miércoles, 15 de agosto de 2007

Siente a veces el hombre, yo siento, que voy atravesando la parte oscura de la noche. No llevo luz afuera. No llevo más luz que la invisible de esas brasas de esperanza enfervorizada que me arden en medio del lugar donde se siente, cualquiera que sea, ese misterioso centro de que emanan unas veces órdenes de comportarse, comportarme con ternura, otras de que abandone toda dignidad y tras de obrar sepa, sin humildad, que ni siquiera humano fui, hace apenas un instante, porque entre el yin y el yang no hay siquiera una frágil membrana y se pasa de un estado, de un ser a otro ser, sin notar más que en el zurrón de la vergüenza lo ocurrido. Aprendo al decirlo y sé ahora que para existir he de aprender también que el hombre tiene que pactar consigo mismo el difícil equilibrio hacia dentro que tiene que pactar hacia fuera para convivir con los demás. Es decir, que no basta, para estar vivo y seguir viviendo, aprender a convivir con los de fuera, sino que también ha de aprenderse con las diversas facetas de uno mismo, que constituyen el todo del ser humano. ¿Habré dado otro paso hacia la verdad o será éste otro de los espejismos de la travesía de nuestro desierto?

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