lunes, 30 de noviembre de 2009

La sabiduría
va dejando huellas a su paso
y aquí y allá, un color,
un olor
o la poesía de una fórmula matemática
con una parte de la verdad temblando,
todavía,
en carne viva
del conocimiento.
Cae sobre los hombros del día, hoy, el frío, como una capa de nieve, se mueve inquieta la mar, afila las uñas el viento, ayer, acontecimiento cultural importante de este principio de siglo, le ganó el Barcelona al Madrid. No importa que la crisis permanezca, que nadie acierte con caminos para salir de ella, que hayan secuestrado a otras personas y se pagará otro rescate y así sucesivamente, como si de una lúgubre industria se tratara, eso sí, con la muerte como posibilidad de cualquier desenlace para cualquier día, con motivo de cualquier descuido de los buenos o de los malos, y todos se rasgarán las vestiduras del idioma en busca de la frase más altisonante, más expresiva, pero a los muertos es a los que se entierra, dejan de sufrir, y empieza el sufrimiento de su entorno, para el que la pérdida es siempre irremediable. Y todo ocurre en las puertas de la Navidad, que insiste en ser mensaje de amor. Incluso para cualquier ateo, cualquier agnóstico, cualquier incrédulo, cualquier escéptico, la navidad, incluso escrita con minúscula, tiene, incluso como leyenda, que sería si no fuese la Navidad con mayúscula de los creyentes en su misterio, entre los que me cuento por ese acto de la voluntad en que consiste la fe, el inconmensurable valor aún entonces de ser un mensaje de amor, que habría sido escrito, durante y en su misma, con su misma historia, por la comunidad humana.

sábado, 28 de noviembre de 2009

El sol puede estar detrás de cualquier nube, que se quita y por el paisaje se desborda la luz encendiendo todos los colores que dormían. El sol despierta los colores y la lluvia los olores. Uno y otra es como si empezasen a tocar, ocultos, en el foso, y el proscenio adquiere una vida que ya estaba ahí, pero no era más que niebla. La niebla podría contener grandes cantidades de materia, pendiente de que la energía articule realidades vivas nuevas. Casi siempre, la niebla tiene metidos sus pies en el agua y dicen los sabios que la vida empezó en el agua. Podría haber ocurrido que en un lejano principio, que ahora imitan los bancos de niebla mucho más fluida, grandes masas de espesa niebla contuviesen el barro en que se insufló el soplo de la vida. Desde entonces, cada vez que pasa la muerte, detrás viene la vida recuperando y reciclando, reconstruyendo, y en eso consiste la base de la historia, o tal vez el hilo conductor de que pende la continuidad de lo humano, cada vez más complejo, más sofisticado, y, a la vez, para compensar, tan banal e insustancial. Lo que nos separa cada vez más por desgracia, no es, con serlo mucho, la riqueza y la pobreza, sino la inteligencia cultivada y su defecto o la falta de cultivo de extensas campos de ella. De la pobreza, incluso a cierta edad, hasta con crisis, no es que sea fácil, pero cabe salir con cierta soltura, de la ignorancia es mucho más difícil, y para remediarla ni cabe el último recurso de la lotería. Lo que no se estudió en su tiempo, cuesta mucho más hacerlo después y llega un momento en que, como ocurre con los términos preclusivos de un proceso, ya es imposible de remediar la carencia. En ese espacio entre la sabiduría y la ignorancia, en una extensa cueva, duermen los bárbaros y se entrenan, en la más profunda oscuridad.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Hamlet, o, mediante su disfraz, Shakespeare, le dio vueltas en la cabeza a aquello de morir, dormir, tal vez soñar, soñar qué sueños Y enciendo el chorro de música y sale un quinteto de cuerda que se desliza por la nostalgia, a la vez que el periódico digital se asoma a la pantalla del mac y me cuenta que se sospecha que ha mutado el virus de la gripe, dos o tres noruegos, dos franceses y nadie sabe a ciencia cierta si es el virus, la predisposición genética para recibirlo, o, simple y sencillamente, que llega la hora y el virus se limita a servir de minúsculo vehículo a la vieja dama del alba. El mismo periódico dice que el gobierno ha dictado una ley para salir de la crisis –digo yo que será para señalar caminos, desbrozarlos o esperanzar al atribulado personal-. No la publica todavía, o yo no la he visto, pero es difícil de entender que una ley vaya a tener mucha trascendencia en asunto que hace más referencias a la imaginación, la investigación, la prospección de mercados y la cohesión de equipos mayores, para competir en mercados mayores. Y me sigue contando, la letra temblorosa de la pantalla, que no me extraña que tiemble, que se sospecha que han asesinado a una niña, que sin duda asesinaron a un ciudadano en otro lugar y que todavía queda quien amenaza con guerras, teniendo la paz siempre tan a mano y habiendo tan poca gente que prefiera las guerras y tanta que quiere las paces duraderas, pero no hay manera de erradicar, separar, aislar a estos locos huracanes infrahumanos que en cuanto se les ofende echan mano a la espada. Sabios los forjadores de Toledo, que anteponían lo de “no me saques sin razón” al “ni me envaines sin honor”. Es éste de hoy un día triste, sin duda. ¿Quedan días radiantes? Pienso que sí, que por encima de estas noticias que al fin y al cabo, con lo horribles que son, caben en unas páginas y se refieren como mucho a centenares de víctimas, si queréis a millares, quedan hasta seis mil millones de personas de las que no se habla, y para algunas, confío en que para muchas, a pesar de todos los pesares imaginables, aunque sean demasiado pocas, habrá sido precisamente éste uno de sus días radiantes. Porque todo, creo, se equilibra, de este lado del espejo, y a cada carcajada corresponde una lágrima, pero también al revés. Y supongo que en cierta medida, los protagonistas alternarán equilibradamente su suerte. Por eso la música concierta su alegre paso con el deje de melancolía que me arropa de incertidumbres.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Pones la cabeza del gallo en el tajo y el muy imbécil se queda inmóvil, esperando que descargues el hacha y lo decapites para salir, descabezado, a poco que te descuides, chorreando sangre. Así se queda la cultura de esta sociedad cuando le apoyan el pescuezo en el tajo, so pretexto de que allí se puede escuchar la llegada del progreso, que lo que se escucha es la risa sardónica del hipnotizador, mientras levanta el hacha.

