miércoles, 21 de mayo de 2008

La corteza del árbol, la textura
de esta tela, la piel
¿o no tiene piel? del hierro
frío,
que es como un reptil, algo sin sangre,
cada cosa que toco despierta
sugerencias,
sensaciones,
recuerdos. Pongo a calentar el hierro
hasta que se convierte en luz y calor,
le doy forma,
enfría, ahora voluta, al tocarlo
ha vuelto a ser el mismo, pero ahora
disfrazado
de forma, de algún modo convertido en perfil
de la idea,
que estuvo un momento en la imaginación del artesano,
que ahora la ha olvidado.
Entras en la vejez a tientas. Por entre un espeso arbolado de cansancios nuevos, torpezas, a veces dolores, un súbito trasudar sin motivo, que haya piezas que tardan en responder o se atranquen o se te quede un nombre o una palabra semiescondidos de tras de la puerta de la atención. Sobrevivir pasa por paisajes distintos, sutilmente, pero diferentes, y, por eso, inesperados. Y una nueva pregunta te asalta: ¿por qué y para qué vivimos unos más y otros menos? Sin duda este tiempo digamos de exceso es un premio o un castigo, según se mire y según lo que haya más allá. Al no envejecer todo de golpe y por igual, la memoria y la imaginación, ojos de mirar atrás y adelante, envían a la máquina de pensar, el conjunto de las neuronas, de ordinario impacientes, si eres imaginativo y tienes una cierta capacidad de comprensión, mensajes de ansiedad: ¿por qué tardan los miembros en hacer lo que antes les resultaba fácil? ¿por qué tropiezan donde nunca lo habían hecho? ¿por qué, a veces, distraído, te enfrascas en un pensamiento y para cuando vas a darte cuenta estás inmerso en un sueño?

martes, 20 de mayo de 2008

Pasito a paso,
va la nube
limpiando el trozo de cielo que le correspondió hoy.
La nube, con una mano,
limpia,
se carga, se llena del agua azul que cubre el cielo,
se esponja, y mientras tanto
le cuenta al niño una vieja leyenda
que habla de trovadores,
de amores
y el niño se duerme, sin saber cómo ni cuando,
y se hace hombre hecho y derecho, sin darse cuenta,
se despierta
y llora.
Es la nube, que, de pronto,
se ha echado a llover,
desconsolada
como llueven las nubes,
sin saber por qué.
El cerebro, como un pájaro cansado, se posa en la rama más baja del árbol de los sueños. Se mece sin pensar. Tal vez los pájaros no piensen, se limiten a vivir la plenitud del vuelo mirándolo todo con sus ojillos inquietos, reverberantes, insaciables, cuya mirada parece un temblor. El cerebro se detiene, cierra los ojos de mirar el alma desnuda. Tal vez esta tarde no tenga valor para hurgar en la desconocida sima de los malos pensamientos, donde el odio y el rencor se remansan y al amor, cuando deja de ser eterno, se ahoga como una burbuja rota. El cerebro, lo cierto, es que se ha entredormido y flota a la deriva del icor de los sueños, que es un río sin mar y por eso los sueños en general se olvidan cuando te vas despertando como yo esta mañana que soñé, mira tú, que estaba soñando y primero desperté del sueño más profundo, pero todavía estaba en otro y por eso puede que el cerebro se me haya cansado en el camino y esté ahora así, exánime, indeciso, poco a poco absorto hasta convertirse de algún modo en columna de humo, en imaginación, que se encarama en una nube y desde allí va contando pueblos y ríos, bosques y cordilleras hasta que mi otra mitad me llama, es mi mujer, ¿pero es que no vas a venir a cenar?

