En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 13 de septiembre de 2008
El tiempo mantiene la inmovilidad de lo conceptual, a que sólo erosiona de modo paulatino el conocimiento, y a su alrededor, nos movemos nosotros, o tal vez lo que movamos sea la inquieta búsqueda de felicidad en que consiste gran parte de la energía que nos dinamiza. Inventamos tiempo, en la medida en que vivir nos permite hacer esfuerzos de aprendizaje y lograr perspectivas diferentes de lo que está aparentemente inmóvil –no hay palabras absolutas, y las que pretenden serlo, nos engañan, por ejemplo, siempre; por ejemplo, nunca; palabras cuyo respectivo concepto no cabe en nuestra imaginación, capaz, sin embargo, de ilusionarse con ellos. Una periodista, leo hoy, ha escrito un libro autobiográfico en cuyo título se pregunta qué ha sido de su tiempo. Miras atrás, al llegar a cierta edad, y casi todos nos lo preguntamos. ¿Dónde se queda y con qué trascendencia, lo que no hicimos cuando podíamos? ¿Dónde estuvimos cuando tendríamos que haber hecho no se sabe qué, que omitimos hacer?
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