sábado, 28 de febrero de 2009

Hay pocas cosas más enloquecedoras que lo que ocurre a esas personas que dan en la ficción imposible de recordar lo que nunca ha ocurrido. Algunos incluso añoran un imaginario tiempo pasado suyo o acontecimientos jamás ocurridos. Supongo que se trata de un modo benigno de locura, no por tal benignidad menos profunda y tal vez incurable, sobre todo cuando la imaginación del pasado se sobrepone a una realidad olvidada y la víctima, o si preferís, el paciente, se queda sin lugar en el tiempo o el espacio a que volver o vuelve a la vida de otro que no es más que el personaje extraviado de un relato que no llegó a escribirse o de una vida que no llegó a vivirse. Es, me parece, como haberse dormido, soñar y no poder despertar del sueño. En cierto modo mágico, haber vivido una vida real, que, olvidada, no es más que humo, recordar otra propia que no existió, más humo y me pregunto si no supondrá también arriesgar el futuro, que siempre tiene algo, cuando se imagina, taraceado, del pasado indispensable para cimentar lo que somos durante ese período infinitesimal e inaprensible que es el presente, que, para cuando vas a hablar de él, ya es pasado.
Ocurre a veces con la historia, que, quien la cuenta, imagina lo que le habría a él gustado que ocurriese, pero no fue así, y sin embargo, lo cuenta. Muchos lo creen y hasta, de ese modo, una leyenda puede convertirse en memoria de victoria o de fracaso colectivo de un grupo humano, que se enorgullece o se avergüenza, sin motivo real, de la imaginación del recuerdo de unos actos que no se realizaron o que pasaron de otro modo diferente. Puede ser tan divertido como imaginar, sobre las notas de la música, un paisaje o un sentimiento descrito en ella según imagina quien escucha, a diferencia de lo que inspiró al que la compuso. Y por eso la música es tan libertadora, ahí fuera, concentrada un momento y en seguida dispersa en un aire, que queda luego impregnado de ella, como si nos hubiesen narcotizado con esencias de belleza.
Grisperla de niebla en el cielo,
apenas azul en la esquina,
que nadie sabe si lo abrió un suspiro de muchacha núbil
o el picotazo distraído
de mi gaviota favorita,
siempre la misma. Esa
que se coloca, de cara al viento, en medio del paisaje habitual
de mi ventana de las tardes opacas.
Sube,
baja, apenas mueve
las alas
veleras.
Casi seguro, estoy, de que piensa o de que sueña,
mirando el horizonte
de mucho más allá de lo que alcanzo.
Sabe el buen padre Dios qué sueños
cabrá soñar
desde la atalaya alta, el punto de vista, la perspectiva
de una gaviota velera
como la mía. ¿Es mía?
¿Existe esa gaviota?
¿Es sólo
ese gran pájaro horrible, carroñero feroz
un mal pensamiento
que alguien ha olvidado frente a mi ventana?
Día, anuncian, de recobrar el ritmo de la lluvia y de que voten gallegos y vascos, celtas y vascones, todos del norte, esquina de finisterre y fondo del golfo de Vizcaya, ambos lugares donde los vientos se arremolinan, costas de peligro y tradición marinera, sitios los dos de apego a la tradición, a la nostalgia y al terruño, pero ahora anda todo agitado, convulso, la humanidad sufre una de esas crisis que en familia se llamaban de medrío, cuando éramos tan jóvenes, algunos, que nos daba fiebre crecer, es decir, medrar. La humanidad ha pegado tan colosal estirón y tan descentrado, que poco menos que necesita, como yo ahora mismo, a la vejez, al levantarme por las mañanas, que he de reconstruirme y recomponerme, estirando estos huesos doloridos, que se quejan y supongo, aunque no los oigo, que rechinan.

Y cada personaje que dice y apresuradamente el periódico toma nota y apunta, se atreve a decir menos, si os fijáis, y lo que dice es sin arriesgar, generalizando, que no me extraña, porque para ser augur hay que tener visión de lejos y audacia, a la par que unas miajas de sentido común. Y nadie se atreve a apuntar, siquiera sea con timidez, que en el futuro, la vivienda de una familia debería ser tan inembargable como lo son las herramientas de un quebrado, para que pueda seguir trabajando, en este caso de la vivienda, pueda conservar la dignidad por lo menos en el mínimo aspecto de tener donde ocultarse a refugiar las vergüenzas. Ni se atreve nadie a probar sistemas como el que podría consistir en dispensar de contribuciones y pagos a la seguridad social a cambio de hacerse cargo, por lo menos provisionalmente, de un cierto número de parados, para disminuir ese trágico número, esa relación triste de personas que necesitando y queriendo, no pueden trabajar, y así, por otro lado, reanudar la corriente del gasto y la inversión productivos. Están obcecados, todos, con ganar. No es ganar, lo que importa, y menos por esa mayoría absoluta que desfigura el propósito de apreciar y considerar los grises y los semitonos, inventando la paradoja imposible de la democracia absolutista, contradictoria, evidentemente, consigo misma.