Déjalo así por hoy, la escena detenida, el rodaje en suspenso.

Es otoño, la gripe A, antes porcina, más antes no se sabe qué, tiene invadido el país y ha llegado el frío, cabalgando el transparente caballo del viento. Se me refugia el perro, anciano, en la butaca, duerme sosegado. Estuvimos, hace poco, en el kiosco de los periódicos y mantuvo una bronca con otros dos congéneres, macho y hembra, que le ladraron a él primero. ¡La de cosas que se habrán dicho!

No menos indignados, vienen los titulares de los periódicos, pero no sé en nombre de quién hablan. La gente está llegando a la peligrosa convicción –para el futuro por lo menos inmediato- de que “tendrá que ser así”.

Se está perdiendo el respeto a la letra impresa, que hace poco convencía, con su mera existencia, de la probable veracidad de lo escrito. Las palabras se desgastan, pasan al desuso de ser citadas en cualquier diccionario por primera vez –como cuando alguien llama al que lo es anciano por vez primera en su presencia-, y eso no es lo peor. Lo peor, creo o, que puede ocurrirle a un idioma es que quienes lo hablan lo utilicen en vacío, que mientan habitualmente, obligando así al interlocutor a hacer el esfuerzo interpretativo adicional de suponer lo que quiere decir lo que en realidad no dice, sino que finge decir el que habla, para luego poder asegurar que quiso decir lo que no dijo. Cuando eso ocurre, la palabra, sin concepto contenido, se convierte en un cascarón vacío e inútil. En la historia ya les pasó algo así a los chiflados aquéllos de la torre de Babel.

domingo, 22 de noviembre de 2009

De vez en cuando, me paso una mañana o una tarde saltando de blog en blog, cosa así como aquello del camino o el juego de la oca, cuando se iba de oca en oca y tiro porque me toca, y se queja la gente de que hay unos que gastan sin medida y otros no tienen qué gastar. Ocurre, sin embargo, a veces, que los que no tienen llegan a tener y lejos de corregir los excesos que criticaban, lo que hacen es imitarlos y reproducir, con diferentes protagonistas activos y pasivos, el mismo esquema social que antes provocó sus iras.

Conozco pocos jefes más duros para sus subordinados que los que asciendes de entre las filas de esos subordinados.

Este es un mundo complejo –dice un buen amigo, coñón, jocoso y, aunque ripioso en ocasiones, siempre con alma e intención de poeta-, que me deja muy perplejo. Yo le digo que es como es y que lo único que procuraría corregir, sería extender información y educación.

Hasta para herir hace falta hacerlo educadamente, y cuanto más se sabe, se abre en mayor medida la avidez de seguir aprendiendo y tratar de acercarse a la sabiduría misma, como inmensa burbuja, siempre insuficiente, de conocimientos. Saber afina la inteligencia, la educa, abre los ojos de la estimación estética, nos mejora y para colmo nos proporciona criterios respecto de lo que debe o no debe hacerse.

Cierto que si actuásemos sólo con criterios reflexivos, la falta de sentimiento nos alejaría de la equidad, impediría la misericordia incluso, pero es que una mayor dosis de conocimientos permite dosificar en cada caso concreto la reflexión con la misericordia y la dureza imprescindibles para tratar con humanidad los problemas concretos, el pan nuestro de cada día. Hasta el sentido del humos es indispensable par que el ser humano se conduzca como tal.

Hay toda una sembradura por la red de huellas de piratas, corruptos de la más variada condición y estamento social, privilegiados sin motivo, meritorios sin privilegio ni premio, políticos incapaces, vividores de estrafalaria fama, manguanes que sobreviven sin dar palo en el agua y a fuerza de exhibir sin pudor sus carencias. Parece multitudinariamente claro que tenemos que aprender y luego aprender a comportarnos de otra manera. Cuado la mayoría de un grupo social se comporta de un modo homogéneo constituye , acaba de forjar, alambicar, modelar una cultura.
Silencia con los suyos mis violines el viento. Necesito un piano y que alguien se anime a recitar polonesas a esta hora de la mañana. Solo Chopin puede enfrentarse a la dura superficie del viento que se arremolina en este recodo del acantilado por donde empieza el lugar en que habito. Otra alternativa sería Wagner, pero no a estas horas de la mañana. Wagner será siempre ocaso, plena riqueza de sonidos y luz, pero apuntando ya a la delicada herida que produce en el alma la nostalgia, cuya cicatriz vendrá luego a ser la melancolía.

Hace mucho, cuando las economías de andar por casa, en estas fechas se celebraban las ferias de santa Catalina, que ahora se remedan con la vaga esperanza de que resulte posible resucitar aquellas empresas familiares y sus mercados de los domingos, de que volvía mi madre victoriosa, seguida de la aldeana que había conseguido venderle el pollo de comer con patatinas como segundo plato del domingo familiar. Mi madre, cuando cogía un pollo por sí misma, aunque estuviera atado, lo soltaba de la mano y entre cacareos indignados se estrellaba el pajarón contra el duro suelo. No podía remediarlo. La sacaba de quicio tener algo vivo en la mano y advertir cómo se retorcía intentando darle picotazos. La aldeana tenía que venir a hacer la entrega a la puerta de casa, y hasta había ocasiones en que tenía que retorcerle el pescuezo al avechucho.

