viernes, 27 de febrero de 2009

Querida tú,
estuve en Madrid, el miércoles, un día
cualquiera,
de cualquier semana, como entonces. En tu calle,
que te aseguro que fui sin propósito de encontrarte,
te vi pasar. Era, más o menos,
la misma hora,
tu gesto era el mismo. Ibas
con la barbilla alzada, el paso largo y la boca,
esbozando la sonrisa
de antes de dar, sin saber por qué
el premio de una sonrisa y algún día, cualquier tarde,
como el miércoles,
que, sin serlo,
apuntaba primavera,
Dios mío, inesperada,
gloriosamente un beso,
apasionadamente dulce, candoroso, ¡tan joven!
No pude
apretar el paso, ya no doy para alcanzarte,
ya eres, tal vez tu nieta, una prima lejana, alguien
en que, por milagro,
para premiarme no sé qué buena acción que ya he olvidado,
el buen padre Dios
ha permitido que se reprodujese tu imposible figura.
O a lo mejor, soy muy viejo,
se ha llevado el tiempo, para hacer vientos, mi resuello,
me ha enturbiado el mirar que te miraba,
a lo mejor, te digo,
lo que pasó a mi lado fue una especie de eco de entonces,
un puñado de aquel aire mismo,
o sólo es mi memoria,
esta vieja Celestina cansada, que
me ha gastado una broma.

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