viernes, 31 de agosto de 2007

Teresa,
Audrey,
María Asunción,
Isabel …
¿Cómo quieres que te llame
cuando te llame mujer?
María,
Sira,
Catalina …
Y cuando acabe los nombres
me quedarán los caminos
que mirabas
cuando cerrabas los ojos
para no mirar ninguno.
Laura,
Itziar,
Ana María …
y tú, que no tienes nombre
porque todos son el tuyo.
A lo largo del día, hoy, que se acaba el glorioso mes de agosto, se echarán de nuevo a la carretera multitud de cajitas con ruedas y motor, camino de vuelta a casa.

Volver a casa, la butaca, el televisor, los gastos de mandar a la chavalería al cole, de vuelta, el trabajo, la mayoría el lunes, recuperar el ritmo, salir a tomar café, comentar cómo, dónde y cuándo te robaron, malsirvieron, desalimentaron, pero a pesar de todo, lo pronto que pasó el tiempo y que, como los sanfermineros ya hemos empezado a contar lo que falta para ese agosto que tal vez llegue dentro de un año, o, como decía mi tía abuela buena, casi santa ya en este mundo, “o la vida te ha de costar”.

Ríos de cochecitos. El hombre inventó los cochecitos para escapar, y los cochecitos han atrapado al hombre, a la especie humana, y poco a poco le van arrebatando el espacio vital, la acoquinan y arrinconan. De vez en cuando, con demasiada frecuencia, hasta nos matan, solos o en grupo, o nos lastiman, laceran, semidestruyen. El cochecito –decía un vagabundo- es una plaga como aquellas de Egipto, solo que peor por lo que dura, crece y tiende a hacerse mayor, sin que apenas se inventen mecanismos realmente eficaces para que disminuya de modo apreciable y constante la letalidad de esos brillantes objetos de deseo que son los cochecitos. Este año han puesto en los paneles de las autovías la escalofriante cifra de muertos, casi dos mil, víctimas desde primero de año de accidentes de automóvil. Y cada chaval, en cuanto tiene su primer empleo, lo primero que hace es empeñarse con la empresa, pedir el anticipo que autoriza el convenio, para comprarse un brillante cochecito con que sumarse a la fiesta, al tiovivo de la carretera, cada vez más impersonal, más aislada de todo, perdida en el túnel a cielo abierto de la velocidad a cuatro carriles.
JUEVES 30 DE AGOSTO DE 2007

Dos músico,
delante, la funda del violín donde pasa la gente y echa unas monedas;
uno toca el violín, el otro
uno de esos instrumentos de percusión centroeuropeos
que suenan a nostalgia,
entre los dos, disfrazan una hermosa melodía
de simpática golfilla gozosa
que baila invisble entre la gente apresurada,
que sigue echando monedas, pocas monedas,
hasta fingir la burla de un tesoro pirata abandonado
por el capitan Kid en su isla.
De pronto, han cesado de tocar
y la calle se ha llenado de niebla
grisperla
de tristezas antiguas y de palabras
que no escucha nadie.
Ocupa a los “expertos”, que ahora a veces les llaman comités de “sabios”, la sinestesia, que yo consideraba asunto común en los humanos, por más que pudieran ser distintos los colores atribuidos a las diferentes vocales o sonidos musicales por el por otra parte habitual engaño de los sentidos a lo que sea que piensa, que ahora también dicen que son unos corpúsculos, especie de correveidiles o trotaconventos que se mueven cargados de información por entre las neuronas, al parecer víctimas de su ciega inmovilidad bajo la capa ósea del cerebro, especie de cúpula sin ventanas a la luz. Anduvieron preguntando a una serie de personas muestra y dice la noticia en la versión que me ha llegado que vacilaban. Yo les hubiese contestado sin vacilar que la a tiene color rojo, la e amarillo terroso pálido, la i amarilla tan claro que es casi blanco, la o negra y la u verde, y, casi como consecuencia, el uno es verde y negro, el dos, negro, el tres amarillo terroso pálido, el cuatro rojo con una pequeña orla verde de un lado, el cinco amarillo con ribetes oscuros y el seis del color del tres, como el siete, más pálido el siete que el seis, el ocho negro, el nueve verde amarillento y el diez amarilla dorado claro. Voy a un diccionario en busca de criterio respecto de si la sinestesia, al no ser común, es patología o privilegio y me encuentro con un inesperado tono entre inseguro, científico y algo petulante me informa de que se trata de una “percepción de una sensación en una parte por la aplicación del estímulo en otro punto”. Lo mejor es que añade que “procede del griego sinaithesis, simpatía, sentimiento común a varios”. Algo así como una merienda campestre y compartida al sol de una deliciosa atardecida.

miércoles, 29 de agosto de 2007

La ciudad,
una plazuela, y, en ella,
concentrando la nostalgia de algo que tal vez no haya existido nunca,
inundado de recuerdos de la luz,
mentido de espejos, ahora mismo opacos,
inmóvil,
hay un tiovivo abandonado.

Dicen que hace muchos, muchos años,
más allá de los límites
del más viejo de sus habitantes,
se celebraban ferias en esta ciudad,
llena de niños, entonces,
que se perseguían, gritando,
montados en los caballos polícromos
de los tiovivos.

No quedan niños
en la ciudad y por eso el tiovivo,
esperándolos,
se ha quedado dormido en la plazuela y si te acercas,
le oirás
respirar
un poco trabajosamente ya
porque el tiempo
no perdona a los viejos que recuerden.
Se habla de cambio climático y de memoria histórica. Dos conceptos polémicos en que es probable que debiésemos detenernos un poco más y seguir debatiendo, discutiendo, considerando. Me preocupa escuchar con qué ardor defienden que lo hay o que no –el cambio ése- los que apoyan una u otra postura al respecto. Tiene que haber alguien más digno de crédito, pero nos haría falta otro alguien que desbrozase el camino y nos lo indicara: mira, ése es el que más sabe acerca de esta cuestión. Mientras tanto, es el último que oyes el que te deja semiconvencido de que tiene razón. Después viene el otro y te muda de opinión, personalmente estoy convencido de que serán los humanos los que se vayan adaptando a unos cambios inexorables e inevitables, y que nuestra especie, a la vuelta de poco tiempo –poco desde una perspectiva histórica- será tan distinta que es posible y probable que si pudiésemos verla, no la reconoceríamos con perspectivas, medidas y la costumbre de hoy. La memoria histórica tiene una vertiente abismal, que consiste en abandonar la perspectiva general e irse a los casos concretos, mudando así la posibilidad de que sirviera para horrorizarnos del panorama general y así fuese útil recordar, por una ejercicio sistemático de recuperación de odios, rencores, al final espíritu de vendetta y anacrónica aplicación de los principios inspiradores de la ley del Talión. Me empeño en la convicción de que todos y cada uno tenemos una parte alícuota de la verdad, pero ninguno la verdad completa, y todos y cada uno una porción indivisa del error, pero ninguno el error completo. Y el secreto está en que nos soportemos así como somos, recíprocamente.

martes, 28 de agosto de 2007

Vagamos toda una vida,
entre un punto donde nuestro más antiguo recuerdo muere
y el inimaginable futuro de más lejos,
viajamos, con la ventanilla abierta
para tocar, adivinar
un paisaje que se nos escapa. Inventamos
la fotografía
como estímulo de la memoria, que
fracasa, múltiple, traramudeada,
siempre la misma fotografía, entre las páginas
del álbum que nadie hojeará hasta el siglo que viene,
sin saber ya quien fuimos,
cómo odiábamos
o amábamos
precisamente aquel día.
Han muerto un escritor y un futbolista, el primero autor de columnas de prensa inolvidables, el segundo puntal de defensa de un equipo en racha de ganar trofeos y campeonatos. Cuando se habla de un triunfador, nadie piensa en la posibilidad de que mueran, pero la muerte es una niveladora excepcional, que nos recuerda cada día en lo que nos parecemos los humanos, qué es lo que en realidad tenemos todos en la misma medida, que es la capacidad de nacer y de morir, o, por lo menos, de que nos nazcan y nos mueran. Nadie volverá a escribir aquellas columnas, ni a chutar lo mismo, defendiendo la portería de un equipo. Ambos dejan profuso recuerdo gráfico de sus andanzas, pero las fotografías, que el tiempo acaba por amarillear, difuminar y destruir, no son más que luces relampagueantes de momentos concretos de vidas completadas por una trazo cuyas vicisitudes únicamente los que la vivieron conocen, con sus alegrías y tristezas, sus certezas y sus incertidumbres. Cada vez que alguien muere, a quien conocemos sólo de referencia o por algunas de sus obras, comprobamos que el mundo, al día siguiente, sigue enfrascado en sus habituales digresiones, por ejemplo si hay o no cambio climático, si conviene o no admitir como inevitable la aldea global. Somos capaces de discutirlo todo, afirmar o negar categóricamente una cosa y su contraria con el mismo apasionamiento. Y sin embargo nos reafirmamos, orgullosos, en la condición de especie capaz de razonar. Lo que no está tan claro es en qué consiste eso de la razón y nuestra ilusionada y desilusionante capacidad de jugar con ella.
LUNES 27 DE AGOSTO DE 2007