viernes, 27 de febrero de 2009

Querida tú,
estuve en Madrid, el miércoles, un día
cualquiera,
de cualquier semana, como entonces. En tu calle,
que te aseguro que fui sin propósito de encontrarte,
te vi pasar. Era, más o menos,
la misma hora,
tu gesto era el mismo. Ibas
con la barbilla alzada, el paso largo y la boca,
esbozando la sonrisa
de antes de dar, sin saber por qué
el premio de una sonrisa y algún día, cualquier tarde,
como el miércoles,
que, sin serlo,
apuntaba primavera,
Dios mío, inesperada,
gloriosamente un beso,
apasionadamente dulce, candoroso, ¡tan joven!
No pude
apretar el paso, ya no doy para alcanzarte,
ya eres, tal vez tu nieta, una prima lejana, alguien
en que, por milagro,
para premiarme no sé qué buena acción que ya he olvidado,
el buen padre Dios
ha permitido que se reprodujese tu imposible figura.
O a lo mejor, soy muy viejo,
se ha llevado el tiempo, para hacer vientos, mi resuello,
me ha enturbiado el mirar que te miraba,
a lo mejor, te digo,
lo que pasó a mi lado fue una especie de eco de entonces,
un puñado de aquel aire mismo,
o sólo es mi memoria,
esta vieja Celestina cansada, que
me ha gastado una broma.
Resulta conmovedora la pueril inocencia de esas mozas prodigiosas, esculpidas en carne tersa, curvadas sobre su propio escorzo, y, de pronto, arqueadas en posturas inverosímiles y lugares disparatados, según el capricho deformante de artificieros de la fotografía que así les exageran hasta lo pintoresco la tensión de las curvas, el sugestivo escorzo sugerente, casi pirueta estática, con la sonrisa estereotipada, mueca en la frontera entre la histeria y el algia. Cada postura es un remedo, la parodia de una posible armonía de glúteos desaforados y muslos elásticos, estirajados en la ficción alada de un salto por paradoja anclado en tierra, sin vuelo. Da pena ver, aún sin mirar, cómo se transforma la belleza en ridículo, la armonía en discordancia, y que ellas, satisfechas, con el risorio de santorini esforzándose en la penúltima mueca, vuelven a la hilera a esperar que una compañera desarrolle el ritual, en la semisombra de la escasa cobertura ondeante del retal usado para que no digan, que ya ¿quién dice?. Al final de la sesión, la carne tiene, a los ojos del observador, calidad de gutapercha y las domingas están a todas luces tan cansadas como las nalgas de este entrenamiento para olimpiadas sin medallero. Personalmente, prefiero la elegante armonía de la naturalidad esculpida en mármol por los clásicos. Da, si me lo permiten, incluso más sensación de carne y vida.
Mi corazón intelectual –varios son los corazones que laten en el alma, al hilo y compás del corazón muscular somático-, el mío intelectual jurista, herramienta cansada por más de medio siglo de aprendizaje y dedicación, sufre en este tiempo de arbitrariedades y pérdida de las tonalidades intermedias, los semitonos y los grises en que consiste el ensamblaje imprescindible de la justicia y la equidad, ambas insertas en clima de caridad y respeto humilde por la fragilidad humana, presente incluso en la más bestial de las infrahumanidades, mientras sea una persona la que haya actuado y otra la que ha de pasar por el brete de juzgarla, cuando ¿quiénes somos, para atrevernos?

Me duelen esos maltratadores del Derecho, capaces de usar la ley para imponer arbitrariedades o despropósitos, y esos individuos de insolente soberbia, insensibles a la duda, al vacilación, el exquisito cuidado que impone a cada hombre el hecho de que nada de lo humano le sea ajeno, cuando es hora e indeclinable ocasión y obligación de ponderar la conducta de un semejante.

Me pregunto a qué esperan los filósofos, enfrascados en ahondar en insondables vacíos y proclamaciones de inexistencia de cuanto no sea su incomprendida facultad de pensar, a qué esperan para darse cuenta de que hay unas personas, justo en este espacio y este tiempo, necesitadas de inventar una sociedad para sus circunstancias. Una sociedad que entienda la posibilidad de que el uno y el todo sea indispensable que se entiendan como esencia simultánea de nuestro conjunto, de tal modo que cada persona sea una, diferenciada, insustituible, pero inserta en la comunión de los humanos, que no pueden liberarse ni realizarse si no es mancomunadamente, todos en uno, uno en todos, mediante la convivencia, en toda la extensión de esta hermosa palabra. -

martes, 24 de febrero de 2009

Se ha puesto en pie, el día,
con su dolor nuevo de anciano esperpéntico,
violáceo
-los dolores
tienen color, los más agudos
rojo, rubí,
amarillo brillante,
verde primor-,
el día es viejo, como el sol, morirá el sol, un día
para que siga creciendo,
incontenible,
el universo de nuestros sueños, en que sin duda
consisten el cielo,
la luz,
la quietud
de que no haya mañana, ayer, aquí ni ahora,
mientras resuene
el acorde único de lo inesperado,
inconcebible
de que seremos parte, pincelada
de amor.
Ha dejado de ser, el señor ministro, señor ministro. Me pregunto si a un señor ministro, cuando deja de ser señor ministro, le duele dejar de ser señor ministro. Lo suyo, de este señor ministro, ha venido a ser cosa como de suicidio, puesto que no ocurrió como cuando el viejo general, que un motorista iba y le llevaba un mensaje al señor ministro caído en desgracia y sin más, como quien alanceaba, reconquista abajo, a moro muerto, según el refrán que lo desaconsejaba, le notificaba su destitución fulminante. Este de ahora no. Este se ha llevado el boli al papel y ha suscrito la dimisión. Y a continuación, ya no señor ministro, ha convocado a la prensa y le ha comunicado lo ocurrido, muy poco antes de que el señor presidente de todos los señores ministros, que es el que los nombre y recibe sus dimisiones, o los desnombra, como también ocurre a veces, nombrara con urgencia a otro señor, que hasta entonces no lo era, nuevo señor ministro. A poco se cruzan, en el pasillo, el saliente y el entrante, mientras un tercer señor ministro de otro ramo, declaraba al parecer públicamente que lo que él más envidiaba del ya no señor ministro es que fuese ya ex señor ministro. Como si él mismo estuviera teniendo la tentación de dejar de ser lo que es y convertirse en lo que ya es ahora el que ha dejado de serlo.

