¿Fue Anaximandro el que dijo que todo es aire? Pienso que sí. ¿Qué clase de fiebre y por qué justo dio a lo largo de siglos a muchos griegos? Tal vez la falta de libros, de televisión, de cine, de teléfonos móviles y mensajes SMS para ganar los seis mil euros de cada partido. Disponemos de demasiadas cosas, se nos dispersa la atención, no damos abasto y venga de sonar el telefonino portátil, que aún, menos mal, tiene zonas de sombra a que llaman espacios sin cobertura las millonarias empresas de comunicaciones. Comunicar, promover construcciones y jugar al fútbol compiten con éxito ahora a los privilegiados detentadores del dinero de hasta hace poco. Y de todo ello, lo más difícil es jugar al fútbol, cosa que exige por lo menos esfuerzo y riesgo de la integridad personal. Todavía se acuerdan las matriarcas supervivientes, que son muchas, de aquellos consejos que daban a las muchachas núbiles, en peligro de enamorarse, puro amor, como en las novelas que llamaban rosa, sin darse cuenta de que el porvenir estaba en los Registradores de la Propiedad, loa Notarios, los Farmacéuticos y los Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Que eso de “contigo pan y cebolla” no ha funcionado nunca más allá de la luna de miel, donde empezaba la de hiel, a partir del primer roce de caracteres, si uno no se doblaba para no volver ya a poder enderezarse. “Donde no hay harina, todo es mohína” –aseguraban las tías abuelas alzando el índice, mientras a la muchacha, ruborosa, se le ahogaba en flor aquel amor primero de que dicen los gallegos que “os amouriños primeiros, son muy malos de olvidar”. “Es mi puerta de escape a un mundo en que no puede alcanzarme nadie”
–decías-, “un lugar de refugio sobre que edificar un sueño que me permite soportar ese otro mundo real, equivocado e inexorable.
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