Nadie, que yo sepa
ha sabido
pintar la niebla,
aire sutil del castillo
de la memoria,
que diferencia paisajes y recuerdos
mediante un semitono, sin color,
que modifica, sin embargo, todos
los de la luz,
su vigor de amanecida
o la tristeza
con que el día se queda, cada tarde,
dormido.
Supongo que ha de ser así, que la vida ha de hacerse como quien peregrina, anda que te andarás, buscando caminos, que lo peor es por el desierto o por un prado sin huellas, porque en la selva los caminos ya sueles estar abiertos, marcados y con las lianas cortadas a golpe enérgico de machete de aventurero. Hay quien los encuentra y quien no, por mucho que se desespere, que esto del vivir es caprichosamente caótico ya desde que naces y el mero hecho de caer de un lado o de otro del mundo o en una familia o en otra, condiciona y te ayuda o no a formar un carácter. Y no sabes lo que puede ser mejor, si crecer en un estado de necesidad que te obliga a ir afilando las armas de que vienes dotado desde bien pequeño, madurando en personalidad con las prisas de tener que luchar por cada cosa desde el umbral mismo de la niñez o haber nacido en ambiente donde ya te están cubriendo las necesidades antes de tenerlas, con lo que al final, dispusiste de los medios tan pronto y con tanta facilidad que como mucho lo que logras es convertirte en un teórico sin mínimos de inteligencia práctica. Tiene razón no sé quién que dice que hay hasta siete inteligencias posibles, o tal vez más, según añaden otros autores. Gracias o a pesar de lo cual, el asunto de vivir no es nunca lo rutinario que aparenta y bajo la sonrisa o la adusta cara de malos de muchos, hay torrentes caóticos de vida interior que desembocan en las ciencias y las artes, con estruendo de cataratas..

domingo, 26 de agosto de 2007

Zumba en mi torno el moscardón del recuerdo
de aquellos días,
¿tienes tú
los mismos
o tienes otros recuerdos?
Porque aún estando juntos
podría ser que hubiéramos vivido
en mundos
diferentes
y que recuerde yo el inolvidable revoloteo de tus manos,
pero tú
sólo mis palabras que se llevó el viento.
Y si nuestros recuerdos son distintos
es posible
que jamás
podamos reencontrarnos, por mucho que dure
la eternidad.
Hace muchos años, un entonces joven alcalde que conocí, a la vista de que cada delegado del gobierno, entonces gobernador civil de la provincia, hoy autonomía, de las primeras cosas que hacía al llegar era un “plan Oscos” para revitalizar aquella deprimida comarca, manifestaba que si, como uno de aquellos planes preconizaban, la administración abriese carreteras de acceso a los Oscos, para lo que servirían tales caminos sería para drenarlos demográficamente. Y en efecto, hicieron carreteras y la gente de allá arriba aprovechó para bajar mas deprisa de lo que ya lo venía haciendo. Es muy difícil remediar artificialmente lo que las circunstancias históricas tienden a modificar para bien o para mal. Ahora ha venido el señor presidente del gobierno nada menos a cerrar su veraneo en los Oscos y vaticino que, conmovido por el silencio y la soledad sonoros, encargará otro “plan”. Nihil novum sub sole, pero seguimos empeñados en desentendernos de la historia, o de las historias, de ambas, de la grande, general, y de la pequeña, particular de cada comarca y de cada aldea, con lo que, como si no hubiera nada antes y estuviésemos en la playa de un continente recién descubierto, reemprendemos cada error con el mismo entusiasmo que la primera vez. Con lo útil y eficaz que podría resultar que usásemos de las experiencias anteriores para dejar de ser la única especie que tropieza más de una vez en la misma piedra. Hace muchísimos años, cuentan que Diógenes respondió a la oferta real de ayuda con su “que no me quites el sol” tan conmovedor. Nos conmueven las frases que ponen de manifiesto sendos actos de desprendimiento, nobleza o ternura, pero el escalofrío espiritual que ocasionan suele ceder ante la oportunidad de enriquecerse de súbito que representa algo así como un atajo para dejer de tener que preocuparse, cuando eso de “contigo pan y cebolla”, por encontrar el pan, la cebolla y la lumbre nuestros de cada día.

sábado, 25 de agosto de 2007

Tengo un cesto de música para ti,
se me va
por entre los mimbres un chorro de notas,
espumoso
como champán.
Tengo un cesto de música, qué voy a hacer,
si esta tapada con flores y mañana,
si hoy lo digo, me dirán
que por qué hablo de flores, si están
ya muy gastados esos versos cursis
que dedicaron
a la rosa
los abuelos y a las niñas
color de rosa, pero qué voy a hacer si están
las notas,
y sobre cada una
ésta, la otra y aquella flor.
Curioso asunto el de esas ciencias que hablan de lo que no podrá comprobarse nunca y aprovechan, algunos, para decir osas tan en mi opinión pintorescas como eso de que acaban de descubrir el esqueleto relativamente bien conservado de un ciudadano del año catapún y ya han dicho que podría ser el primer agricultor de la historia del hombre. Tendría gracia, si no fuese tan disparatado. Y casi al mismo tiempo leo que otro ciudadano piensa que podrá “clonar” un dinosaurio a partir del huevo hallado bajo no sé qué hielos, de otro que vivió hace cientos de miles de años. Si inventan la historia reciente, qué no podrán hacer algunos inconscientes con la antropología y la teología. Toman una esquirla de hueso y escriben sobre ella una historia de amor, deseo, gozo, odio, aversión y tristeza, que son, dicen, las etapas de muchas relaciones humanas, hallan una pluma y describen un ángel con todo lujo de detalles, sin pararse a pensar que ni los aviones tendrían alas, si pudieran volar sin ellas.
También pretenden, asimismo leo, arrancar símbolos, derribar monumentos, desescribir, más que borrar, la ya bastante adulterada historia reciente. Vana pretensión anacrónica, cuando la película del pasado siglo XX, pasada y vista sin pasión, acredita que no se puede exterminar lo contradictorio, ni siquiera lo diferente. Tiene que haber alguien que piensa distinto de cada uno de nosotros y de cada uno de nuestros grupos. Aunque no sea más que para que nosotros sepamos qué es lo que pensamos y de qué estamos medianamente convencidos. Ni siquiera habría día, si no hubiese noche. Y aún entre el día y la noche, están los semitonos del ocaso y del amanecer, que son, pienso, momentos de indecisión, pero también creo que lujos del vivir, mitigados los excesos de la luz: esa locura de seguridades ficticias, y de la oscuridad, esa desazón del miedo.

viernes, 24 de agosto de 2007

Ocurre cualquier noche: te despiertas,
¿dónde estoy? En casa.
A cubierto.
Seguro.

Salvo que es de noche, la oscuridad
me arropa, me desvela,
colado, apenas entrevisto, ese rayo, un hilo apenas
de luz
de luna.

Salvo que tengo el gatomontés de la soledad
mordiéndome
la garganta.

¿Y si esto fuese morir, y si estuviese ahora mismo
muerto?

Recorre el reloj trotando
este vacío sideral que me dilata y convierte en Universo,
puedo
escuchar las máquinas del tiempo,
que hacen futuro sin cesar, escuchar la atronadora voz de la luz,
que se viene anunciando,
me ahoga,
se desata, no es más,
todavía,
que un ensayo.
Tal vez sea el penúltimo libro del verano. Lo tomé, sopesé e inicié expectante. Parece mentira –no diré su nombre- que su autor –hombre o mujer, tampoco diré- que había sido capaz de varias obras tan estimables que animaban a seleccionar ésta entre las compras de la librería, haya escrito bodrio como el que me aburre, sin el menor interés, la menor gracia e incluso usando palabras que parece que no sabe lo que habitualmente significan para cualquier lector en nuestro idioma. No sé que hacer, lo aseguro, si ser tan semiheroico y esforzarme en llegar hasta el final o si dejarme llevar por el impulso de tirar sin más a la papelera este desperdicio de papel y tiempo que tan impresentable e insoportable me parece. Creo que haré lo primero, Más que nada por fidelidad a mi convicción de que en cualquier escrito aparentemente despreciable, hay siempre algo: una palabra, una frase, una página, una hoja o un capítulo admirables. Si no digo nada antes de fin de mes, poneos, pónganse en lo peor.
JUEVES 23 DE AGOSTO