Yo no me alegro de que pasen estas cosas. Lo que me gustaría, como supongo que a la mayor parte de quienes no hemos sido nunca señores ministros, es que los señores ministros fuesen tan buenos en lo suyo que no hubiera que soñar con su destitución o con esta especie de suicidio en que la dimisión, como ya he dicho, me parece que consiste. Creo que los señores ministros tienen el poder necesario para resolver y el deber evidente de hacerlo en provecho en ambos casos, el del poder y el del deber, del común de que forman parte. Puesto que alguien los ha seleccionado, se supone que en función de su capacidad, para un cargo relevante para el que otros, que somos la generalidad de entre que los seleccionaron a ellos, no somos aptos, en opinión del seleccionados y es de suponer que en la de sus numerosos asesores, que, según dicen, escriben y leo, los tiene literalmente a centenares, para que se nos confíen semejantes responsabilidades. Debería ser y supongo que es, estupendo sentarse cada mañana en una cómoda poltrona, ante una mesa de estéticas y ponderadas proporciones, asesorado por numerosos sesudos varones y otras tantas hembras igualmente sesudas, y, en silencio, con tiempo para pensar, sin dar cuartos al pregonero, ir urdiendo resoluciones buenas para el común de quienes confiaron en una sin duda preclara lucidez de estas personas.

Cada señor ministro que deja de serlo así, de manera tan abrupta, contribuye a nuestra desazón y a que se nos instale en alguna esquina de las neuronas el hongo maligno del escepticismo. ¿Será –nos preguntamos con la misma angustia de aquél que al tirar los cohetes se quemaba siempre en el mismo dedo- que tiene que ser así?

lunes, 23 de febrero de 2009

Sólo hay una manera
de decir una palabra en cada idioma
y es la que corresponde
al tiempo, el espacio y la persona
a que debe decirse
cada palabra.
El mérito
de subir a cada montaña
está en saber
que allí arriba no hay nada.
Adiós a la carne, provisionalmente, hasta que nos cubramos la cabeza de ceniza, último jadeante esfuerzo de don Carnal, postrado en seguida ante doña Cuaresma, que diría el señor Arcipreste. Por ahora, en grandes grupos y aglomeraciones, las gentes, ataviadas con pesados retales de cortinajes y plumas de marabú sintético, para que no se ofenda el Mundo Verdesmeralda de la ecología protectora de animales, plantas y eso tan sutil del medioambiente, que hay muy pocos que sepan de qué estamos hablando.

Dos pasitos adelante, medio atrás y vuelta a empezar; tambores y tamborradas, bombo y platillo, xilófonos, triángulos, campanas, pitos y campanillas. Eso es lo que está pasando ante los niños que tiran confeti y serpentinas y con la otra mano se comen enormes bocadillos, bocadillos como tranvías pequeños, de jamón de bellota y de nocilla, de mortadela y de chorizo de casa de los abuelos serranos.

Y carne, mucha carne, si no en el asador, carne al sol de los tubos de neón y las bombillas y lámparas descafeinadas, ahorrativas; más carne, de muslo al gratín del sol, de domingas entrevistas, de transparencias sugestivas´

Es, se lo aseguro, Carnaval. Que se desarrolla entre bambalinas, por donde se arremolina el exceso, corre el vino espumoso, se persiguen aparentes faunos y doncellas que disimulan el afán de ser raptadas por sus perseguidores, en este caso cargados de buenas intenciones. En el escenario se suceden las comparsas, las murgas y los grupos, por entre bastidores se desborda la copa.

Enterrarán la sardina y el hacha de guerra y el miércoles se cubrirán la cabeza con una mancha de ceniza apoyada en la frente. Pero eso será el miércoles. Leo que Carnaval viene de Karne vale, es decir: “adiós a la carne”. -

domingo, 22 de febrero de 2009

Atravesar el mar,
irse
al otro extremo, donde El Dorado
y la Fuente de la Eterna Juventud.

¿Y si gastamos
la vida?

La vida hay que empeñarla,
apostarla,
vivirla.

Si el destino es la luz, para nosotros,
no creo
que podamos llegar empapados
de oscuridad y noche,
niebla.

Con la del alba, hoy,

sonar con lentitud las campanadas
del reloj de la torre. Marcaron,
pausadas,
sin prisa,
la cadencia del andar del tiempo.

¿Y si la eternidad no fuese
más que el resto del trazo de la línea, el camino,
que caminamos,
que dejamos marcado de este lado del espejo,
en esta playa de que parto para atravesar el mar,
irme
al otro extremo?
Para salir de la crisis no hay más que rebajar el nivel de vida a los términos adecuados. Y si los equipos de fútbol tienen pongo por ejemplo que disminuir su categoría a términos de equipos de barrio, pues eso. Y si hay que editar las publicaciones en papel común y no se pagan los reportajes y la impúdica exhibición de las miserias humanas regresa a la discreción, tampoco vendrá mal. Y si añadimos al cocimiento la convicción de que para ganar dinero hay que trabajar denodadamente y tener paciencia, a lo mejor, acertamos. Y si convenimos en que la retribución del trabajo no puede exceder de determinado límite y controlamos los precios, veréis qué bien. Y si todo eso lo hacemos a escala continental de una Europa Unida por fin. Mucho mejor todavía. Y si esta gente concreta que somos, se apea del error de que podemos vivir, en este siglo, esta época, este neorrenacimiento, en reinos de taifas gobernados por virreyes de minúscula prestancia, es probable que hayamos empezado a salir del laberinto. Tenemos que aprender, saber e investigar, pero aprender, saber e investigar supone asimismo un tremendo esfuerzo, a veces toda la energía y la vida. Vale la pena. Sólo son personas libres las que participan de los acervos material y cultural del grupo en que viven en grado suficiente para no depender de otros para formar su criterio. Sólo las personal libres pueden ejercer la soberanía que les corresponde para organizarse con justicia y en paz.