Mientras la UE nombra sus nuevos cargos y jerifaltes, el ayuntamiento de mi rincón contrata grupos musicales pop que durante varias noches de la semana entrante rugirán a través de sus altavoces los éxitos del verano pasado. Personalmente prefiero el sound de New Orleans, esos bandines que acompañan bodas, bautizos o entierros con el mismo entusiasmo e idénticos sones y sonidos.

Leo que ofrecen a los ganaderos pagar los gastos de traslado de sus bestias –ejemplares bovinos o porcinos, dice el anuncio- desde la cuadra de cada cual hasta el real de la feria, y, luego, viceversa, pero están para pocas bromas, estos días, agricultores y ganaderos. Su economía se resiente de que les cobren mucho por herramientas, abonos, piensos e ingredientes y les paguen poco por los productos finales de sus modestísimas empresas. Son tiempos de cambio social profundo y los está alcanzando el tsunami también a ellos.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El pasado, lo antiguo, nos salta a la cara de bobo que se nos había quedado cada vez que en medio de lo nuevo se producen situaciones anacrónicas. No sabemos cómo reaccionar de acuerdo con este tiempo previsional y crítico y por eso aplicamos las soluciones del pasado, de cuyos desechos no estamos como es lógico libres, pienso yo que debido a la rapidez con que ahora se producen las mutaciones de partes internas de nuestros modos de ser.

Vivimos una época de curiosidad apremiante, en que sin embargo hay una parte de la juventud que impregnada de escepticismo no quiere participar, y de manera sorprendente, un maestro contemporáneo castiga a un discípulo actual, pero anacrónicamente díscolo, mandándole ponerse “de cara a la pared”. Le faltó colocarle unas orejas de burro u ordenarle que mantuviese los brazos en cruz con las palmas de las manos hacia arriba, sosteniendo en cada mano un diccionario de latín o de griego, que solían ser gordos y pesar lo suyo.

No sé a quien se le había ocurrido que nos habíamos adentrado de modo apreciable y significativo en la modernidad, pero se sigue maltratando y matando por el procedimiento antiguo, se han inventado castas de esclavos que permanecen y trabajan por retribuciones miserables, navegan desafiantes los piratas por los mares del mundo y si bichitos tan minúsculos que resultan invisibles para el ojo humano e inaudibles para nuestras orejas y por ello inalcanzables a nuestro desconcertado tacto, deciden amenazar a una especie como la nuestra, capaz de parir arte de satisfacción estética difícilmente ponderable, no sabemos qué hacer ni cómo defendernos.

En las películas sí. Allí, pintar como querer, aparece siempre un genio, un superhombre, dotado de poderes inimaginables y los malos siempre acaban perdiendo entre un tumulto de explosiones y disparos de cohetes de extraordinaria precisión y prodigiosa violencia.
Debería haber en cada casa una puerta secreta que nadie hubiese abierto nunca. Excusado es decir que tampoco en el momento de hallarla cada generación debería hacerlo. Una puerta así, sirve de última esperanza y de remedio contra cualquier desesperanza última. Garantiza la superación del escepticismo. Llegarse a ella, poner la mano en el picaporte, diciéndose: ahora la abro, pero no hacerlo. No importa que sea una puerta aparentemente ciega, fingida contra lo que está claro que es la trasera, o el frente, según desde dónde se mire, de una de las fachadas. Puede ser incluso una puerta, cerrada desde luego con llave, que no deje mirar por el ojo de la cerradura, que parezca conducir a estancia accesible por otra puerta de uso normal. Las puertas mágicas, como cualquier habitante del mundo feérico sabe, pueden estar incluso en una valla de cierra de una finca en pleno campo. Lo importante en una puerta mágica no es nunca la apariencia, que suele ser la de una puerta vulgar o la de una puerta inútil. Lo importante es su condición de mágica, según la cual, no debemos arriesgarnos a pasar por ella, porque es muy probable que desapareciésemos para siempre, sin posibilidad de volver. Del otro lado, el mundo también mágico a que suele dar paso una puerta mágica, podría carecer de puertas, mirado desde el lado de allá.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pinceladas de los colores de otoño, que no suelen ser colores agresivos porque el otoño es la estación del cansancio, cuando la naturaleza, exhausta, que acaba de parir las cosechas a lo largo del final del verano, se recuesta un momento y respira hondo unas veces y otras a poquitos. Nadie sabe si habrá bastante aire, lo que va a durar y si seremos capaces de adaptarnos o habrá llegado la época en que cada generación debe hacerse cargo de sus casos y sus cosas. Le decía esta mañana a uno de los responsables de este tiempo que debería usarnos como uno de aquellos consejos de ancianos que según las películas y sobre todo la novelería del Far West americano había en cada tribu. Se muy bien que los consejos de ancianos son casi siempre pacifistas y durante la paz no hay posibilidad de demostrar su condición a los héroes, pero también me consta que ser héroe, muchas veces, no sirve más que para constatar la presunción de nos candidatos al adelante del tiempo de morir que les concierne. Son una rara especie de suicidas por delegación. Me recuerdan a mí mismo, cuando muy joven, que pretendía ver terminadas las cosas antes de que empezaran a hacerse. Los más viejos somos pacifistas, y más cuanto más viejos. Dependerá, digo yo, de que los huesos del alma, como los del cuerpo, se van haciendo más y más frágiles, casi tan delgados y delicados como los hilos que mantienen nuestro contacto personal con la mayos o menor cantidad de razón que uno tiene. Justo ayer me decía que más de la mitad de la gente civilizada es incapaz de representar en un plano la configuración de un terreno o de un objeto cualquiera o de imaginarlo ocupando un espacio o moviéndose hacía determinada perspectiva diferente. Deduzco que una parte importante de la humanidad pasa por la vida como si no hubiera estado aquí, en el mismo planeta, conmigo. Un misterio más, que añadir a la lista de los pendientes de explicación. Y la pregunta resumen podría ser si en algún momento se aclarará todo, o, por lo menos, transcurridos todos los momentos, fuera ya del tiempo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Otra vez va a ser Navidad,
voy diciéndoselo en secreto a la gente, al oído,
se me vuelven,
me miran,
¡chiflado éste! –adivino que piensan-,
yo insisto:
Navidad, ¿te das cuenta, hombre,
o mujer, según, ¡Navidad!
La Navidad, que viene año tras otro, inexorable,
es como el alba del año,
como el renacimiento del ave fénix de la esperanza.
Bajaremos del desván las figurillas de barro
del Belén.
La Navidad, si te fijas, carece de sombras,
Es lo que es exactamente, el nacimiento
de un Niño,
cuando toda la familia, en este caso la familia humana,
está convencida, por un solo momento
de que ayer no había nada
y hoy está, de pronto,
creado
nada menos que todo el universo
y esa ley universal de la gravedad
que es el amor.
Pasa otro,
pongo la mano en su hombro:
que viene –le digo- nada menos que la Navidad.
Algo mucho más importante
que si ahora mismo te dijese
que iba a acabarse el mundo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

