lunes, 9 de noviembre de 2009

Miro con ojo de pez el paisaje estremecido de lluvia. Cae el agua mansa, traidora, que por eso hay quien a esto le llama calabobos. Sales como un bobo a comprar el periódico y al poco te resbala por la calva una torrentera. Me pregunto si transcurrido cierto tiempo así, a la intemperie o casi sin intemperie, como decía aquel exagerado, la fuerza del agua podría abrir en la cabeza de alguien un valle por donde discurrirían sin duda de manera fluida las ideas más brillantes. El periódico me recuerda al del tamboril, en la fiesta, cuando le preguntaba al maestro gaitero si iban a tocar la misma u otra pieza, y el gaitero, socarrón, “la misma”, un poco más “repicadina” de tambor. Flotan las gotas de agua, mínimas, en el aire. Da igual llevar que no paraguas. El perro, cada poco, se sacude y no encuentra, entre tantas humedades, dónde depositar su óbolo mañanero. Dije lo del periódico porque en la primera plana vienen las mismas grescas y descalificaciones generalizadas de los mismos aburridos ejemplares de la selva que ha venido a sustituir al arte de la política. Metternich se estremecería y no digo nada de Maquiavelo. No se sabe quién contribuye con más pintorescos ingredientes al potaje "del día siguiente". Le llamaba así una tía abuela mía, disfruté de varias, deliciosas con sus ocurrencias y maravillosas cocineras y reposteras, al guiso que inventaba cuando disponía de abundancia de sobras y padecía estrecheces dinerarias e iba sacando de acá y de allá y mezclando hasta lograr un potaje de imprevisibles sabores y mescolanzas increíbles. Sigue, imperturbable, no sé si la misma nube u otra, regándonos con indiferente profusión.

Y como llueve, si es posible, debe aprovecharse, pienso, el tiempo de lectura, y me meto por unas memorias y compruebo, porque yo andaba por allí cuando cuenta el autor, lo diferentes que pueden ser las perspectivas desde que cada espectador mira y por consiguiente interpreta lo que está pasando en el mismo paisaje. Todo lo humano es así, real, pero a la vez onírico, y relativo. Miramos con ojos de impresionista, cuando más, por eso, a veces, llegamos a sentir, con no sé qué sentido, pero pareciéndonos que los vemos a los “fantasmas”. -

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