Me recuerda, esta sociedad en que malvivimos, una de aquellas películas que cuentan la conquista del lejano Oeste americano a partir de una especie de carrera de carros de colonos para ir a amojonar pedazos de tierra que había más allá de una larga y ancha extensión de pedregal, sabana y desierto. Y cómo arrancaban, locos, desaforados, los carros, volcaban, se entrechocaban, y al llegar al otro lado, lo que había era un lugar, poblado a no de indios aborígenes, donde ponerse a rotura y trabajar la tierra o a horadar montañas en busca de un improbable yacimiento de oro.

Vamos corriendo como locos, ciegos de ambición, borrachos de prisa. Creo que la salida de la crisis está en la convicción de que cada logro real no puede obtenerse más a través de un paciente, humilde esfuerzo. Tal vez lo adecuado, más que una carrera como aquéllas, sea una peregrinación, o, por lo menos, una romería. En cualquier caso, un calmoso esfuerzo. Tal vez tengamos que sacrificarnos para que nuestros nietos puedan vivir como nosotros hubiésemos querido. Es posible que se lo debamos.

Hoy ha empezado el Carnaval. Curioso que la mayoría de los niños que pululaban por la calle o iban disfrazados de superhombres con superpoderes y pistolas interplanetarias, o, cuando niñas, de princesas. Ninguno estaba en camino. Todos eran ya triunfadores.

sábado, 21 de febrero de 2009

Hay una brumosa niñez
que todavía juega,
incansable,
por los laberintos de aquella memoria más lejana
hecha de teselas,
apenas memoria
donde está lo que ahora somos en proyecto
forjado sin pensar,
por otras manos llenas de ternura.

Es la parte que somos
de algo que otros, enamorados,
habrían querido que de algún modo fuésemos,
nuestra raíz más triste,
un sueño ajeno, que se fue diluyendo
en estos otros nuestros
que ahora soñamos con tanta ilusión
para
nuestros
nietos.

Tal vez en esto de ir soñando por otra
consista
el secreto de la supervivencia de la especie,
la aparente sinrazón
de que nadie pueda salvarse solo
de la tristeza
y
de la muerte.
Carlitos … no sé por qué me he embarcado hoy en hablar aquí de Carlitos Brown, el antihéroe de Schultz, tan perpetuamente asombrado de que la vida sea tan incomprensiva con él, o tal vez, más que la vida, su entorno, por otra parte tan lleno en el fondo de ternuras como la del detalle de la eterna “frazada” de Lino, su amigo, sólo un poco menos amigo que Snoopy, puede que el único perro que sea capaz de comprenderlo. Como cada personaje singular, Carlitos es un espécimen colectivo, quiero decir que es un tipo en que muchos o algunos podemos contemplar, como Narciso en el fondo del remanso, nuestra propia debilidad y el incomprensible desdén de quienes nos rodean, por otra parte tan solícitos.

Carlitos es torpe …, ¿o no?, o es que resulta tan profundo y como consecuencia tan distraído que se le entremezclan la necesaria precisión en el golpe de su deporte favorito, el béisbol ese, tan americano, con cualquier laberíntico e intrincado problema psicofilosófico, y al final, a bate caído, tiene que soportar el insufrible desdén de cualquiera de sus enfurruñadas amigas.

Vivimos así, un vaivén entre lo que necesitamos de afecto y lo que nuestra conducta nos acarrea, con el mismo aire de sopresa e incomprensión con que Carlitos quisiera ser un campeón de su deporte y lo único que consigue es permanecer, como yo esta mañana, en el ensueño de saber enfrentarme con un sábado de sol, para lo que, de momento, me stoy apoyando sucesivamente en “bagatelles” e Beethoven y Bach y de un momento a otro me pedirán que ya que estoy sin hacer nada, con el bate inactivo y la gorravisera con dicha visera atrás, ¿por qué rayos no voy al supermercado a comprar no sé qué que falta en la despensa?

Por eso os miro sin comprender del todo que haya salido el sol, que estemos vivos y que yo no sea ni siquiera un ingenio en alguna especialidad que ¿por qué no?, también podría ser el béisbol, un deporte que no sé siquiera cómo se juega.

viernes, 20 de febrero de 2009

Ojeadores de la miseria humana se han echado al campo en busca de las últimas razones de cada regalo que se haya hecho a alguien con poder, y se convierte incluso el agradecimiento en soborno, de tal modo que Dios nos libre de aceptar aquellos pollos de aldea que bajaban los paisanos, en día de mercado porque los habías ayudado a rellenar una instancia o les habías ganado, y cobrado por cierto, el último pleito. Que si era cuantioso podía traducirse en una jamón y a mí una vez me regalaron una mesa primorosamente trabajado por ebanista de los que ahora no hay, “porque quisieron dejame sin nada y usté sacome de la miseria”. Tú eras considerado al cobrar y ellos generosos al añadirle al pago una prueba fehaciente de que habían quedado agradecidos. A cambio, cuando perdías, te espetaban, como aquella mujer a que desahuciaron de su vivienda, que eras un inútil y un perfecto ignorante. Y lo uno se compensa con lo otro, ahora, en la vejez, mezclándose en la confusa neblina que va cubriendo la mar, ya casi en calma, de la memoria. Ya no hay pollos de aldea, gran parte de los jamones entreverados de tocino, de la tierra, se pican con la zorza para rellenar los chorizos y que resulten más jugosos para la fabada cada vez mas descargada de prótidos y lípidos, a medida que nos hacemos más débiles, la pirámide demográfica engorda por su parte baja, de los setenta y ochentones, y las generaciones nuevas vienen amedrentadas de reconocimientos, prevenciones y revisiones anuales de la fragilidad humana. No todo es soborno. Hay un tejemaneje de relación social, alimentada por la sagacidad comercial de consignas como aquella de que debe practicarse la elegancia social del regalo, que muchos sienten la imperiosa necesidad de hacer con la misma compulsión con que en tantas ocasiones compramos lo que para nada necesitábamos y se convierte, al desempaquetarlo en casa, en dedo acusador de nuestra inconsciencia. Creo muy sinceramente que cada regalo de lo que miramos con tanta desconfianza merece por lo menos la presunción de inocencia y generosidad agradecida, por lo menos dentro de ciertos límites y en determinadas circunstancias que excluyan el soborno previo y ese ámbito de patio de Rincón y Cortado que humea evidentemente, más como vicio de sociedad que de grupo o de partido concreto. A min –decía aquel astuto paisanín-, num me dean. A min ponganme donde lo haiga.

