domingo, 1 de noviembre de 2009

Noto que envejezco en que cada vez soporto menos a menos gente, lo cual, comoquiera que la gente es mucha y yo estoy solo entre su multitud, el equivocado he de ser necesariamente yo, pero no lo entiendo y eso me lleva, supongo, a ser cada vez más arisco, menos sociable, es decir, más viejo.

Una verdadera pena ya que tal cosa me impide disfrutar del hermoso privilegio de vivir hasta el final, tarde lo que tarde o no. Y me pregunto si mi conducta es la habitual de la especie a que pertenezco, de la caravana con que camino o soy minoría, apenas con unos pocos equivocados, que no sabemos llegar hasta el final escribiendo con la misma letra las más bellas palabras posibles, gozando de la misma capacidad de pensar en abierto, transitivo, dispuesto a la amistad que un día tuvimos.

Los demás se nos parecen. Seguro que es antipatía que nos parece que rezuman no es más que sufrimiento, parejo, cuando lo sufren, a nuestro sufrimiento, y la alegría que en ellos me molesta es la misma alegría que me invade y desborda cuando adivino, por un resquicio de cualquier banalidad agradable, las inimaginables dimensiones de esa felicidad que se nos escapa de este lado del espejo, a donde no llegan sino ecos, semitonos, tal vez sombras de la verdad, la belleza y la sabiduría que seguro que están en alguna dimensión, dado que nos es posible imaginarlas.

Ahora, hoy mismo, entiendo aquello de video meliora, proboque … etcétera. También yo “veo lo mejo y lo apruebo como tal”, pero insisto en el desacierto a la hora de comportarme con arreglo a lo que considero mejor y más adecuado, e incluso más útil desde ls perspectivas ética y estética de mi poliedro personal.

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