Nos ha sorprendido la luz
con este giro a luz de luna,
la mar con ese vago rugido que se adivina lejos,
cada ola
con un ribete, tal vez crin,
de espuma,
ese mohín
de olvido con que anuncias que todo ha terminado,
que mañana será otro día,
otro amor, otra
eternidad sin más límite
que el futuro.
Decía Rodrigo Caro que: “estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa …” Y del mismo modo se podría hoy, después del tumulto, el jolgorio y la alegría de la fiesta pasada por agua, decir en medio del campo de la romería, tornado barrizal, a fuerza de hollarlo el gentío. Pero ha vuelto a medias la calma, apretujan, sudorosos, los padres de familia las maletas, maletines, jamones, ristras de chorizos y bicicletas sobrantes del verano o sustraídos del hórreo familiar, y, predispuestos a emprender el regreso y la vuelta al curro y los pupitres, rezongan que a quién se le ocurre haber acumulado tantísimo recuerdo del verano ya semiolvidado con el pie puesto en el estribo y los amouriños y amoríos de la adolescencia familiar disueltos en el primero aliento indeciso del otoño, que, con la sorpresa, ha encrespado las olas de la mar. Indiferentes a todo ello, otros dos energúmenos, no sé si machos o hembras, salen hoy en el periódico protagonizando sendas barbaridades perpetradas a martillazos y puñaladas. Como si no hubiese habido verano. Alzamos la cabeza husmeando, como los perros, el olor diverso que dispersa el aire y reencontramos los viejos olores, un poco más rancios, como si en vez de diluirse, el tiempo los reconcentrara en los respectivos errores de que emanan. Queda por desollar el rabo de la vuelta a casa, las caravanas, los nervios, el cansancio. Supongo que una legión de ángeles se habrá puesto en camino, pertrechados de botes de paciencia y gepeeses para laicos, incredulos, agnósticos y ateos. Dios lleve a todos a sus respectivos hogares en paz.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Dicen que una tarde,
transcurrido que hubo su romería anual,
san Timoteo, obispo,
patrono festivo del verano
de la villa de Luarca, que es blanca y dormita
junto a la mar,
un día 22 de agosto, con el sol cerca del ocaso,
cansado, la luna,
nerviosa,
deseosa
de salir a bailar,
con los mosquitos
recién salidos del río,
pululando
en torno a los romeros, pinchó el báculo
en la tierra del soto
de la romería y dijo:
¡hoy se acaba el verano!
y desde entonces así ha sido,
cada año,
se pongan como se pongan las autoridades
de la Cofradía,
las de la Autonomía
o las municipales.
Hace entre ochenta y noventa años, los aborígenes de este lugar dieron en concebir una fiesta que prolongara su exiguo verano del norte e idearon san Timoteo, que justo hoy, día veintidós, se celebra. Lo que empezó por ser una romería campestre de la hora de la merienda, se fue convirtiendo en regocijo popular, inicialmente de un día, luego de la semana que viene desde el día quince, día de la Virgen de agosto, aquí del Rosario, en la cristiandad católica de la Asunción de Nuestra Señora, hasta hoy, toda una semana de charangas y cohetería, festivales gastronómicos y juegos florales, que culminan en procesión cívica, taraceada de bandas de música, bandines, requintos, charangas y agrupaciones de gaiteros, de gaiteras o mixtas, que va hasta el soto de la romería, celebra misa, saca al Santo, lo baila al son del “cumpleaños feliz”, lo pasea en procesión, lo vuelve a bailar, en el atrio de su capilla en medio de un soto, cantándole que “es un muchacho excelente” y se disemina a comer, beber, cantar, bailar, dormir y gastar en puestos de baratijas, avellanas torradas, comestibles, globos, donnicanores y chucherías hasta la anochecida, en que se agolpa de nuevo, se traslada hasta el pueblo, a eso de kilómetro y medio, y, al llegar, si aún queda valor, se chapuza en el río, justo al lado de las palmeras que intermedia del Ayuntamiento, en la plaza del cual, dos desaforadas agrupaciones musicales se turnarán hasta mañana por la mañana en un loco quebranto electrónicamente disparatado del silencio nocturno, A lo largo de estas ocho décadas largas, el evento se ha ido poblando de adornos característicos, a partir de un inicio consistente en repartir pan, chorizo, jamón y vino entre los romeros. El pan ha adquirido la forma de la letra inicial, la te, del nombre del Santo, el bollo se convirtió en bollo preñado y se acompañó de botella de vino, la gente acude provista de unos bastones pienso que oriundos de la vecina Galicia y hechos de cádava –aquí toxo- y pintados de rojo y amarillo, verde y azul en rayas entrecruzadas y vestida con una chambra de tratante de ganado –especie de chubasquero de cuello redondo, fruncida a la altura de los hombros, de manga ancha y larga, ajustada en el puño y cintura suelta -en el caso de los tratantes de color gris ratón- de variados y brillantes colores, lisos, rayados o a cuadros, según los grupos de amistades, las familias, las charangas y las peñas –la más antigua a cuadritos pequeños, azules y blancos-. Hay algunas tonadas y piezas musicales que a fuerza de repetirse año tras otro, se han hecho proverbiales, alguna habanera nostálgica, para cantar con lento y cadencioso balanceo en los momentos tristes de la celebración y se dispone de un himno descriptivo de la espiona dorsal del festejo, que empieza: “Día de san Timoteo, día del santo Patrón, despiertan a los vecinos a golpe de volador …”

martes, 21 de agosto de 2007

Hay una avanzadilla del otoño
diciendo en mi ventana un mensaje
hecho de lluvia y de caricias
del anuncio del viento.

Huele a lluvia,
me escalofría el viento,
cada año, desgastan la memoria
que se va quedando
como el viejo crucero, en un muñón
de granito abultado.

El otoño es la vejez de las personas y de las cosas,
el umbral
de la nieve que viene,
embozada de silencios.
A tal día como hoy, en mi pueblo, le llamaban la “víspora”, es decir, la víspera, algunos de los “confrades”, es decir, los cofrades de la “confradía”, es decir, la cofradía del santo patrón, que viene siendo, desde hace casi cien años, san Timoteo. San Timoteo, el obispo cuya fiesta se celebra el 22 de agosto, tiene acreditada una santa paciencia para con las irreverencias de los “confrades”, que le cantan, lo bailan y si llueve el día de la fiesta, desde echarle cubos de agua “pa que te fartes” –le dicen-, lo tienen amenazado de tirarlo al río, eso sí, pienso que bien sujeto por una maroma de atoar, porque a nadie gustaría que como al bonete del cura de la canción autóctona, se lo llevase la corriente. La víspera es una antesala de la fiesta que en cualquier caso y antes de cualquier fiesta, me ha proporcionado a mí siempre mayor deleite. Y es que el día antes, cuando te anticipas lo que vas a disfrutar al siguiente, con frecuencia te imaginas días más radiantes de lo que suelen resultar las fiestas mismas, atadas como permanecen al noray de la realidad, que casi siempre defrauda los infundados optimismos de la víspera. Esa fiesta inolvidable, que la imaginación previene colmada de maravillas. Ya creo que no queda nadie que recuerde por qué ya en el siglo XX, se inventó esto, sin precedentes, de festejar como santo patrón a san Timoteo obispo. Todo, se dice, empezó con una merendola campestre y resultona, que se volvió a celebrar al año siguiente, y luego, ya sin interrupción, cada año con mayor gentío, que obligó a fundar cofradía y adquirir un soto en que se canta, se baila, se come y se bebe hasta que los mosquitos del atardecer del río vecino, empujan al vecindario y turistas de vuelta. En eso estamos y estaremos, Dios mediante, hoy y mañana. El menú habitual está compuesto, como base, por empanadas de variado relleno, que va desde el pollo hasta el bonito, pasando por sardinas y carne, hasta el laterío, los filetes empanados y la gloriosa tortilla de patata. Al lado, mucho vino y bastante sidra. Cada año más, en comarca que antes no la solía consumir en cantidad apreciable.

lunes, 20 de agosto de 2007

Sale la procesión de la esperanza, cada tarde,
con el sol rozando el misterio del horizonte,
todo un mar
de inesperados tonos naranja y verdes, azulpálidos,
blancoscuros, pasa entre la semisombra de la niebla,
del recuerdo de la mantilla que llevaste
en la procesión
de la sacramental. Tocaba el campanero
su repique de campanas de fiesta.
Tropeles de chovas excitadas,
disfrazadas de pensamientos de la torre,
de parpadeos
de la espadaña,
que huelen a musgo viejo a ensoñamientos
de cigüeña.
Sale y no queda en el pueblo nadie para verla,
ni ha llegado siquiera un turista
con su cámara compacta de siete píxeles, último modelo. Sale
y no es más
que un lento vagar de sombras apenas insinuadas
por la noche del tiempo
ahora solo, convertido
en eco insoportable del silencio.
Ocurre a veces como a mí hoy, que he iniciado un texto con pretensiones de poético parta recitar con luna composición musical de mi tío abuelo y me ha salido diferente de cómo lo tenía concebido. Pasa, creo, con los personajes de las novelas, que, desesperantes, cuando los has creado, reaccionan de manera distinta, incontrolada, de tal modo que complican lo que su autor tenía concebido y la novela toma por derroteros y adquiere ritmos inesperados, tan inimaginables que su autor, aislado, solo, se siente perdido como si se le hubiera roto el timón de lo que tanto le había costado pensar. Supongo que si se roza la inspiración ha de ser así, igual que esos investigadores que confiesan que fue buscando otra cosa cuando realizaron el hallazgo de la que les proporcionó un éxito mayor o menor, pero desde luego inimaginable desde la perspectiva del comino y la búsqueda que habían emprendido. Tal vez parecido a los hijos, cuando los soñabas así son andando, por más que siempre se les quiera igual aunque te hayan resultado tan sorprendentemente distintos.