miércoles, 18 de febrero de 2009

No entiendo por qué ese afán de ir cada vez más lejos, hasta la desmesura de esos impresentables, pero a la vez sé, de algún modo, que si yo hubiese llegado a sus extremos, hasta es posible que pensara como ellos y fuese igual de despreciable, que nada de lo humano me es ajeno y como miembro de la comunidad humana, de algún modo horrible, soy igual que ellos, lo mismo de despreciable y ahí reside otro de nuestros misterios, consolador hasta cierto punto, en cuanto me asimila al viejo lama quieto y pensativo, al cisterciense, al mudo cartujo sacrificado, a quien se entrega por una buena causa al sacrificio, al santo en presencia de su Dios, desde aquí abajo, de este lado del espejo, es decir, en presencia voluntaria de lo inimaginable. Por eso se podrá, digo yo, sobrevivir y superar la sensación de caótica locura con que agonizan una tras otra las fórmulas organizativas de la civilización, cada vez que los engranajes se oxidan y enmohecen, a fuerza de tratar de remansar en la mínima acequia de cada cual el agua viva, torrencial, capaz de atravesar la piedra sin más herramental que la paciencia humilde de su líquida textura.
Darse asco
es tal vez el límite penúltimo
del hombre
de nuestro tiempo.

No hay último lugar
en este territorio donde todo se explica,
hasta dejar de amar, a veces,
con íntimo dolor
que asola a otra persona.

Se trata de
sobrevivir a la tragedia sublime
de haber nacido
por culpa
o gracias a otro amor de que somos
cualquiera de nosotros,
última, gloriosa consecuencia,
grito
y exaltación.

martes, 17 de febrero de 2009

Nada –te dicen- de ofender a nadie, y nadie, que es cualquiera, adquiere patente de corso para brutalizar por el mundo, hacer de su capa un sayo y hacer imposible la vida del prójimo. El “divinal Odiseo”, como llaman algunas ediciones de la Odisea a Ulises, convenció a Polifemo de que él no era nadie, tras de hincarle una estaca en el único ojo, y así huyó como de buena gana huiríamos de algunos de estos cíclopes de la modernidad a que protege por indebida extensión la presunción de inocencia, digan lo que digan y hagan lo que hagan, que a veces nos pasamos todos la suposición que se deduce de los hechos probados, pero no basta, al no pasar de suposición, y salvan el pellejo, sobreviven y como mi cocker, tras de cada deposición sólida o líquida, se esfuerzan, pataleando, por esconder el rastro a posibles depredadores. El cocker, luego, me mira, sonríe –como yo aseguro que son capaces de sonreír algunos perros- y aún no sabe, he de reconocerlo, guiñarme un ojo, pero lo intenta, por debajo de su airoso flequillo, para comentar conmigo lo listo que es y lo bien que esconde sus huellas.

Por lo demás, el periódico insiste en las barbaridades humanoides de ayer, que siempre pienso que valdría más no dar detalles de alguna que otra noticia, porque es como sembrar a voleo semillas de horror, que también pueden prender y de hecho da la impresión de que prenden en otros terrenos propicios al mimetismo de la barbarie. Todo se pega –decía la abuelina- menos la hermosura. Y esto del enloquecimiento inesperado y súbito, también, que hay incluso zonas de algún modo especial propensas, en que cuando un individuo se suicida, se produce un efecto dominó y arrastra a otro u otros varios, sin que nadie se explique por qué semejante epidemia.

Nihil novum sub sole, el hombre imita al hombre, para bien y para mal, unos de un modo y los otros del otro. En el fondo hay cierto sentido del humor en que, como vi ocurrir el otro día, cuando llamaron a un sujeto la atención por su conducta, contestase que por qué a él, si todo el mundo estaba haciendo lo mismo.

lunes, 16 de febrero de 2009

Iba a decirte
que
no dijeras a nadie lo que te quise,
se me olvidaba
que no podrías
porque nunca lo supiste.

Ahora que lo he olvidado,
yo,
que tampoco lo sabía, lo confieso,
lo mido por la sombra de la ausencia,
por esta desmesura
de silencio,
puede
que dolor,
con que te echo de menos cada día
en mi pensamiento.
Somos gente a que cuesta apreciar los semitonos, los matices, ese color que queda entre el difuminado de una niebla sutil, que otros llaman la calima o al final de un día cansado de luz, llegando al final del verano, cuando parece que la luz se hubiera comido toda la intensidad de los colores de un paisaje empalidecido sin el aliento de la brisa, impregnado por la insistencia obsesionante de las cigarras en los jarales, por donde resbala dulce y espeso el jarabe que las emborracha.

Somos gente de cuchillo y garrote, que Dios nos libre si como dicen que ocurre en las américas del norte, se nos permitiese generalizar el uso de las armas de fuego y tenerlas en casa a disposición de cada violento ataque de ira. Gente propicia y propensa al fundamentalismo contradictorio, o de éste o de aquél lado de lo que se opine, dispuestos a ser inasequibles al desaliento o a que no se nos desmonte de la convicción de que estamos en posesión y propiedad de la verdad total, definitiva e irrebatible.

