lunes, 2 de febrero de 2009

El graznido de alguna gaviota como música de fondo del paisaje invernal de cualquier país del norte de cualquier parte,
El viento y el agua, arremolinados en cualquier esquina tras de la que a pesar de todo puede yacer, dormida como una princesa en lo más profundo de cualquier bosque, la efímera felicidad,
La insistencia del invierno, que es capaz de erosionar, arrancar, destruirlo casi todo, menos la esperanza del primer rayo de sol del alba de un mañana sólo probable,
La vida, resistiéndolo todo, de la mano del buen padre Dios, que tal vez respire, de vez en cuando, un chorro de intensidad, hecha de amor y de luz, en el cuenco de las manos, donde nos guarda,
La ignorancia supina que nos asalta, de qué pasa con cada ángel custodio cuyo pupilo muere en cada escéptica caída en la desesperanza, y con qué lo despierta, si con un batir de alas o con su repliegue, que disuelve el eco de la vos del buen padre Dios, que, como sabéis, está en cada sonido de la naturaleza viva,
El sueño en que consiste la vejez,
La vejez del sueño,
Cada sonrisa,
El amor.

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