domingo, 19 de agosto de 2007

Toda una multitud
va por entre los negros emigrantes, que venden bolsos, películas y relojes,
busca que te buscarás, sin mirarnos
ni a los vendedores ni al resto del torrente, la masa
humana, casi indescifrable,
que vamos entrechocándonos, se adivina que sin rumbo
por entre el aire espeso de calor de agosto,
que es como mermelada de luz.
Hay un techo de palabras,
dichas,
algunas,
e idiomas desconocidos, tal vez mensajes secretos de amor
o de odio,
que se entrechocan y resulta esta calle llena de gente,
dividida
en cientos de personas, cada una enfrascada en su búsqueda de lo imposible,
cada una agotando
esta pausa
del verano,
que ya no sabe como romper, ensamblar, aprovechar, perder,
para que sea un poco más
de sensación de libertad agobiada,
de haber huido del otoño que viene.
Domingos como alfombras raídas entre el polvo sin aspirar de nunca. Decían mida de alba, en latín, que iba deletreando como un niño sus primeros cuentos de hadas y lo único el evangelio, que primero leía y después comentaba elocuente el celebrante, pero después el Colegio se quedaba semivacío y nos quedábamos soñando en el patio con vocación frustrada de jardín, en cualquier banco de madera, porque teníamos la vida por delante y todavía podíamos hacer y acontecer, para sorpresa de un mundo atónito. No os permitiremos, nos habían dicho, que se pierda ni una sola gota de vuestras posibilidades de mejorar el mundo, la sociedad, la esquina esta del universo y quién sabe si sus alrededores. De momento era domingo y no cabía más plan que el de soñar a lo largo de la tarde o ir a sumergirse en las páginas insondables de los libros, hasta perderse en el bosque de la curiosidad o en la selva de la fantasía. Una de aquellas tardes estuve por primera vez, sin estar, claro, en Siena, de la mano de Charles Morgan, acompañando a Sparkembroke en su denodada batalla con vida y sentimientos, palpando casi las piedras milenarias de la hermosa ciudad de la Toscaza, leyendo trabajosamente las desgastadas inscripciones de sus piedras. Atónito o embelesado, según. Años después me dijeron que Morgan escribía espuma de literatura. Es cierto. Apenas resultaba posible leerlo con los jirones de la adolescencia sin acabar de desprenderse. Domingo, como hoy. Con el resto de los libros alineados, esperando el bullicio de la semana, las clases, la vida fluyendo desde un abundante futuro al parecer inagotable.

sábado, 18 de agosto de 2007

Viene con el tramo último del verano,
de pronto, este inesperado frío,
que hoy se ha posado en tu mejilla y parece
que te hubiese ruborizado en mitad del gesto,
de nuevo eres niña, alguien se ha referido a ti, como te toca este aire helado
y has detenido el gesto, sorprendida,
sin saber aún que hay invierno, pero intuyéndolo
con un vago temor,
acabas de saber
que cuanto nos rodea, que la vida misma
puede acabar la tarde
siendo una indecisa voluta, nadie sabe si de humo o de recuerdo
indeciso,
que podría ser de un día radiante
o de un sueño soñado en otro sueño.
Es posible dormir dentro de un sueño, como lo es reflejarse indefinidamente en una serie de espejos resultante de colocar uno enfrente de otro y colocarse en medio. De hecho, cualquiera de nosotros ha experimentado, supongo, la sensación de irse despertando uno por uno desde el sueño más profundo, como si fuese llegando desde un país lejano a través de otros por que de modo sucesivo pasa la carretera como un camino de peregrinación o de regreso de ella. Y así es posible viajar sin salir de casa hasta muy lejos, según la imaginación de cada cual, que se va estirando y haciendo más capaz a partir de sucesivos viajes o de una lectura apasionada de muchos libros, cada uno de los cuales aporta un dato suficiente para dar un paso por otro mundo o para atravesarlo.

Es agosto y hay a mi alrededor toda una multitud que va de paso. A veces, esta mañana por ejemplo, se destaca aquel o aquella que se acerca y pregunta dónde se puede comer. No sé cómo es posible estar lejos de casa, en lugar desconocido y preguntar dónde se puede comer. Con lo divertido que puede resultar explorar por ti mismo el entorno, cuando tienes hambre mientras estás de viaje, descubrir un rincón e investigar, a veces, hay que reconocerlo, con desastrosos resultados que también, a la hora de recordar y a partir de dos o tres fotografías que siempre me llevo de cualquier lugar ahora que las cámaras pueden ir en cualquier bolsillo como antes se llevaba un pañuelo, puede más tarde recordarse la catástrofe de un plato de carne de goma o de unas legumbres flotando en agua sucia que con tanta misericordia alabamos a la buena mujer que puso su empeño en que comiéramos bien y lo único aquel bollo de pan inolvidable, recién hecho en casa, como una frase acertada que se encuentra al pasar por un insoportable libro de algún chapucero o alguna de esas chapuceras que ahora escriben con el mismo entusiasmo con que otros pintan y llaman al horrendo resultado un cuadro o hasta componen con la ayuda de una de esas máquinas que ahora se fabrican y arropan cualquier ruido imaginable.

viernes, 17 de agosto de 2007

Ocurre a veces.
Todo lo que importa está en una palabra
e una sílaba sola:
si
o
no.
de que en la imaginación
da la impresión que depende todo el futuro que nos quede.
Nunca es cierto, pero en ese momento,
en que además la palabra alternativa depende
de otra persona apenas conocida
dicen que suele ser lo más parecido a la eternidad que se conoce.
¿Fue Anaximandro el que dijo que todo es aire? Pienso que sí. ¿Qué clase de fiebre y por qué justo dio a lo largo de siglos a muchos griegos? Tal vez la falta de libros, de televisión, de cine, de teléfonos móviles y mensajes SMS para ganar los seis mil euros de cada partido. Disponemos de demasiadas cosas, se nos dispersa la atención, no damos abasto y venga de sonar el telefonino portátil, que aún, menos mal, tiene zonas de sombra a que llaman espacios sin cobertura las millonarias empresas de comunicaciones. Comunicar, promover construcciones y jugar al fútbol compiten con éxito ahora a los privilegiados detentadores del dinero de hasta hace poco. Y de todo ello, lo más difícil es jugar al fútbol, cosa que exige por lo menos esfuerzo y riesgo de la integridad personal. Todavía se acuerdan las matriarcas supervivientes, que son muchas, de aquellos consejos que daban a las muchachas núbiles, en peligro de enamorarse, puro amor, como en las novelas que llamaban rosa, sin darse cuenta de que el porvenir estaba en los Registradores de la Propiedad, loa Notarios, los Farmacéuticos y los Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Que eso de “contigo pan y cebolla” no ha funcionado nunca más allá de la luna de miel, donde empezaba la de hiel, a partir del primer roce de caracteres, si uno no se doblaba para no volver ya a poder enderezarse. “Donde no hay harina, todo es mohína” –aseguraban las tías abuelas alzando el índice, mientras a la muchacha, ruborosa, se le ahogaba en flor aquel amor primero de que dicen los gallegos que “os amouriños primeiros, son muy malos de olvidar”. “Es mi puerta de escape a un mundo en que no puede alcanzarme nadie”
–decías-, “un lugar de refugio sobre que edificar un sueño que me permite soportar ese otro mundo real, equivocado e inexorable.