Es de esperar que un día cualquiera, a la del alba, que fue cuando don Miguel cuenta que se echó a los caminos don Quijote, armado de todas las armas, montado en aquel brioso corcel, asistido del orondo Panza, a su vez ahorcajado en su rucio y asido a la crin con decisiva ambición de lo de la ínsula, nos despertaremos. Será, ese día, tremendo, inconmensurable nuestro desconsolado arrepentimiento por tantos años de irrefrenada violencia, que podríamos haber aprovechado para cultivar la innegable capacidad que nos asiste de crear, trabajar e inventar, en cuanto nos descuidamos del afán de ponerle trampas al vecino más próximo o hacerle la vida imposible incluso a la persona más amada, por el aquel de que los extremos del odio y del amor se encuentran en sus antípodas, en un lindero común, que llaman algunos vesánica locura.

domingo, 15 de febrero de 2009

No recuerdo
haber escrito nunca los versos agridulces
de tu recuerdo. Un recuerdo pequeño:
sobre todo
de tus manos,
que eran como caricias presentidas,
contenidas,
en la ágil,
la inesperada armonía, a la vez vuelo y proyecto,
con que tuviste
mi mano
en tu mano,
para decirme: podría ser …
Dudabas, ahondabas
con tu mirada sin secreto
qué habría en el mirar
con que yo te miraba, todavía,
ya admirado, inseguro,
con las palabras indecisas,
enredado en tu voz.
¿Qué se llevó tu voz?
¿A dónde,
que no me queda más
que el recuerdo
de tu olvido?
Complejo mundo éste, en que ya todo es sospechoso y no puedes o no debes tener amigos, que podrían hacerte regalos o salir contigo a la calle o ir a pescar o a cazar y todo es sospechoso de que estéis tramando algo en perjuicio de tercero, que piensa mal –dice la sabiduría del refranero- y acertarás, de modo que podría ser un vano intento lo de que la buena fe se presume, debe presumirse –acota la ley- y ya estamos en un lío porque ahora quién nos garantizará que es lo mejor y lo más prudente, o, por lo menos, lo que perjudique en menor medida. Y no se te ocurra agradecer, ni menos ser generoso con quien lo haya sido contigo, no sea que pueda sospecharse que hay algo torticero en cuanto sea amical, justo en este país de recomendaciones, puentes y vados. Tíu, decía aquel jayán impresentable, dijísteme que me habíes recomendau, examineme y suspendiéronme. Calla, animal, respondía el tío, que te preguntaron por lo que derrotaron a don Podrígo en La Janda, fueron derrotados por don Pelayo en Covadonga, dominaron España siete siglos y dijiste que si seríen los fenicios. ¡No, tíu! Yo no dudé. Yo dije que ¡eren los fenicios!

Curioso país de taifas irremediables, nadie sabe si por culpa de los iberos, de los fenicios, los griegos, los cartagineses, los variopintos bárbaros, los árabes, los judíos, los mudéjares, los mozárabes o el mestizaje final del Lazarillo, que lo que pretende es sobrevivir y comerle al ciego la tostada y el queso, o beberle el vino subrepticio, que es el que mejor sabe, a hurtadillas, soplado en lo oscuro de la bodega.

¿Habrá sido la Inquisición la que nos hizo envenenarnos de desconfianza? También podría ser esta condición increíble del país del véspero, que, extremo del mundo, fin de trayecto, finisterre aparente, paradójicamente fue encrucijada de todo lo ocurrido en Europa antes del invento de Europa, este sueño de L’Europe Unie, que estoy convenciéndome que no llegará a ser nunca verdad verdadera.

Puede también que nuestro mal haya estado en que descubrieran América bajo las banderas de una España tierna, como diría Cela, como la hoja del culantrillo. Descubrir América hizo ricos a estos reynos, y, como tales, la envidia y el objeto de la rapacidad de quienes habían permanecido en tierra, propios y extraños. Nos reinvadieron los prestamistas y los vendedores, revendedores, comerciantes, puros y simples ladrones y los corsarios nos estrangularon las carreteras de la mar.

sábado, 14 de febrero de 2009

¿Quién sabe
lo que hay de verdad en cada mentira,
de cierto
en cada hecho a medias olvidado?

Más nos aleja, el olvido,
que el tiempo y que la distancia.

Dime tú, recuerdo mío,
¿sabes
dónde vas, cuando te olvido?
Hoy es san Valentín, erigido el pobre san Valentín, por obra y gracia de la sabiduría comercial en patrón o patrono de los enamorados. La cosa es ponerle al año hitos donde diga que es el día de los enamorados o de las madres, los padres, los Reyes Magos, el Arbol o santa Claus, algo que traiga las faltriqueras a la gran superficie donde la espera la sagacidad comercial, jugando luces y colores para que compre usted, compréis vosotros y obsequiéis a unos y otros, los mayores, los niños, los divorciados. Hay que buscar con urgencia un patrón o patrono para esa nueva legión de los divorciados de ambos sexos, que salen de la experiencia o con una risita que se adivina artificial o con el rictus de mira tú cómo me ha dejado la otra parte, que siempre parece a cada cual que le ha pelado más de la cuenta. No es más que el fenómeno habitual de que al que tiene y suelta, parece siempre que suelta demasiado y al que carece y recibe, no le bastaría nada para saciarse. La cosa es que hoy es el día de los enamorados recientes, recién novios o pretendientes, que acreditan su excitación con un ramo, y para los recalcitrantes de muchos años, que vienen con su manojo y la sonrisa ya blanda de que por fin lo estamos logrando, eso de la fidelidad y la monogamia y hay hoy un apacible clima. Tal vez los viejos seamos los preferidos de san Valentín, los que menos problemas de complicidad le damos, ya conformes como estamos con nuestra suerte de haber navegado los siete procelosos mares de un matrimonio longevo, de los que no están de moda y maravillan y el otro día el señor cura de la parroquia llegó a pedir un aplauso, yo lo ví y escuché, para una pareja que celebraba sus bodas de oro, cincuenta sanValentines y los que hayan sido de novios, de cuando los noviazgos eran lentos y tortuosos, como un caudaloso río a su desembocadura en delta, tras de recorrer una amplia llanura de indecisiones, recovecos y tentación de remansar el agua viva. La florista me sonríe burlona y me hace la pregunta de César a Bruto: ¿pero usted también …?

viernes, 13 de febrero de 2009

Después de tanta lluvia, el viento, nieve y oleaje, la salida hoy del sol ha sido espectacular y literalmente deslumbrante. Salí por el periódico y me lloraban los ojos, lastimados por el golpe de luz.

