jueves, 16 de agosto de 2007

Los intelectuales están mal vistos, parece, desde casi todos los puntos de vista. Inquietan a sus propios semejantes, los demás intelectuales, que, de modo alternativo, o los desprecian o los envidian. Les cuesta grandes esfuerzos formar equipos de iguales, porque lo cierto suele ser que cada uno se considera posible maestro de los demás. A los políticos los preocupan, cualquiera que sea el lugar del abanico que ocupe el político de que se trate. Estorba a cualquier político, pragmático por naturaleza, el estado mental de duda que habitualmente sufre el intelectual, si lo es de veras, o finge sufrir si asimismo simula sin serlo condición de intelectual. Molesta a los pobres y a los ricos porque cualquier intelectual parece lo contrario de lo que cada uno de ellos es. Pero lo más curioso del caso es que a todos gustaría disfrutar de la condición de intelectual que cada uno critica por su particular motivo. Desespera a muchos la evidencia de que cada intelectual disfruta –hay quien dice que sufre- de un tesoro que no puede serle arrebatado ni por ladrones ni por revolucionarios. Tal vez el único de que puede cualquiera fingir que tiene, pero que para disponer de él de verdad hacen falta años de esfuerzo, dedicación, capacidad y hasta suerte.

No hay comentarios: