martes, 6 de mayo de 2008

He puesto el bestseller de pacotilla en la cola de los libros que esperan que yo los lea, bien abajo, bien atrás, rezongando contra los excesos editoriales que de hecho convierten en realidad la fábula del parto de los montes, que constantemente siguen pariendo ratones mientras tocan a más y mejor sones triunfales todo un coro de desafinados instrumentos que no dejan escuchar la voz de la razón que te recuerda que si ya no pudiste con otros libros de este autor, por qué de repente se va a haber convertido en maravilloso contador de historias. Me he pasado gran parte de la vida leyendo y todavía ingeniosos publicistas saben engañarme al hacer crítica y resumen de un nuevo libro, por añadidura bien editado y previamente diseñado por un especialista. No me parece admisible que con todo cuanto habría que leer, te hagan perder el tiempo y el dinero con estos ladrillos literarios que creo que algunos pagaríamos porque ya de antemano se nos dijese que no perdiéramos por lo menos la ilusión y el tiempo en transportarlos desde la librería a casa, que mejor estarían allí, donde por lo menos adornan y así sirven para algo útil. La única defensa es ésta de echarlos a la parte de atrás de la estantería, donde es poco probable que se vuelva a hurgar y recaer en la tentación de intentar una lectura de lo que no merece la pena. Ni diré cómo se llama ni quién lo ha escrito. Sigo respetando mi convicción de que esto que a mi ni me gusta ni me sirve, es posible que guste y sirva a otros que tengan otras preferencias. No soy la medida de la preferencia. No me atrevería a ser lector de editorial. El mundo es tan admirablemente variopinto que nunca se sabe dónde puede estar lo que agrade a la mayoría y así merezca la calificación de agradable. Cada uno no somos más que una referencia útil para nuestro particular modo de pensar, seguro que coincidente con otros muchos, pero ni es en cada caso seguro que con muchos, ni seguro que coincidente siempre con esa mayoría que estadísticamente sin embargo es probable que acierte en la mayor parte de los casos. En definitiva, un libro más que absuelvo, pero condeno al ostracismo de mi ciudadela particular, mi gusto personal de este momento. Porque hasta eso ocurre: que en cada etapa de la vida de cada cual, el gusto, por multitud de razones, puede mudar. ¡Qué lío, esto de vivir y soportarse uno a sí mismo con la debida ecuanimidad y un mínimo de comprensión!

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