Con sol o no, las mismas noticias tristes de ayer. Gente que se apuñala, golpea, denuncia e intenta lastimar por todos los medios. Cuantos caen, parecen pensar algunos, dejan mayor espacio para que corran los supervivientes. La abuelina decía que el muerto –indistintamente, supongo, los muertos físico y los civiles- al hoyo y el vivo al bollo.

La vendedora de periódicos me informa de que ha helado, además, y hace por eso un frío semejante por equivalencia a la torrencial violencia de la luz.

Pienso que en cuanto se hace y se dice o se proyecta, hay un clima o un componentes de provisionalidad, que considero se deriva de la multitud de incógnitas que habrá que resolver para reorganizar los modos de vida del milenio que acabamos de estrenar. Lo que se dice vivir al día porque nadie sabe qué va a romperse mañana o tal vez esta tarde, del frágil tejido sobre que nos movemos con esta cautela equivocada por las palabras de quienes se atreven a hacer pronósticos y les salen contradictorios, por más que se hubiera supuesto que los que van en el carro de las mismas convicciones deberían entender, explicar y proyectar las cosas igual, pero resulta que no es así.

Comoquiera que sea, es éste sin duda un tiempo apasionante, en que, fijándose, se advierte cómo la humanidad se va desperezando aquí y allä, no en las personas que mandan, casi todas gastadas, incluso los más jóvenes, e incapaces a todas luces, para entender la trascendencia de lo que está pasando. Y cada día hay más jóvenes que se ve que apuntan con acierto a la convicción de que es más importante aprender a compartir lo que hay que tratar de repartir lo que no existe.

Otro día, si me acuerdo, hablaremos de ello, de esta gente irrespetuosa, audaz que lo primero que recomienda es que nos dejemos de poner cara de palo y estudiemos el modo de meterse en el prólogo del sentido del humor con que habrá que aprender a vivir con menos medios, más humildad y mucha alegría.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Si te encontrase esta tarde,
pondría los dedos en tu piel
para irla recorriendo
con esa lentitud de que no saben
más
que los enamorados. Buscaría
el escalofrío
con que el cuerpo
de la amada, responde
al clamor de latidos
del amado.
Porque sé que el amor no muere nunca,
que lo inventó
el hecho mismo de vivir,
este milagro,
y ha de recrearse en la incansable búsqueda
de lo amado
que se va multiplicando
del lado de acá del espejo
en cada ser amado,
huella
de los pasos
vacilantes
en que consiste el arte de vivir.
Ni hay chavalería por las caleyas ni les dejarían hoy machacar el muérdago para hacer liga y prender jilgueros, ni arrancar ramas de los ablanos o los xardones ni subirse a los ñerus a identificar y si acaso darle el mínimo sorbo que proporcionan a los huevos de mirla. Y así la artada se sube a cada bardial y se cuajará, cuando llegue su hora, de madreselvas de tango, también aquí en flor, que nos vieron nacer y hacer las fechorías de los niños de la guerra, que nadie se ocupaba de ellos, enfrascados como andaban los mayores en lo que andaban y sólo a veces para estibarlos en cualquier bodega y mandarlos lejos, de donde volvió parte de una generación arrancada de su niñez propia, la de verdad, que a tantos arrancó la crueldad insólita del siglo XX.

La chavalería se ha entristecido tanto, que ahora queda a la puerta de la discoteca en que no le dejan entrar por defecto de edad y se entrecorta en los famosos mensajes que vagan de telefonino en telefonino, concertando el botellón o pasándose la consigna de que hay que ser así o asao, todos a una, como aquellos de Fuenteovejunna, con la diferencia de que aquéllos reaccionaban a coro contra una injusta decisión del mando y ahora lo que se pasa a veces no tiene más sinrazón de ser que la insidia del bulo y la sospecha, vertida que algo queda sobre cualquiera que amenace la estabilidad del mando.

No toda. Advierto una reacción que se niega a ser tajante y se apunta a la admiración de los colores indeterminados, las tonalidades, los matices. Veo que se atreven a meterse en la niebla de la duda, y, conscientes de que el mundo que viene estará lleno de ellas, a medida que la caballería venda sus semovientes y se apunte al abandono de la subjetividad altiva de considerarse en posesión de la verdad y toda la verdad, para emprender el camino iniciático, la peregrinación del aprendizaje de lo que es imprescindible para adaptar la maquinaria social, inmensa, de recovecos y entresijos tan intrincados, a la mutación sufrida por, o que está disfrutando, el hombre del siglo XXI, desde que ha descubierto, in primis, que está vivo, existe y es hermoso disponer de todo un universo para compartir, in secundo, que para vivir no hay otro modo ni sistema que convivir con esta hermosa gente que, equivocada en ocasiones, como cada cual, como cada cual se afana en disfrutar de lo que hay, de este hermoso hecho de estar vivo y disponer de tiempo para compartir con todos los demás cada cuales de la posibilidad de compartir incluso disintiendo, sin más traba que la que se acepte, en su caso obligatorimente por el mero hecho de ser hombre, y en el suyo de modo voluntario, por la religión que se prefiera para hacer y tratar de responder a las preguntas fundamentales.