De tanto hablar, a veces, a los oradores, no sé si es que se les va la olla o se salen de ella y se quedan en cueros intelectuales vivos, exponentes de la fragilidad del ingenio humano, incluso en casos de erudición probada y prudencia que, como la inocencia, ha de presuponérseles. Dicen y dicen, se les calienta la boca y menos mal que no disponemos la generalidad de los humanos de superpoderes ni de autoridad para mandarnos encerrar, desterrar o descalificar de por vida, porque, de ser así, más de tres cuartas partes de nosotros habrían sido reducidos a la insignificancia.

Hecha la anterior reflexión, a partir de lo que ponen las letras gordas de una noticia periodística creo que de ayer, sales a la calle y te maravilla el tenebroso paisaje de un atardecer otoñal, con dosel de sucias nubes bajas, que justo asomas inician una tímida llovizna. ¡Mira que es hermosa la vida! –se te ocurre a la vista de cualquier paisaje-, y en seguida e preguntas cómo será posible que haya gente tan desmesurada en el hacer, decir y tal vez pensar Que uno, a Dios gracias, no puede saber lo que está pensando el prójimo, y cabe que lo que esté pensando sea de lo más sensato y que esto que dice sea una deliberada exageración aberrante.

Escucho elogios de un poeta, cuyo nombre apunto para pedirlo en la librería donde últimamente me acusan de pedir los libros que se publicarán mañana. Los editores, o algunos de sus vendedores, han ideado la publicación previa de las publicaciones próximas. Debe ser, además de una coña marinera, un mecanismo o truco de mercado, que, en mi modesta opinión, a quienes interesan los libros, no hacen sino añadirles, a la desaparición de la librería clásica, con sus fondos y su conocimiento intrínseco de la mercancía que venden, la molestia de pedir lo que no hay todavía, cosa que, no acierto por qué, molesta a los dependientes de librería.

sábado, 14 de noviembre de 2009

De vez en cuando hay que tirar gran parte del botiquín de casa: aspirinas, colirios y deshollinadores de nariz, todos caducados. Suelo hacerlo cuando está el otoño creciéndose, alentado por el viento de las castañas. Luego, las castañas las vendían, gordas y lustrosas, los de la frutería gallega habitual de mercadillo de la ribera del río. En casa las cuecen sin anises y así resultan con más sabor a castañas- Para asarlas –decía la abuela- dales siempre un corte en la piel, antes de echarlas a la sartén, o te explotarán y saltarán alegremente de ella. El capitán que nos daba clase cuando la Milicia Universitaria, en el campamento de El Robledo, de La Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia, hoy Comunidad castellanoleonesa, insistía en que había que decir explosionar, porque lo de explotar sonaba, no a explosión, sino a explotación. Todo un tipo, aquel viejo capitán, que recomendaba aferrarse al fusil como si fuese “el cuerpo de una gachí”. La abuela de un vecino de la tienda de al lado, que se llamaba Pepito, lo fue a ver un domingo y mirando los fusiles alineados alrededor del pivote central de la tienda de campaña le decía que tuviese cuidado “cuando uses una de esas escopetas”. Por entonces nos prestaban para “hacer el servicio”, aquellos fusiles Mauser, reliquias venerables de la guerra del 14 y de nuestras carlistadas, pasado por la última locura del 36. ¿Lo ves? ¿Ves como son digresiones? Empecé por contar lo de la limpieza del botiquín y mira dónde hemos llegado.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Insisto en que el más rico del mundo es el que tiene bastante.

-¿Cuánto es bastante? –“dices, mientras clavas, en mi pupila, tu pupila azul”-.

Bastante es lo suficiente para ese hipotético ser feliz, que no sé si existe, pero, de existir, sería el hombre sin camisa de la leyenda del rey desgraciado a que un mago había pronosticado que sólo podría alcanzar la felicidad poniéndose la camisa de un hombre feliz, y cuando lo encontró después de una larga búsqueda, resultó que el hombre feliz no tenía camisas.

Recuerdo la discusión que montaron dos ciudadanos en su tasca preferida, respecto de si era más mucho o bastante. Como es lógico, no llegaron a acuerdo ninguno, en su comparación de conceptos heterogéneos. Bastante puede ser muy poco o muchísimo. Bastante es el ideal. Lo que ni te chifla ni te aterroriza. Lo que te permite ser el desconocido que apenas se advierte que pasa a nuestro lado.

