viernes, 24 de agosto de 2007

Decía Rodrigo Caro que: “estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa …” Y del mismo modo se podría hoy, después del tumulto, el jolgorio y la alegría de la fiesta pasada por agua, decir en medio del campo de la romería, tornado barrizal, a fuerza de hollarlo el gentío. Pero ha vuelto a medias la calma, apretujan, sudorosos, los padres de familia las maletas, maletines, jamones, ristras de chorizos y bicicletas sobrantes del verano o sustraídos del hórreo familiar, y, predispuestos a emprender el regreso y la vuelta al curro y los pupitres, rezongan que a quién se le ocurre haber acumulado tantísimo recuerdo del verano ya semiolvidado con el pie puesto en el estribo y los amouriños y amoríos de la adolescencia familiar disueltos en el primero aliento indeciso del otoño, que, con la sorpresa, ha encrespado las olas de la mar. Indiferentes a todo ello, otros dos energúmenos, no sé si machos o hembras, salen hoy en el periódico protagonizando sendas barbaridades perpetradas a martillazos y puñaladas. Como si no hubiese habido verano. Alzamos la cabeza husmeando, como los perros, el olor diverso que dispersa el aire y reencontramos los viejos olores, un poco más rancios, como si en vez de diluirse, el tiempo los reconcentrara en los respectivos errores de que emanan. Queda por desollar el rabo de la vuelta a casa, las caravanas, los nervios, el cansancio. Supongo que una legión de ángeles se habrá puesto en camino, pertrechados de botes de paciencia y gepeeses para laicos, incredulos, agnósticos y ateos. Dios lleve a todos a sus respectivos hogares en paz.

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