viernes, 26 de septiembre de 2008

Me fascinan
las piedras antiquísimas, de Stonehenge,
cualquier dólmen,
las reliquias de trincheras
de una guerra. Se afanaron, sufrieron,
soportaron,
amaron y esperaban
sobrevivir, los hombres, como yo, implicados
en aquella complicada peripecia de vivir.
Por eso acarrearon, adoraron, tal vez utilizaron estas piedras
sobre que,
perezosos,
se mueven esta tarde un rayo errático
de sol
y una familia de lagartijas atentas.
Toco esas piedras, sin duda vivas, todo está vivo, sin duda,
en el planeta,
con una mezcla de respeto y de miedo
a poner justo mi mano, esta frágil trabazón de carne y sangre,
de propósitos, actos y recuerdos
sobre el lugar mismo en que apoyó la suya
hace miles de años, otro hombre,
otro eslabón de esta cadena humana,
que vamos entre todos arrastrando.
Miro estas piedras,
son
como palabras olvidadas de otro idioma
en que se habló también de esperanza,
de odio
y de amor.

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