-¿Para qué sirve el sueño, cuando parece disolverse en la pesadilla de
los incapaces de soñar que están a tu alrededor?
-Es probable que Ulises, el divinal Odisea –dice este traductor cada vez que lo cita- haya desoído a sus luego compañeros, cobrado anclas y desplegado velas a pesar de todo en busca incansable de Itaca. Y Moisés debió de vagar mucho tiempo por el desierto, antes de hallar, es posible que por casualidad, la tierra de Canaan. Don Cristóbal, el almirante, por casualidad y en busca de otro sueño, topó nada menos que con las américas todas, de un golpe.
-¿Y cuántos se estrellaron contra la pura, dura y cruda realidad de las cosas?
-No lo sé. No pasan a la historia más que los que cruzan las fronteras, pasan el Rubicón, saltan sobre la frágil acequia trazada por Pizarro con la punta de su espada.
Voy a la Capital, por entre los caídos velos del cansado calor del verano, que yace junto a la autovía, jadeante, y me traigo esos vagos, erráticos, pensamientos. He visto, por cierto, dos acacias, que, por tamaño, tienen que ser de mi época de estudiante. Casi llegan ahora, en busca de sol, a los tejados de las casas donde sobrevivíamos a nuestra juventud disparatada. Me acerqué a tocar, acariciar, su corteza áspera. Me habría gustado acercarle el oído y tratar de escuchar el posible susurro de la savia, preguntarles no sé qué, ahora que supongo que no me habrán reconocido. ¿O sí? ¿Tienen los árboles memoria? Caso de tenerla, a su ritmo de tiempo, muy distinto y evidentemente más lento que el de los hombres, debe ser una memoria inmensa, llena de detalles.
Ha cambiado, la calle, son otros los comercios y casi todas las tascas y los viejos cafés, sustituidos por variopintos comercios de toda clase de giros. Ya no estamos nosotros –salvo las acacias, que por entonces serían jóvenes- y tendrán nietos las mozas con que compartimos retazos de futuro que jamás llegaron, tal vez por el aquel de las leyes del caos, que hacen el discurrir de la vida caprichoso, errático y tartamudeante.
Ahora, la carretera pasa alejada de las páginas de la historia y veo muy lejos Arévalo, Medina del Campo, Tordesillas, unidas por las telarañas de los caminos de santa Teresa y de doña Isabel la Católica, que ¿soñaron o vivieron sueños? De doña Isabel dicen que tuvo que dar bastantes codazos para ponerse en sus páginas, al pie de las cuales quedan, como notas dormidas de una canción posible que jamás cantó nadie, las ilusiones de la Beltraneja y la locura de doña Juana, pongo por sombras ilustres de la otra historia, que es la que no fue porque el futuro viene sólo a veces como lo imaginan los soñadores.
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