jueves, 16 de agosto de 2007

Un balón, el campo, cientos de miles de espectadores,
cada mucho, si acaso, el premio
de un gol.
El aullido, primero, en seguida el clamos
de un gol,
manchado de sudor, risas, himnos,
empapado de ilusión, que otro gol marchita
con la otra mitad, ahora, de espectadores
enardecidos.
Y así una vez tras otra,
menos cuando no hay gol y es tiempo de silencio,
que aprovecha una voz sola,
nítida,
sin ecos,
para llamarle al árbitro lo que usted se imagina.
Los intelectuales están mal vistos, parece, desde casi todos los puntos de vista. Inquietan a sus propios semejantes, los demás intelectuales, que, de modo alternativo, o los desprecian o los envidian. Les cuesta grandes esfuerzos formar equipos de iguales, porque lo cierto suele ser que cada uno se considera posible maestro de los demás. A los políticos los preocupan, cualquiera que sea el lugar del abanico que ocupe el político de que se trate. Estorba a cualquier político, pragmático por naturaleza, el estado mental de duda que habitualmente sufre el intelectual, si lo es de veras, o finge sufrir si asimismo simula sin serlo condición de intelectual. Molesta a los pobres y a los ricos porque cualquier intelectual parece lo contrario de lo que cada uno de ellos es. Pero lo más curioso del caso es que a todos gustaría disfrutar de la condición de intelectual que cada uno critica por su particular motivo. Desespera a muchos la evidencia de que cada intelectual disfruta –hay quien dice que sufre- de un tesoro que no puede serle arrebatado ni por ladrones ni por revolucionarios. Tal vez el único de que puede cualquiera fingir que tiene, pero que para disponer de él de verdad hacen falta años de esfuerzo, dedicación, capacidad y hasta suerte.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Ya no juegan los niños
como jugaban, ocupando la calle con su alegría.
Ahora, la calle la ocupan los coches
con insolencia metálica,
los coches, por desgracia,
ni son alegres ni saben jugar a la peonza,
saltar a la comba, ni cantar romances
como aquellas niñas, que se lamentaban incansables
de que mambrú se hubiese ido a la guerra
o de que Alfonso XII fuese triste de sí
porque había muerto,
cuatro duques llevaban su cadáver
por las calles
de Madrid,
la reina Mercedes.
Y si no hay pájaros –sólo hermosas,
engañosas,
gaviotas,
carroñeras y palomas rastreras,
casi todas cojas,
¿Cómo va a poder seguir rodando,
funcionando,
el mundo?
Siente a veces el hombre, yo siento, que voy atravesando la parte oscura de la noche. No llevo luz afuera. No llevo más luz que la invisible de esas brasas de esperanza enfervorizada que me arden en medio del lugar donde se siente, cualquiera que sea, ese misterioso centro de que emanan unas veces órdenes de comportarse, comportarme con ternura, otras de que abandone toda dignidad y tras de obrar sepa, sin humildad, que ni siquiera humano fui, hace apenas un instante, porque entre el yin y el yang no hay siquiera una frágil membrana y se pasa de un estado, de un ser a otro ser, sin notar más que en el zurrón de la vergüenza lo ocurrido. Aprendo al decirlo y sé ahora que para existir he de aprender también que el hombre tiene que pactar consigo mismo el difícil equilibrio hacia dentro que tiene que pactar hacia fuera para convivir con los demás. Es decir, que no basta, para estar vivo y seguir viviendo, aprender a convivir con los de fuera, sino que también ha de aprenderse con las diversas facetas de uno mismo, que constituyen el todo del ser humano. ¿Habré dado otro paso hacia la verdad o será éste otro de los espejismos de la travesía de nuestro desierto?

martes, 14 de agosto de 2007

Hay dos amores,
el tuyo y el mío. Si coincidieran
habría fiesta, con gaitas
del otro lado del río,
que es donde cantan
para encenderme nostalgias.

Para encenderme nostalgias
te inventé cuando era niño.

El aprendiz de poeta,
cuando niño,
niño dos veces, una con el corazón
la otra con la cabeza,
llena de amor.

Llena de amor la cabeza,
que no sabe de aún del terrible
agobio obsesivo del deseo, el frenesí
de la carne encendida, ese afán
de completarse, de complementarse, de tener
por lo menos
un hijo,
que justifique haber nacido, ser parte
de humanidad en camino.
Nunca entendió por qué alrededor de todos los festejos había un constante explotar de cohetes de extraordinaria violencia, el eco de cuyo sonido se iba repitiendo una y otra vez desde el valle que nos incluía. Tal vez recuerdo de cada frenética huída de los piratas, los corsarios y los vikingos primero, cuando todavía no se inventaran los piratas y ellos ya lo eran, se echaban a la mar con aquellos frágiles navíos y bajaban del norte en busca de mujeres, niños, joyas y metales preciosos, armas y cacharros, cerveza y sal. Desde que nos llegó noticia de la invención de la pólvora y lograron nuestros ancestros, primero muestras y después fabricarla, seguro que la usaron para resistir entre los pedruscos y matorrales de la costa el empuje de los ladrones surgidos de la niebla, que llegaban, robaban, incendiaban, se iban y dejaban leyendas y mestizos para acreditar que algunas tenían un fondo de verdad.
O puede que nada más sea cosa de que el ruido nos enardece, exalta, anima, al final, emborracha o sirve para acentuar la borrachera que ya teníamos del vino viejo y la sidra reciente. Campanas, cohetes y gaitas, ensamblados, taraceados, confundidos, son el territorio de una romería cualquiera, convocan al gentío, lo sacuden, lo intercomunican primero, lo disparatan y al final se ha convertido en masa imprevisible, mimética y gregaria, propicia a la estampida o la revolución.

lunes, 13 de agosto de 2007

Van, se advierte en seguida,
tascando el freno de su juventud, deseando
aprender a soñar los sueños más antiguos
¡tan nuevos para ellos!
Van con prisa, no saben,
ninguno
supimos
jamás,
que la vida hay que vivirla muy despacio
para que no se escurra entre los dedos
y un día
te encuentres
con que pasó y nos sabes cómo, ni cómo pudo ocurrir
que se acabase aquel amor
que parecía eterno.
Baja el agua del río despacio, cansada, a mediados casi, de agosto, con el gremio marinero preparado para celebrar sus fiestas de nuestra Señora del Rosario, que aquí festejan el 15 de agosto, que llaman en el resto del mundo el Día de la Virgen, porque es, creo, la Asunción. Han puesto banderas en algunos balcones, unas de España, otras del Concejo, unas pocas de la Autonomía. La Autonomía, en Asturias, se llama Principado de Asturias, y tenemos la Fundación Príncipe de Asturias y el Regimiento del Príncipe. Ya éramos –hay quien dice- esperanza de España –que los príncipes son la esperanza de los reinos, como los niños lo son de las familias- desde antes de lo de Covadonga, haya sido batalla o escaramuza, por donde empezó lo de reconstruirnos como avanzadilla de la cristiandad de Occidente. Lo que ocurre, según algunos aseguran y parece verosímil, es que por aquel entonces la cultura irradiaba desde el Califato de Córdoba y los restablecedores de la cultura cristiana se alimentaron para lograr el Renacimiento de lo que habían hurgado Maimónides, Avicena y sus correligionarios en la antigüedad romano helenística. Cuando lo de Covadonga no éramos Principado. Lo que ya éramos, supongo, un grupo de huraños montañeses que en seguida pusieron su frontera en el río Duero, que es una delicia bajar recorriendo hasta llegar a Oporto, me gusta mirar Oporto desde el altozano que está allí preparado para ver como se amansa, robusto, poderoso, el río, vuelto ría y recorrido del recuerdo de las barcazas del vino. El aire de Portugal, en Oporto y Coimbra, está hecho de oxigeno, hidrógeno, gases nobles y demás, pero todo impregnado de una saudade antigua, insaciable, en que se mecen los sueños del viajero que pasa y sabe cómo va a sonar el fado antes de que se lo canten.

domingo, 12 de agosto de 2007

El sol se ha parado a mirar,
con su ojo único, brillante, de cíclope cansado,
el espectáculo de la playa.
No dice nada, tiende
sus dedos largos y va comprobando,
la textura
de cada piel a su alcance, acaricia
con esa brutal falta de paciencia suya
los ojos blandos, las manos inertes,
refleja, sobre la mar, el cabrilleo
de una sonrisa
y la mar le devuelve una imagen rota,
pulverizada, envuelta
en el papel de regalo de la espuma.
De pronto, ha recordado que debe irse, empieza
a escribir con sombras larguísimas
el anuncio de la noche que viene
¿tendrá miedo el sol
de la noche?
¿mantendrá por eso encendido
su fuego?
Los perros de ojos tristes me conmueven. Y no me digáis que no hay perros de ojos tristes o que los perros carecen de expresión. Lo dicen sólo los que jamás han tenido un perro suyo o un perro amigo o un perro vecino. Los perros tienen expresiones de alegría, de tristeza y hasta de desesperación y de ira terrible. Cuando rugen y enseñan los dientes con esa ira terrible, mejor no estar porque un perro corre por lo general más que cualquiera de nosotros.

Empiezo hoy así mi turno del domingo porque he visto, al venir con el mío de comprar los periódicos dominicales y el pan, un perro encerrado en un automóvil que sospecho pasó la noche sólo y estaba triste sin remedio. El mío ladró desafiante primero, después amistoso. El, en silencio, el perro encerrado, nos miraba con un aire entre esperanzado y triste.

