Darse asco
es tal vez el límite penúltimo
del hombre
de nuestro tiempo.
No hay último lugar
en este territorio donde todo se explica,
hasta dejar de amar, a veces,
con íntimo dolor
que asola a otra persona.
Se trata de
sobrevivir a la tragedia sublime
de haber nacido
por culpa
o gracias a otro amor de que somos
cualquiera de nosotros,
última, gloriosa consecuencia,
grito
y exaltación.
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