domingo, 18 de mayo de 2008

No puedo escribir una canción
porque se me ha muerto
de súbito,
como se seca un río, entre las manos,
la ilusión
esperanzada
de volver. Ahora sé que no me queda más camino
que el de la eternidad
por delante,
la quietud del futuro, por fin,
trasmutado en ser definitivamente mar, sin horizontes,
sin límites,
sin cansancio ni esperanza posibles,
con las palabras
convertidas en luz.
He parado unos días, salía bañarme en el mundo de alrededor, donde entretanto había habido un espantoso terremoto durante que murieron muchos miles de habitantes de un mundo tan desconocido para mí como es la China milenaria, de que no sé más que a través de los libros en que se trasluce un mundo de honduras y misterios, supersticiones y sociedades secretas antiguas, sabiduría y calma, violencia contenida y una gran paciencia. Oriente debe ser, me figuro, como el contrapunto de nuestro materialismo, el otro extremo y contrapeso de lo que somos los occidentales, en cuanto ellos lo consideran todo desde una perspectiva espiritual, capaz, adivino, de salir en vida de la envoltura de los sentidos mediante un rigor ascético que nos resulta imposible, epicúreos como somos los occidentales, hasta donde se pueda, que no se debe nunca, ya lo sé, generalizar.

Descubro que la vida sigue y hay una oleada de jóvenes reinventando el mundo, mientras políticos de pacotilla se pelean por los bastones de mando y la publicidad sigue adueñándose del mercado de las vanidades. Lo malo es que muchos de esos jóvenes están redescubriendo los mismos caminos que reconducen a los mismos errores en que incurrimos los viejos caminantes cansados. Y les tientan y los emprenden, llenos de ilusionada buena voluntad, y no serviría de nada advertirles.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Huele a churros la vega,
huele a miércoles de churrero arremangado,
vendedores de nada y de retales,
negros de ébano y marfil,
todos sonrisas,
cómprame –dicen- y te alargan
bolsos, relojes, películas y música enlatada,
cómprale al negro, que vino de lejos
a venderte quisicosas de mentira,
pero a mitad de precio,
regateando, si quieres,
y si no
pagándote la estancia
con la paciencia disuelta en una risa
sin alegría.
Le llaman a esta niebla la mángara, los más entendidos de los diversos tiempos del lugar, que no sé qué vientos la traen y acampa sobre nosotros y nos mustia y amurria, como a plantas y flores. No es demasiado espesa, que más bien tiende a calima, desdibuja el entorno y multiplica los ruidos, entristece con una vaga melancolía, que no son, valga la paradiástole, la misma cosa, y es la segunda más parecida a esta niebla que no por tenue pesa menos sobre el alma de la ciudad –en este caso villa- y de los villanos, que somos, en la menos mala acepción del término. Dobla los tallos de calas y margaritas que habían adelantado su presencia a la del sol que según el refrán es San Isidro el que lo pone y aún faltan días, por más que ya pocos, y la osamenta de los más viejos se resiente, cual si una evidente humedad que cuelga de las nubes agachadas dificultase el juego de las oxidadas articulaciones. Es como si al paisaje habitual, reproducido en papel adecuado, le echásemos una aguada para tornarlo acuarela de sí mismo.

