martes, 6 de mayo de 2008

Nada como manejar viejas fotografías para cultivar la nostalgia de tiempos peores en que se da el contraste de que uno mismo, en este caso, yo, era más joven y ahora mismo, al ver las fotografías alineadas en los álbumes, descubro con la tristeza en que se planta, como en una maceta, la nostalgia, que olvidé cuáles eran los sueños que entonces tenía, justo en ese momento, a la hora en que alguien, que ni siquiera eso recuerdo, me sacó la fotografía que estoy contemplando. ¿Me creerían, los que ahora me conocen, que soy yo, ése a que otros entonces conocían? Hago la prueba con un amigo, lo llevo hasta la orla de fin de carrera, donde figuro perdido entre tantos compañeros de estudios y de juventud -¡qué habrá sido de vosotros!-, y este amigo mira, me mira a mí, remira. No –confiesa-, si no me lo dijeras, pienso que no te habría conocido por mucho que buscara, ni sabiendo que tenías que estar. Y sin embargo, permanece ese “hilo sutil”, en que se fueron engarzando días, hechos, ilusiones y olvidos, hasta tallar esta cara que cada mañana me mira mientras me afeito y no advierte haber cambiado tanto hasta que vuelvo al desván, saco un álbum al azar y recorro páginas y fotografías llenas de sonrisas incapaces entonces de imaginar que iban a ser motivo de nostalgia plantada en tierra de melancolía.

1 comentario:

A N A D O U N I dijo...

Ojalá pudiéramos parar el tiempo Bosquete. ¡Qué pena que no haya forma de detenerlo!

Un abrazo.