miércoles, 3 de septiembre de 2008

Amanece lloviscando fotografías del otoño, tal vez sus programas de mano. ¿Os dais cuenta de que quien proyecta y luego construye una torre pone, supongo que sin querer, en el suelo, alargada, la sombra de esa torre? Una sombra viva, que crece y mengua, alternativa, a medida que gira y se retuerce el planeta en torno a la luz, como un mosquito enceguecido. Los puestos del mercadillo se entristecen y abrigan, instintivos y se agarra cada quien a su paraguas, empapado de un agua fina, que flota en el aire, se respira. A un magistrado de la Audiencia Nacional se le ha ocurrido la peregrina y en mi opinión desafortunada idea de hurgar en los misteriosos entresijos de crueldad de la Gran Guerra Española del siglo pasado. No se acierta muy bien lo que pretende esclarecer cuando todo, desde uno y otro lado de la raya del frente de batalla que separó dos conceptos generales, que, entre otros muchos particulares y hasta personales se enfrentaron, ya está examinado, valorado, criticado y sufrido hasta límites de insoportable minuciosidad. ¿Hacer justicia? Son dos valores: verdad y justicia, inalcanzables. Los muertos, incluso los inidentificados, los desconocidos, héroes o cobardes, todos víctimas de la multitud de circunstancias que pueden convertir en fieras a la personas, descansaban ya y casi habíamos sido capaces de reducir a límites soportables lo que había sido clamor y fue quedando, bajo capas de tiempo sucesivo, en ese dolor sordo que es como un murmullo, un rezongar de disconformidad resignada a seguir viviendo, que es convivir. Ni siquiera un magistrado imparcial puede regresar a y así entender en realidad aquellos días, sumergirse en ellos, en sus razones y sinrazones, en su orgullo, su desesperación, su heroísmo, su vileza y aquel miedo, que están en el sustrato de que hayamos sido capaces de tramar este proyecto de paz y convivencia que no me parece lícito intranquilizar, justo cuando los que creen entender de estas cosas y tienen a su cargo el asunto público están intentando pintar las últimas líneas de la falsilla que nos puede ayudar a entrar en la vida nueva de la sociedad imaginada por los más audaces de los más solidarios soñadores de un mundo equilibrado, ya que no feliz.

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