En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 8 de agosto de 2007
El camino se desprende de la carretera como un vago pensamiento, una digresión inesperadamente atractiva, dobla en seguida, se convierte, estoy seguro, un poco más allá, en el camino de la tarde. Podría haber sido cualquier día –es hoy, sin embargo, pero podría haber sido otro- de cualquier mes de cualquier año, y podríamos haber coincidido. ¿Vamos? Podríamos haber trepado por aquel poco prometedor vericueto, sin destino aparente, en busca de nada, de la posibilidad de un paisaje, y, de no encontrarlo, podríamos fingirlo, describirlo, escribir que a la salida de un soto podría estar el valle aparentemente feliz, como lo son todos los valles a despecho de ser lo que en realidad son, otro lugar de crispada coexistencia de los humanos, de la inevitable confrontación de sus ambiciones, de amor, desamor y odio frenético. Pero hoy pudo habernos parecido diferente, esperanzador, con la casa de la solana, la de la galería, y abajo un espacio de hierba en parte sombreada de árboles amables, de chopos, de castaños, de robles, de fresnos, con niños jugando, como pensamientos, esos niños imaginarios, que nunca han estado enfermos en tus brazos, porque sólo los vimos con la imaginación, o sólo al pasar, sin pararnos a que nos dijesen alguna crueldad infantil o nos descubriesen sus miserias. Podríamos haber estado en nuestro estudio de pintores, nuestro cuarto de componer la música, tú y yo, que jamás sabremos pasar más allá de esa mudez que nos agobia como un desierto desconocido, un mar, más allá de las palabras. Y podríamos haber compuesto un cuadro genial, una pieza de música de jazz con muchos silencios, muchas sugerencias para quienes nos sucedan, pasen, nos recuerden, pese a no habernos conocidos. Se adivina que estuvieron aquí, y ¡quién pudiera quererse como ellos!, es decir, tú y yo, nos quisimos aquella tarde, ante aquel paisaje. Pos si acaso, para que les dure la ilusión, no les diremos que tampoco allí está el camino de regreso al paraíso. Mientras lo vayan averiguando por su cuenta, a ellos también les durará una eternidad.
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