-Pero –insistes- es que nunca se tiene bastante.

-Por eso no somos felices.

-Yo lo sería –alzas las cejas en busca del anhelo de turno- …

-No te dejes engañar por cada espejismo hacia que, babosos de deseo, nos arrastramos. No son más que señuelos, cimbeles, trampas para incautos. Allá en el recodo, a la derecha de la entrada de una iglesia de Toledo. Hasta hace poco mal iluminado, sorprendente, genial, está “el entierro del conde de Orgaz”, en que uno de los más grandes pintores de la historia del arte, refleja momento en que un poderoso señor descubre por qué la gloria mundi, lejano eco del concepto de felicidad, se lo lleva el viento en un suspiro.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Se cruzan millones de millones de las antiguas pesetas, que ahora se han reducido a euros y parece que somos más ricos porque todo cuesta una cifra más pequeña, pero, ahí está el truco de los prestidigitadores, de una moneda mucho más cara. Bien lo sabe cada vendedor, que pone bien grande la cifra pequeña y bien adornada la quisicosa, la baratija, el espejito, las cuentas de colores brillantes, a ver si te lo empuja y allá tú te arregles. Los millones de millones asustan, cuando traduces de la moneda que no entiendes a la que manejabas con tanto tiento, salvo que seas miembro de ese minigrupo de los multimillonarios, gente por cierto infeliz a su doble manera de no tener nunca bastante y además tener miedo de que alguien venga y se lleve parte de lo que ya tienen. La medida de su miedo puede hacerse por la dimensión de su soledad y el grosor de los blindajes de que se rodean o el número de sus musculosos guardaespaldas.
Alrededor del río, sobre los puentes, a lo largo de la orilla del sol, se alinean los puestos del mercadillo de los miércoles, con sus churros, sus bolsas y zapatos de charol y plexiglás, sus hierbas medicinales, la piel de las cabezas de cerdo y sus pezuñas, los jamones y los quesos puntiagudos, naranjas y nueces, todo un abigarrado mundo por entre que corretean perros y niños flacos, persiguiéndose alternativamente. Huele a aceite requemado y retumba, cuando me acerco al puesto de los discos, una serie de ruidos hilvanados por una melodía tartamuda. Baja el río aún turbio y airado, torrencial. Hay una niña morena y diría que sucia, que lo mira, pero creo que sin ver. Acabo y recomiendo “Flavia de los extraños talentos”, Alan Bradley, autor que para mí era hasta que empecé ésta su novela policíaca, un completo desconocido Voy a acabar los tres tomos de Esther Tusquets, sus memorias. Una vez, cuenta, todos estuvimos en guerra y de una u otra parte. Somos, apunto yo al margen, demasiado viejos para ser, y sin embargo tendríamos que habernos hecho todavía más indiferentes de lo que ya nos han hecho las sucesivas tandas de hipócritas, visionarios e iluminados cuyos exuvios va quemando inexorable el sol en un espacio intermedio, indeciso, entre los siglos XX y XXI, donde el alambique de la penúltima esperanza humana.

martes, 10 de noviembre de 2009

Me hace gracia esa muletilla de que están enamorados de la justicia, que cada día voy oyendo y luego se les escapa en qué consiste ese supuesto amorío y pienso que ni la han conocido, circunstancia que me hace preguntarme de qué o de quién habrán estado enamoradas estas personas, en qué reja habrán pelado la pava o cantado las mañanitas.

La justicia es esquiva, y no digo si le ponemos mayúscula y hablamos de la Justicia, que nadie, que se sepa, le ha visto los ojos, permanentemente tapados para no saber de quién le hablan cuando le narran los hechos y le aportan las pruebas fehacientes de la aproximación posible a una verdad que hay que suponer siempre porque como preguntaba aquél: ¿qué es la verdad?

Lo que suele encandilar es tratar de buscarse el apoyo de la justicia, con su inconmensurable caudal de energía, a favor de los criterios subjetivos propios o contra los ajenos que no gustan.

La Justicia es el equilibrio entre permanecer impertérrito con la dura lex sed lex en la mano y atreverse a taracear el supuesto con las teselas de equidad indispensables para que la justicia se ajuste al caso concreto y mantenga su condición de exudación, criatura, hija de la caridad. Nace de la capacidad de escuchar a cuantos estén interesados en el problema que la busca siempre anhelosamente y dar y quitar, sin mirar de quién y para quién, con los ojos vendados como ella y el corazón limpio.

La Justicia, que sabe de lo lábil de la cultura humana y de las veleidades y caras de cada uno de los humanos, no tiene enamorados posibles, sino intérpretes de que usa circunstancialmente las manos y la voz, la razón y el corazón, para ser mi contradictor y yo mismo a la vez, nosotros y ellos, la Justicia es vagabundo, peregrino, y es camino, peregrinación hacia la supervivencia humana en busca permanente de su santuario.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Palabra sobre palabra
te escribiré esta mañana
una canción de amor.

Lo haré sin razón alguna,
como lo haría un ruiseñor,
solo que,
claro, peor.

La haré para levantar,
con ternura
la niebla de esta mañana.

Lo haré sin más motivo
-¿y te parece poco?-
de estar enamorado
de la vida que pasa.

La vida es como un fruto
hermoso
de la luz del alba.

La vida es nuestra sola
posibilidad de que nos mientan a la vez
nuestros cinco sentidos
hermosas mentiras.

La mentira
es la rosa del jardín del amor,
también efímera,
como ella,
pero lo mismo de bella.