Ya he dicho que es domingo, Los periódicos del domingo vienen ahora cargados de fascículos, vasos, discos de películas y muchísimo papel lleno de infinidad de anuncios que hacen propaganda de las cosas y las prestaciones más inesperadas. Tres periódicos de domingo hacen casi un tomo de novela no demasiado larga y pesan casi como aquellos diccionarios de latín que nos ayudaron a desentrañar los escritos de César y de Salustio, las catilinarias y hasta enfrentarnos con Ovidio y Virgilio. Ahí dábamos la pez. Ahora, en verano, en plenas vacaciones, políticos y aficionados a la filosofía cara y a la barata, cuentan y no acaban de sus peculiares puntos de vista sobre cosas y conceptos. Es divertido porque algunos dicen lo que piensan sin pensar, valga la paradoja, y el resultado es conmovedor.
SABADO 11 DE AGOSTO

Es un festival de carne morena,
provocativa,
provocadora,
han salido de caza, las mozas,
amazonas,
y observo, desde la esquina de mi antojana,
a los mozos asombrados, que las miran,
las admiran,
con temor, no sabían,
lo que podría ocurrir, está ocurriendo,
el día que, rota la crisálida,
en vez de mariposas,
tímidas,
efímeras
como las rosas de cada jardín, apareciesen,
desafiantes, enamoradas,
deseosas
de amor,
mantis religiosas.
La costa se ha abarrotado de gente que ha venido a contemplar cómo planea el verano sobre la mar. Hay de todo: personas de todas las edades se agolpan, rodean cualquier apariencia de espectáculo, se paran a escuchar, echan monedas en la caja del violín del músico ambulante, las ponen en el gorro del mimo, rodean los carromatos de estos modernos feriantes con tan poca apariencia de Tigre Juan, con unos puestos que huelen, a veces, a incienso o sabe Dios qué, de olor amargo. Una mujer reseca, adusta, desabrida, despacha trozos de empanada grasienta, bollos escasamente preñados de chorizo reseco y panecillos tiernos, que casi alimentan con el tentador aroma. La mayoría de la gente vagabundea con los hijos más pequeños al hombro. Asombra la estatura de las mujeres jóvenes, fornidas, deportivas, algunas semidesnudas sin que so importe ni siquiera ya a los viejos verdes, que antes tenían que poblar las primeras filas de cualquier teatro de revista para entrever lo que ahora se luce con el mayor desparpajo. Recuerdo de alguna de mis tías abuelas, que murieron con más de cien años a cuestas, y ellas, que llevaron aquellos faldamentos que si acaso dejaban asomar en ocasiones un tobillo provocador y miriñaque y todavía llegaron al bikini y la minifalda, que tuvieron tiempo de mirar con aquellos ojos de agua quieta que alguna de ellas tuvo, abiertos de asombro. Modas y costumbres corren, cambian, mudan ahora con la rapidez que ha adquirido la bola del mundo al hacerse más chica, casi manejable para una tecnología que se nos ha escapado, pienso, a los humanos, de control, Ya no podríamos, aunque quisiéramos, cambiar el ritmo con que nuestro territorio, el planeta, está indudablemente cambiando. Estoy convencido de que la humanidad va a sobrevivir, lo que no sé es lo que le costará ser todo lo mutante que le será necesario para adaptarse ella a unas nuevas condiciones de vida en que tal vez se llegue a respirar y comer cosas muy distintas de estas de ahora, que envenenamos, al parecer, sin cesar, los unos para que sean como fueron y los otros para cambiarlas y adaptarlas a los gustos de esta multitud que corre con tanta prisa en busca de sí misma.

viernes, 10 de agosto de 2007

Pasa zumbando, supongo que el verano,
como un rey mago, el cuarto, que recorre sus dominios,
atiende a cuantos llegan pidiéndole asilo, sol, mar,
un amor, si puede ser, eterno
que dure por lo menos el verano,
su mayor parte
o por lo menos una tarde loca,
o tal vez una de esas apacibles,
que podríamos habernos encontrado, hace tantos años
y meternos ambos en la burbuja de tu sueño reciente,
contarnos
las eternas mentiras, inventar nuestro beso,
pero no, eso no ocurre ya ahora,
hay demasiados automóviles por todas partes.
Se ha ido un tercio de agosto, la tercera parte del sueño de alrededor de dos terceras partes de currantes de los más diversos tipos, en vacaciones. Artistas, comerciantes, artesanos, estudiantes, maestros, negociantes. En verano –me dice un sudoroso camarero, ya sudoroso a las nueve menos cuarto de la mañana- no trabajamos más que los toreros y nosotros. Una exageración. Aquí, en la costa, durante todo el verano, hay mucha gente que trabaja para que sean posibles las vacaciones de este inmenso tropel que absorbe y dispersa a la gente de los pueblos. ¿Tú ves? Cada vez vienen más. Y ancianos y niños vienen rodeados de solícitas mozas ecuatorianas, peruanas, bolivianas, brasileñas. Vuelven los nietos de nuestros emigrantes y se traen la familia criolla, mestiza, deslumbrada porque ahora están regresando al lugar de las saudades todas de los bisabuelos y los tatarabuelos, redescubriendo los lugares de que habían oído hablar, cuando niños, si acaso. Algunos preguntan, otros callan su asombro. Casi todos traen versiones equivocadas, noveladas, mentidas, queriendo o sin querer, por emigrantes, exiliados, huidos y viajeros. España es un país cuya historia ha sido muy novelada, quizá el que más, por una multitud de gentes que se fueron, cada cual con su versión, cada uno historiador aficionado, contando su viñeta como si fuese el libro completo de esta vieja Iberia de tantas aventuras, desengaños, experiencias, atrocidades, alegrías y amarguras. Si no la más, una de las tres naciones más aguerridas, violentas, desmedidas, heroicas y heridas de la desmedida Europa de los disparates, las exageraciones y las catástrofes. Lo malo es que vienen y entre ellos y nosotros, todos somos culpables de que se agrupen y nos agrupemos como cuando las famosas tres culturas nos dividían cada ciudad en los tres tercios divisos. Solo que ahora no somos tres, sino muchas culturas, algunas ya con su barrio, por si eran pocos aquellos en que se concentraban ya los peculiares por diversas razones. Leo y me desternillo de risa que alguien dice que ha bajado el índice de precios al consumo alrededor de siete décimas. Habrá bajado el índice, porque lo que es, los precios deben viajar por cuanta propia, lejos de donde se computan los famosos índices y en sentido contrario.

jueves, 9 de agosto de 2007

El tiempo, que no es nada,
se sueña a sí mismo y eso es el futuro,
que amanece,
cada día,
sudando amor por el esfuerzo. ¿Habrá quien diga
que es poco amor la luz,
que enciende y tiende el sol, cada mañana,
recién nacido?

Pasa sobre la tierra, la acaricia,
nos recobra y recuenta. Si no hubieres amor
en todos los intersticios y recovecos, en la imaginación
que mantiene
el universo, ¿cómo podríamos
reencontrarnos todos
cada mañana,
perdidos como anduvimos la noche entera
en la profundidad de lo oscuro, unos,
otros en el sueño?

Sin amor no habría
ni siquiera nada,
ni la soledad,
ni la textura mínima
del silencio, que está hecho de palabras calladas,
palabras que no habría.
Eso que sueñan y llaman los científicos
el vacío.
Una sensación de caer
que no sentiría nadie.
Decíanlo la abuela y sus contemporáneas: “en agosto, frío en el rostro”. Y este año, para cumplir con el refranero, a estos principios de agosto, ya caen de mañana heladas, que, si has de salir a la calle, más vale que te abrigues y no sólo el rostro, que viene un airecillo de la mar, de la punta del nordeste, que se entremete por las holguras de la ropa y te enfría en cuanto que te descuidas.

Apenas empezado agosto, sin que haya transcurrido ni la primera decena, hoy, nueve, que cumplo yo años y ya son una pila, que, a ratos cada vez más largos, va pesando sobre todo donde los huesos se articulan y te advierten de que hay que ir moderando el ritmo. “Amodera, nin –decía por su embudo el patrón pesquero a su maquinista- que tamos entrando en la dársena.

En la mar es al revés que en la vida, donde, según el poeta, “nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar”. En la mar, que es vida aguas adentro, cada singladura acaba con el barco regresando y echando los cabos a tierra, para que los chavales, los grumetes, los amarren a cada noray, con los nudos tiernos, recién aprendidos.

