Alguien pregunta cerca –no puedo evitar oírlo- si será cierto que estamos es crisis y en qué consiste, si hace poco –razona ingenua la mujer- todos decían que la economía española era de las mejores de Europa.
Se me escapa una sonrisa, que en seguida, como es lógico, contengo. Le diría, pero no le digo: señora ¿a que llama usted economía española?
Se pasean, entre tanto, por el Caribe y aledaños, toda una sucesión de tormentas y huracanes con nombres de personas y números del uno al cinco, que al parecer eran hasta ahora los límites de fuerza brutal de estos fenómenos, uno de los cuales ha vuelto, leo, a Nueva Orleáns. Hermosa música la del jazz de Nueva Orleáns. Ahora –sufro- se entristecerá incluso la música a que rindo el homenaje de poner un disco de cuando era disparatada y alegre. Es ésta una ciudad de las que sin haber estado nunca se siente nostalgia. Canta, entre la afinada aparente discordancia de hilos de oro, plata y cristal que a ratos se han espuma de colores, una voz ronca, profunda, a pesar de todo, esperanzadora.
Llueve apenas, para que me acuerde, mientras me como unos higos, ya, de san Miguel, de que este mes se hará otoño.
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