidentificados, los desconocidos, héroes o cobardes, todos víctimas de la multitud de circunstancias que pueden convertir en fieras a la personas, descansaban ya y casi habíamos sido capaces de reducir a límites soportables lo que había sido clamor y fue quedando, bajo capas de tiempo sucesivo, en ese dolor sordo que es como un murmullo, un rezongar de disconformidad resignada a seguir viviendo, que es convivir. Ni siquiera un magistrado imparcial puede regresar a y así entender en realidad aquellos días, sumergirse en ellos, en sus razones y sinrazones, en su orgullo, su desesperación, su heroísmo, su vileza y aquel miedo, que están en el sustrato de que hayamos sido capaces de tramar este proyecto de paz y convivencia que no me parece lícito intranquilizar, justo cuando los que creen entender de estas cosas y tienen a su cargo el asunto público están intentando pintar las últimas líneas de la falsilla que nos puede ayudar a entrar en la vida nueva de la sociedad imaginada por los más audaces de los más solidarios soñadores de un mundo equilibrado, ya que no feliz.

martes, 2 de septiembre de 2008

Brotan del barrizal humano con un hervor súbito piezas de traza inesperada, escapadas, parece, de un descuido del alfarero, solo que éstas a que me refiero crecen, se desmesuran y o son genios o fieras vivas de un bestiario inimaginado hasta que surgen, aparentemente indomables, selváticas hasta que alguien idea la bala de plata o la estaca aguzada del posible remedio de estas anomalías capaces de arrancarle bocados al melocotón del mundo en que tratamos de vivir, en paz con los otros y con nosotros mismos, los humanos. Y si es malo o triste ser humanista y percatarse, es todavía peor sufrir las consecuencias de ser humano, algo tan hermoso y sin embargo tan eventualmente terrorífico cuando se quiebran los resortes del orden civilizado de las cosas y por cualquier grieta, como una fumarola, a quien había mantenido apariencia de persona exhala su animalidad más disparatada, regresada al instinto que deja, como un caparazón vacío, en la tierra, desgarrado, el sentido moral apilado a fuerza de milenios de convivencia.

Personas con repentina apariencia de personajes de pesadilla, tal vez con el alma herida tan irremediablemente como puede herir una enfermedad súbita el cuerpo.

Todo forma parte de lo que existe, e incluso cabe pensar que la enfermedad es una forma de vida que brota dentro de otra y la consume para realizarse y continuar el intrincado plan que abarca el conjunto de lo que somos desde esta esquina infinitesimal del universo en que, como un sueño, hundimos la mirada curiosa de unos telescopios cada vez mayores y más capaces, que ahora incluso arrojamos al espacio interestelar para que vean más y más lejos, en busca del origen o no sé si del final de todos los caminos posibles.

lunes, 1 de septiembre de 2008

El primero de setiembre diagnostican las fuerzas de la naturaleza el otoño que viene, que, a su vez, no es más que la obertura del invierno. En realidad, primavera y otoño son ambas preludios de las sinfonías de verano –cosecha- e invierno –desolada soledad en compañía-. El verano nos dispersa, el invierno, que viene ahora, nos llama alrededor de la chimenea que es el núcleo central del hogar. Aún el equivalente de la hoguera del fondo de la caverna hogar de la familia agnaticia, casi tribu ya, donde los más aburridos o los más imaginativos de nuestros abuelos, entretuvieron sus ocios o dejaron constancia de sus esperanzas en las pinturas rupestres, tal vez destinadas o alternativamente destinadas a convocar a los animales o ahuyentarlos, según apretasen el hambre o el miedo, asimismo alternativos.

Uno cualquiera de estos días, a partir de hoy, se alzará el primer humo que da olor al otoño. Ahora prohíben los humos, las hogueras, el fuego, que fue, sucesivamente, invento y dios más o menos doméstico, de los no antropomorfo, y, por ello, como ahora mismo, imprevisible devorador de inmensidades.

Incluso estos pequeños dioses de la mitología histórica de los pueblos, exceden de la capacidad de comprensión de los hombres y los deslumbran y los aterrorizan. Al ser incomprensibles e inimaginables, la humanidad trataba de por lo menos aplacar su posible ira mediante cánticos rituales y sacrificios. Falla consiguió incluso enjaular en el pentagrama una danza del fuego.