Tal día como hoy, hace muchos, pero que muchos años, mi padre y mi madre se habrán preguntado a dónde iría a parar aquel trémulo copo reciente, de vida indecisa. Hoy les diría que a correr y mirar, pararse y leer, pensar a ratos, preguntarse y en tramo final, que es éste, llegar a la conclusión de que no hay respuestas ciertas para ninguna pregunta, y que la única con apariencia de realidad es que se nos ha puesto aquí, cualquier cosa que esto sea, para aprender que somos uno y a pesar de ello todos, y todos cuantos convivimos en lo que hemos dado en llamar espacio y tiempo, sin embargo, uno cada uno, y me atrevo a añadir que para que comprendamos que vivir es convivir y la única manera de lograrlo estriba en equilibrar nuestras convicciones, provisionales o no, con las de los demás. Se ha dicho a lo largo de la historia muchas veces por los poetas, por los filósofos, por los pensadores y por los santos de cuantas religiones se conocen, de un modo u otro, más o menos claro, expresivo o bello, a veces a trompicones, en ocasiones en secreto. Tal vez sea la única regla que nos queda: tenemos que vivir en la armonía con los demás que consista en que cuanto de bueno o malo que para ellos deseemos ha de ser lo mismo que deseemos para nosotros mismos.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Música. He puesto la música
de jazz,
que tiene siempre algo de primitiva
improvisación, de amor súbito,
como el que se enciende sin previo aviso para siempre,
¿te acuerdas?
por más que no dure
sino lo que suele, ese soplo numídico
con que entreví mis sueños en tus manos
y las llené de besos. Llévalos –te dije-
y vételos sorbiendo
cuando los necesites,
cuando
estés a punto de olvidarme, como si fuese un último
suspiro, el canto de cisne blanco,
-porque fue blanco, mantuvo el cuello erguido
y su reflejo en el agua-
que imaginamos juntos, cuando nos arropaba el silencio
a medida que fuimos agotando aquella inacabable cosecha
de hermosas
palabras
de amor.
He puesto la música
de jazz,
no se lo digas a nadie, ¿a quién importa?
nuestra música.
¿O fuimos nosotros los que le pertenecimos, sus notas
durante toda aquella eternidad
tan efímera?
El camino se desprende de la carretera como un vago pensamiento, una digresión inesperadamente atractiva, dobla en seguida, se convierte, estoy seguro, un poco más allá, en el camino de la tarde. Podría haber sido cualquier día –es hoy, sin embargo, pero podría haber sido otro- de cualquier mes de cualquier año, y podríamos haber coincidido. ¿Vamos? Podríamos haber trepado por aquel poco prometedor vericueto, sin destino aparente, en busca de nada, de la posibilidad de un paisaje, y, de no encontrarlo, podríamos fingirlo, describirlo, escribir que a la salida de un soto podría estar el valle aparentemente feliz, como lo son todos los valles a despecho de ser lo que en realidad son, otro lugar de crispada coexistencia de los humanos, de la inevitable confrontación de sus ambiciones, de amor, desamor y odio frenético. Pero hoy pudo habernos parecido diferente, esperanzador, con la casa de la solana, la de la galería, y abajo un espacio de hierba en parte sombreada de árboles amables, de chopos, de castaños, de robles, de fresnos, con niños jugando, como pensamientos, esos niños imaginarios, que nunca han estado enfermos en tus brazos, porque sólo los vimos con la imaginación, o sólo al pasar, sin pararnos a que nos dijesen alguna crueldad infantil o nos descubriesen sus miserias. Podríamos haber estado en nuestro estudio de pintores, nuestro cuarto de componer la música, tú y yo, que jamás sabremos pasar más allá de esa mudez que nos agobia como un desierto desconocido, un mar, más allá de las palabras. Y podríamos haber compuesto un cuadro genial, una pieza de música de jazz con muchos silencios, muchas sugerencias para quienes nos sucedan, pasen, nos recuerden, pese a no habernos conocidos. Se adivina que estuvieron aquí, y ¡quién pudiera quererse como ellos!, es decir, tú y yo, nos quisimos aquella tarde, ante aquel paisaje. Pos si acaso, para que les dure la ilusión, no les diremos que tampoco allí está el camino de regreso al paraíso. Mientras lo vayan averiguando por su cuenta, a ellos también les durará una eternidad.

lunes, 6 de agosto de 2007

Dias como hoy, fuera del tiempo
en que la lluvia te remete
junto a la estufa, apagada porque es verano, hace calor
y una humedad espesa
de desencantos.

-Oiga –me dice- y aquí, cuando llueve,
así,
como hoy …

-No tenemos nada
más que la mar,
el sol,
la playa.

¿Y cuando no están, cuando los tapa
esta niebla
que es como una ría de tristeza
sin riberas?

-Para esos días
solo
tenemos
los recuerdos.
La gente apenas lleva unos escasos andrajos, con marca o no –si con marca carísimos, pese a estar rotos y aparentemente ajados, cuando sin marca, aproximadamente iguales, per mucho más baratos-. La gente, ahora que es verano, ha perdido el sentido de la orientación estética. Desnuda sin contemplaciones carnazas desbordantes, delgadeces esqueléticas, nubilidades en flor y fruto, secas cepas de viña retorcidas, asimismo se ha perdido la vergüenza, junto con el escaso pudor imprescindible para taparse poco más que los órganos reproductores de la especie, que, a este paso, auguro se exhibirán en breve, no sé si para bien o para mal. De momento, hay ocasiones en que, sin mirar, ya se entrevén involuntariamente. La cuestión no me parece importante, si no es desde el punto de vista estético. Porque lo cierto es que somos muchos más los feos que los guapos y los excesivamente gordos o delgados que los que mantienen, sobre todo ellas en mucho mayor número, ese admirable formato que constituye una delicia para los sentidos, de modo que la playa desde hace tiempo y la calle desde hace menos, se han ido convirtiendo en un desfile de contramodelos, algunos crudos y muchos semicocidos en su propia salsa y tan enrojecidos que da pena pensar lo que les van a escocer esta noche, por mucha crema que se pongan para mitigar el picor. Menos mal que hoy llueve y afloja los tornillos de esas temperaturas que calcinaban el sur. Hay un ir y venir desorientado, a la hora de playa, bajo la lluvia y se frotan las manos los hosteleros, con las terrazas y los bares llenos de personas desesperanzadas, que miran llover con esa resignación especial de las vacaciones, que tiene su pizca de ira contenida y de desencanto. En una esquina del parque, un rapacín se ve que se asusta, con la moza agarrada a él, se ve que siendo ella la que prácticamente se lo come de un beso copiado de alguna película entresoñada con frecuencia. De pronto, todo cesa, él mira asustado, procupado, a su alrededor, ella lo mira a él como proponiendo repetir. La toma de la mano y se la lleva, él huye de la gente, ella no sabe, en este preciso momento, que hay gente a su alrededor. ¿Qué miras? –me preguntan-. La vida que pasa –contesto- a trancas y barrancas, como siempre.
DOMINGO 5 DE AGOSTO

Nada va como el tiempo,
que para eso es como es,
sin forma ni sustancia, lo más parecido a un tropel
de ángeles,
a un soplo del viento,
a la luz de la luna –si eres triste-
o al arco iris –si alegre-,
nada se recorre a sí mismo como el tiempo,
que pasa y se acaba
y ya está empezando de nuevo
hasta nadie sabe cómo,
nadie sabe cuándo
que se acabará como si nunca hubiera existido
como cada noche,
cada día,
cada pensamiento.
Cerrar otro libro. Había hace poco en una revista un viejecito dibujado entre muchos libros, tal vez casi todos, en medio de una estancia circular con más libros, inmensa, una gigantesca torre cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, millares de millones, la más colosal biblioteca imaginable. Y en medio, abajo, sentado en una mesa, con su libro se veía que recién cerrado, apoyado un codo y en la cabeza en la mano, meditabundo, un viejecito de larga barba blanca, melena blanca, inmensos ojos soñadores. Y ahora –decía- que los he leído todos, ¿qué?

Bueno, pues yo acabo de cerrar otro libro. Ya tengo uno nuevo, pero he de esperar a que en la imaginación, se me duerman los personajes del anterior, para empezar a leer este nuevo. A mí no hay miedo que se me acaben los libros. Tengo un rimero ahí, esperando, al alcance de la mano, y muchos más para releer, en varias habitaciones. Todos tan tentadores, que a veces me quedo perplejo, sin acabar por decidirme por cual. Me acuerdo de las páginas de Italo Calvino cuando habla de por qué leer los clásicos. Allí creo recordar que es él mismo el que dice que cada uno tenemos nuestros clásicos, sobre todo esta casta a que pertenezco de los lectores empedernidos. Hace muchos años, un librero en agraz, por cierto ya muerto antes de lograr ser librero, cosa que es un arte, me decía que por qué tanto leer, tanto leer, que cuándo iba a escribir algo. Ahora ya tengo algo escrito. Claro que nunca seré clásico de nadie, pero cada uno llega hasta donde puede.

sábado, 4 de agosto de 2007

Tu mano, al moverse para completar cada frase
tiene calidades de vuelo de pájaro,
de palabra musical, que, combinada con otras
dice en el idioma de la música
lo que nadie podría nunca decir con palabras.

Por eso estuve a punto
de extender mi mano hacia la tuya, intentar
tener tu mano en mis manos, me detuve a tiempo,
perdería tu mano nada menos
que esa libertad con que se mueve, vuela, dice.