Si la belleza,
como la fealdad, la juventud y la tristeza,
son mentiras todas,
¡cómo no me habría de enamorar
de cada una de ellas!
Miro con ojo de pez el paisaje estremecido de lluvia. Cae el agua mansa, traidora, que por eso hay quien a esto le llama calabobos. Sales como un bobo a comprar el periódico y al poco te resbala por la calva una torrentera. Me pregunto si transcurrido cierto tiempo así, a la intemperie o casi sin intemperie, como decía aquel exagerado, la fuerza del agua podría abrir en la cabeza de alguien un valle por donde discurrirían sin duda de manera fluida las ideas más brillantes. El periódico me recuerda al del tamboril, en la fiesta, cuando le preguntaba al maestro gaitero si iban a tocar la misma u otra pieza, y el gaitero, socarrón, “la misma”, un poco más “repicadina” de tambor. Flotan las gotas de agua, mínimas, en el aire. Da igual llevar que no paraguas. El perro, cada poco, se sacude y no encuentra, entre tantas humedades, dónde depositar su óbolo mañanero. Dije lo del periódico porque en la primera plana vienen las mismas grescas y descalificaciones generalizadas de los mismos aburridos ejemplares de la selva que ha venido a sustituir al arte de la política. Metternich se estremecería y no digo nada de Maquiavelo. No se sabe quién contribuye con más pintorescos ingredientes al potaje "del día siguiente". Le llamaba así una tía abuela mía, disfruté de varias, deliciosas con sus ocurrencias y maravillosas cocineras y reposteras, al guiso que inventaba cuando disponía de abundancia de sobras y padecía estrecheces dinerarias e iba sacando de acá y de allá y mezclando hasta lograr un potaje de imprevisibles sabores y mescolanzas increíbles. Sigue, imperturbable, no sé si la misma nube u otra, regándonos con indiferente profusión.

Y como llueve, si es posible, debe aprovecharse, pienso, el tiempo de lectura, y me meto por unas memorias y compruebo, porque yo andaba por allí cuando cuenta el autor, lo diferentes que pueden ser las perspectivas desde que cada espectador mira y por consiguiente interpreta lo que está pasando en el mismo paisaje. Todo lo humano es así, real, pero a la vez onírico, y relativo. Miramos con ojos de impresionista, cuando más, por eso, a veces, llegamos a sentir, con no sé qué sentido, pero pareciéndonos que los vemos a los “fantasmas”. -

domingo, 8 de noviembre de 2009

Es muy sencillo de entender, decir y hacer: quien no sabe jugar en equipo, debe ser expulsado de cualquier equipo de que forme parte, al que podría ocasionar irreparable perjuicio.

Aunque sea el mejor, aunque sea un genio. Estoy convencido de que los humanos hemos sido dotados de inteligencia para que seamos flexibles y comprensivos con los que sabemos que son como nosotros, pero todos diferentes unos de otros y todos dignos de ser tenidos en cuenta mientras no abdiquemos de nuestra condición.

Que hay quien lo hace, y así renuncia, si queréis tácita, pero sin duda expresamente, a los derechos que como humano le corresponderían.

Los individualistas deben comparecer ante la opinión pública como tales, y si la opinión los prefiere, y, llegado cualquier momento electoral, los selecciona para que gobiernen representen a una facción popular, allá ella, que sin duda sabrá o no lo que se hace, pero, en cualquier caso, cosechará inexorablemente las consecuencias de su elección.

Tal vez debamos considerar que para ocupar puestos de representación y gobierno, no necesitamos líderes personales autoconvencidos de que se hallan en posesión de alguna verdad absoluta. Como tal cosa es imposible, ya acreditan, al mantenerlo, su error, proclaman que están inevitablemente equivocados.

Para representar y gobernar a un grupo, se debe tener conciencia de formar parte de él, y que, como consecuencia, debe escucharse a los demás antes de resolver en lo que concierne al colectivo. Porque no todos tenemos las mismas ilusiones, la misma esperanza, el mismo anhelo, y compaginar aquello en que muchos coincidan, que es lo que parece ideal, obliga a escucharlos antes de decidir y no hacerlo hasta que la decisión se acepte.

Que a veces no es la mayoría la que debe aceptar, sino una minoría que sepa de lo que se está hablando.

Confiar una decisión, o intervención en ella, a quien no sabe de qué se habla, es un error evidente, de que no pueden seguirse sino consecuencias erróneas.

Por eso parece tan importante informar de lo más posible al mayor número posible de personas.

Deformar deliberadamente una aproximación a la verdad, para así manipular el cerebro de quienes no están suficientemente informados es uno de los mayores pecados sociopolíticos que pueden cometerse y que sin duda se volverá antes o después contra su responsable.

Alguien ha dicho ya a lo largo de la historia de los pueblos que se puede engañar a muchos una o pocas veces, pero a pocos se podrá engañar muchas.

Dialogar no es convocar al contradictor con el propósito previo de convencerlo, sino convocarlo para escuchar su criterio e incorporarlo en todo o en parte al del convocante. La convocatoria al diálogo ha de estar impregnada de humildad: yo no se bastante –hay que pensar- y por eso te llamo para que complementes mis criterios.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Leo “El símbolo perdido”, Dan Brown, una trama llena de urgencias y de fobias personales, atrapa, el autor, erudito, simplifica a su medida evidentes aciertos, que mezcla con puerilidad y algún que otro absurdo imaginativo proyectado en el vacío. Vale la pena leer, apuntar alguna curiosidad y seleccionar lo desechable, que, al final, es posible que se olvide solo y sin esfuerzo. Leo “El hombre inquieto”, Hennig Mankell, otra desoladora visión del escepticismo no sé si del autor o de su medio cultural, hasta donde quepa generalizarlo. La redacción es infantil, repetitiva, fatiga innecesariamente al lector, sobre todo cuando se entremete por los recovecos de una administración que no puede ser en realidad tan disparatada –si bien cada una lo es a su manera, desde que se extendió la amnesia respecto de su condición de servicio organizado, hoy sustituido por evidentes propósitos policíacos, dotados de una potestad sancionadora terrorífica en el aspecto económico-. Inicio la lectura, en principio original, de “Flavia de los extraños talentos”, Alan Bradle, os contaré. En los intervalos, memorias de Esther Tusquets y de Jorge Puyol y una apasionante biografía de Chesterton, Joseph Pearce y la “Poesía completa” de mi viejo amigo, ya muerto, Alfonso Albalá, que es como reanudar conversaciones de juventud, cuando inventó aquello de la “tristeza hermana”.

