domingo, 1 de noviembre de 2009

Guardemos silencio, esta tarde,
ha entrado noviembre,
de puntillas,
deslizándose
por entre los ramos de flores del cementerio
donde duerme la multitud,
ingente,
hoy estremecida,
se diría que de nuevo vulnerable,
de los muertos.
Cada uno,
amortajado con palabras: tu desconsolada,
tus queridos, quien no te olvida,
aquí yace,
reza por mí,
no soy
más que ceniza. Sobre el blancosucio de la lápida
han escrito versos, que las gaviotas altas
traducen a su idioma de graznidos.
Hay una invasión de flores, palabras y recuerdos,
flotando a la vez dispersos y entremezclados
con la niebla. Llueve. Es noviembre
de nuevo.
Mañana, si el buen padre Dios quiere, escogeremos
las panojas,
pasado, iremos
al amagosto, mataremos
un cerdo bien cebado,
pisaremos la uva, moleremos el grano,
guardaremos en el hórreo las los quesos y en el armario
de la ropa blanca, las manzanas
más olorosas.
Hay que hacer el camino en seguida,
con prisa,
que llegará un noviembre y nosotros,
también
estaremos muertos entre palabras y flores,
responsos, lluvia,
lamentos.
El viento, un viento color de hoja seca
mece la ternura violácea
del lazo de un ramo de flores
ya
descoloridas.

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