sábado, 7 de noviembre de 2009

Leo “El símbolo perdido”, Dan Brown, una trama llena de urgencias y de fobias personales, atrapa, el autor, erudito, simplifica a su medida evidentes aciertos, que mezcla con puerilidad y algún que otro absurdo imaginativo proyectado en el vacío. Vale la pena leer, apuntar alguna curiosidad y seleccionar lo desechable, que, al final, es posible que se olvide solo y sin esfuerzo. Leo “El hombre inquieto”, Hennig Mankell, otra desoladora visión del escepticismo no sé si del autor o de su medio cultural, hasta donde quepa generalizarlo. La redacción es infantil, repetitiva, fatiga innecesariamente al lector, sobre todo cuando se entremete por los recovecos de una administración que no puede ser en realidad tan disparatada –si bien cada una lo es a su manera, desde que se extendió la amnesia respecto de su condición de servicio organizado, hoy sustituido por evidentes propósitos policíacos, dotados de una potestad sancionadora terrorífica en el aspecto económico-. Inicio la lectura, en principio original, de “Flavia de los extraños talentos”, Alan Bradle, os contaré. En los intervalos, memorias de Esther Tusquets y de Jorge Puyol y una apasionante biografía de Chesterton, Joseph Pearce y la “Poesía completa” de mi viejo amigo, ya muerto, Alfonso Albalá, que es como reanudar conversaciones de juventud, cuando inventó aquello de la “tristeza hermana”.

Luego, escribo:

Curiosa condición,
ésta mía,
de poder soñar,
pero hacer las cosas
siempre
de otra manera,
recordarlo
y saber, que si de nuevo
pudiera volver a vivir la misma vida,
es probable que siempre,
una y otra vez,
fuese en realidad siempre la misma. –

Es evidente que éste es un sábado de noviembre, otoño, olor a humo, castañas asadas, manzanas en el armario de roble del desván de la abuela, mandiles de maíz en las barandas de los balcones de los hórreos. Durante la esfoyaza –cuando se arrancan las hojas de la panoja del maíz, para ir trenzándolo en ristras- a la vez, se trenzaron noviazgos por las orillas de la luz. El otoño, si bien se mira, es también una canción, que afuera, mañana, en el paisaje ocre, cantará el color del brezo. -

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