En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 6 de agosto de 2007
La gente apenas lleva unos escasos andrajos, con marca o no –si con marca carísimos, pese a estar rotos y aparentemente ajados, cuando sin marca, aproximadamente iguales, per mucho más baratos-. La gente, ahora que es verano, ha perdido el sentido de la orientación estética. Desnuda sin contemplaciones carnazas desbordantes, delgadeces esqueléticas, nubilidades en flor y fruto, secas cepas de viña retorcidas, asimismo se ha perdido la vergüenza, junto con el escaso pudor imprescindible para taparse poco más que los órganos reproductores de la especie, que, a este paso, auguro se exhibirán en breve, no sé si para bien o para mal. De momento, hay ocasiones en que, sin mirar, ya se entrevén involuntariamente. La cuestión no me parece importante, si no es desde el punto de vista estético. Porque lo cierto es que somos muchos más los feos que los guapos y los excesivamente gordos o delgados que los que mantienen, sobre todo ellas en mucho mayor número, ese admirable formato que constituye una delicia para los sentidos, de modo que la playa desde hace tiempo y la calle desde hace menos, se han ido convirtiendo en un desfile de contramodelos, algunos crudos y muchos semicocidos en su propia salsa y tan enrojecidos que da pena pensar lo que les van a escocer esta noche, por mucha crema que se pongan para mitigar el picor. Menos mal que hoy llueve y afloja los tornillos de esas temperaturas que calcinaban el sur. Hay un ir y venir desorientado, a la hora de playa, bajo la lluvia y se frotan las manos los hosteleros, con las terrazas y los bares llenos de personas desesperanzadas, que miran llover con esa resignación especial de las vacaciones, que tiene su pizca de ira contenida y de desencanto. En una esquina del parque, un rapacín se ve que se asusta, con la moza agarrada a él, se ve que siendo ella la que prácticamente se lo come de un beso copiado de alguna película entresoñada con frecuencia. De pronto, todo cesa, él mira asustado, procupado, a su alrededor, ella lo mira a él como proponiendo repetir. La toma de la mano y se la lleva, él huye de la gente, ella no sabe, en este preciso momento, que hay gente a su alrededor. ¿Qué miras? –me preguntan-. La vida que pasa –contesto- a trancas y barrancas, como siempre.
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