Los perros de ojos tristes me conmueven. Y no me digáis que no hay perros de ojos tristes o que los perros carecen de expresión. Lo dicen sólo los que jamás han tenido un perro suyo o un perro amigo o un perro vecino. Los perros tienen expresiones de alegría, de tristeza y hasta de desesperación y de ira terrible. Cuando rugen y enseñan los dientes con esa ira terrible, mejor no estar porque un perro corre por lo general más que cualquiera de nosotros.
Empiezo hoy así mi turno del domingo porque he visto, al venir con el mío de comprar los periódicos dominicales y el pan, un perro encerrado en un automóvil que sospecho pasó la noche sólo y estaba triste sin remedio. El mío ladró desafiante primero, después amistoso. El, en silencio, el perro encerrado, nos miraba con un aire entre esperanzado y triste.
Ya he dicho que es domingo, Los periódicos del domingo vienen ahora cargados de fascículos, vasos, discos de películas y muchísimo papel lleno de infinidad de anuncios que hacen propaganda de las cosas y las prestaciones más inesperadas. Tres periódicos de domingo hacen casi un tomo de novela no demasiado larga y pesan casi como aquellos diccionarios de latín que nos ayudaron a desentrañar los escritos de César y de Salustio, las catilinarias y hasta enfrentarnos con Ovidio y Virgilio. Ahí dábamos la pez. Ahora, en verano, en plenas vacaciones, políticos y aficionados a la filosofía cara y a la barata, cuentan y no acaban de sus peculiares puntos de vista sobre cosas y conceptos. Es divertido porque algunos dicen lo que piensan sin pensar, valga la paradoja, y el resultado es conmovedor.
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