martes, 6 de mayo de 2008

Los misteriosos ruidos de la noche, unos
habituales, conocidos, pero otros,
tal vez estás en un hotel desconocido de una desconocida ciudad,
llenos
de misterio, un grito humano lejos,
rechinar de tablas,
el cansancio renqueante de una máquina que mueve
puede que el mundo
y que solo se escuche
desde este preciso lugar, un temblor de los cristales,
el ulular súbito
de algún coche oficial, que te inspira una novela, que,
antes de concluir
te quedas, me quedo
dormido
y ahora, al despertar, enfrascado en mi zumo de naranja,
los churros y el café
olvidé desgraciada,
irremediablemente.
Podría haber sido un éxito de ventas.
Nada como manejar viejas fotografías para cultivar la nostalgia de tiempos peores en que se da el contraste de que uno mismo, en este caso, yo, era más joven y ahora mismo, al ver las fotografías alineadas en los álbumes, descubro con la tristeza en que se planta, como en una maceta, la nostalgia, que olvidé cuáles eran los sueños que entonces tenía, justo en ese momento, a la hora en que alguien, que ni siquiera eso recuerdo, me sacó la fotografía que estoy contemplando. ¿Me creerían, los que ahora me conocen, que soy yo, ése a que otros entonces conocían? Hago la prueba con un amigo, lo llevo hasta la orla de fin de carrera, donde figuro perdido entre tantos compañeros de estudios y de juventud -¡qué habrá sido de vosotros!-, y este amigo mira, me mira a mí, remira. No –confiesa-, si no me lo dijeras, pienso que no te habría conocido por mucho que buscara, ni sabiendo que tenías que estar. Y sin embargo, permanece ese “hilo sutil”, en que se fueron engarzando días, hechos, ilusiones y olvidos, hasta tallar esta cara que cada mañana me mira mientras me afeito y no advierte haber cambiado tanto hasta que vuelvo al desván, saco un álbum al azar y recorro páginas y fotografías llenas de sonrisas incapaces entonces de imaginar que iban a ser motivo de nostalgia plantada en tierra de melancolía.
A medida que te digo
lo que te quiero, se me queda
vacío
el corazón de sueños
y empieza tu figura
a convertirse en recuerdo. No sé lo que me pasa,
ayer
tuve el presentimiento
de que no me querías,
de que ibas a mirarme
como me miras,
sin verme ya,
pensando en otra cosa,
como si adivinaras que a pesar de todo
yo
te quiero
y no fueras capaz de comprenderlo.
He puesto el bestseller de pacotilla en la cola de los libros que esperan que yo los lea, bien abajo, bien atrás, rezongando contra los excesos editoriales que de hecho convierten en realidad la fábula del parto de los montes, que constantemente siguen pariendo ratones mientras tocan a más y mejor sones triunfales todo un coro de desafinados instrumentos que no dejan escuchar la voz de la razón que te recuerda que si ya no pudiste con otros libros de este autor, por qué de repente se va a haber convertido en maravilloso contador de historias. Me he pasado gran parte de la vida leyendo y todavía ingeniosos publicistas saben engañarme al hacer crítica y resumen de un nuevo libro, por añadidura bien editado y previamente diseñado por un especialista. No me parece admisible que con todo cuanto habría que leer, te hagan perder el tiempo y el dinero con estos ladrillos literarios que creo que algunos pagaríamos porque ya de antemano se nos dijese que no perdiéramos por lo menos la ilusión y el tiempo en transportarlos desde la librería a casa, que mejor estarían allí, donde por lo menos adornan y así sirven para algo útil. La única defensa es ésta de echarlos a la parte de atrás de la estantería, donde es poco probable que se vuelva a hurgar y recaer en la tentación de intentar una lectura de lo que no merece la pena. Ni diré cómo se llama ni quién lo ha escrito. Sigo respetando mi convicción de que esto que a mi ni me gusta ni me sirve, es posible que guste y sirva a otros que tengan otras preferencias. No soy la medida de la preferencia. No me atrevería a ser lector de editorial. El mundo es tan admirablemente variopinto que nunca se sabe dónde puede estar lo que agrade a la mayoría y así merezca la calificación de agradable. Cada uno no somos más que una referencia útil para nuestro particular modo de pensar, seguro que coincidente con otros muchos, pero ni es en cada caso seguro que con muchos, ni seguro que coincidente siempre con esa mayoría que estadísticamente sin embargo es probable que acierte en la mayor parte de los casos. En definitiva, un libro más que absuelvo, pero condeno al ostracismo de mi ciudadela particular, mi gusto personal de este momento. Porque hasta eso ocurre: que en cada etapa de la vida de cada cual, el gusto, por multitud de razones, puede mudar. ¡Qué lío, esto de vivir y soportarse uno a sí mismo con la debida ecuanimidad y un mínimo de comprensión!