A mi vejez, me gustaría apuntarme, de hecho me apunto a este optimismo esperanzado.

lunes, 9 de febrero de 2009

Dime cómo consigues,
buen padre Dios,
inmóvil,
la rica variedad
y la policromía simultánea
de todos
los paisajes,
a la vez que el silencio interminable
del universo,
constante en el jadeo
de vida
de su majestuoso movimiento.
La terca levedad de la insistencia
con que huele la rosa,
así oigo,
distraído,
tu voz, esta mañana,
mientras me vas diciendo cosas
que nada me interesan,
pero a ti no te importa,
ya sabes que,
después de tantos años,
antes de que lo digas,
sé lo que estás pensando.
Bombas, elecciones, recriminaciones, frecuente acusación de que los malos son “ellos”. “Ellos” supone un multitudinario pronombre de indeterminable amplitud, en que se albergan los posibles culpables de cuantos males son susceptibles de acongojar a la humanidad doliente. Es siempre conveniente disponer de un “ellos” responsable colectivo de lo que nos aflige: el exceso de gasto, la escasez de ganancia, el despilfarro público o privado, debe ser siempre imputado a “ellos”. Los mismos que cuando algo se derrumba no reaccionan ni nos sacan, como deberían sin duda, sacar de cada atolladero. Están en todos los ámbitos. Son sagaces, activos, están informados y disponen del privilegio de que la gente de a pie seamos incapaces de alcanzarlos con nuestra desesperada ira ineficaz. Cuando en su desmedido afán de lucro provocan revoluciones, desaparecen en los más recónditos pliegues del tejido social y allí salvan sus trastos, instrumentos y artilugios, mediante que en cuanto transcurre el alboroto ya ponen de nuevo en marcha, convenientemente acoplados a culturas y sistemas políticos o económicos de gobierno o desgobierno. No puedo evitar admirar la eficacia con que al parecer seguirán hasta el final de los tiempos acreditando eficacia para chuparnos la sangre, la vida y el humor.

lunes, 2 de febrero de 2009

Cuando me enamoro,
me dice
la experiencia que lo estaré
-enamorado-
de su figura toda,
cuerpo y alma,
de la curvatura de su rostro, bajo las orejas,
donde cada beso encuentra el cubo del tesoro
de cada sensación, la palma de sus manos,
la flexura de su codo,
su clavícula frágil,
ese modo
de mirar sin ver, cada palabra volandera
que diga,
el silencio
con que cada vez me mira.

Cuando me enamoro
no puedo,
es posible que lo que me pase es que haya olvidado,
pensar,
y no pienso,
imagino su abrazo,
estar teniendo el cuerpo retenido
en su cuerpo,
cada caricia
desmesurada por el sentido
de amar
tornada la vida en fuego, nácar, espuma y al final
el recuerdo de las notas del violín,
atrapadas en un redoble, un chasquido
de platillos,
un olvido, y de nuevo
la soledad de la playa en invierno,
y
lejos
la interrogación de la silueta
del cormorán que vigila,
la línea recta
del horizonte implacable.
Me alimenta
la esperanza de cada cosa banal, cada vez
que abandono
la trascendencia de vivir, ser consciente
de que estoy en el camino,
de que voy ciego, a tientas,
sobre las huellas de mis huellas, que son
las huellas de la larga cadena
de gentes que vivieron y murieron
para que yo esté aquí, seleccionado
por el buen padre Dios
para tener nada menos
que el privilegio tremendo,
desmesurado,
casi enloquecedor
de vivir.
El graznido de alguna gaviota como música de fondo del paisaje invernal de cualquier país del norte de cualquier parte,
El viento y el agua, arremolinados en cualquier esquina tras de la que a pesar de todo puede yacer, dormida como una princesa en lo más profundo de cualquier bosque, la efímera felicidad,
La insistencia del invierno, que es capaz de erosionar, arrancar, destruirlo casi todo, menos la esperanza del primer rayo de sol del alba de un mañana sólo probable,
La vida, resistiéndolo todo, de la mano del buen padre Dios, que tal vez respire, de vez en cuando, un chorro de intensidad, hecha de amor y de luz, en el cuenco de las manos, donde nos guarda,
La ignorancia supina que nos asalta, de qué pasa con cada ángel custodio cuyo pupilo muere en cada escéptica caída en la desesperanza, y con qué lo despierta, si con un batir de alas o con su repliegue, que disuelve el eco de la vos del buen padre Dios, que, como sabéis, está en cada sonido de la naturaleza viva,
El sueño en que consiste la vejez,
La vejez del sueño,
Cada sonrisa,
El amor.

domingo, 1 de febrero de 2009

Ese polvillo de color incierto,
que cubre
los pétalos de la flor, dime,
buen padre Dios, ¿tiene algo
de lo que fue textura,
ternura
de su piel de nácar,
fuego y sosiego
a la vez?

Ahora,
cuando no está y la busco
y hasta es posible que haya muerto
sin nacer,
la criatura soñada,
la esperada,
me pregunto si será parte
de su alma,
alguna palabra suya,
una mirada,
la más recóndita arruga, una curvatura,
el esbozo de un gesto,
su escorzo,
esta lluvia de polen derramado,
cuyo color incierto
arranca el sol de los pétalos
de la flor.

Puesto que es posible que todo
sea nada
y nada, todo.

Y el mundo
este crepitar del fuego,
del olvido
del deseo,
de su sueño.
No se da cuenta, ¿o sí?, el señor Presidente, mientras Madrid se cubre con un chador de nieve, de que lo que importa no es que no se esconda, como al parecer y según el periódico anda hoy prometiendo que jamás hará, sino que imagine e inspire la actuación de muchos para resolver el gran enigma del futuro de esta azacaneada tierra. Ya está bien de no querer enterarse de que no hay aquí, a diferencia de lo que ocurre en tantos estados que se hallan en crisis, también a la puerta de la aldea global, esperando todos para organizarla, no hay aquí una economía que estructurar, cosa que nos dejará, a la salida de la crisis grande, la común, la que nos afecta a todos a escala mundial, con la nuestra a cuestas, una situación de desconcierto, inseguridad y pobreza de ideas que ya está pidiendo a gritos principios de solución, camino que por cierto luego habrá que andar.