Luego, escribo:

Curiosa condición,
ésta mía,
de poder soñar,
pero hacer las cosas
siempre
de otra manera,
recordarlo
y saber, que si de nuevo
pudiera volver a vivir la misma vida,
es probable que siempre,
una y otra vez,
fuese en realidad siempre la misma. –

Es evidente que éste es un sábado de noviembre, otoño, olor a humo, castañas asadas, manzanas en el armario de roble del desván de la abuela, mandiles de maíz en las barandas de los balcones de los hórreos. Durante la esfoyaza –cuando se arrancan las hojas de la panoja del maíz, para ir trenzándolo en ristras- a la vez, se trenzaron noviazgos por las orillas de la luz. El otoño, si bien se mira, es también una canción, que afuera, mañana, en el paisaje ocre, cantará el color del brezo. -

viernes, 6 de noviembre de 2009

Me pregunto qué hará con nosotros, los mínimos, homínidos del orden social de cada grupo, el sistema ese de nombre desde su existencia, antes aún, desde su concepción literaria, ahora concretada, como ocurrió con otros inventos de don Jules Verne, esa nueva agresión de la intimidad humana, cada vez, creo, más vulnerable, mediante que quien mande en cada momento histórico del futuro, tendrá la posibilidad de escucharnos, catalogarnos, coleccionarnos y numerarnos, tal vez con nombres latinos de subespecies de Linneo, colillas desechadas, inertes despojos, privados de libertad.

Ya no me siento libre, como un día, con mi ordenador y sus ventanas y puertas abiertas, por donde entran cejijuntos y ceñudos, con sus pasamontañas, los guardianes de Azkabán, capaces de sorberme el aliento de la palabra, presiento que llegará un día que antes incluso de decirla, cuando se esté conformando en el rincón, otrora íntimo, del cerebro donde resida el laboratorio de mis palabras inéditas.

Hay alguien, tendré desde ahora siempre presente aunque no quiera, que permanece atento, me oye sin escuchar, pero sabe cuanto digo, escribo y puede que lo que voy a sentir cuando aún no se ha producido o está en curso el mensaje de mis sentidos, que probablemente ya no me pertenezcan del todo, hacia las laboriosas neuronas, controladas por peludas orejas de indiferentes guardianes, que se reirán entre dientes del amor que puede despertárseme cualquier día, o se reirán, capaces son, del dolor mío o del de cualquiera, que les parecerá cosa de risa.

Será un empleo, cobrarán, digo yo, hasta un salario fijo por ese vituperable trabajo de violarnos el secreto último de lo que pensamos. Ya ni siquiera como en tiempos inquisitoriales hará falta la delación del chivato inicuo. Ellos mismos, los antes torturadores y verdugos, podrán comprobar cada ritual donde se esté gestando alguna idea, sin necesidad de intermediarios, correveidiles ni vendedores de secretos, ese execrable comercio. Mal negocio ha sido el de este invento para una humanidad cada vez más angustiada, agobiada, acoquinada, a punto de que se quebrante el arca última, la estancia más íntima.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Soy, aquí donde me ves,
residuo de caminos y quereres, milagro de existir
y mi destino es un misterio,
soy,
nada más ni menos,
que un hombre, empeñado en seguir, obligado
a concretarse y tal vez
desaparecer,
por la desconocida máquina del tiempo,
que me arrastra y lleva
como hace cualquier río
con los reflejos que atrapa al pasar.

Soy la huella, todavía estremecida,
de un amor ya tal vez olvidado,
o
es posible que plenitud,
ahora,
cuando soy la última hoja del árbol
que vivió un momento
y el viento
desgajó en seguida con las ramas desnudas,
clamando
por su imagen, hundida en el espejo.
Me temo que el tribunal de Estrasburgo podría haberse equivocado con esa decisión, en esta caso posible “fallo” en el doble sentido de la palabra, caso de que el crucifijo que moteja de impropio y vulnerante de la libertad religiosa no estuviera, en el supuesto de aquellos autos, colocado en algún aula de una escuela pública.

Creo que la libertad religiosa determina la posibilidad de que un establecimiento de enseñanza pertenezca a la Iglesia o esté gestionado por ella y proclame y anuncie suficientemente que su enseñanza se complementa con la del credo que profesan y mantienen sus propietarios, y que ponga en sus aulas los símbolos y las imágenes que tenga por conveniente.
Quiero soñar
una mesa de madera
en carne viva, sin pintar, áspera,
con unos vasos de vino aún joven
y todos vosotros, nuestros muertos, los míos,
alrededor diciéndonos
palabras y silencios.
Todos ya del otro lado –vosotros no aún,
los más jóvenes,
que todavía debéis hacer camino-.
Os estaremos esperando
con la conversación desparramada
y llena
de palabras amables, alegres, la ternura
a flor de piel.
Quiero soñar un rincón no sé dónde,
¿qué importa, en realidad, si el rincón seremos nosotros?
extenderemos
la mano de cada palabra, la mirada
sin ver ya,
alcanzándonos unos a otros,
trenzando cada eslabón,
imaginándonos, tal vez,
pero ésta es la única esperanza que nos queda
de que el amor exista,
de decirnos
una por una, todas sus estancias,
de un golpe eterno todo el fuego y la luz.

martes, 3 de noviembre de 2009

No habrá fin del mundo, puesto que la eternidad
es, en la mente del hombre,
último reducto
de la energía en que la vida al final consiste,
inacabable.