domingo, 4 de mayo de 2008

¿A dónde vas?
A la tierra
del preste Juan.
Llevo todas las palabras dormidas
en el zurrón
para decirlas cuando llegue,
palabras antiguas,
que apenas ya nada significan, pero son
lo que queda
del ramillete aquél, que recogí
antes
de ponerme en camino.
Tal vez para entonces estén todas secas, no valga la pena
llegar, pero la habrá valido
haber hecho el camino.
Hay por ahí, en los anaqueles, entre libros diversos, bolas y recuerdos variopintos, barquichuelos en que navegan los viejos sueños de cuando me había propuesto ir a la mar, salir, mar adentro, en busca de lo que nunca se halla en el puerto de destino y por eso de nuevo ha de subirse al barco, el mismo u otro y partir, una y otra vez, para sentir, en medio de la mar, donde en redondo no hay más que mar y más mar, el colmo, casi, de la soledad cadenciosa o tremenda de las olas o las tempestades inexorables de la mar, que por eso no se parece a la eternidad, que es inimaginablemente inmóvil, al concentrar la energía toda en sí misma, ensimismada en el conocimiento.

Van, mis quietos barquichuelos, cada uno hacia su sueño y todos hacia ninguna parte, como las peñas de cerca de la costa, que asoman, parecen de algún modo flotar y tener una imposible vocación marinera. Los hay de vela y de motor y no sé cuál prefiero. Tal vez dispersarme e ir con cada uno hacia la otra orilla a la vez. Disfrutando de ese momento, cuando no hay tierra, nubes ni tormenta a la vista y las ilusiones resbalan sobre el agua quieta hacia los misterios de los puertos más viejos, cargados de historia, de esperanza y de nostalgias abandonadas en las tabernas casi siempre antiguas de los barrios marineros, donde los viejos se esconden entre sus barbas, suspirado apenas un rastro de humo de las pipas de brezo y de espuma y cantan media docena de jóvenes, entrañablemente mal, pero con indefinible, inefable sentimiento, una habanera.

viernes, 2 de mayo de 2008

Podrías haber sido
una criatura marina,
ojos de sal y espuma,
y haberme enamorado. Seguiría,
cada noche de luna,
absorto, aquí, en la orilla
de la mar. Podrías haber sido
fantasía
de la montaña prieta, que la nieve adorna con su cofia
blanca,
fría.
Podrías haber sido recuerdo, invención.
Podrías ni haber sido.
Y seguiría, como estoy, queriéndote,
loco
de amor,
porque tú no me escuchas.
Dime
¿cómo podría
lograr que pongas en mis manos tendidas,
una palabra,
el sonido
de tu voz,
una sonrisa?
Hoy tocan sol, anuncio del verano, multitud de gente de paso, que aprovecha el “puente” para echarnos un vistazo, clasificarnos e irse, y, como de recuerdo, alguien ha abandonado a un chucho sin raza o de muchas, que lleva parte de la tarde recorriendo anhelante –se le ve anhelante, a su manera perruno, obsesionado, recorriendo una y mil veces el mismo camino-, la zona próxima al río, donde ese alguien o lo ha perdido o lo abandonó deliberadamente. El perro no lo entiende, va y viene por entre la gente, sin hacer caso de nada ni nadie más que su búsqueda. Mi viejo cocker le gruñe al pasar, pero el otro, que estrena desolado su condición nueva, de perro sin amo, ni hace además de responderle. Está, se ve, a lo suyo, que dentro de un raro, cuando venga lo oscuro, será de nadie, y entonces será cuando tenga que rebuscar caminos, hasta que llegue el coche que se lo lleve por delante y el mundo seguirá, sin duda, sin que casi nadie se haya dado cuenta de la pequeña tragedia del pobre animal, blanco y negro, rabón, de orejas enhiestas. Un día peculiar, éste de hoy, entre fiesta y sábado, y, en alguna comunidad, fiesta, y, por todo ello, lo que llaman “puente”, ya con sus correspondientes muertos y heridos de la endemia motorizada que nos aflige. Ves un cochecito pasar, todo maderas brillantes, plásticos y metales brillantes, chapa reluciente, carga de ilusiones, sonrisas y proyectos, y, de pronto, un montón de chatarra, un fracaso de cristalería rota por entre que fluye la sangre, jirones de tela, carne y restos de quisicosas y quejidos. Pasa hoja de imagen el busto que da las noticias y en la página siguiente continúa, tan gárrulo como ayer, el mismo político, con la sonrisa cada vez más artificial, más ortopédica, a medida que se le va formando el poso que queda tras del balance del día que la conciencia o lo que nos queda de ella, nos pone delante cada anochecer, a esa hora mala a que el hombre le resulta muy difícil escaparse de sí mismo, ahora, justo a esa hora, a la vez más débil y más crítico. El universo sigue, ya digo, girando en el silencio sideral donde yo estoy convencido que se engendra el milagro de la música, su belleza, inconcebible sin un origen así.