Si hubiese logrado coger tu mano con las mías,
no tendría hoy
el recuerdo
de tus manos diciéndome tantas cosas
como logramos compartir
y total para nada
más que tener ahora
esta vaga ilusión en mi mano
como un pájaro muerto.
Durante todo el día, el sol ha recorrido el pueblín pienso que buscando un rincón donde dormir. El sol es viejo, dicen. Más que la tierra incluso. E insisten en que es el mismo, contra mi convicción personal de que cada día, un sol, cuando se pone, va a caer y morir al cementerio de los soles, algo así como el cementerio de los elefantes de las películas de aventuras, pero sin duda mayor. Y si el sol es tan viejo y es el mismo, tiene que cansarse, alo largo de todo un largo día de verano de recorrer el mundo, dejarse caer por las laderas, trepar a las montañas, recorrer los vericuetos de las inmensas ciudades que hay en el mundo. Y si es cansado recorrer el pueblín, qué será en esas ciudades de millones y millones de habitantes, barrios intrincados, aglomeración. Pero el sol no ha encontrado, antes sí, antes había rincones dormidos, que el sol despertaba y el rincón hasta se lo agradecía, guiñando deslumbrado los ojos adormilados, ahora todo está lleno de coches y huele a gasolina quemada y aceite de máquinas, como la vieja máquina de coser de mi madre cuando la limpiaba, que estaba pintada de dorado y negro y yo creía que se llamaba Singer, cuando era niño, porque ése era el nombre que tenía estarcido en un costado, pero hasta en eso me equivocaba. Cuando, recién puesto el sol, queda, de milagro, algún rincón, se aprovechan las sombras más oscuras de la noche de verano, que está llena de sonidos y taraceada de luces desganadas, que compiten, si hay luna llena, con la pálida de la luna, que se parece a tu mano, a ti te digo, mi recuerdo sin nombre, que movías tu mano para reforzar el gesto, la palabra, qué sé yo, y era un revuelo de dedos delgados, expresivos, y podías, además de tu escorzo, enamorar con aquellos gestos de manos con dedos musicales. Se adivinaba que, usaras o no de tu evidente facultad, con aquellas manos tuyas y sus dedos gráciles, podrías domesticar la música, aprender su lenguaje y lo que hay en la música más allá de todos los lenguajes. Me quedé embobado, lo advertiste y sonreías. Tu sonrisa. Aún permanece, porque los recuerdos están en un mundo sin tiempo y jamás envejecen como yo he envejecido, pero te conservo.

viernes, 3 de agosto de 2007

Toca la madera y se ve que la siente,
apoya los dedos, recorre la veta, la acaricia, se adivina, con deleite, escoge
herramientas, las va alineando,
pincha, corta, hiere, atraviesa y la madera
adquiere tersura, se curva,
finge líneas donde algo termina o se convierte
en la esfera,
perfecta,
sin principio ni fin. El hombre,
se advierte que trabaja
como si pensara en voz alta y algunos pensamientos
inacabados,
se rizan, forman viruta, hacen polvo casi impalpable, flota, parte,
en un rayo fugitivo, de luz,
en que se arremolinan,
indecisas,
sus partículas.
Quedan, estoy seguro, rincones en este primer mundo a donde no llagan los coches con su ruido, su empujón súbito, o, si no los coches, los paredones de cemento, las columnas de conducciones de alta tensión, el ruido, el artificio, la artesanía y el arte, es decir, las huellas del hombre. Tiene que haber rincones donde poder refugiar este anhelo súbito de salirse un momento de la caravana y concentrarse en la individual de nuestra esencia. A esto llamaba fray Luis ir por la senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Se refería a estos momentos, seguro, fuera de los cuales “no es bueno que el hombre esté solo”, dice el Génesis. Pero cada vez deben ser menos. Cada vez hay más coches y parece que las familias, no sólo traen uno para cada miembro, cuando vienen de veraneo, sino que traen, además, otro para cada mascota y llega un momento en que necesitas huir, salir afuera. Eso que anuncian los astronautas, he leído, de que pronto será posible salir por un precio razonable al espacio, donde el silencio y las inmensidades insondables. El espacio, pienso, será como un mar inmenso, en que puedes meterte hasta la rodilla, hasta la cintura, hasta el cuello o hasta que, perdido pie, no haya, debajo, más que agua de esmeraldas y silencios, exprimidos y mezclados, rayados de caprichos de sol, que recorren indecisos la profundidad y te llaman al fondo, de donde hay quien dice que surgió la vida, por lo tanto la humanidad, lo que quiere decir que ya estuvimos allá abajo, soñando con la luz.

jueves, 2 de agosto de 2007

Hay una nube escondida, estoy seguro
bajo esa nube grisperla,
una nube muy joven, todavía indecisa,
que
no sabe
si ser una nube, un pájaro o tal vez el sueño
de un niño dormido. Lo único cierto,
es que, de momento podría convertirse en cualquier cosa imaginable
y eso es algo que la llena de orgullo,
ser lluvia, sombra, árbol, recuerdo. Lo más hermoso –piensa-
es esta indecisión, consumirse
entre ser y no
ser,
haciéndose la ilusión de que uno mismo, yo, podría
haber
decidido aquel día
que ni siquiera supe que estaba naciendo
Desdibuja el cielo la oscuridad de una nube creciente, más y más gris, más y más oscura, amenazadora de lluvia. Todo el monte está cuajado de brezo, que juega contra el amarillo de la retama y las cádavas polvorientas a veces. Se persiguen por entre los pinos viejos y los eucaliptos flacos. Más que verse, se adivina la mar, más allá de la plaza en que unos operarios municipales se afanan retirando una estatua y escondiendo unos murales que traen de alguna parte.

-¿Por qué?
-El sábado es fiesta y si no lo quitamos, se lo llevarían todo por delante.

Asusta un poco esta suposición, producto, me añade un barrendero, de las experiencias recientes.

-El año pasado arrasaron.

Antes, cuando los antiguos eran bárbaros, asustaba su llegada. Ahora tenemos los bárbaros como los niños de la guerra llevábamos los piojos, los tiburones llevan las rémoras y el muérdago nace entre las ramas altas del abedul o el cerezo. Están entre nosotros. Somos nosotros mismos, capaces de su brutal crueldad, de su disparatada estupidez en cuanto cualquier circunstancia nos altere el rutinario ritmo vital. Da miedo saber que mientras dormimos, una parte de nuestros semejantes que vela y podríamos ser, somos nosotros mismos, estamos quebrantando la vieja cultura sin haber inventado la otra nueva que nos ha de permitir que continuemos la historia humana. Miedo saber que mientras vagamos por otro mundo, el del sueño, estamos inertes en éste, entre las sábanas, y, a la vez, afuera, en otro sin civilizar aún, y somos, a la vez, en tres lugares y dimensiones diferentes, sin embargo los mismos, es decir, la humanidad de nuestro tiempo y nuestro espacio.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Regreso a cualquier día de aquel año,
íbamos
tal vez, como siempre entonces,
a ninguna parte. Nos cruzamos,
tu sonrisa,
mi sorpresa,
tú,
yo
y la ráfaga de aire que nos envolvió a la vez,
como el deseo irrefrenable
de besarte, que al notar
provocó un escorzo,
tu sonrisa de complicidad.
De acuerdo, no fue más que un sueño,
pero ¿te das cuenta
de que ha pasado medio siglo y aún
lo recuerdo?
Siempre ha preferido los meses de diciembre, porque es Navidad y agosto, porque es verano. No todo diciembre es Navidad, pero como si lo fuera, igual que a fines de agosto el verano ya flaquea sin dejar de serlo. Y como no podía por menos, nací uno de esos meses preferidos: en agosto, a primeros de agosto. Por eso, además de ser meses de vacación escolar, durante mi niñez, en diciembre me daban una propina por ser Navidad y en agosto me daban otra por ser mi cumpleaños. Casi siempre invertía en libros, primero tebeos, que en España eran tebeos y no comics, después en libros, que en ambos casos devoraba vorazmente. Lo recuerdo hoy, que empieza agosto con este calor que hace ahora, debatan y se compliquen la vida cuanto quieran los partidarios de decir que hay un cambio climático y los que se desesperan diciendo que es mentira. Que podrían ponerse de acuerdo, digo yo, sentarse alrededor de una mesa y exponer cada cual sus razones, y, si todos son tan sabios y tan inteligentes, es probable que pudiesen llegar a algún acuerdo, si no fuera por eso del amor propio que tanto nos dificulta entender las razones del otro, del contradictor. Nos falta, a mí por lo menos, habitualmente, la imprescindible humildad por lo menos intelectual.

En agosto es cuando más gente está de vacaciones. Todo el que puede las pide y disfruta en agosto, tumultuariamente. Los más avisados, sin embargo, prefieren otro mes o por lo menos se guardan una quincena para otro mes durante que no haya por todas partes la aglomeración de agosto: hombres, mujeres, niños, coches, suegras, gallinas, equipajes perdidos, basura abandonada y la prisa batiéndolo todo, como esas escobas que forma el huracán o como el robot de la cocina, donde echas las naranjas enteras y sale un zumo espeso que sabe a pellejo de naranja.