miércoles, 29 de agosto de 2007

Se habla de cambio climático y de memoria histórica. Dos conceptos polémicos en que es probable que debiésemos detenernos un poco más y seguir debatiendo, discutiendo, considerando. Me preocupa escuchar con qué ardor defienden que lo hay o que no –el cambio ése- los que apoyan una u otra postura al respecto. Tiene que haber alguien más digno de crédito, pero nos haría falta otro alguien que desbrozase el camino y nos lo indicara: mira, ése es el que más sabe acerca de esta cuestión. Mientras tanto, es el último que oyes el que te deja semiconvencido de que tiene razón. Después viene el otro y te muda de opinión, personalmente estoy convencido de que serán los humanos los que se vayan adaptando a unos cambios inexorables e inevitables, y que nuestra especie, a la vuelta de poco tiempo –poco desde una perspectiva histórica- será tan distinta que es posible y probable que si pudiésemos verla, no la reconoceríamos con perspectivas, medidas y la costumbre de hoy. La memoria histórica tiene una vertiente abismal, que consiste en abandonar la perspectiva general e irse a los casos concretos, mudando así la posibilidad de que sirviera para horrorizarnos del panorama general y así fuese útil recordar, por una ejercicio sistemático de recuperación de odios, rencores, al final espíritu de vendetta y anacrónica aplicación de los principios inspiradores de la ley del Talión. Me empeño en la convicción de que todos y cada uno tenemos una parte alícuota de la verdad, pero ninguno la verdad completa, y todos y cada uno una porción indivisa del error, pero ninguno el error completo. Y el secreto está en que nos soportemos así como somos, recíprocamente.

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