jueves, 1 de mayo de 2008

Cada día clave
de cada etapa del vivir, que nadie
sabe cuál es,
cada uno de nosotros
mata a su viejo yo, renace, convertido
en asesino de sí mismo. Deja
en el camino el cuerpo de las víctimas,
una tras otra, cada cual vestida
con jirones y harapos de los sueños
que tuvo.
Sólo la muerte
puede recuperar, definitivamente libre,
aquel niño inocente, que fuimos.
Podrás pintar un paisaje con palabras, notas musicales o coloreando el lienzo, la madera o el soporte de que se trate, con tus pinceles y será posible a cada cual verlo con los ojos, o con la imaginación, o, siguiendo, de la mano de tu relato, las formas, los colores, incluso el movimiento de las figuras anónimas, cuya historia individual tendrá probablemente el espectador que imaginar, como cuando atraviesas pueblos y llanuras, o la montaña, y te cruzas con otros y sólo sabrás de ellos que eran personas que de seguro eran capaces de razonar como tú, o equivocarse, o perderse en divagaciones, pero no están destinados, desde tu punto de vista, tu perspectiva, de espectador, más que a ser parte del paisaje que recordarás de aquel viaje que hiciste un día.
Castilla
es un apasionado sentimiento
de frustración horizontal,
el cielo
limita, azul, inalcanzable
aquel afán de ir más y más lejos,
la sequedad del suelo,
trigo y silencio,
adobe,
espadaña y cigüeñas apuntando
horizontes inertes,
vagos sueños,
inmensas
soledades sin dueño.
Castilla es morir solo, vagabundo
sin refugio,
sin puerto.
Hace muchos, tal vez infinitos años … ¿Cuántos años pasan desde que cada día se transforma en pasado y se repite el mismo día, con el mismo nombre y apellido de ser el mismo mes, pero ya es otro año con cualquier número de la serie de los años? Vuelve, cada año, como si fuese el mismo, a ser otra vez el día y la hora de nuestro nacimiento, o tal vez el día de nuestra futura muerte, que ocurrirá, inexorable, cuando deba ocurrir. Hace mucho años tal vez era hoy también, como lo será nunca jamás o siempre que sea este día. Esta fotografía que amarillea por los bordes y contiene a seis personas de las cuales sólo yo estoy aún vivo, con los otros cinco en la memoria. Se va llenando, la memoria, de fantasmas, que me ayuda a evocar la música de Chopin, tocada, estos nocturnos, con ritmo de jazz, que acentúa la nostalgia implícita en el temblor de las curdas del piano, heridas con alternativas ternura y energía, convirtiendo la tarde en recuerdo de una noche sin demasiada hondura, transida de luces que parecen respirar desde nuestro rincón de luz, donde la fotografía es incapaz de revelar lo que pensábamos, ni siquiera yo, que todavía estoy vivo y soy capaz de saber que estábamos allí, en un rincón mágico del mágico jardín de los recuerdos de mi niñez en cambio olvidada.