domingo, 8 de noviembre de 2009

Es muy sencillo de entender, decir y hacer: quien no sabe jugar en equipo, debe ser expulsado de cualquier equipo de que forme parte, al que podría ocasionar irreparable perjuicio.

Aunque sea el mejor, aunque sea un genio. Estoy convencido de que los humanos hemos sido dotados de inteligencia para que seamos flexibles y comprensivos con los que sabemos que son como nosotros, pero todos diferentes unos de otros y todos dignos de ser tenidos en cuenta mientras no abdiquemos de nuestra condición.

Que hay quien lo hace, y así renuncia, si queréis tácita, pero sin duda expresamente, a los derechos que como humano le corresponderían.

Los individualistas deben comparecer ante la opinión pública como tales, y si la opinión los prefiere, y, llegado cualquier momento electoral, los selecciona para que gobiernen representen a una facción popular, allá ella, que sin duda sabrá o no lo que se hace, pero, en cualquier caso, cosechará inexorablemente las consecuencias de su elección.

Tal vez debamos considerar que para ocupar puestos de representación y gobierno, no necesitamos líderes personales autoconvencidos de que se hallan en posesión de alguna verdad absoluta. Como tal cosa es imposible, ya acreditan, al mantenerlo, su error, proclaman que están inevitablemente equivocados.

Para representar y gobernar a un grupo, se debe tener conciencia de formar parte de él, y que, como consecuencia, debe escucharse a los demás antes de resolver en lo que concierne al colectivo. Porque no todos tenemos las mismas ilusiones, la misma esperanza, el mismo anhelo, y compaginar aquello en que muchos coincidan, que es lo que parece ideal, obliga a escucharlos antes de decidir y no hacerlo hasta que la decisión se acepte.

Que a veces no es la mayoría la que debe aceptar, sino una minoría que sepa de lo que se está hablando.

Confiar una decisión, o intervención en ella, a quien no sabe de qué se habla, es un error evidente, de que no pueden seguirse sino consecuencias erróneas.

Por eso parece tan importante informar de lo más posible al mayor número posible de personas.

Deformar deliberadamente una aproximación a la verdad, para así manipular el cerebro de quienes no están suficientemente informados es uno de los mayores pecados sociopolíticos que pueden cometerse y que sin duda se volverá antes o después contra su responsable.

Alguien ha dicho ya a lo largo de la historia de los pueblos que se puede engañar a muchos una o pocas veces, pero a pocos se podrá engañar muchas.

Dialogar no es convocar al contradictor con el propósito previo de convencerlo, sino convocarlo para escuchar su criterio e incorporarlo en todo o en parte al del convocante. La convocatoria al diálogo ha de estar impregnada de humildad: yo no se bastante –hay que pensar- y por eso te llamo para que complementes mis criterios.

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