Se destruirá la tierra,
arderá, tal vez,
el sistema solar, será más delgado, más tenue
el tejido
de que está hecho el universo.

Pero no acabará nada, ya nunca,
sino que irá reinventando modos,
formas
inimaginables en que la energía
bailará danzas de estética increíble
y la inteligencia alcanzará la luz,
a la vez que la sombra suprema.

Y una parte infinitesimal de nosotros
estará ahí
y hasta puede que nos reconozcamos
en el paroxismo
de un inacabable acto de amor sin límites.
Paso por el cementerio, dormitorio, dicen que significa, pero hace demasiado frío y envía la mar de enfrente vaharadas de espuma. Nadie podría dormir, y menos con esta mirada posible al horizonte, por donde las siluetas apenas perceptibles de los barcos que aún van y vienen, cargados de mercancías y sueños. Paso por el cementerio, que por estas fechas están pletóricos de flores, como si hubiera estallado el jardín o quisiéramos ocultar a los muertos, que, sin embargo, asomabais la sonrisa de algunos de los recuerdos mejores, difuminada bajo el mármol donde dice vuestro nombre. Y en seguida, bajo y hay buñuelos de crema y huesos de trufa y de yema, huesos de santo, les llaman, porque el muerto dice el refrán que al hoyo y el vivo al bollo, pero no es cierto, sino que la tradición de comerse los huesos y los buñuelos despierta el recuerdo de haberlos comido juntos, y se te enciende la lamparilla de acordarte de cuál era la confitería donde según tu padre o la abuelina hacían los mejores buñuelos o los huesos sin trampa, rellenos de punta a punta, a diferencia de los tramposos que ponían una dedada de nada en cada extremo y por el medio vacíos, como las encías de la bruja Candelaria del guiñol que resucita mi hijo pequeño para ruidosa diversión de la grey infantil, que aúlla contra la bruja, cada vez que asoma y avisa al rey de que le quire robar la malvada la cartera de los secretos de estado. Todo apunta a que de un momento a otro empezaremos a pensar en la Navidad y hay que escribir una línea, que sea expresiva o que encienda la primera luminaria de la Navidad, en el corazón de cualquier destinatario. Hay que obligarle a carraspear y limpiarse la cabeza de duelos y quebrantos para que entren a caso en el sentimiento los villancicos viejos y los nuevos, por más que los nuevos me salgan tristes o pensativos o nostálgicos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Guardemos silencio, esta tarde,
ha entrado noviembre,
de puntillas,
deslizándose
por entre los ramos de flores del cementerio
donde duerme la multitud,
ingente,
hoy estremecida,
se diría que de nuevo vulnerable,
de los muertos.
Cada uno,
amortajado con palabras: tu desconsolada,
tus queridos, quien no te olvida,
aquí yace,
reza por mí,
no soy
más que ceniza. Sobre el blancosucio de la lápida
han escrito versos, que las gaviotas altas
traducen a su idioma de graznidos.
Hay una invasión de flores, palabras y recuerdos,
flotando a la vez dispersos y entremezclados
con la niebla. Llueve. Es noviembre
de nuevo.
Mañana, si el buen padre Dios quiere, escogeremos
las panojas,
pasado, iremos
al amagosto, mataremos
un cerdo bien cebado,
pisaremos la uva, moleremos el grano,
guardaremos en el hórreo las los quesos y en el armario
de la ropa blanca, las manzanas
más olorosas.
Hay que hacer el camino en seguida,
con prisa,
que llegará un noviembre y nosotros,
también
estaremos muertos entre palabras y flores,
responsos, lluvia,
lamentos.
El viento, un viento color de hoja seca
mece la ternura violácea
del lazo de un ramo de flores
ya
descoloridas.
Noto que envejezco en que cada vez soporto menos a menos gente, lo cual, comoquiera que la gente es mucha y yo estoy solo entre su multitud, el equivocado he de ser necesariamente yo, pero no lo entiendo y eso me lleva, supongo, a ser cada vez más arisco, menos sociable, es decir, más viejo.

Una verdadera pena ya que tal cosa me impide disfrutar del hermoso privilegio de vivir hasta el final, tarde lo que tarde o no. Y me pregunto si mi conducta es la habitual de la especie a que pertenezco, de la caravana con que camino o soy minoría, apenas con unos pocos equivocados, que no sabemos llegar hasta el final escribiendo con la misma letra las más bellas palabras posibles, gozando de la misma capacidad de pensar en abierto, transitivo, dispuesto a la amistad que un día tuvimos.

Los demás se nos parecen. Seguro que es antipatía que nos parece que rezuman no es más que sufrimiento, parejo, cuando lo sufren, a nuestro sufrimiento, y la alegría que en ellos me molesta es la misma alegría que me invade y desborda cuando adivino, por un resquicio de cualquier banalidad agradable, las inimaginables dimensiones de esa felicidad que se nos escapa de este lado del espejo, a donde no llegan sino ecos, semitonos, tal vez sombras de la verdad, la belleza y la sabiduría que seguro que están en alguna dimensión, dado que nos es posible imaginarlas.

Ahora, hoy mismo, entiendo aquello de video meliora, proboque … etcétera. También yo “veo lo mejo y lo apruebo como tal”, pero insisto en el desacierto a la hora de comportarme con arreglo a lo que considero mejor y más adecuado, e incluso más útil desde ls perspectivas ética y estética de mi poliedro personal.