domingo, 22 de noviembre de 2009

Silencia con los suyos mis violines el viento. Necesito un piano y que alguien se anime a recitar polonesas a esta hora de la mañana. Solo Chopin puede enfrentarse a la dura superficie del viento que se arremolina en este recodo del acantilado por donde empieza el lugar en que habito. Otra alternativa sería Wagner, pero no a estas horas de la mañana. Wagner será siempre ocaso, plena riqueza de sonidos y luz, pero apuntando ya a la delicada herida que produce en el alma la nostalgia, cuya cicatriz vendrá luego a ser la melancolía.

Hace mucho, cuando las economías de andar por casa, en estas fechas se celebraban las ferias de santa Catalina, que ahora se remedan con la vaga esperanza de que resulte posible resucitar aquellas empresas familiares y sus mercados de los domingos, de que volvía mi madre victoriosa, seguida de la aldeana que había conseguido venderle el pollo de comer con patatinas como segundo plato del domingo familiar. Mi madre, cuando cogía un pollo por sí misma, aunque estuviera atado, lo soltaba de la mano y entre cacareos indignados se estrellaba el pajarón contra el duro suelo. No podía remediarlo. La sacaba de quicio tener algo vivo en la mano y advertir cómo se retorcía intentando darle picotazos. La aldeana tenía que venir a hacer la entrega a la puerta de casa, y hasta había ocasiones en que tenía que retorcerle el pescuezo al avechucho.

Mientras la UE nombra sus nuevos cargos y jerifaltes, el ayuntamiento de mi rincón contrata grupos musicales pop que durante varias noches de la semana entrante rugirán a través de sus altavoces los éxitos del verano pasado. Personalmente prefiero el sound de New Orleans, esos bandines que acompañan bodas, bautizos o entierros con el mismo entusiasmo e idénticos sones y sonidos.

Leo que ofrecen a los ganaderos pagar los gastos de traslado de sus bestias –ejemplares bovinos o porcinos, dice el anuncio- desde la cuadra de cada cual hasta el real de la feria, y, luego, viceversa, pero están para pocas bromas, estos días, agricultores y ganaderos. Su economía se resiente de que les cobren mucho por herramientas, abonos, piensos e ingredientes y les paguen poco por los productos finales de sus modestísimas empresas. Son tiempos de cambio social profundo y los está alcanzando el tsunami también a ellos.

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